El maniqueísmo es una doctrina cosmológica dualista, que todo lo concibe como la lucha entre un mundo espiritual, noble, y de luz y un mundo material malvado y de oscuridad. El maniqueísmo considera que el mundo está dividido en el bien o en el mal, en bueno o malo, negro o blanco. Cuando adoptamos esa doctrina del bien o del mal para nuestro pensamiento político, la civilidad se vuelve casi imposible.
La política actual norteamericana se ajusta a ese patrón dualista: los demócratas se ven a sí mismos como defensores de un mundo de luz igualitario, y se imaginan a los republicanos como los malvados ocupantes de un mundo material de oscuridad. En política hemos perdido la visión de que compartimos objetivos finales y que nuestras diferencias son sobre la mejor manera de lograr esos objetivos.
Recordemos, por ejemplo, cuando Alan Grayson, entonces Representante Demócrata para el noveno distrito del Congreso de La Florida, afirmó, que el plan de atención médica ofrecido por los republicanos de la Cámara significaba que estos querían que los norteamericanos "murieran rápidamente". Además, el frecuente vilipendio del presidente Trump no es la forma en que deberíamos intercambiar con personas con las que no estamos de acuerdo.
Sin embargo, sería erróneo concluir que esta incivilidad es nueva en la política americana. Al principio de la República los Fundadores se enfrentaron en desagradables batallas entre Federalistas y Anti-Federalistas. Más tarde sufrimos la división del país durante la Guerra Civil, y nuevamente durante el movimiento por los derechos civiles y la Guerra de Vietnam. Lo que es nuevo, es el comportamiento público maniqueo del bien contra el mal y hacia los adversarios.
Mani, que nació en el siglo III D.C., tuvo una visión religiosa y se sintió obligado a convertirse en profeta. Según él, Dios creó dos mundos, el de la Luz y el de las Tinieblas. En el momento de la creación estos mundos estaban totalmente separados, pero las Tinieblas penetraron en el mundo de la Luz y produjo el mal.
Mani, quien llamó a sus enseñanzas la "Religión de la Luz", afirmó ser la reencarnación de Buda, el Señor Krishna, Zoroastro y Jesús dependiendo del contexto de su predicación en un momento dado. Sus enseñanzas negaban la omnipotencia de Dios y postulaban dos poderes en conflicto.
Nuestra política demócrata-republicana, al igual que el maniqueísmo, presenta el conflicto como el mundo espiritual de la luz contra el material de la oscuridad. El maniqueísmo fue una de las religiones más extendidas del mundo y, durante un tiempo, se convirtió en el principal rival del cristianismo. Curiosamente, Agustín de Hipona, (San Agustín) fue maniqueo durante nueve años antes de convertirse al cristianismo.
El término civilidad se deriva de la raíz latina civilis, que alude a normas de comportamiento en comunidad. Es el respeto que nos debemos unos a otros en la vida pública. Sin embargo, en la mayoría de los aspectos de la cultura norteamericana, el espíritu que nos define hoy se mueve de la cordialidad a la tosquedad vitriólica. Pero ¿qué explica ese giro hacia la incivilidad?
Algunos estudiosos sostienen que las redes sociales se han convertido en una moderna plaza pública donde millones de ciudadanos debaten ideas libremente. Afirman que el anonimato inherente a las redes sociales, sin consecuencias ni responsabilidad, es propicio para el debate incivil. Además, la naturaleza instantánea de las redes sociales inhibe el razonamiento en favor de la velocidad de tecleo.
Una tesis atribuye nuestra falta de civilidad política a la manipulación partidista, donde el resultado es que los políticos eligen a sus votantes en lugar de que los votantes elijan a sus representantes. La manipulación de los datos demográficos en el mapa político contribuye a una situación electoral en la que los miembros del otro partido político son vistos como enemigos innecesarios para aprobar legislaciones bipartidistas.
La democracia es un sistema político diseñado para promover el intercambio entre adversarios y la fusión de ideas, en un proceso de toma de decisiones que requiere de zonas intermedias de avenencia. La democracia no es una doctrina maniquea del bien o el mal, negra o blanca. Para preservar nuestra democracia, la civilidad debe seguir definiendo nuestro espíritu político.