Ya está confirmado: “Estados Unidos no tiene intenciones de promover un cambio de régimen en Cuba”. Lo dijo la asesora de seguridad nacional del presidente Barack Obama, Susan Rice, durante una comparecencia en el Wilson Center de Washington. Nada extraordinario o asombroso si uno contabiliza las decisiones de la política exterior de Estados Unidos con relación a Cuba en los últimos tiempos, pero conveniente, para salir de dudas.
Obama, por ejemplo, invocó el respeto a los derechos humanos como una condición necesaria para mejorar las relaciones diplomáticas entre ambos países, pero la oposición sostiene que las cosas están ahora peor que antes. Afirmó que suspender las sanciones económicas redundará en beneficio de la población, pero los cubanos parece que ya dejaron de creer en los reyes magos y se marchan por miles. Aseguró que no canjearía a Alan Gross por los cinco espías cubanos de la llamada Red avispa, sobre todo Gerardo Hernández, implicado en la muerte de cuatro pilotos de Hermanos al Rescate, pero desestimó el fallo de los tribunales y el clamor público del exilio cubano. Lo mejor, sin embargo, lo ha guardado para el final.
La embajadora Susan Rice parece haber confirmado también un aspecto inconcebible del nuevo panorama diplomático: “Cuba y Estados Unidos han trabajado por la paz en Colombia, pero estamos decepcionados por el resultado del referéndum”, afirmó la funcionaria. Colaboración que pudiera marcar el comienzo de una relación más íntima con el castrismo en la que Washington utilice a La Habana como agente de cambio en Hispanoamérica, aprovechando los recursos de la inteligencia cubana en muchos países de la región.
En cuanto a la “decepción” de la Casa Blanca por el resultado negativo de la consulta popular en Colombia, refleja la injerencia cubanoamericana en la Casa de Nariño: desconoce la voluntad soberana de la mayoría de los colombianos que votaron por el NO en el referéndum, y apoya de facto las concesiones a la guerrilla comprendidas en el voto del SI.
Aun así, en aras de la equidad, no se debe atribuir o culpar a Obama por todas las definiciones de la política norteamericana hacia el castrismo. La suerte de Cuba quedó sellada después de la crisis de los misiles soviéticos en la isla, con el reconocimiento tácito del régimen absolutista cubano a condición de que La Habana no vuelva a poner en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos. Es cierto que al abrigo de esta política de Estado muchos demócratas se han excedido arrimándose al castrismo de forma indecorosa, pero muchos republicanos le han tomado el pelo al exilio cubano contentándole con mentiras piadosas y cajas de música.
Barack Obama ya está preparando las maletas para abandonar la Casa Blanca pero no su activismo político. Ha dejado atado y bien atado un gobierno paralelo en las márgenes del Potomac para desmantelar la vieja América. En la charla de la embajadora Susan Rice en el Wilson Center de Washington se puede encontrar algunas de las claves.
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