Sin miel para el oso
- Vicente Echerri
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Sin miel para el oso
18 Feb 2017 17:47
La renuncia de Michael Flynn como asesor de Seguridad Nacional, cuando acababa de estrenar el puesto, ha servido para frenar abruptamente lo que se percibía como una nueva política de acercamiento, de rapprochement, entre Estados Unidos y Rusia. El hecho de que la dimisión de Flynn obedezca a su conversación con el embajador ruso, cuando sólo era un particular del equipo de transición del presidente Trump, es visto, con razón, como un revés para la luna de miel con Putin que algunos pronosticaban. Y de esa impresión no sólo se hacen eco los medios occidentales, sino también los rusos.
En Moscú fueron muchos los que brindaron con champaña y caviar el triunfo electoral de Trump. Se había convertido en su candidato. Esperaban, a partir de algunas de sus declaraciones durante la campaña, que podría ser un mejor interlocutor para Vladimir Putin, por quien incluso llegó a manifestar alguna admiración; a lo que se sumaba el haber calificado a la OTAN de “obsoleta” y decir que Estados Unidos reduciría su responsabilidad con esta alianza. Estos avisos eran como panales de miel para el oso ruso. Podría sobreentenderse que la nueva administración norteamericana se avendría a los deseos del Kremlin de contener el avance de la OTAN en los países de su entorno, de respetar lo que Rusia ve como su legítima esfera de influencia e incluso de llegar a validar la anexión de Crimea que la comunidad internacional —y particularmente las grandes democracias occidentales— ha condenado de manera unánime.
Pero, a casi un mes de la llegada de Trump al poder, estas expectativas no sólo parecen hoy más remotas que durante la campaña electoral, sino que se ven abiertamente contradichas. La posible injerencia rusa en las pasadas elecciones norteamericanas, de ser cierta, como muchos denuncian, ha tenido un efecto de rebote que afecta adversamente el mayor acercamiento con Rusia de parte del nuevo gobierno que era lo que proponía conseguir. La reacción ha cobrado su primera víctima con Flynn, al tiempo que el secretario de Defensa Jim Mattis, ante sus socios de la alianza atlántica, negaba la colaboración militar con Rusia, reafirmaba el compromiso de Estados Unidos con la OTAN y reconocía el intento de interferencia de los rusos en los comicios de varias democracias. Por su parte, Rex Tillerson, el nuevo secretario de Estado de Estados Unidos, que se reunió en Bonn con su homólogo ruso en el marco de un encuentro de cancilleres, dijo el jueves que Rusia debe cumplir con el acuerdo de 2015 respecto a concluir la guerra civil en Ucrania que se libra entre el gobierno de ese país y rebeldes respaldados por Moscú. El Secretario parecía subrayar que esta conducta de los rusos determinaría el rumbo que habrían de seguir las relaciones.
A pesar del chapoteo que en este y otros terrenos ha armado la llegada de Trump a la presidencia; el establishment, las obligaciones contraídas y, en definitiva, los “intereses” de Estados Unidos han empezado a imponerse por encima de la retórica del nuevo inquilino de la Casa Blanca y de sus exégetas de los medios de prensa. Aun podremos asistir —y no estaría mal— a un mayor acercamiento de este país con Rusia, pero ese acercamiento no será un cheque en blanco a Putin, como pronosticaron los más tremendistas, sino que se verá justamente trabado por muchas condiciones y no contemplará, en ningún caso, el abandono de los compromisos que han definido la política exterior norteamericana de los últimos 70 años. Las inclinaciones rusófilas de Trump, en mi opinión, serán a la larga un obstáculo más que una palanca en el replanteo de estas relaciones bilaterales.
©Echerri 2017
En Moscú fueron muchos los que brindaron con champaña y caviar el triunfo electoral de Trump. Se había convertido en su candidato. Esperaban, a partir de algunas de sus declaraciones durante la campaña, que podría ser un mejor interlocutor para Vladimir Putin, por quien incluso llegó a manifestar alguna admiración; a lo que se sumaba el haber calificado a la OTAN de “obsoleta” y decir que Estados Unidos reduciría su responsabilidad con esta alianza. Estos avisos eran como panales de miel para el oso ruso. Podría sobreentenderse que la nueva administración norteamericana se avendría a los deseos del Kremlin de contener el avance de la OTAN en los países de su entorno, de respetar lo que Rusia ve como su legítima esfera de influencia e incluso de llegar a validar la anexión de Crimea que la comunidad internacional —y particularmente las grandes democracias occidentales— ha condenado de manera unánime.
Pero, a casi un mes de la llegada de Trump al poder, estas expectativas no sólo parecen hoy más remotas que durante la campaña electoral, sino que se ven abiertamente contradichas. La posible injerencia rusa en las pasadas elecciones norteamericanas, de ser cierta, como muchos denuncian, ha tenido un efecto de rebote que afecta adversamente el mayor acercamiento con Rusia de parte del nuevo gobierno que era lo que proponía conseguir. La reacción ha cobrado su primera víctima con Flynn, al tiempo que el secretario de Defensa Jim Mattis, ante sus socios de la alianza atlántica, negaba la colaboración militar con Rusia, reafirmaba el compromiso de Estados Unidos con la OTAN y reconocía el intento de interferencia de los rusos en los comicios de varias democracias. Por su parte, Rex Tillerson, el nuevo secretario de Estado de Estados Unidos, que se reunió en Bonn con su homólogo ruso en el marco de un encuentro de cancilleres, dijo el jueves que Rusia debe cumplir con el acuerdo de 2015 respecto a concluir la guerra civil en Ucrania que se libra entre el gobierno de ese país y rebeldes respaldados por Moscú. El Secretario parecía subrayar que esta conducta de los rusos determinaría el rumbo que habrían de seguir las relaciones.
A pesar del chapoteo que en este y otros terrenos ha armado la llegada de Trump a la presidencia; el establishment, las obligaciones contraídas y, en definitiva, los “intereses” de Estados Unidos han empezado a imponerse por encima de la retórica del nuevo inquilino de la Casa Blanca y de sus exégetas de los medios de prensa. Aun podremos asistir —y no estaría mal— a un mayor acercamiento de este país con Rusia, pero ese acercamiento no será un cheque en blanco a Putin, como pronosticaron los más tremendistas, sino que se verá justamente trabado por muchas condiciones y no contemplará, en ningún caso, el abandono de los compromisos que han definido la política exterior norteamericana de los últimos 70 años. Las inclinaciones rusófilas de Trump, en mi opinión, serán a la larga un obstáculo más que una palanca en el replanteo de estas relaciones bilaterales.
©Echerri 2017
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