Las ideas que evolucionaron en lo que hoy llamamos socialismo podríamos buscarlas en la "República" de Platón (s.IV a.C), pero en realidad sus bases tienen un origen mucho más reciente que podríamos comenzar a delinear a partir de la "Utopía" de Tomás Moro (s.XVI d.C), quien imaginó un sistema que, entre otras cosas, abolía el dinero y organizaba a la población para vivir en comunidad.
Estas y otras ideas que se plantearon durante la "Ilustración" o el "Siglo de las Luces", no llegarían a cristalizar hasta finales del siglo XVIII con el triunfo de la Revolución Francesa. En esos momentos se vivía una naciente Revolución Industrial que atraía la fuerza laboral a las grandes ciudades y provocaba notables y crueles abusos de la clase obrera. Esto dio lugar a que se fuera formando una ideología, que hoy denominamos “socialista”, como reacción al mecanismo capitalista que se estaba desarrollando mediante la implantación de un sistema de libre mercado y de reconocimiento de la propiedad privada, pero que adquiría en esa época gestora un carácter verdaderamente despótico en las relaciones de los empresarios con los trabajadores.
Podemos identificar como uno de los primeros promotores del socialismo moderno a Henri de Saint Simon (1760-1825), una figura destacada de la Revolución Francesa que planteó por primera vez un Estado republicano en control de la producción y de la distribución de la riqueza, cuyas ideas se plasmaron en su "Doctrina", publicada en 1829. Este fue el primer análisis sistemático de un socialismo industrial que repercutiría poco después en la obra de Karl Marx.
No cabe duda de la influencia que estas ideas ejercían en Karl Marx y su amigo Friedrich Engels cuando proclamaron en 1848 el "Manifiesto Comunista", donde ese centralismo estatal sería el primer paso del proceso de la lucha de clases destinada a llegar a la igualdad de todos los ciudadanos, bajo el lema de "a cada uno según sus necesidades y de cada uno según su capacidad", con lo que pretendían solucionar los abusos de la Revolución Industrial mediante un sistema político autoritario y centralizador que debería derivar más tarde en un auténtico sistema comunista que aplicara debidamente tan sugestivo lema.
En sí, la palabra socialismo no puede encontrarse en ningún texto hasta después de la Revolución Francesa y la aplicó Robert Owen en Inglaterra a sus propias ideas que, en su caso, estaban más orientadas hacia un sistema cooperativista, en el cual rechazaba el individualismo de la creciente corriente liberal de la época.
Pero mientras que el socialismo evolucionaba como una ideología en el s.XIX, el capitalismo evolucionaba como un mecanismo para manejar la economía mediante la libre empresa y el libre mercado en sistemas cada vez más democráticos como base de un Estado de derecho. Por tanto, no se puede establecer una rivalidad ideológica entre “socialismo” y “capitalismo” porque el capitalismo no es una ideología sino un sistema económico capaz de desarrollarse y progresar con cualquier ideología que lo acepte. Más bien, el socialismo surge para rivalizar con esa otra ideología que había alcanzado una gran popularidad en el s.XIX, el liberalismo; lo que hoy denominamos “liberalismo clásico”. Esto dio lugar a una aberrante enemistad versus capitalismo porque el socialismo de la época fue muy influenciado por lo que hoy conocemos como “marxismo”, que confundió al mecanismo capitalista con el idealismo liberal que por entonces estaba haciendo un uso muy abusivo del capitalismo. Por tanto, el socialismo de Owen y su orientación cooperativissta se opacó para remontarse a los orígenes de Saint Simon hasta quedar estructurado por el naciente radicalismo marxista.
El anarquismo fue otra reacción ante ese liberalismo que propiciaba lo que hoy calificamos como “capitalismo salvaje”. Su origen moderno se remonta a William Godwin que lo planteó en vísperas de la Revolución Francesa como un recurso utilitarista y lo promovió en un club londinense conocido en inglés como “The Revolutionists”. Pero sus más prominentes promotores fueronMikhail Alexandrovich Bakunin y Pierre-Joseph Proudhon. De conformidad con estas ideas embrionarias y para lograr una sociedad comunal, el anarquismo tomaría otro camino y puso énfasis en el libre albedrío natural y espontáneo de las personas individuales frente al poder político autoritario opuesto y los gobiernos que controlan a las personas desde arriba. En otras palabras, se convirtió en el mayor adversario del centralismo socialista/marxista.
