El aborto y la Doctrina Social de la Iglesia

La Iglesia rinde homenaje a la obra más grande de la creación: la vida. El Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. No es prerrogativa de los cristianos el tema de la vida y su promoción y defensa, sino que es parte de toda conciencia humana que busca la verdad y está atenta y preocupada por el destino de la humanidad.

Uno de los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) es contribuir a la renovación de la sociedad mediante la construcción del bien común.  Empero, no es posible construir el bien común sin reconocer y tutelar el derecho a la vida, el cual es la base de todos los demás derechos inalienables del ser humano. Por consiguiente, no puede haber verdadera democracia, si no se reconoce la dignidad de cada persona y no se respetan sus derechos desde el momento en que el nuevo ser está vivo en el vientre de la madre.

Por tanto, la enseñanza y la postura de la Iglesia ante la vida por nacer es, sobre todo, una afirmación eminentemente positiva y constructiva destinada al derecho de nacer, gracias al cual todos nosotros estamos vivos. Por el contrario, el juicio ético sobre la despenalización del aborto se ha convertido en un tema de debate público y ha adoptado tonos y expresiones cada vez más sofisticados. Las motivaciones y argumentos en este sentido son abundantes y cada vez más refinados en el ámbito propio del debate sobre bioética, abriendo paso a la "antilengua" (un fenómeno ya previsto por George Orwell en sus proféticas obras tituladas "1984" y "Rebelión en la Granja") para acuñar y promover un lenguaje que cambia el significado de las palabras. Es el caso de la sustitución del término “aborto” por el de “interrupción voluntaria del embarazo” o para que suene más científica y permisible, “interrupción médica del embarazo”.

Esto da lugar a un deterioro ético de la sociedad mediante la violación sistemática del derecho a la vida, y de cualquier principio moral fundamental, lo cual conduce inevitablemente a una progresiva ofuscación de la conciencia y al materialismo práctico, en el que se alimentan y difunden el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. 

De este modo, los valores del ser son sustituidos por los del tener, o los del placer. El único fin que cuenta en esta disgregación moral es el bienestar material y la calidad de vida, interpretados como eficiencia económica, consumismo desenfrenado y rechazo de toda forma de sufrimiento, para terminar instrumentalizando la sexualidad y la concupiscencia hasta convertir, en definitiva, a la persona humana en un objeto manejable que adultera las norma morales que permiten distinguir entre el bien y el mal. 

A la luz de estos presupuestos se aborda enseguida el tema del juicio moral sobre la práctica del aborto provocado como decisión conveniente de la mujer a costa de la vida del hijo. Por eso, Juan Pablo II reconoció claramente en «Centesimus annus»: "El derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad…"

A su vez, la Congreración para la Doctrina de la Fe había proclamado el 18 de noviembre de 1974 en el párr. 11 de su "Declaración sobre el Aborto" que: "El primer derecho de una persona humana es su vida. Ella tiene otros bienes y algunos de ellos son preciosos; pero aquél es el fundamental, condición para todos los demás. Por esto debe ser protegido más que ningún otro. No pertenece a la sociedad ni a la autoridad pública, sea cual fuere su forma, reconocer este derecho a uno y no reconocerlo a otros".

En algunos casos excepcionales, el aborto puede tener un motivo por el cual la ciencia médica determina la no viabilidad del embarazo o la decisión de salvar la vida de la madre. En ningún otro caso el aborto puede justificarse, porque el ser que se desarrolla en el vientre de la madre no tiene culpa alguna de los motivos y circunstancias en los que fue gestado. Si la madre rechaza a su hijo, por las razones que sean, puede darlo en adopción en lugar de la insensible decisión de darle muerte por aborto. El derecho a la vida es lo que nos identifica como humanos y civilizados.

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