Humanismo Cristiano en tiempos de coronavirus

La Pandemia del Covid-19 que ha asolado al mundo durante prácticamente todo el primer semestre de 2020, y que todavía no sabemos cuándo va a finalizar, con un trágico balance de muertes de 431,543 personas, y 7,854,513 casos a nivel mundial, al 14 de junio de 2020, comenzando por China, y azotando con gran intensidad primero a Corea del Sur, y posteriormente a Europa y Estados Unidos, y en el momento en que escribo, trasladando su foco a América Latina, no solamente ha tenido un tan triste número de fallecidos, sino que ha dado lugar a una crisis económica, política y social sin precedente, desde la gran depresión de 1930.


Sin hacer una valoración de quien lo ha hecho mejor o peor, sí se sabe que la mejor manera de protegerse del coronavirus causante de la enfermedad, es el distanciamiento social, el uso de mascarillas y el lavado frecuente de las manos, mientras no aparezca una vacuna efectiva, u otro tratamiento antiviral o de anticuerpos, que permita a las personas volver a la normalidad existente antes de la pandemia.


Países como Corea del Sur, lograron doblegar la pandemia con un estricto aislamiento y una política agresiva de pruebas y seguimiento de posibles contagios, en muy poco tiempo; otros como España después de un nivel de contagio y muertes sin precedentes, lo han logrado también. Nueva Zelanda se ha declarado libre de Covid-19 (8 junio 2020), en uno de los casos más exitosos del manejo de la pandemia. En los Estados Unidos, el foco más poderoso y agresivo ha sido el del estado de Nueva York y otros adyacentes como Nueva Jersey. Nueva York también lo ha ido doblegando poco a poco. Sin embargo, el país en general, con el número mayor de contagios y muertes en el mundo, todavía no lo ha logrado, y hay muchos estados en los que los contagios están aumentando de forma muy preocupante, entre ellos la Florida.


En estas condiciones, y después de tres meses de confinamiento, un gran número de países está reabriendo sus economías, en un proceso de desescalada que está siendo meticulosamente controlado por unos, y mucho menos por otros, con el gran peligro de un gran rebrote en estos últimos, que podría ser mucho más peligroso que este primer brote, con el número de vidas y tragedias que ha costado, así como con la espada de Damocles de un segundo confinamiento e inclusive un mayor descalabro económico.


Creo que el Humanismo Cristiano tiene mucho que decirnos en estos momentos tan difíciles por los que está pasando la humanidad.


Cristo es la muestra más profunda del humanismo que nos proporciona nuestra fe cristiana: Dios nos envía a su Hijo, quien se hace Hombre para salvarnos, y para mostrarnos que Dios es Padre y es Amor. ¿Puede haber algo más hermoso, y que dignifique más al ser humano que esta enseñanza? Es por ello que los cristianos podemos afirmar, que Cristo es la raíz del más profundo humanismo, repito, que eleva al hombre, pues Dios se ha solidarizado con la humanidad, a través de su Hijo que se hace hombre como nosotros.


En 1936 sale a la luz en París el libro “Humanismo Integral” del filósofo católico Jacques Maritain, una de las figuras más influyentes del pensamiento social cristiano contemporáneo. “Este nuevo humanismo, sin común medida con el humanismo burgués y tanto más humano cuanto no adora al hombre, sino que respeta, real y efectivamente, la dignidad humana y reconoce derecho, a las exigencias integrales de la persona, lo concebimos orientado hacia una realización socio-temporal de aquella atención evangélica a lo humano que debe no sólo existir en el orden espiritual, sino encarnarse, tendiendo al ideal de una comunidad fraterna”. Así nos habla Maritain, y nos dice además: "El hombre del humanismo cristiano, sabe que la vida política aspira a un bien común superior a una mera colección de bienes individuales... que la obra común debe tender, sobre todo, a mejorar la vida humana misma, a hacer posible que todos vivan en la tierra como hombres libres y gocen de los frutos de la cultura y del espíritu... aprecia la libertad como de algo que hay que ser merecedor; comprende la igualdad esencial que hay entre él y los otros hombres y lo manifiesta en el respeto y en la fraternidad; y ve en la justicia la fuerza de conservación de la comunidad política y el requisito previo que llevando a los no iguales a la igualdad, hace posible que nazca la fraternidad cívica..."


