Prólogo
Bajo la larga sombra de la COVID‑19, el 2020 ha sido un año oscuro. Los científicos llevaban años advirtiendo de una pandemia como esta, señalando el aumento de los patógenos zoonóticos —los que tienen capacidad para pasar de los animales a las personas— como reflejo de las presiones de los seres humanos sobre la Tierra.
Estas presiones han crecido de manera exponencial en los últimos 100 años. Los seres humanos hemos logrado cosas increíbles, pero también hemos llevado nuestro planeta al límite. Cambio climático, desigualdades flagrantes, cifras nunca vistas de personas que se ven obligadas a abandonar sus hogares por conflictos y crisis... Estos son los resultados de unas sociedades que valoran lo que miden en lugar de medir lo que valoran.
De hecho, las presiones que ejercemos sobre el planeta son ya tan elevadas que los científicos están estudiando si la Tierra ha entrado en una época geológica completamente nueva: el Antropoceno, la era de los seres humanos. Esto significa que somos las primeras personas que vivimos en una era definida por las elecciones humanas, en la que el riesgo dominante para nuestra supervivencia somos nosotros mismos.
La próxima frontera del desarrollo humano consistirá en promover este desarrollo eliminando las presiones planetarias. La exploración de esa frontera es el propósito fundamental de esta 30ª edición del Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD.
Para sobrevivir y prosperar en esta nueva era, debemos trazar una nueva senda del progreso que respete los destinos entrelazados de las personas y el planeta, y reconozca que la huella material y de carbono de quienes más tienen está socavando las oportunidades de las personas que menos tienen.
A modo de ejemplo, las acciones de un indígena en la Amazonia, cuya gestión ayuda a proteger buena parte de las selvas tropicales del mundo, compensa una cantidad de emisiones de carbono equivalente a las que genera una persona perteneciente al 1% más rico del planeta. Sin embargo, los pueblos indígenas continúan sufriendo penurias, persecución y discriminación.
Cuatro mil generaciones podrían vivir y morir antes de que el dióxido de carbono liberado desde la Revolución Industrial hasta la actualidad se eliminara de la atmósfera. Pero los responsables de la toma de decisiones siguen subvencionando los combustibles fósiles, prolongando así nuestra dependencia del carbono como si se tratara de una droga que circula por las venas de la economía.
Aunque los países más ricos del mundo podrían registrar hasta 18 días menos de fenómenos meteorológicos extremos cada año a lo largo de la vida de una persona como consecuencia de la crisis climática, los países más pobres podrían experimentar hasta 100 días más. Esta cifra se podría reducir a la mitad si el Acuerdo de París se aplicara plenamente.
Ha llegado el momento de cambiar. La elección sobre nuestro futuro no es entre las personas o la naturaleza, son las dos o ninguna.
Cuando en 1990 el Informe sobre Desarrollo Humano cuestionó por primera vez la primacía del crecimiento como medida del progreso, la Guerra Fría seguía condicionando la geopolítica, acababa de inventarse Internet y muy pocas personas habían oído hablar del cambio climático. En aquel momento el PNUD ofrecía una alternativa al producto interno bruto (PIB) con miras al futuro, clasificando a los países según la libertad y la oportunidad de su población de llevar una vida que valorara. De ese modo afloró un nuevo debate sobre lo que significa llevar una buena vida y las formas de conseguirlo.
Treinta años después las cosas han cambiado mucho, pero la esperanza y las posibilidades no. Si las personas son capaces de crear una época geológica completamente nueva, seguro que también pueden optar por cambiar. No somos la última generación del Antropoceno; somos la primera en reconocerlo. Somos los exploradores, los innovadores que tenemos la oportunidad de decidir por qué queremos que sea recordada la primera generación del Antropoceno.
¿Se nos recordará por los fósiles que dejamos atrás, especies extinguidas hace mucho tiempo, hundidas y fosilizadas en el barro junto con cepillos de dientes y tapones de botellas de plástico, un legado de pérdidas y desechos? ¿O dejaremos una impronta mucho más valiosa: un equilibrio entre el ser humano y el planeta, un futuro justo y equitativo?
El informe La próxima frontera: el desarrollo humano y el Antropoceno plantea esta elección, ofreciendo una alternativa necesaria y que invita a la reflexión frente a la parálisis ante el aumento de la pobreza y la desigualdad, unido a un alarmante cambio planetario. Presenta un nuevo Índice de Desarrollo Humano ajustado por las presiones planetarias, de carácter experimental, con el que confiamos en abrir un nuevo debate sobre la trayectoria futura de cada país, una senda todavía inexplorada. El camino a seguir después de la COVID‑19 será una aventura para toda una generación. Ojalá todas las personas decidamos emprenderla juntas.
Achim Steiner
Administrador del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo