He estado pensando en la necesidad de la sanación interior I
Hace años conocí a un joven que había sufrido mucha persecución a causa de sus ideas políticas, y me dijo: “Yo tengo por escrito los nombres y apellidos de todos los que me la tienen que pagar… y no me hables de Cristo, ni de religión, ni de perdón”.
Me dejó con mal sabor. Lo sentí preso, encadenado por su dolor y su rabia.
Sin revelar su identidad, conté este hecho en una homilía, y luego de hacerlo dije a la comunidad: “Y yo creo que la idea es muy buena, y que todo el mundo debería poner por escrito los nombres de todos aquellos que nos la tienen que pagar. ¡Es más, les pido que cuando lleguen a sus casas escriban, uno por uno, los nombres de esas personas que se las tienen que pagar!”.
El silencio del auditorio era extremo, los alientos contenidos, hasta que añadí: “Y ahora, mientras todavía hay tiempo, vayamos perdonando, uno a uno, a todas esas personas, empecemos a rezar por ellas y a perdonar todo lo que nos han hecho”.
Me acabo de leer “La historia me absolverá”, y me he quedado perplejo ante un Fidel Castro que con toda energía y elocuencia condena del modo más agresivo a un sistema que no se ocupa de su pueblo. Dice textualmente:
“Entendemos por pueblo (…) la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes (…).
Luego arremete, con fuerza arrolladora, contra la impunidad de las autoridades, la corrupción generalizada, el abuso de la legalidad, la presión a personas y a las instituciones a través del miedo.
Habla de “las clases humildes, que están pasando hambre y miseria, mientras la dictadura ha arruinado el país con la conmoción, la ineptitud y la zozobra”, una dictadura que “se dedica a la más repugnante politiquería, inventando fórmulas y más fórmulas de perpetuarse en el poder, aunque tenga que ser sobre un montón de cadáveres”.
Y yo pienso… pienso en las veces en que me he sentido engañado y traicionado por discursos vacíos, pienso en los juicios y las condenas arbitrarias y absurdas a los presos políticos, en las leyes que se promulgan sin consulta previa, en la corrupción que nos corroe y el miedo que nos sumerge.
Palpo a diario el hambre y la miseria de la gente, miro a un país en ruinas, y a un solo partido que se ha perpetuado en el poder por más de 65 años, aplastando sin piedad todo reclamo de diferencia.
Y pienso en los montones y montones de cadáveres, hundidos en el mal, perdidos en las selvas…
Y pienso… qué diferente hubiera sido nuestra historia si el talante de esta Revolución hubiera sido de perdón, de reconciliación, de amnistía, de justicia sin venganza. Qué diferente hubiera sido todo si los que gestaron este proceso hubieran hecho la lista de los agresores y se hubiesen dado tiempo para perdonar.
Continuará…