He estado pensando… (XCV)

Padre Alberto Reyes

      He estado pensando en la necesaria liberación del libertador

 Moisés es uno de los grandes personajes de la Biblia. Podríamos pensar que su grandeza está en su rol de libertador del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, pero su grandeza real no está ahí, sino en su fidelidad continua al plan de Dios, porque desde esa fidelidad fue capaz de abrirse a su propia liberación. La primera, la de sus miedos e inseguridades; la segunda, la de mantenerse como servidor, evitando verse como propietario de su pueblo, lo cual lo hubiese convertido en su dictador.

Una persona que no haya hecho un proceso de liberación interior, no puede asumir el rol de libertador, porque sus propias esclavitudes harán que convierta al otro en un rehén.

Una psicóloga amiga me enseñó la metáfora del perro con la patita atrapada. La metáfora habla de un caminante que, al acercarse a un perro, notó cómo este le gruñía en modo agresivo. Sin embargo, al acercarse, el caminante vio que el perro tenía una patita atrapada en un cepo. Sus gruñidos eran la expresión de su dolor.

 Todos tenemos una patita atrapada y, a veces, más de una. Todos arrastramos heridas, complejos, roturas interiores, todos llevamos por dentro una cuota de dolor, pero el problema no está allí, sino en ignorarlo, en negarlo, en auto convencernos de que no tenemos necesidad de sanar nada y pensar que, por tanto, estamos en perfectas condiciones para erigirnos en libertadores de los demás.

 Y así, ajenos a nuestros propios demonios, ciegos a nuestras propias heridas, sólo veremos en nosotros mensajeros de la luz, y trataremos a los demás como seres inferiores, hechos para obedecer, para someterse, para servir a esa pretendida “luz”.

Mientras más medito en la vida de Fidel Castro, más pena siento por él. Fidel fue un hombre muy herido, con una gigantesca necesidad de atención y protagonismo, que lo llevó a volcarse sobre sí mismo, a rodearse no de colaboradores sino de incondicionales. Incapaz de escuchar, incapaz de dialogar, se volvió ciego al desastre evidente, al rechazo progresivo, a la adulación falsa. Y se hizo implacable con todo aquel que intentó despertarlo al mundo real.

Sin embargo, lo más preocupante, a mi entender, es que su hechizo lo ha sobrevivido, y aquellos que hoy han heredado el título de “libertadores” parecen incapaces de entender la realidad. Porque una cosa es ejercer el control férreo sobre un pueblo, de modo tal que le sea difícil rebelarse, y otra diferente es verlo morir, verlo padecer, verlo subsistir, mientras todo se derrumba, y fingir que no pasa nada, mentir sin pudor, prometer lo que nunca ha llegado y nunca llegará, y pedir más y más a un pueblo agónico.

Se nombran libertadores, pero no han sabido liberarse a sí mismos. El cepo de sus miedos, de sus fracasos, de sus frustraciones, les roba la sabiduría de liberar a este pueblo. Por eso, hay que pedir a Dios por todos ellos, para que despierten y tengan el coraje de hacer lo correcto. Y por eso necesitamos encontrar modos de quitarnos las cadenas, no sea que los “libertadores” piensen que estamos a gusto con ellas.

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