El Humanismo Integral de Maritain, ha sido una de las fuentes junto al Evangelio, inspiradoras de la Doctrina Social de la Iglesia. La dignidad plena del hombre, la libertad y el bien común, así como la solidaridad son metas para construir sociedades democráticas, donde todos puedan llegar a alcanzar la plenitud de acuerdo a sus capacidades y a su determinación, por la igualdad ante la ley y la justicia.


San Pablo VI nos habla en su gran encíclica Populorum Progressio, de la siguiente manera: “(42) Es un humanismo pleno el que hay que promover. ¿Qué quiere decir esto sino el desarrollo integral de todo hombre y de todos los hombres? Un humanismo cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, que es la fuente de ellos, podría aparentemente triunfar. Ciertamente el hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero, al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano. No hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre a lo Absoluto, en el reconocimiento de una vocación, que da la idea verdadera de la vida humana. Lejos de ser norma última de los valores, el hombre no se realiza a sí mismo si no es superándose. Según la tan acertada expresión de Pascal: «el hombre supera infinitamente al hombre».”


El siglo pasado fue testigo de totalitarismos que ensombrecieron las capacidades humanas, el nazi-fascismo y el comunismo, no sólo acabaron con la libertad de millones de seres humanos, sino que destruyeron la economía, asesinaron a millones también, y distorsionaron aquellos valores permanentes que sustentan las relaciones entre los ciudadanos, en todo lugar donde impusieron su tiranía, a través del terror. El humanismo cristiano es una respuesta real a todo tipo de totalitarismo, tanto al comunismo, como extremo de la izquierda radical, como al fascismo, el extremo dictatorial de la derecha radical. En nuestro mundo de hoy, además de los vestigios del comunismo y su nueva variante del “socialismo del siglo XXI”, han resurgido nacionalismos populistas de derecha con ínfulas autoritarias, que son también un verdadero peligro para la democracia. A esto hay que sumar movimientos terroristas islámicos como el Talibán, Al Qaeda e ISIS, que afectan globalmente al desarrollo de la cultura democrática.


Con toda esta problemática, de pronto, aparece el coronavirus en Wuhan, China, de pronto se hace pandemia, y nuestro mundo que vivía ensimismado en sí mismo, muchas veces ebrio de antivalores individualistas, cada vez en mayor desigualdad, viviendo una cultura del desecho, se ve impotente ante el mismo, no sólo desde el punto de vista sanitario, sino sin una respuesta visionaria sobre un futuro mejor para todos.


Con el asesinato del ciudadano negro George Floyd, por un policía blanco en Minneapolis, y la connivencia de otros tres, manifestaciones masivas salieron a las calles a protestar contra el racismo, y la intolerancia en la sociedad, en muchos estados y ciudades. Aunque la gran mayoría de las manifestaciones han sido pacíficas, muchas de ellas se tornaron violentas y destructivas, con saqueos y destrucción de todo tipo.


El 3 de junio, Mons. Thomas Wenski, arzobispo de Miami, hizo pública una declaración, denominada “Hoy América llora” en la que comenzando con el título del último libro del Dr. Martin Luther King, “¿A dónde vamos desde aquí: Caos o Comunidad?” hace un análisis del racismo que ha golpeado y sigue golpeando a la sociedad norteamericana, así como la creciente desigualdad social y económica, y que junto a la pandemia del coronavirus, no pueden dar lugar al caos como una opción.


En su declaración, Mons. Wenski aboga por los derechos de los débiles y vulnerables, y por la promoción del bien común, exclamando, “Hoy, América llora. Que sus lágrimas rieguen un nuevo florecimiento de libertad y justicia para todos”.