Comenzando en 1850, Marx se dedicó a hacer un análisis crítico de la economía clásica que se venía desarrollando desde Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823), la cual servía de base a un liberalismo que promovía ese tipo de economía capitalista de mercado como un orden natural y armonioso que se desarrollase en un ambiente de libertades civiles. El resultado de su trabajo fue una extensa obra en tres volúmenes (I, 1867, II, 1885, IIl, 1894) que hacía un análisis histórico de la economía liberal y desarrollaba una teoría de la plusvalía, según la cual intentaba demostrar que ésta era la fuente social de ganancias, intereses y otros ingresos que se extraían del trabajo excedente de los trabajadores asalariados. A estas ideas se les conoce como “socialismo científico”.
Basta una ojeada superficial a la historia del socialismo como un movimiento, desde sus comienzos utópicos hasta el refinamiento y la popularización de Marx y la división de los socialistas en reformadores y revolucionarios a principios del siglo XX, para que reconozcamos una ideología que se ha matizado con el tiempo derivando hacia otras tendencias que han echado raíces en muchos países de todo el mundo, notablemente en Europa, sin perder de vista a un país tradicionalmente conservador: Estados Unidos.
No obstante, cabe preguntarse si muchas de esas fórmulas ideológicas perfilan un legítimo “socialismo”. ¿Es la “social democracia” escandinava, especialmente la que se ha desarrollado en Dinamarca y Suecia, un verdadero “socialismo”? ¿O son más bien fórmulas derivadas del capitalismo liberal y salpicadas en mayor o menor medida, según el país y el gobierno que lo dirige, por elementos extraídos del “socialismo científico”? Difícilmente puede calificarse de “socialista” a Suecia, un país que en la década de 1930, cuando nadie podía clasificarlo como socialista, ya contaba con lo que la revista Life llamó en 1938 «el nivel de vida más alto del mundo». Difícilmente puede calificarse de “socialista” a este país que experimentó su mayor progreso y bienestar económico en una época pretérita, en el período comprendido entre 1870 y 1950, cuando creció a un nivel más acelerado que el resto del mundo, fundando poderosas empresas privadas que la pusieron a la cabeza de los países industrializados, antes de derivar, gracias al alto nivel de vida adquirido, a un Estado hiper generoso en programas de asistencia social basados, a partir de los años 60, en un sistema de redistribución de la riqueza mediante altísimos impuestos sufragados principalmente por la clase media. Es notable señalar que aun en este período posterior dominado por la política socialdemócrata tanto Dinamarca como Suecia ostentaban tasas impositivas a las grandes empresas y corporaciones muy inferiores a las de Estados Unidos.
De hecho, el término “socialdemócrata” fue acuñado por Karl Marx en 1848 cuando se refirió al socialismo de un partido representativo de la clase media francesa. Un cuarto de siglo después los alemanes usaron el título de “Partido Social Demócrata” a partir de 1875, y sus afiliados no se alejaron de las ideas fundamentales de Marx –y sólo lo hicieron parcialmente– hasta la escisión que causó un famoso debate (1899-1900) entre Eduard Bernstein y Rosa Luxemburgo que no deben perderse los lectores interesados en este tema. Por tanto, cabe preguntarse: ¿Cuál será el encanto utópico que provoca el Socialismo hasta el punto de envolver a la gente en una especie de hechizo que le impide reconocer la historia? El argumento más socorrido para sus simpatizantes más moderados es el de dibujar el atractivo matiz de la social democracia europea. Se trata de un matiz ideológico que surgió de los movimientos obreros y sindicalistas, los cuales también impulsaron en su oportunidad una revolución que aspiraba a poner fin al capitalismo, pero proclamando que el nuevo mecanismo se estructurase mediante un sistema democrático.
