La autoridad del Papa en la Iglesia Sinodal y el Conciliarismo
- Gerardo E. Martínez-Solanas
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La autoridad del Papa en la Iglesia Sinodal y el Conciliarismo
17 Dec 2023 22:38
En los tiempos en que vivimos, la Iglesia y la sociedad en general están sometidos a un constante bombardeo de información que se ha descontrolado en un maremágnum de noticias falsas e interpretaciones mal intencionadas.
Así está sucediendo en relación con el Sínodo de Obispos que convocó el Papa Francisco en septiembre de 2021, el cual comenzó el 17 de octubre de 2021 y se extenderá hasta 2024, bajo el tema titulado "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión". En el libro titulado "La Huella del Cristianismo en la Historia" destaco que el Papa invitó a todos los fieles en la primera etapa de esa renovada visión de una iglesia sinodal "a interrogarse sobre un tema decisivo para su vida y su misión: «Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio»”. En el Documento Preparatorio se plantea "¿cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal) ese ‘caminar juntos’ que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que le fue confiada; y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?".
A continuación reconozco que "circulan muchas versiones controversiales sobre las intenciones y decisiones del Papa Francisco que implican cambios en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, pero el juicio de lo que está ocurriendo en nuestros días queda para historiadores futuros." (pág.322)
En realidad, hay justificados temores de que esta "sinodalidad" desemboque en un regreso al "conciliarismo" que tuvo en jaque la unidad de la Iglesia en el siglo XIV. Esta tendencia planteaba que la autoridad de la Iglesia descansaba en la comunidad cristiana en su conjunto, representada por un Concilio general que sólo reconocía al Papa como un agente ejecutor de sus decisiones. Así se forjó la teoría por la cual el Papa funcionaría como una especie de monarca constitucional bajo la autoridad de un Concilio general.
Lamentablemente, esta democratización de la jerarquía eclesiástica provocó conflictos que dividieron a la Iglesia en grupos rivales y desembocó en el confuso período de los “Papas de Aviñón”, que abarca siete pontificados entre 1305 y 1378, sacudidos por el surgimiento de Papas rivales (o antipapas), en el que la lucha por el Papado se convirtió en un campo de batalla de los principales poderes políticos de la época, hasta el punto que en un momento dado hubo tres Papas rivales reconocidos por grupos enfrascados en una contienda por el poder temporal en lo que se ha calificado como el «Cisma de Occidente» o «la gran controversia de los antipapas». En cuestiones de fe no funciona la democracia porque las doctrinas religiosas no dependen de las decisiones o caprichos de una mayoría sino de los fundamentos permanentes de la ética y los principios que las sostienen. No obstante, en nuestros días persisten ideas que, a veces, son muy bien intencionadas pero que provocan la confusión y la duda. Por eso algunos católicos se confunden cuando escuchan los argumentos de algún cristiano ortodoxo que niega la primacía papal, basando sus argumentos en el papel de Santiago en relación con San Pedro en el primer concilio ecuménico, el Concilio de Jerusalén (Hechos 15:1-20).
Analicemos esto: Algunos ortodoxos afirman que Santiago, y no Pedro, tenía primacía entre los apóstoles en ese concilio y, por lo tanto, los sucesores de Pedro (los Papas) no tienen primacía sobre los otros sucesores de los apóstoles (los obispos). El abate Guettée, un católico convertido a la Iglesia Ortodoxa, defiende así este argumento:
"Cuando los apóstoles se reunieron en Jerusalén, Pedro habló en concilio sólo como un simple miembro de la asamblea, ni siquiera el primero, sino después de muchos otros. Se sintió obligado, en presencia de los otros apóstoles, algunos antiguos discípulos y algunos fieles seguidores, a renunciar públicamente a su opinión sobre la necesidad de la circuncisión y otras ceremonias judaicas. Santiago, obispo de Jerusalén, resumió la discusión, propuso la resolución que fue adoptada y actuó como el verdadero presidente de la asamblea. Los apóstoles entonces no consideraban a San Pedro como la piedra fundamental de la Iglesia".
