Cuatro años más de sanciones a cambio del voto presidencial

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Cuatro años más de sanciones a cambio del voto presidencial

25 Oct 2020 19:57
#11484
"El destino de Cuba necesariamente tiene que pasar por una conciliación entre todos los cubanos. No puedo concebir que los cubanos vivamos enfrentados con otros cubanos y que la política sea el rasero que separe a un cubano de otro, creo que todo lo que se pueda hacer por obtener esa conciliación es necesario, porque la patria no es de nadie, a patria es de todos los cubanos, estén donde estén, aunque hayamos sido arrastrados Como polvo en el viento". Coincido plenamente con esta idea expresada por el escritor Leonardo Padura durante el lanzamiento de su más reciente novela en Zócalo de la capital mexicana.  También cuando Padura afirma que el diferendo entre Estados Unidos y Cuba se encuentra en su el punto más bajo con la actual administración norteamericana. 

Lejos de aquellas jornadas de enfrentamientos verbales, encontronazos diplomáticos y amenazas de agresiones directas, ahora la retórica confrontativa entre las dos orillas se desenvuelve en un terreno más burdo. Esto a pesar de la existencia de relaciones entre ambos países, restablecidas con el gobierno demócrata de Obama, y que la mayoría de los nombres del liderazgo partidista cubano han cambiado sustancialmente debido al paso inexorable del tiempo. Si no fuera por la presión económica de las sanciones que llueven desde el Norte hacia la Isla, las cosas pudieran pasar como una cuestión de maniobra politiquera sin mayores consecuencias. Aunque de ese ingrediente tampoco falta en el discurso y algunos hechos relacionados, que alimentan esta situación. 

Durante uno de los últimos mítines de la campaña republicana celebrados en Miami, el actual vicepresidente de Estados Unidos pidió el voto cubano americano para reelegir a Donald Trump bajo el compromiso de mantener las sanciones hacia Cuba cuatro años más. No dijo gobierno cubano, sino Cuba. Y fue correcto en su referencia al país. Porque en verdad quienes están llevando la peor parte de esta política es la mayor parte de la gente común que conforman la nación cubana y no un grupo específico de ella. En otro segmento de su discurso, Pence alegó que esas penalidades solo serían eliminadas cuando la “libertad fuera restaurada y los presos políticos liberados”. Promesas que pueden asegurarle un voto a la dupla republicana para mantenerse un segundo período en la Casa Blanca porque son las que esperan escuchar sus seguidores, pero en verdad para nada funcionales, y mucho menos efectivas. Sería más serio y práctico abordar directamente la situación de los presos políticos y su liberación por las vías negociadoras restablecidas, de acuerdo con un análisis realista y serio de esos casos. 
Por otro lado, resulta contradictorio que el voto cubano americano -no el tradicional que se autocalifica de histórico sino el que ha ido arribando en estos últimos años y se ha hecho con el derecho al voto al obtener la ciudadanía norteamericana- aplauda un discurso que promete mayores privaciones para sus familiares y amigos en su tierra de origen. Las justificaciones pudieran parecer válidas bajo el repetido cliché de que las restricciones ayudan a evitar que las ganancias generadas por diferentes rubros (el turístico y hotelero entre otros) quede en manos del régimen cubano. Es complejo argumentar desde la experiencia personal para rebatir el error que se esconde tras esas afirmaciones. Primero que estas medidas en nada contribuyen con las libertades ni producen soluciones reales en ninguna parte. Más bien generan el empobrecimiento de los ciudadanos, mientras que por otra parte agudizan el enconamiento, los crispamientos y el atrincheramiento de posiciones. En definitiva, el dinero siempre va a parar a manos de los que están en el poder. Me remito simplemente al ejemplo de la Polonia comunista de los años setenta, que en nada cumplía con los cánones occidentales de democracia y libertades. Se trataba de una nación enclavada dentro del llamado Telón de Acero, cuya capital era entonces la sede económica y militar de aquel tratado que llevaba su nombre. Cabe cuestionar dónde radicaba la diferencia en benignidad y tolerancia de aquel régimen bajo cuyas órdenes se había reprimido cruelmente las manifestaciones tempranas en los astilleros de Gdansk, para merecer una política diametralmente opuesta a la que hoy funciona sobre Cuba y que otorgaba a Polonia el estatus de nación favorecida en el comercio con Estados Unidos y unas relaciones bastante abiertas con sus vecinos de la Europa capitalista. Por su parte el exilio polaco, y menos aún la inmensa población de su diáspora distribuida en Estados Unidos, Canadá, Argentina Francia o Australia, buscó entorpecer o influir negativamente en los asuntos de su país. Incluso cuando cobró fuerzas el movimiento liderado por Solidaridad cuya porfía se tradujo en la salida democrática y el ingreso de Polonia al concierto de las naciones “libres” del mundo. El entrecomillado es porque el concepto de las libertades se ha relativizado mucho. Mientras en aquellos años grises los polacos gozaban de concesiones que en otros contextos eran impensables, hoy en disfrute pleno de democracia desde allí surgen voces de alarma sobre el peligro que corren esas facultades bajo nuevas formas de autoritarismo: para unos por el dictamen conservadurista de una extrema derecha en el poder y para otros desde el liberalismo de oscuras elites globalizadoras empeñadas en imponer sus agendas e intereses. 