En sus principios defendían también el control de los medios de producción por el Estado mediante gobiernos centralizados que dispusieran con firmeza el ordenamiento de una justicia social sostenida por la redistribución de la riqueza. No obstante, la “social democracia” evolucionó a lo largo de la segunda mitad del s.XX, sobre todo en Europa, abriendo parcialmente su ideología a la propiedad privada pero concentrando la “justicia social” en un mecanismo de Estado de bienestar (welfare), como el implantado en los países escandinavos y el Reino Unido, por sólo poner dos ejemplos paradigmáticos, que permitiera a los gobiernos satisfacer las necesidades básicas de las clases menos favorecidas con métodos más moderados de redistribución de la riqueza. Entre estas tendencias se ha destacado la democracia cristiana, sobre todo durante los últimos 30 años del siglo pasado, proclamando todo un programa de doctrina social basada con mucho énfasis en lo que identifican como Economía Social de Mercado (ESM), pero haciendo mucho énfasis también en el derecho a la propiedad privada y en los derechos de la persona y de la familia como ejes fundamentales de la sociedad.
La social democracia contemporánea comenzó a cimentarse a partir de 1910, sobre todo en Europa, y la democracia cristiana prosperó después de la II Guerra Mundial, sobre todo en Italia, Alemania, Venezuela y Chile. Ambas tendencias optaron por la senda electoral pluripartidista y en la posguerra rechazaron claramente el estalinismo y su versión leninista, así como también el maoísmo y, posteriormente, el castrismo y otras aberraciones semejantes. Empero, mientras que la democracia cristiana se afirmaba en el cooperativismo y la ESM y se propagaba con dinamismo bajo la sombra de Konrad Adenauer y Amintore Fanfani, entre otros, la social democracia desarrolló sus programas derivando hacia el intervencionismo estatal y el Estado de bienestar como una manera de evitar las crisis típicas del capitalismo y prevenir el desempleo masivo, restringiendo o reglamentando –pero sin llegar a abolir– los mercados de valores, la propiedad privada y el trabajo asalariado. Entre sus principales promotores europeos destacó Carlo Rosselli en Italia en los años anteriores a la guerra. Muchos gobiernos socialdemócratas adoptaron también en gran medida la teoría económica de Keynes, intentando promover un crecimiento económico impulsado por la gradual expansión de la propiedad en manos del Estado hasta controlar las principales industrias y las más estratégicas, así como también por la constante expansión monetaria y por la adopción de presupuestos conducentes a un déficit presupuestario ligeramente inflacionario que pudiera “controlarse” a posteriori con mayores impuestos.
En toda esta evolución, la influencia de Eduard Bernstein fue definitoria para el cauce socialdemócrata, al tiempo que las ideas de Frank Podmore, fundador de la “Fabian Society” británica y las de Sidney Webb se extendían hasta lograr una mayor influencia en Norteamérica. En el resto de Europa tuvieron notable influencia en los primeros tiempos las ideas del líder socialista francés Jean Léon Jaurès. Asimismo, hubo notables transformaciones que aún hoy pasan inadvertidas para la mayoría de la gente, como es el caso de un país que supuestamente es la meca del capitalismo, pero experimentó el llamado “New Deal”, impulsado por Franklyn D. Roosevelt en Estados Unidos, el cual ha sido un programa esencialmente “socialdemócrata” (algunos lo califican de “fabiano”) que ha derivado casi un siglo después en un amplísimo sistema de seguridad social y bienestar público (welfare), promovido esencialmente por quienes optan por llamarse “liberales” o “progresistas” en los últimos tiempos, eludiendo identificarse con el socialismo tan impopular en Norteamérica. Entre los ideólogos que impulsaron inicialmente esta tendencia en Estados Unidos, destacan figuras como Herbert Croly, John Dewey y Woodrow Wilson. A su vez, Roosevelt contó con el abierto apoyo del líder del Partido Socialista Norman Thomas en su programa del “New Deal”.
