Los globos de Cantolla que nos sobrevuelan
- Miguel Saludes
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Los globos de Cantolla que nos sobrevuelan
21 Mar 2023 03:40 - 21 Mar 2023 03:49
De la generación de nuestros padres heredamos frases y expresiones que por costumbre hicimos nuestras, aun cuando muchas veces desconocíamos su origen. Así por ejemplo para describir una historia poco o nada creíble, decíamos que era una mentira más grande que el Globo de Cantolla. Al parecer la frase tenía que ver con una comedia mexicana de título homónimo, estrenada en los cines cubanos en la década de los cuarenta. Descarto la tradición asiática de los globos de Cantoya o linternas de Kongming que se han popularizado en muchas partes del mundo durante las celebraciones de nuevo año, poque en Cuba este ritual era desconocido.La aparición de un “extraño” globo en el espacio de Estados Unidos y los hechos posteriores relacionados con su procedencia y travesía, así como otros sucesos, con o sin conexión aparente, reavivaron el recuerdo de aquella forma popular que teníamos para designar una narrativa fantasiosa o difícil de creer.
El aparato sospechoso de espiar secretos militares norteamericanos, detectado a ojos vistas sobre un punto sensible de la geografía de Montana después de atravesar Alaska y gran parte del territorio canadiense, terminó siendo derribado en el Atlántico, a pocas millas de las costas de South Carolina. Una trayectoria en la que varios estados estadounidenses vieron sobrevolar al enigmático intruso. El incidente, lejos de concluir con la destrucción del globo, dio paso a nuevos eventos aerostáticos. A diferencia del primero, reconocido por Pekín, sobre los que siguieron cayó un misterioso velo acerca de su procedencia. Fuentes del gobierno llegaron a insinuar que podrían tratarse de un evento OVNI, ergo una incursión extraterrestre. La respuesta llegó con la drástica orden del derribo de todos los objetivos detectados. Según reportes de prensa, cada misil utilizado para esta misión tenía un coste de 400 mil dólares. Uno de los objetos derribados requirió dos de esos proyectiles porque el primero erró el blanco. O sea, 800 mil dólares para destruir un artilugio cuyo valor no pasaba los 14 dólares según las declaraciones de posibles propietarios, una asociación que se denomina Brigada de Globos con Tapones de Botella, de Illinois.
En 2017 se produjo el lanzamiento de la llamada “madre de todas las bombas” sobre una elevación en territorio pakistaní. El ingenio explosivo con un precio calculado en más de 800 mil dólares fue utilizado para destruir supuestos refugios talibanes. Además de provocar una treintena de bajas entre los militantes rebeldes, según reportes, la explosión barrió con el ecosistema del lugar y posibles asentamientos humanos. Una acción desproporcionada que se justificó como una acción de castigo con un costo similar al que ahora se dedicó al tema de los globos, con la diferencia de que esta referencia comparativa bordea los límites entre el absurdo y lo ridículo. Y aquí es donde comienza a tomar forma aquello del Globo de Cantolla (o de Cantoya) y la razón que podría esconder el episodio.
Semanas antes de estas apariciones misteriosas, en Ohio ocurrió el descarrilamiento de un tren cargado de productos tóxicos, altamente nocivos para la salud humana y el medio ambiente. Algunas voces, tal vez de manera exagerada, describieron el suceso como El Chernóbil norteamericano. Pero había razones para alarmarse cuando las noticias filtraron que entre las sustancias derramadas a consecuencias de accidente estaba el cloruro de vinilo, producto altamente cancerígeno. A lo anterior habría que añadir el silencio casi generalizado que los medios dedicaron a esta información, o la poca cobertura brindada más allá de la que dieron fuentes independientes. El hecho de que Evan Lambert, reportero del NewsNation, fuera arrestado por agentes de la policía y de la Guardia Nacional cuando intentaba cubrir la noticia, encendió las alarmas sobre la gravedad del suceso. Pero la catástrofe de Ohio no fue la única en acontecer en los albores de esa aparición estelar que tanto revuelo causara.