Haciéndose eco de este argumento, otro católico convertido a la ortodoxia, Michael Whelton, escribe:
"Comprensiblemente, la Iglesia Católica Romana siempre ha enseñado que Pedro presidió el concilio, pero Santiago ocupó la sede episcopal de Jerusalén. Como vemos en Hechos 15 y como corresponde a su papel, él resumió la discusión y dictó el juicio. Por lo tanto, la conclusión obvia es que los compañeros apóstoles de San Pedro y los líderes de la comunidad cristiana de Jerusalén no lo veían como la única piedra fundamental de la Iglesia".
Este es también un argumento que a menudo esgrimen los protestantes cuando se pronuncian en contra del papado, y la respuesta de los católicos debería ser la misma en este caso: Sencillamente, que el Papa no está obligado a presidir un concilio ecuménico. Es cierto que preside según el derecho canónico moderno (CIC 338 §1), pero esta disposición no es un dogma de la Iglesia sino una norma que puede modificarse. Lo sabemos porque la Iglesia católica considera plenamente legítimo el Segundo Concilio Ecuménico (381), que fue presidido por Gregorio Nacianceno (329-390) y más tarde por Melecio de Antioquía (m. 381). Por tanto, los católicos no creen que la ausencia del Sumo Pontífice en un concilio o su aceptación de que alguien más lo presida reste valor a la primacía papal.
De hecho, cuando el Papa preside un concilio ecuménico, eso no significa que deba ser la figura principal. Por ejemplo, en el Concilio Vaticano II, hubo una participación considerable de los obispos, junto con los expertos en teología que contribuyeron activamente a la redacción de algunos de los documentos del concilio. En la práctica los papas no están obligados a participar activamente en un concilio más allá de su indispensable ratificación final.
En otras palabras, incluso si se concediera que Santiago presidió el Concilio de Jerusalén, una apreciación que ciertamente puede ser cuestionada, no iría en contra de la primacía papal, porque la pretensión de primacía no significa que el Papa tenga que tomar la iniciativa u ofrecer personalmente la última palabra en cada concilio. Sin embargo, todavía hay evidencia considerable (por ejemplo, el lenguaje usado por Pedro y Santiago y el hecho de que Pedro resuelve el debate) que sugiere que Pedro dirigió el concilio en Jerusalén, no Santiago.
En resumen, este esfuerzo de Sinodalidad puede desembocar en un Conciliarismo desintegrador y cismático si se enfoca en una estructura democratizadora en la que el Papa funcione como "Poder Ejecutivo" al servicio de las decisiones de los obispos actuando como un "Poder Legislativo" que dicta por mayoría de votos las orientaciones de la doctrina de la Iglesia. Por consiguiente, para evitar una tendencia que pueda conducir a un cisma es importante reconocer que los sucesores de Pedro no son dictadores sino moderadores con autoridad definitoria. No son infalibles más que en temas de doctrina dogmática pero son la autoridad necesaria para mantener unida a la Iglesia.
Ha habido papas cuyo pontificado ha sido deplorable y corrupto, y otros movidos más por las ansias de poder que por su vocación religiosa, pero ninguno de ellos, ni el peor ni el más corrupto, ha promovido herejía o desviación alguna de la doctrina fundamental que ha mantenido unida a la Iglesia por 20 siglos. Los católicos confían en que Jesús, el Cristo, no pudo haberse equivocado al fundamentar su Iglesia sobre la piedra firme del Pontificado. Él conocía bien las debilidades humanas y sus posibles consecuencias.
En su precioso libro titulado "Por qué somos Católicos", Trent Horn explica que: "Jesús dijo a los apóstoles: «Yo dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí» (Lc 22: 29). Como cualquier rey responsable, Jesús eligió a una persona, el apóstol Pedro, para cuidar de su reino como Primer Ministro. El profesor protestante Craig Keener explica, en su comentario al evangelio de Mateo, que «Jesús juega con el apodo de Simón (Pedro) que sería una especie de «pétreo» en el lenguaje actual: Pedro es «pétreo» y sobre esa piedra Jesús edificará su Iglesia" (pág.97).