Acercándonos de nuevo al tema cubano vale el detenimiento ante el posicionamiento de un grupo numeroso de emigrados pidiendo sanciones para la isla. Es curioso que esta postura sea asumida por aquellos que, habiendo llegado en los últimos tiempos, son los que tienen mayor contacto con la otra orilla. Envían remesas a sus familiares, pagan servicios de celulares o de internet y viajan con frecuencia llevando recursos deficitarios y de necesidad a los suyos. Contradictoriamente se manifiestan a favor de unas medidas que les están llevando a ellos mismos a límites extremos. Destaca la subida astronómica del precio de los pasajes, derivada no solo de la pandemia sino por el cierre de vuelos chárter y la suspensión de viajes directos a capitales de provincia, a las que ahora solo es posible acceder desde La Habana o a través de itinerarios con varias escalas internacionales, con el consecuente aumento de los costes. Igual de onerosa resulta la absurda trasposición de gestiones consulares, especialmente las que tienen que ver con trámites migratorios, a legaciones norteamericanas situadas en terceros países, para los que hay que invertir más cantidad de dinero a veces solo para que a la persona le denieguen el beneficio o como ocurre con los ganadores de visados de lotería en la situación de comenzar desde cero los trámites al vencerse el plazo del permiso migratorio ante las trabas que han supuesto los problemas del coronavirus. A esto hay que añadir las limitantes restablecidas para los envíos de remesas y tantas otras vías de ayuda, que lejos de promover el ascenso de una incipiente sociedad de emprendedores independientes más bien la ha paralizado, causando en muchos casos la ruina de ese sector. 

¿Entonces, para qué se piden cuatro años más de sanciones? ¿Se trata acaso de la creación de un clima propicio para que la población cubana, desesperada por la situación, se lance a las calles en una hipotética rebelión que obligue a la salida forzada del régimen? Un supuesto no solo condenable por inmoral, sino de consecuencias impredecibles. Porque las personas más bien pudieran optar por cualquier vía migratoria, incluyendo la de lanzarse al mar como ha ocurrido otras veces, para enrumbar hacia el Norte.  La cuestión versaría sobre si esas puertas se abrirían de nuevo para recibir a los emigrantes económicos con todos los beneficios que ahora mismo se les niega a migrantes de otros países. No creo que la respuesta sea positiva, porque en realidad el gobierno de Trump, que se ha manifestado abiertamente contrario a la entrada de emigrantes a Estados Unidos y que cada vez pone mayores obstáculos a esa posibilidad, no iría a hacer una excepción hacia los cubanos y mucho menos restituir la ley de pie seco y pie mojado derogada por Obama. ¿O sí?... Tal vez esa interrogante abierta sea la que anime a los cubanoamericanos de última generación a dar su voto al actual inquilino de la Casa Blanca y su promesa de prorroga sancionadora para un nuevo periodo presidencial.    

El multimillonario de origen cubano Jorge Pérez, fundador del museo de arte que lleva su apellido en Miami y que acogió el foro electoral de Donald Trump celebrado en la ciudad floridana, manifestó en una reciente entrevista realizada por el Canal 51 su desacuerdo con el retroceso que ha experimentado la política implementada por Obama hacia Cuba desde el 2016. Lamenta el señor Pérez que además de paralizar un proceso que comenzaba a funcionar no se dio a este ni siquiera tiempo para prosperar. No soy votante de Trump y difiero en muchas de sus actitudes. Para ser contradictorio creo estar de acuerdo en otras. Pero en la que en nada coincido es precisamente en su política hacia Cuba. Un punto en el que prefiero apostar, como señalan Padura y el empresario Jorge Pérez, por la conciliación y una política de negociaciones inteligente. Lo contrario, restricciones y sanciones, ciertamente harán más agresiva la vida cotidiana de los que viven en la Isla, pero no conseguirán la llegada de aperturas, cambios ni emancipaciones. 
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