En la primera semana de febrero el periodista norteamericano Seymour Hersh publicó un artículo en el que señalaba a Estados Unidos y a miembros de la OTAN como los principales gestores de las explosiones que sacaron del servicio a los gaseoductos Nord Stream en septiembre del 2022. Según lo revelado por el artículo de Hersh, la orden provino directamente del presidente Joe Biden. Una noticia que al igual que los accidentes ferroviarios en Ohio, Texas, Minnesota, Arizona y Carolina del Sur, así como la explosión en una planta metalúrgica (también en Ohio), apenas recibió difusión en los medios nacionales e internacionales, fuera de los medios locales e independientes, detalle que se utiliza para socavar la credibilidad de la publicación colocándola en las lindes conspirativas de la falsedad. Esto a pesar de la trayectoria de un informador catalogado desde los años sesenta como “el azote” de los presidentes de Estados Unidos, Premio Pulitzer por su reportaje sobre la masacre de My Lai en 1973 y reconocido por denunciar los primeros bombardeos norteamericanos en Camboya, el espionaje de la CIA contra activistas opuestos a la guerra, la trama del golpe en Chile, los programas de arsenales químicos, la falsa existencia de armas químicas en Irak o las torturas en el centro de detenciones Abu Graib. En esta ocasión el célebre periodista recibe una lluvia de críticas y acusaciones de todo tipo y colores ideológicos que buscan desmentir o restar crédito a lo publicado. Algo comprensible cuando la censura proviene de sectores de poder señalados por el reportaje, pero no tanto cuando las críticas se producen desde otros ámbitos. Un ejemplo ilustrativo de esto último se constata en el artículo de Antonio Mestre publicado en el sitio La Marea.com. “El último reportero de EE. UU., como se autodenominó en su autobiografía, hace mucho tiempo que dejó de ser lo que fue…” así se refiere Mestre al señor Hersh, citando los “desvaríos” del periodista norteamericano en artículos donde pone en evidencia la trama operativa que eliminó a Bin Laden o ataques químicos del que fue acusado el ejército de Al Assad en Alepo. Me pregunto si realmente hay que creer al cien por ciento las versiones oficiales de estos eventos rodeados de tantas interrogantes y ambivalencias, solo porque lo respalden medios que cada día tienden más a la parcialización y a la manipulación en beneficio de los poderes establecidos. El mismo Mestre lo reconoce cuando para explicar su crítica contra Hersh expone que: ...”es muy fácil creer que EE. UU. pueda haber hecho una operación de ese porte. No solo porque tiene los medios, la motivación y la experiencia, sino porque la historia nos enseña que en el pasado EE. UU. hizo operaciones de este tipo con bastante asiduidad en sus campañas de desestabilización internacional.” Y concluye: “Si tuviera que apostar mi escaso patrimonio sobre quién voló Nord Stream 2, lo pondría sin dudar a EE. UU. Pero los que estamos en contra del azar, las apuestas y las conspiraciones como base fundamental del análisis político y del periodismo necesitamos hechos para afirmarlo.”
Las consideraciones del periodista Mestre sobre el requerimiento de pruebas de peso para confirmar la aseveración hecha por Hersh, valdrían igual en el giro inusitado que cobró este particular cuando Alemania, tras meses en silencio, anunciaba poseer evidencias sobre quien o quienes hicieron el sabotaje. Una investigación que se destapó precisamente tras concluir un viaje del Canciller alemán a Washington, y que apunta a la parte ucraniana la acción contra el gaseoducto asentado en el lecho del Báltico. La pesquisa de fuentes oficiales norteamericanas y medios alemanes acreditada por el New York Times merece iguales reparos dejando paso a una pregunta que salta a la vista. ¿Por qué esta versión suena más real que la del señor Helsh? ¿Por qué tiene que resultar más creíble que tras casi seis meses de aquel suceso se localice una supuesta embarcación que sirvió de base operativa a los seis saboteadores con pasaportes falsos? Una historia tan poco fiable que necesitó la ayuda dejada caer por el ministro de defensa alemán Boris Pistorius, quien previno sobre el peligro de llegar a conclusiones prematuras sobre el un acto terrorista que pudo ser parte de una posible operación de falsa bandera. Así la leyenda de los ucranianos salidos de puerto polaco con una carga importante de dinamita para una operación que los alemanes comienzan a ver como un acto hostil hacia ellos ahora pudiera cambiar de actores. Como es de suponer las críticas a estas versiones no aparecen en los medios principales que se limitan a difundirlas sin cuestionamiento alguno. Lo mismo ocurre con los contradictorios detractores de Hersh.
