El rostro humano de la calamidad
- Miguel Saludes
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El rostro humano de la calamidad
30 Sep 2017 17:56
MIAMI, Estados Unidos.- La imagen de cuatro hombres jugando dominó en una calle inundada de La Habana tras el paso del huracán Irma, puso una nota polémica en las redes sociales. El cuadro de los jugadores, atentos a las fichas del popular juego, despreocupados por el agua que casi les rozaba las asentaderas de sus sillas, provocó una variedad de opiniones sobre lo que para algunos es una cualidad de vida y para otros una muestra de la “decadencia” de una sociedad atrapada en la crisis de un sistema político. Pero aunque se ha convertido en una especie de emblema de la manera de llevar la vida en la Cuba carente de tantas cosas, la foto no es la única. Las hay incluso mejores.
Con el título Irma en La Habana, el portal digital del fotógrafo ruso Leonid Varlamod publicó una variada muestra de fotos tomadas por varios reporteros gráficos. Captadas durante la penetración marina en las áreas cercanas al litoral habanero, las instantáneas ofrecen un fuerte contraste entre la destrucción causada por el fenómeno natural y la actitud de los damnificados, mostrando el rostro menos agrio frente a la adversidad, mientras tratan de seguir la cotidianidad de sus vidas. Llama la atención la muchacha que camina con el agua por encima de sus rodillas llevando sobre una plancha de poliespuma la bolsa “de salir”. Quizás el objeto más preciado que tenga para salvaguardar. Pero la sonrisa que dedica al lente de la cámara es sin duda su mayor riqueza. En otro sitio otra mujer, con el agua a la cintura y un cigarro en la mano, se mantiene junto a la tabla flotante sobre la que ha conseguido salvar algunas viandas. Otra vecina, más afortunada y sumida en el mismo ambiente anfibio, cocina en fogón de gas milagrosamente activo lo que parece ser un fricasé de pollo. Con evidente orgullo muestra su labor ante la indiscreción de la cámara. Lo hace sin mayores aspavientos. Como el señor que casi dando brazadas mantiene en alto una de sus manos sosteniendo un billete con el que posiblemente vaya a realizar la compra de una necesidad. No sería impensable se trate de cigarrillos o ron.
Decenas de rostros en los que el gesto que menos abunda es el de crispación, tristeza o desesperación. Por el contrario, la gente se muestra tal como es, sin poner reparos que le fotografíen, inmersa en el paisaje que el huracán recrea a su alrededor y del que ellos parecen formar parte habitual. De esa manera muestran el grado de destrucción de una nueva calamidad en la que son protagonistas y que deben afrontar de manera directa. Talantes que, como el de los jugadores de dominó, es calificado por algunos como una muestra de salvajismo, irrespeto e irresponsabilidad ante la situación adversa. Y es que cada lugar tiene su propia dinámica que puede ser vista desde diferentes aspectos. Los que se abruman ante las pérdidas de los bienes que poseen y los que apenas se acongojan porque no tiene mucho o nada que perder, poniendo una interrogante sobre el sentido pleno de la felicidad.
Estas catástrofes tropicales del 2017, con historias diferentes en cada sitio por el que han pasado, dejan por igual enseñanzas particulares, que se adecuan al lugar y al momento donde la furia natural se hizo sentir. En Miami, como en otras ciudades de la Florida, el principal trastorno vino por la falta de fluido eléctrico. Una adversidad tremenda en una sociedad acostumbrada a que la luz nunca falle y a la comodidad del aire acondicionado, sin el que resulta casi imposible concebir la estancia en esta zona del territorio norteamericano.
La ayuda de equipos provenientes de otros estados de la Unión resultó indispensable para la pronta recuperación de los servicios. Un esfuerzo en el que aunaron norteños rubicundos de pura cepa, negros afroamericanos e hispanos que día y noche estuvieron trabajando como especialistas o reforzando la labor de la policía en el cuidado de las zonas afectadas. No es ilógico pensar que en los de este último grupo humano estuvieran presentes aquellos que un día llegaron bajo la sombra de la ilegalidad. Como también ocurrió en las inundaciones de Houston, donde abundaron escenas emocionantes de salvamentos en la que no pocos de esos demonizados emigrantes de habla hispana, que muchas veces perciben la hostilidad del ambiente contra su condición, se dieron a la tarea de salvar vidas y bienes, sin mayores beneficios que la motivación solidaria.
Son las razones que, en medio de estas tragedias naturales, dan sentido a aquella expresión de la recta escritura divina hecha con trazos torcidos. Una frase que adquiere sentido cuando no existen respuestas en circunstancias duras. En este caso para hacer ver que lo más importante no está en la manera de vivir o que la felicidad está en los bienes materiales. Son los valores de la vida en comunidad, la solidaridad humana y la compasión, que hacen saltar los mejores sentimientos y actitudes esos bienes inapreciables que debemos proteger en todo momento. En los buenos y sobre todo en los malos. De estos últimos debería quedar la memoria de esas imágenes que en definitiva nos hacen mejores, aun cuando ya no tenemos nada, rodeados de agua y oscuridad, donde el brillo de una sonrisa o en la actitud aparentemente despreocupada de una pose, se trasparenta la mayor riqueza que puede atesorar el ser humano.
