Malta, Feb.8 (FAES).─ El 31 de enero, apenas tres días antes de que tuviera lugar en Malta la reunión informal de los miembros del Consejo Europeo –presidentes y primeros ministros de la UE a veintisiete, ya sin la presencia del Reino Unido–, el primer ministro polaco Donald Tusk les dirigía una carta cuyo texto servía tanto de orden del día como de dura descripción de los retos a los que Europa debe hacer frente y a los que describe como “los más peligrosos de lo que nunca han sido desde la firma del Tratado de Roma”.
Los agrupa en tres amenazas, que concreta en “la nueva situación geopolítica en el mundo y alrededor de Europa” –China, Rusia, Oriente Medio, África, la nueva administración USA–; el “aumento de un sentimiento anti-UE, nacionalista y cada vez más xenófobo dentro de la propia UE”; y “el estado de ánimo de las élites proeuropeas”, capítulo en el que precisa: “Son cada vez más visibles la disminución de la confianza en la integración política, el sometimiento a argumentos populistas, así como las dudas acerca de los valores fundamentales de la democracia liberal”. Es una carta vehemente cuya aconsejable lectura en la web de la UE –– puede servir perfectamente de guía para conocer el índice de problemas que acosan a la UE en los tiempos que vivimos.
Es también una carta que, según las convenciones al uso, puede ser considerada como poco diplomática, sobre todo por lo que se refiere a la incertidumbre que ahora mismo rodea el futuro de la relación entre Europa y los Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump. La misma reunión de Malta, fundamentalmente dedicada a los temas de la emigración hacia Europa, no tuvo en el terreno que había abordado Tusk en su misiva otra cosa que no fuera una breve y cuidadosa versión ofrecida por el mismo Presidente del Consejo y que de manera harto elíptica se refería casi en exclusiva a la importancia del mantenimiento del vínculo transatlántico.
En sus respectivas ruedas de prensa, en general marcadas por la cautela, los miembros del Consejo se limitaron a reafirmar en diversos grados de convicción sus creencias europeístas, mientras evitaban términos que hubieran podido ser considerados como de confrontación frente a la administración Trump. No era difícil concluir que el presidente Tusk había sido desautorizado o al menos reconvenido en la contundencia de sus manifestaciones y que, en la gradación de las declaraciones consiguientes, era ya perceptible la existencia de una “Europa a dos velocidades”. En este caso marcadas por los diversos grados que desde la incertidumbre al rechazo provoca Trump entre los socios europeos. Es difícil imaginar cómo entre ellos pudiera encontrarse alguno que pudiera compartir lo que todavía en fecha reciente, el 27 de enero, le dijo el presidente americano a la primer ministra británica: “El Brexit será una maravilla para vuestro país, tendréis vuestra propia identidad y tendréis a las personas que queráis en vuestro país y podréis hacer tratados comerciales sin tener a nadie que os esté controlando” ...
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