Al final ya no se habla de la aparición de nuevos globos y objetos volantes no identificados, a pesar de que cada día se lanzan cientos en los cielos de todo el planeta, con diferentes fines. Al final algunos siguen mirando a las alturas para ver si surgen nuevas amenazas bajo la apariencia de esferas inflables o presuntos OVNIS. La aparición de ciertas noticias inquietantes sobre incursiones alienígenas al sistema solar ayuda a mantener las expectativas de esos vigilantes, que no se percatan que los verdaderos peligros se encuentran a la altura de sus miradas, justo sobre esa tierra que pisan en la precariedad de sus vidas y la perturbadora visión de un futuro lleno de inseguridades. Una verdad que es más grande que el globo de Cantolla. O de Cantoya si se prefiere.
El aparato sospechoso de espiar secretos militares norteamericanos, detectado a ojos vistas sobre un punto sensible de la geografía de Montana después de atravesar Alaska y gran parte del territorio canadiense, terminó siendo derribado en el Atlántico, a pocas millas de las costas de South Carolina. Una trayectoria en la que varios estados estadounidenses vieron sobrevolar al enigmático intruso. El incidente, lejos de concluir con la destrucción del globo, dio paso a nuevos eventos aerostáticos. A diferencia del primero, reconocido por Pekín, sobre los que siguieron cayó un misterioso velo acerca de su procedencia. Fuentes del gobierno llegaron a insinuar que podrían tratarse de un evento OVNI, ergo una incursión extraterrestre. La respuesta llegó con la drástica orden del derribo de todos los objetivos detectados. Según reportes de prensa, cada misil utilizado para esta misión tenía un coste de 400 mil dólares. Uno de los objetos derribados requirió dos de esos proyectiles porque el primero erró el blanco. O sea, 800 mil dólares para destruir un artilugio cuyo valor no pasaba los 14 dólares según las declaraciones de posibles propietarios, una asociación que se denomina Brigada de Globos con Tapones de Botella, de Illinois.
En 2017 se produjo el lanzamiento de la llamada “madre de todas las bombas” sobre una elevación en territorio pakistaní. El ingenio explosivo con un precio calculado en más de 800 mil dólares fue utilizado para destruir supuestos refugios talibanes. Además de provocar una treintena de bajas entre los militantes rebeldes, según reportes, la explosión barrió con el ecosistema del lugar y posibles asentamientos humanos. Una acción desproporcionada que se justificó como una acción de castigo con un costo similar al que ahora se dedicó al tema de los globos, con la diferencia de que esta referencia comparativa bordea los límites entre el absurdo y lo ridículo. Y aquí es donde comienza a tomar forma aquello del Globo de Cantolla (o de Cantoya) y la razón que podría esconder el episodio.
Semanas antes de estas apariciones misteriosas, en Ohio ocurrió el descarrilamiento de un tren cargado de productos tóxicos, altamente nocivos para la salud humana y el medio ambiente. Algunas voces, tal vez de manera exagerada, describieron el suceso como El Chernóbil norteamericano. Pero había razones para alarmarse cuando las noticias filtraron que entre las sustancias derramadas a consecuencias de accidente estaba el cloruro de vinilo, producto altamente cancerígeno. A lo anterior habría que añadir el silencio casi generalizado que los medios dedicaron a esta información, o la poca cobertura brindada más allá de la que dieron fuentes independientes. El hecho de que Evan Lambert, reportero del NewsNation, fuera arrestado por agentes de la policía y de la Guardia Nacional cuando intentaba cubrir la noticia, encendió las alarmas sobre la gravedad del suceso. Pero la catástrofe de Ohio no fue la única en acontecer en los albores de esa aparición estelar que tanto revuelo causara.