En otras palabras, quienes se llamen "Cristianos" no pueden abrigar la duda de que Jesús se equivocó al establecer la primacía de Pedro y sus sucesores.
Así está sucediendo en relación con el Sínodo de Obispos que convocó el Papa Francisco en septiembre de 2021, el cual comenzó el 17 de octubre de 2021 y se extenderá hasta 2024, bajo el tema titulado "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión". En el libro titulado "La Huella del Cristianismo en la Historia" destaco que el Papa invitó a todos los fieles en la primera etapa de esa renovada visión de una iglesia sinodal "a interrogarse sobre un tema decisivo para su vida y su misión: «Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio»”. En el Documento Preparatorio se plantea "¿cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal) ese ‘caminar juntos’ que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que le fue confiada; y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?".
A continuación reconozco que "circulan muchas versiones controversiales sobre las intenciones y decisiones del Papa Francisco que implican cambios en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, pero el juicio de lo que está ocurriendo en nuestros días queda para historiadores futuros." (pág.322)
En realidad, hay justificados temores de que esta "sinodalidad" desemboque en un regreso al "conciliarismo" que tuvo en jaque la unidad de la Iglesia en el siglo XIV. Esta tendencia planteaba que la autoridad de la Iglesia descansaba en la comunidad cristiana en su conjunto, representada por un Concilio general que sólo reconocía al Papa como un agente ejecutor de sus decisiones. Así se forjó la teoría por la cual el Papa funcionaría como una especie de monarca constitucional bajo la autoridad de un Concilio general.
Lamentablemente, esta democratización de la jerarquía eclesiástica provocó conflictos que dividieron a la Iglesia en grupos rivales y desembocó en el confuso período de los “Papas de Aviñón”, que abarca siete pontificados entre 1305 y 1378, sacudidos por el surgimiento de Papas rivales (o antipapas), en el que la lucha por el Papado se convirtió en un campo de batalla de los principales poderes políticos de la época, hasta el punto que en un momento dado hubo tres Papas rivales reconocidos por grupos enfrascados en una contienda por el poder temporal en lo que se ha calificado como el «Cisma de Occidente» o «la gran controversia de los antipapas». En cuestiones de fe no funciona la democracia porque las doctrinas religiosas no dependen de las decisiones o caprichos de una mayoría sino de los fundamentos permanentes de la ética y los principios que las sostienen. No obstante, en nuestros días persisten ideas que, a veces, son muy bien intencionadas pero que provocan la confusión y la duda. Por eso algunos católicos se confunden cuando escuchan los argumentos de algún cristiano ortodoxo que niega la primacía papal, basando sus argumentos en el papel de Santiago en relación con San Pedro en el primer concilio ecuménico, el Concilio de Jerusalén (Hechos 15:1-20).
Analicemos esto: Algunos ortodoxos afirman que Santiago, y no Pedro, tenía primacía entre los apóstoles en ese concilio y, por lo tanto, los sucesores de Pedro (los Papas) no tienen primacía sobre los otros sucesores de los apóstoles (los obispos). El abate Guettée, un católico convertido a la Iglesia Ortodoxa, defiende así este argumento:
"Cuando los apóstoles se reunieron en Jerusalén, Pedro habló en concilio sólo como un simple miembro de la asamblea, ni siquiera el primero, sino después de muchos otros. Se sintió obligado, en presencia de los otros apóstoles, algunos antiguos discípulos y algunos fieles seguidores, a renunciar públicamente a su opinión sobre la necesidad de la circuncisión y otras ceremonias judaicas. Santiago, obispo de Jerusalén, resumió la discusión, propuso la resolución que fue adoptada y actuó como el verdadero presidente de la asamblea. Los apóstoles entonces no consideraban a San Pedro como la piedra fundamental de la Iglesia".
