La frase se ha puesto de moda en algunos, “son migrantes, pues fuera, porque son criminales”. Pero eso no es ni justo ni cierto.
En Estados Unidos, proporcionalmente los inmigrantes cometen la mitad de los crímenes que cometen los oriundos de estas tierras norteamericanas.
Nadie duda que tenemos que deportar a los inmigrantes violentos y criminales que contaminan el tejido social. Pero hay algo íntimo y espiritual que nos une a los que llegan a estas tierras en busca de libertad, bienestar, paz social y no cometen delito alguno, como lo hizo la Primera Dama de Estados Unidos, Melania Trump en 1996.
Y es que en cada inmigrante hay una persona con cuerpo y alma que forma parte de la familia humana, que es parte de la dignidad y el propósito de la creación y sobre la que recae la bendición misericordiosa de la mano de Dios.
Estados Unidos es un nación desarrollada, rica, productiva, industrial, con las Fuerzas Armadas más poderosa del mundo y con reservas de petróleo, minerales, productos agrícolas, alimentos secos y agua abundante. Pero además ha sido un país generoso con el inmigrante a través de su historia y de esa premisa se construye parte de su grandeza moral.
Pero esta percepción de generosidad parece estar cambiando en algunos dirigentes de Estados Unidos. Los inmigrantes se han convertido en una SUB CLASE perseguida, discriminada y sin documentos. Con persistencia y decoro ellos trabajan en el campo recogiendo tomates, cuidando niños discapacitados en las ciudades, son excelentes trabajadores de la construcción, limpian jardines, residencias, hoteles y cloacas,
Entonces, la unica política migratoria que se le ocurre a algunos de nuestros políticos estadounidenses es la deportación sin misericordia de estos seres humanos buenos y con familias muy decentes, aunque sin papeles.
Pero la deportación de migrantes o el rechazarlos no es una política exclusiva de Donald Trump y su gobierno, porque la Administración de Barack Obama tiene el record de haber deportado a 2.5 millones de migrantes durante sus 8 años como inquilino de la Casa Blanca.
Si alguna verdad humana íntima asiste a los inmigrantes, es que son hijos de Dios, con nuestras mismas creencias y necesidades.
Estados Unidos tiene la obligación moral de protegerlos y no expulsarlos…