Londres, Marzo 29.– Los medios de comunicación han titulado su información sobre el último episodio de la discusión del brexit con una coincidencia casi unánime: “El Parlamento británico –decían– toma el control del brexit”. El titular, aunque justificado en la literalidad de las discusiones parlamentarias, tiene poco que ver con la realidad. La verdad es que el problema del brexit en el Reino Unido nadie lo controla. Es un proceso político que parece haber adquirido vida propia y se alimenta del profundo desacuerdo entre las fuerzas políticas, la división interna de estas, la ausencia de liderazgo institucional y la brecha territorial que ha abierto el abandono de la Unión Europea, visto de manera muy diferente en Escocia que en Inglaterra y rodeado de incertidumbres sobre sus efectos en la convivencia de las dos comunidades en Irlanda.
El Parlamento británico puede hacerse la ilusión de que se ha hecho con el control del brexit, pero sólo si olvida que el buen fin del proceso depende de un “acuerdo de retirada” que Bruselas, con toda razón, se niega a reabrir.
Todo lo que sea insistir en la renegociación del acuerdo en un sentido más favorable a las pretensiones, con frecuencia delirantes, de los eurófobos no es más que reincidir en el error y alimentar el espejismo de que la Unión terminará por ceder ante quien ha decidido irse. El Reino Unido fracasó en su estrategia inicial de intentar “bilateralizar” la negociación y dividir la posición europea. No lo ha conseguido y enfrente se ha encontrado con un interlocutor que ha actuado con un alto grado de cohesión.
Tiene razón Theresa May cuando repite que lo que ella ha conseguido en la negociación de la retirada es el mejor acuerdo posible. En ese sentido, la ampliación del plazo para la salida británica acordado en el reciente Consejo Europea no deja de ser un paliativo del embrollo británico que no es probable que contribuya a acelerar una solución. Porque el problema no es Bruselas. El problema es –y lo ha sido siempre desde el referéndum– el Reino Unido, la quiebra política que el brexit ha significado, el deslizamiento de la opinión británica hacia un antieuropeísmo que sólo se ha podido sostener con un mensaje plagado de acusaciones infundadas contra Europa, datos más que discutibles y expectativas que chocan con la realidad.
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