Ahora bien, la pregunta incisiva ante esta evolución de las tendencias políticas en los siglos XIX y XX es la siguiente: ¿Es socialista la “socialdemocracia”? En realidad, tal “socialismo” democrático tiene matices programáticos extraídos del marxismo, pero en la práctica ha derivado a la implantación de un concepto de gobierno que se identifica como Estado de bienestar (welfare), aunque se trata más bien de un Estado de dependencia, en el cual la mayoría de los ciudadanos depende de lo que el Estado les otorga y no de su capacidad, inventiva e iniciativa para procurarse una vida mejor. Se los otorga a un elevado precio en impuestos, con una elevada ineficacia burocrática y según lo que crea mejor la clase política dominante que, a su vez, responde más al engañoso populismo para satisfacer sus intereses, lograr votos y establecer mayorías parlamentarias. Lo peor es que este sistema socioeconómico impuesto por políticos "socialdemócratas" frena el desarrollo de países como Suecia, Dinamarca o el Reino Unido, que ostentaban altos niveles de crecimiento económico antes de su implantación, pero vieron reducido su crecimiento económico a un promedio que ha oscilado entre el 1% y el 3% anual durante el último medio siglo. En otras palabras, viven de la riqueza adquirida gracias al progreso logrado hasta la década de los años 60.
¿Por qué será entonces que el socialismo ejerce tal hechizo que la gente se niega a reconocer la historia? Una y otra vez, el socialismo condujo al empobrecimiento de naciones como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia e incluso la España democrática en tiempos de Zapatero o la actual bajo la nociva influencia de Pablo Iglesias, las cuales son buenos ejemplos de este hecho.
En los países donde ha imperado la "social democracia" en Europa, lo que en realidad se ha establecido es un liberalismo reciclado que ha heredado el progreso capitalista que se inició en la Revolución Industrial. Subido en el pedestal de ese progreso socioeconómico, la social democracia ha desarrollado en el último medio siglo una enorme burocracia orientada a proveer servicios de educación y salud, y destinada a controlar y suplementar los bajos ingresos y el manejo de las normas de salario mínimo, entre otras medidas de asistencia social bajo el control del Estado, que sufraga los enormes gastos correspondientes con altos impuestos que mayormente obtienen los fondos necesarios de la clase media.
Por otra parte, el cooperativismo, que también algunos identifican con la ideología socialista, es más frecuente en países capitalistas, incluso en Estados Unidos, donde empresas como Gore-Tex, W.W. Norton publishers, Publix, Price Chopper, Dairy Farmers of America, Shoprite, Health Partners, Basin Electric Power Cooperative, Associated Wholesale Grocers, ACE Hardware, etc., etc., son corporaciones o sociedades anónimas de las que sus propios empleados son sus dueños. Sólo estas pocas empresas mencionadas sumaron más de 130 mil millones de dólares en utilidades en 2014, al tiempo que, en general, se cuentan cerca de 3 millones de empleados y trabajadores que son a su vez copropietarios de éstas y otras cooperativas en Estados Unidos.
Ese "socialismo" capitalista también fue ensayado en Suecia a partir de los años 70 con el "Plan Meidner", según el cual los sindicatos comprarían gradualmente acciones mayoritarias de cada empresa hasta que los trabajadores de Suecia pudieran ejercer el control total sobre muchas de las corporaciones del país. Ese plan no prosperó y fue quedando en el rastro del olvido, pero representaba una versión de la propiedad de los medios de producción en manos de los trabajadores que no implicaba una planificación centralizada y dictatorial al estilo soviético.
Por tanto, subrayemos que la esencia del socialismo, según Ludwig von Mises es esta: «Todos los medios de producción se hallan bajo el control exclusivo de la comunidad organizada. Esto y nada más que esto es socialismo. Todas las demás definiciones son engañosas.» Y, por supuesto, la “comunidad organizada” en naciones es el Estado. Puede resumirse también con la breve definición que encontramos en The American Heritage Desk Dictionary: «Una doctrina o movimiento que exige la propiedad pública de las fábricas y otros medios de producción.»
La importancia del control centralizado pasa inadvertida a muchos obnubilados por los cantos de sirena de quienes promueven mayores controles por parte del Estado. Después de generaciones de tal control, gradualmente establecido por la gestión de muchos gobiernos democráticos que han favorecido estas tendencias, es difícil para muchas personas imaginar una alternativa viable sin perder los “beneficios” que les “otorga” el Estado. No logran ver el orden verdaderamente progresista en los sistemas de control descentralizado, como son los mercados y la libre empresa (establecidos dentro de los parámetros de respeto a los derechos humanos), a pesar de que el modelo para ellos está fácilmente disponible y no es otro que el capitalismo, pura y llanamente.