Con el título Irma en La Habana, el portal digital del fotógrafo ruso Leonid Varlamod publicó una variada muestra de fotos tomadas por varios reporteros gráficos. Captadas durante la penetración marina en las áreas cercanas al litoral habanero, las instantáneas ofrecen un fuerte contraste entre la destrucción causada por el fenómeno natural y la actitud de los damnificados, mostrando el rostro menos agrio frente a la adversidad, mientras tratan de seguir la cotidianidad de sus vidas. Llama la atención la muchacha que camina con el agua por encima de sus rodillas llevando sobre una plancha de poliespuma la bolsa “de salir”. Quizás el objeto más preciado que tenga para salvaguardar. Pero la sonrisa que dedica al lente de la cámara es sin duda su mayor riqueza. En otro sitio otra mujer, con el agua a la cintura y un cigarro en la mano, se mantiene junto a la tabla flotante sobre la que ha conseguido salvar algunas viandas. Otra vecina, más afortunada y sumida en el mismo ambiente anfibio, cocina en fogón de gas milagrosamente activo lo que parece ser un fricasé de pollo. Con evidente orgullo muestra su labor ante la indiscreción de la cámara. Lo hace sin mayores aspavientos. Como el señor que casi dando brazadas mantiene en alto una de sus manos sosteniendo un billete con el que posiblemente vaya a realizar la compra de una necesidad. No sería impensable se trate de cigarrillos o ron.
Decenas de rostros en los que el gesto que menos abunda es el de crispación, tristeza o desesperación. Por el contrario, la gente se muestra tal como es, sin poner reparos que le fotografíen, inmersa en el paisaje que el huracán recrea a su alrededor y del que ellos parecen formar parte habitual. De esa manera muestran el grado de destrucción de una nueva calamidad en la que son protagonistas y que deben afrontar de manera directa. Talantes que, como el de los jugadores de dominó, es calificado por algunos como una muestra de salvajismo, irrespeto e irresponsabilidad ante la situación adversa. Y es que cada lugar tiene su propia dinámica que puede ser vista desde diferentes aspectos. Los que se abruman ante las pérdidas de los bienes que poseen y los que apenas se acongojan porque no tiene mucho o nada que perder, poniendo una interrogante sobre el sentido pleno de la felicidad.
Estas catástrofes tropicales del 2017, con historias diferentes en cada sitio por el que han pasado, dejan por igual enseñanzas particulares, que se adecuan al lugar y al momento donde la furia natural se hizo sentir. En Miami, como en otras ciudades de la Florida, el principal trastorno vino por la falta de fluido eléctrico. Una adversidad tremenda en una sociedad acostumbrada a que la luz nunca falle y a la comodidad del aire acondicionado, sin el que resulta casi imposible concebir la estancia en esta zona del territorio norteamericano.
La ayuda de equipos provenientes de otros estados de la Unión resultó indispensable para la pronta recuperación de los servicios. Un esfuerzo en el que aunaron norteños rubicundos de pura cepa, negros afroamericanos e hispanos que día y noche estuvieron trabajando como especialistas o reforzando la labor de la policía en el cuidado de las zonas afectadas. No es ilógico pensar que en los de este último grupo humano estuvieran presentes aquellos que un día llegaron bajo la sombra de la ilegalidad. Como también ocurrió en las inundaciones de Houston, donde abundaron escenas emocionantes de salvamentos en la que no pocos de esos demonizados emigrantes de habla hispana, que muchas veces perciben la hostilidad del ambiente contra su condición, se dieron a la tarea de salvar vidas y bienes, sin mayores beneficios que la motivación solidaria.
Son las razones que, en medio de estas tragedias naturales, dan sentido a aquella expresión de la recta escritura divina hecha con trazos torcidos. Una frase que adquiere sentido cuando no existen respuestas en circunstancias duras. En este caso para hacer ver que lo más importante no está en la manera de vivir o que la felicidad está en los bienes materiales. Son los valores de la vida en comunidad, la solidaridad humana y la compasión, que hacen saltar los mejores sentimientos y actitudes esos bienes inapreciables que debemos proteger en todo momento. En los buenos y sobre todo en los malos. De estos últimos debería quedar la memoria de esas imágenes que en definitiva nos hacen mejores, aun cuando ya no tenemos nada, rodeados de agua y oscuridad, donde el brillo de una sonrisa o en la actitud aparentemente despreocupada de una pose, se trasparenta la mayor riqueza que puede atesorar el ser humano.
The following user(s) said Thank You: Gerardo E. Martínez-Solanas, Luis Fleischman
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