Haciéndose eco de este argumento, otro católico convertido a la ortodoxia, Michael Whelton, escribe:
"Comprensiblemente, la Iglesia Católica Romana siempre ha enseñado que Pedro presidió el concilio, pero Santiago ocupó la sede episcopal de Jerusalén. Como vemos en Hechos 15 y como corresponde a su papel, él resumió la discusión y dictó el juicio. Por lo tanto, la conclusión obvia es que los compañeros apóstoles de San Pedro y los líderes de la comunidad cristiana de Jerusalén no lo veían como la única piedra fundamental de la Iglesia".
Este es también un argumento que a menudo esgrimen los protestantes cuando se pronuncian en contra del papado, y la respuesta de los católicos debería ser la misma en este caso: Sencillamente, que el Papa no está obligado a presidir un concilio ecuménico. Es cierto que preside según el derecho canónico moderno (CIC 338 §1), pero esta disposición no es un dogma de la Iglesia sino una norma que puede modificarse. Lo sabemos porque la Iglesia católica considera plenamente legítimo el Segundo Concilio Ecuménico (381), que fue presidido por Gregorio Nacianceno (329-390) y más tarde por Melecio de Antioquía (m. 381). Por tanto, los católicos no creen que la ausencia del Sumo Pontífice en un concilio o su aceptación de que alguien más lo presida reste valor a la primacía papal.
De hecho, cuando el Papa preside un concilio ecuménico, eso no significa que deba ser la figura principal. Por ejemplo, en el Concilio Vaticano II, hubo una participación considerable de los obispos, junto con los expertos en teología que contribuyeron activamente a la redacción de algunos de los documentos del concilio. En la práctica los papas no están obligados a participar activamente en un concilio más allá de su indispensable ratificación final.
En otras palabras, incluso si se concediera que Santiago presidió el Concilio de Jerusalén, una apreciación que ciertamente puede ser cuestionada, no iría en contra de la primacía papal, porque la pretensión de primacía no significa que el Papa tenga que tomar la iniciativa u ofrecer personalmente la última palabra en cada concilio. Sin embargo, todavía hay evidencia considerable (por ejemplo, el lenguaje usado por Pedro y Santiago y el hecho de que Pedro resuelve el debate) que sugiere que Pedro dirigió el concilio en Jerusalén, no Santiago.
En resumen, este esfuerzo de Sinodalidad puede desembocar en un Conciliarismo desintegrador y cismático si se enfoca en una estructura democratizadora en la que el Papa funcione como "Poder Ejecutivo" al servicio de las decisiones de los obispos actuando como un "Poder Legislativo" que dicta por mayoría de votos las orientaciones de la doctrina de la Iglesia. Por consiguiente, para evitar una tendencia que pueda conducir a un cisma es importante reconocer que los sucesores de Pedro no son dictadores sino moderadores con autoridad definitoria. No son infalibles más que en temas de doctrina dogmática pero son la autoridad necesaria para mantener unida a la Iglesia.
Ha habido papas cuyo pontificado ha sido deplorable y corrupto, y otros movidos más por las ansias de poder que por su vocación religiosa, pero ninguno de ellos, ni el peor ni el más corrupto, ha promovido herejía o desviación alguna de la doctrina fundamental que ha mantenido unida a la Iglesia por 20 siglos. Los católicos confían en que Jesús, el Cristo, no pudo haberse equivocado al fundamentar su Iglesia sobre la piedra firme del Pontificado. Él conocía bien las debilidades humanas y sus posibles consecuencias.
En su precioso libro titulado "Por qué somos Católicos", Trent Horn explica que: "Jesús dijo a los apóstoles: «Yo dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí» (Lc 22: 29). Como cualquier rey responsable, Jesús eligió a una persona, el apóstol Pedro, para cuidar de su reino como Primer Ministro. El profesor protestante Craig Keener explica, en su comentario al evangelio de Mateo, que «Jesús juega con el apodo de Simón (Pedro) que sería una especie de «pétreo» en el lenguaje actual: Pedro es «pétreo» y sobre esa piedra Jesús edificará su Iglesia" (pág.97).
En otras palabras, quienes se llamen "Cristianos" no pueden abrigar la duda de que Jesús se equivocó al establecer la primacía de Pedro y sus sucesores.
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