En la primera semana de febrero el periodista norteamericano Seymour Hersh publicó un artículo en el que señalaba a Estados Unidos y a miembros de la OTAN como los principales gestores de las explosiones que sacaron del servicio a los gaseoductos Nord Stream en septiembre del 2022. Según lo revelado por el artículo de Hersh, la orden provino directamente del presidente Joe Biden. Una noticia que al igual que los accidentes ferroviarios en Ohio, Texas, Minnesota, Arizona y Carolina del Sur, así como la explosión en una planta metalúrgica (también en Ohio), apenas recibió difusión en los medios nacionales e internacionales, fuera de los medios locales e independientes, detalle que se utiliza para socavar la credibilidad de la publicación colocándola en las lindes conspirativas de la falsedad. Esto a pesar de la trayectoria de un informador catalogado desde los años sesenta como “el azote” de los presidentes de Estados Unidos, Premio Pulitzer por su reportaje sobre la masacre de My Lai en 1973 y reconocido por denunciar los primeros bombardeos norteamericanos en Camboya, el espionaje de la CIA contra activistas opuestos a la guerra, la trama del golpe en Chile, los programas de arsenales químicos, la falsa existencia de armas químicas en Irak o las torturas en el centro de detenciones Abu Graib. En esta ocasión el célebre periodista recibe una lluvia de críticas y acusaciones de todo tipo y colores ideológicos que buscan desmentir o restar crédito a lo publicado. Algo comprensible cuando la censura proviene de sectores de poder señalados por el reportaje, pero no tanto cuando las críticas se producen desde otros ámbitos. Un ejemplo ilustrativo de esto último se constata en el artículo de Antonio Mestre publicado en el sitio La Marea.com. “El último reportero de EE. UU., como se autodenominó en su autobiografía, hace mucho tiempo que dejó de ser lo que fue…” así se refiere Mestre al señor Hersh, citando los “desvaríos” del periodista norteamericano en artículos donde pone en evidencia la trama operativa que eliminó a Bin Laden o ataques químicos del que fue acusado el ejército de Al Assad en Alepo. Me pregunto si realmente hay que creer al cien por ciento las versiones oficiales de estos eventos rodeados de tantas interrogantes y ambivalencias, solo porque lo respalden medios que cada día tienden más a la parcialización y a la manipulación en beneficio de los poderes establecidos. El mismo Mestre lo reconoce cuando para explicar su crítica contra Hersh expone que: ...”es muy fácil creer que EE. UU. pueda haber hecho una operación de ese porte. No solo porque tiene los medios, la motivación y la experiencia, sino porque la historia nos enseña que en el pasado EE. UU. hizo operaciones de este tipo con bastante asiduidad en sus campañas de desestabilización internacional.” Y concluye: “Si tuviera que apostar mi escaso patrimonio sobre quién voló Nord Stream 2, lo pondría sin dudar a EE. UU. Pero los que estamos en contra del azar, las apuestas y las conspiraciones como base fundamental del análisis político y del periodismo necesitamos hechos para afirmarlo.”
Las consideraciones del periodista Mestre sobre el requerimiento de pruebas de peso para confirmar la aseveración hecha por Hersh, valdrían igual en el giro inusitado que cobró este particular cuando Alemania, tras meses en silencio, anunciaba poseer evidencias sobre quien o quienes hicieron el sabotaje. Una investigación que se destapó precisamente tras concluir un viaje del Canciller alemán a Washington, y que apunta a la parte ucraniana la acción contra el gaseoducto asentado en el lecho del Báltico. La pesquisa de fuentes oficiales norteamericanas y medios alemanes acreditada por el New York Times merece iguales reparos dejando paso a una pregunta que salta a la vista. ¿Por qué esta versión suena más real que la del señor Helsh? ¿Por qué tiene que resultar más creíble que tras casi seis meses de aquel suceso se localice una supuesta embarcación que sirvió de base operativa a los seis saboteadores con pasaportes falsos? Una historia tan poco fiable que necesitó la ayuda dejada caer por el ministro de defensa alemán Boris Pistorius, quien previno sobre el peligro de llegar a conclusiones prematuras sobre el un acto terrorista que pudo ser parte de una posible operación de falsa bandera. Así la leyenda de los ucranianos salidos de puerto polaco con una carga importante de dinamita para una operación que los alemanes comienzan a ver como un acto hostil hacia ellos ahora pudiera cambiar de actores. Como es de suponer las críticas a estas versiones no aparecen en los medios principales que se limitan a difundirlas sin cuestionamiento alguno. Lo mismo ocurre con los contradictorios detractores de Hersh.
Al final ya no se habla de la aparición de nuevos globos y objetos volantes no identificados, a pesar de que cada día se lanzan cientos en los cielos de todo el planeta, con diferentes fines. Al final algunos siguen mirando a las alturas para ver si surgen nuevas amenazas bajo la apariencia de esferas inflables o presuntos OVNIS. La aparición de ciertas noticias inquietantes sobre incursiones alienígenas al sistema solar ayuda a mantener las expectativas de esos vigilantes, que no se percatan que los verdaderos peligros se encuentran a la altura de sus miradas, justo sobre esa tierra que pisan en la precariedad de sus vidas y la perturbadora visión de un futuro lleno de inseguridades. Una verdad que es más grande que el globo de Cantolla. O de Cantoya si se prefiere.
Last edit: 21 Mar 2023 03:49 by Miguel Saludes.
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