_“No tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos”._ (Mt 9, 12)
Viviendo la experiencia de un pequeño quiebre de salud que me ha hecho guardar reposo, me ha permitido también escuchar a los vecinos en su cotidiano vivir.
Hoy pasaba el cobrador de la luz, tocaba las puertas diciendo: “la luz” y, qué coincidencia, no había luz. Las vecinas le decían: “¿qué vas a cobrar si no hay?” Se reían cómplices, entendiéndose sin más.
Se oye un grito felicitando a alguien que le llegó el parole hace dos días apenas y ya hoy levantaba su vuelo. Mientras tanto, en mí resonaba ese fragmento del Evangelio, y más allá de lo físico, sentía un dolor inmenso, una sensación honda: Cuba está enferma. A Cuba la han enfermado.
¿Acaso todo el que emigra no se va con el alma rota? Sufre el desgarro, la ruptura, y a menudo se pasa por el borde de una depresión existencial.
Emigrar es un derecho de toda persona, lo único que para nosotros es cuestión de subsistencia, de libertad, de ser lo que soñamos y que no es posible en nuestra tierra.
¿Acaso no enferman los ancianos solos, los que no les alcanzó el parole?
¿No enferman las madres de los presos, buscando qué llevarle a sus hijos recluidos?
¿No enferman nuestros jóvenes que no encuentran sentido en permanecer, los que se drogan, los que matan a otros?
¿No es enfermedad lo que padecen las madres que no pueden comprar merienda para la escuela a sus hijos, ni garantizarles una alimentación adecuada en casa?
¿No se enferma la Iglesia cuando quieren callar sus voces?
¿Y la enfermedad de los enfermos sin medicinas y las pésimas condiciones de las instituciones de salud?
¿No nos enfermamos los que intentamos acompañar, sanar a otros?
¿No nos enferman las advertencias, las amenazas y la represión por el simple hecho de disentir, lo cual es un derecho?
Sí, Cuba, te han enfermado. Te han dejado sin aliento y sin esperanzas. Te han enfermado con imposiciones arbitrarias. Tú, Cuba mía, tienes necesidad de curación, de levantarte sana, de saber que tienes posibilidad dentro de ti, que depende de ti, de tu confianza, de tu resiliencia.
Te lo dice Jesús de Nazaret hoy: _“No he venido a curar a los sanos, sino a los enfermos”._ Abramos nuestro corazón, renovemos nuestra confianza, soñemos con una Cuba diferente y pongamos todo lo que esté de nuestra parte para hacerlo realidad porque tenemos la certeza de que _“nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús”_ (Cf. Rom 8, 39). Y porque podemos confiar en Su palabra, podemos creer que seremos sanados. Reconozcamos nuestras enfermedades y hagamos opción por la salud de los nuestros, la propia y la de tantos.