La democracia es consenso. Sin el consenso indispensable, se traduce en partidocracia o, peor aún, en una inicial dictadura de las mayorías que acaba desembocando en las tiranías. La democracia americana ha sido ejemplar durante siglos en el mantenimiento de ese consenso que se sustenta en la Constitución y las leyes, así como también en el orden que depende de los convencionalismos sociales y un profundo sentido de urbanidad.
Muchos hemos lamentado en esta campaña presidencial que los electores hayan escogido a tres candidatos presidenciales que dejaban mucho que desear. Vimos con desaliento en las primarias que los dos principales partidos se pronunciaron por la Sra. Clinton y el Sr. Sanders entre los Demócratas y por Donald Trump y Ted Cruz por los Republicanos. Entre los Libertarios seleccionaron a Gary Johnson, pese a que había también otros excelentes candidatos. Pero los electores se pronunciaron democráticamente y los otros candidatos quedaron fuera del favor del electorado.
Podemos lamentar estas decisiones electorales y muchos lamentarán la decisión final que ha elegido a Donald Trump como Presidente. No obstante, formamos parte de una democracia que respeta la Constitución, las leyes y el orden. En eso radica el consenso democrático necesario para mantener la estabilidad de la nación. Por eso también los Presidentes electos en esta gran nación han gozado siempre de un período de colaboración formal que se calificaba jocosamente como una "luna de miel" que solía prolongarse por 100 ó 200 días para darle tiempo de armar su gabinete, formular su programa de gobierno y proceder a sus primeras decisiones antes de verse confrontado por críticas y oposición.
Es lastimoso y muy lamentable que ahora un sector de la población no sólo se niegue a reconocer a Donald Trump como su Presidente sino que sale en agresivas manifestaciones, organizadas simultáneamente en varias ciudades por intereses ocultos, para entorpecer, aun antes de que haya comenzado, la labor de gobierno del nuevo mandatario. En otras palabras, declaran a Trump culpable antes de cometer el supuesto crimen y las evidencias que enarbolan en su contra son los poco acertados argumentos de su campaña electoral, los cuales, como en toda lid democrática, pueden haber sido formulados como una simple estrategia que no ha de reflejar necesariamente la orientación real de su labor ejecutiva.
Esta actitud de protesta anticipada está orientada a mantener dividida a la nación, con las peores consecuencias para un proceso que puede destruir la democracia americana y su fundamento de consenso nacional. Donald Trump, pese a todos los argumentos en su contra, es el Presidente electo en un proceso democrático que se ajusta a la Constitución y las leyes del país. Merece nuestra formal y decidida colaboración en los primeros pasos de su gobierno. Dejemos las críticas para juzgar sus errores futuros cuando los cometa. Tienen los habitantes de Estados Unidos la libertad de criticar lo criticable, unidos como pueblo en el consenso nacional de una democracia verdadera. Usemos esa libertad con objetividad y responsabilidad.
Es malsano fomentar el odio de un sector de la población contra otro. Es malsano rechazar las decisiones democráticas por la sencilla razón de que no cuadran a nuestras aspiraciones particulares. Los buenos ciudadanos aceptan y respetan todas las opiniones y dirimen sus diferencias en un diálogo civilizado dentro de los parámetros de la democracia en que viven. Cualquier otra estrategia es antidemocrática.