Algo muy importante a destacar en esta declaración del arzobispo Wenski, es que toma las palabras de la declaración realizada por el Papa Francisco, el mismo día desde el Vaticano, hablando sobre los acontecimientos en los Estados Unidos, “… no podemos tolerar ni cerrar los ojos ante ningún tipo de racismo o exclusión y pretender defender la santidad de toda vida humana. Al mismo tiempo, debemos reconocer que la violencia de las últimas noches es autodestructiva y provoca autolesión. Nada se gana con la violencia y mucho se pierde”.


¿Tenemos acaso una respuesta desde el humanismo cristiano?


Desde el Evangelio, debemos ser capaces de tomar una lección de esta pandemia, para luchar por un mundo mejor, no sólo desde el punto de vista sanitario, sino para lograr la justicia para todos. Dando continuidad a mi primer trabajo sobre el coronavirus y la dignidad humana, en el que tomé como referencia al P. Cantalamessa y al Papa Francisco, para tomar conciencia sobre estos momentos tan difíciles en medio de la Cuaresma y del tiempo Pascual, considero al humanismo cristiano dando respuesta a estos y a tantos otros desafíos:


1) En su artículo del 17 de abril de la revista Vida Nueva, “Un plan para resucitar a la humanidad”, Francisco nos cuestiona, ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? Y es que cuando vemos a tantos negando la realidad del cambio climático, que es hoy de una evidencia científica incuestionable, por razones de egoísmo económico, el pecado que se comete es como el del dar muerte a un ser humano o peor, pues estamos asesinando a nuestro planeta, al lugar en que Dios ha colocado al ser humano para que disfrute de una vida cada vez mejor y más humana, y para ello el cuidado de la naturaleza toma hoy una importancia tan grande como el cuidado de un niño o de un anciano, pues de ello dependerá que nuestro hijos y nietos puedan disfrutar de lo que nosotros hemos disfrutado, del oxígeno, del agua, y de los recursos naturales. ¿Agudizaremos las catástrofes naturales, o seremos capaces de no envenenar más la naturaleza, desarrollando fuentes alternativas de energía, y con ellos nuevas fuentes de trabajo, en industrias limpias, diciendo no a las fuentes que envenenan al planeta? Laudato Si, la encíclica papal sobre el cuidado de Nuestra Casa Común, es fuente de los valores seguidos por el humanismo cristiano hoy.


2) En el mismo artículo, Francisco nos cuestiona de nuevo, ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos?, y Cantalamessa en su homilía del viernes santo, Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad. El humanismo cristiano nos impele a forjar sociedades prósperas, que, dentro de la economía de mercado, se ocupen profundamente de los social, en otras palabras, desarrollo económico con justicia social, para lograr vencer las profundas desigualdades que genera el egoísmo del tener más y más, sin identificarse con las necesidades del prójimo.


3) El planteamiento del Papa Francisco y de Mons Wenski: “no podemos tolerar ni cerrar los ojos ante ningún tipo de racismo o exclusión y pretender defender la santidad de toda vida humana” nos enseña sin lugar a discusión, que el cristiano tiene por igual que defender la santidad de la vida humana, no sólo en su oposición al aborto, a la eutanasia y a la pena de muerte, sino también, que si lo hacemos y cerramos los ojos ante el racismo y la exclusión, estamos muy lejos de cumplir con las enseñanzas de Jesús, y de poder siquiera llamarnos cristianos. Hay un Cristo Total, que nos obliga a ser fiel a toda su enseñanza y no sólo a parte de ella. Esto no admite “peros”, el racismo es un opio, todos los seres humanos son iguales delante del creador, un milímetro de piel, sea blanca, negra o amarilla, no definen la dignidad del ser humano, y en esto el cristiano tiene una responsabilidad esencial ante la sociedad, de lo contrario podremos ser cualquier cosa, pero no cristianos.


Como cristianos no podemos tener una doble moral, tenemos que ser transparentes interna y externamente, no podemos ser como los fariseos, en una palabra, tenemos que ser discípulos de Jesucristo. Ser discípulos en el mundo post-pandemia, desde el humanismo cristiano nos impele a la construcción de sociedades democráticas y justas, en lucha permanente contra el racismo, la destrucción de la naturaleza y las profundas desigualdades sociales y económicas.


 

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