Aislamiento versus empoderamiento al pueblo cubano

Al margen de que algunos estén a favor y otros en contra -siempre respetable la diversidad- en los recientes y polémicos acuerdos entre el presidente Barack Obama y el dictador Raúl Castro, hay dos premisas casi aceptadas por la inmensa mayoría de los observadores:
La primera que el aislamiento a Cuba ha sido un fracaso de más de medio siglo, que ha dañado más al pueblo cubano -indefenso y sojuzgado- que a los dictadores comunistas, que lo han utilizado como gran pretexto para justificar la incapacidad del sistema estatista y sin libertades ciudadanas en lograr el desarrollo sostenido y la modernización a que aspiran todos los cubanos.
¿Pero qué es el EMPODERAMIENTO del que habla el presidente Obama? Cuando un familiar envía a Cuba dinero, medicinas, celulares, piezas de repuestos para un auto viejo, ropa, zapatos o algún material de construcción, pues sencillamente le está dando poder al que recibe esa ayuda. Tan simple dicho, ese es el empoderamiento.
Debemos decir por respeto a la memoria histórica, que el presidente Obama no ha sido el inventor ni el iniciador de ese camino de EMPODERAR al pueblo cubano, pues el destierro cubano de todos los matices políticos -desde Miami, New Jersey, Hialeah, San Juan, Caracas, Cayo Hueso y otros lares- lleva años enviando ayuda limitada, por las medidas restrictivas vigentes, a sus familiares en la isla.
Pero sin dudas el presidente Obama, sin ser el iniciador de ese mecanismo de ayuda, sí ha abierto más ese camino solidario al permitir más viajes y el envío de más dinero a los familiares en la isla.
Ahora con la nueva política hacia Cuba, ese mecanismo humanitario parece ampliarse más al añadir materiales de construcción, equipos de comunicación y más cantidad monetaria en las remesas.
De todas formas hay que esperar el desarrollo y el desenvolvimiento de las medidas anunciadas, teniendo en cuenta que aunque son facultades de la Casa Blanca, en enero se instaura un Congreso de mayoría republicana hostil al presidente Obama, que intentará poner trabas y demoras a toda esa nueva política.
Hay que decir también, que después de una presidencia tan errática en política exterior, con el incumplimiento del famoso detente a Siria con la línea roja si lanzaba la guerra química contra el pueblo; el descuido injustificable que provocó el atentado terrorista a la embajada norteamericana en Bengazi; y el retiro apresurado de las tropas norteamericanas de Irak en momentos en que el Califato sunita aterrorizaba al país con la amenaza de conquistar Bagdad; todo parece indicar que la nueva política hacia Cuba de empoderar al pueblo cubano y terminar con el aislamiento a la isla, ofrece la mejor y más coherente versión en política exterior del presidente Obama en sus seis años de mandato.
Resulta perfectamente entendible la reacción de disgusto de parte de la comunidad cubana y la de los familiares de los aviadores cubanos vilmente asesinados de Hermanos Al Rescate por la aviación castrista ante los recientes acuerdos.
Creo que el presidente debió informar a estos familiares y a las organizaciones cubanas de su nueva política, teniendo en cuenta que era sobre Cuba. Con eso hubiese calmado ese clamor justificado de rechazo en algunos.
Pero no lo hizo, porque con frecuencia los intereses de Estado se sitúan distantes de los intereses humanos y el presidente Obama se ha caracterizado por compartir poco sus decisiones con asesores y ministros.
Sin embargo, a pesar de este hábito presidencial, tanto los países latinoamericanos, la Unión Europea, el Vaticano -que facilito el encuentro entre las dos partes- como la mayoría de los países de Naciones Unidas, han aplaudido lo nueva política de Obama de flexibilizar la vieja y fracasada política de Estados Unidos de aislar a Cuba, que ha dado más perjuicios que frutos al prestigio norteamericano en el mundo.
Eso explica que más de 80% de la comunidad internacional, incluyendo la Unión Europea y Latinoamérica, más de un 57% de los residentes de la Florida concuerden y apoyen al presidente en su nueva política hacia Cuba.
Puede entenderse la frustración de muchos cubanos, después de tantos sacrificios y dolores, de tantos mártires y torturados, de tantas familias divididas y disminuidas, y este articulista se incluye entre ellos, de que Estados Unidos termine negociando con Cuba. Lamentablemente ese es el realismo político.
Pero a este sentimiento válido debo decir, que al comunismo cubano le queda un trecho corto. El sistema cubano, “no es que no funciona ni para Cuba”, como confesara el propio dictador máximo en su entrevista a la revista The Atlantic en el 2010, sino que está agonizando, como agonizó y se desmembró la Unión Soviética hace unos pocos años, sin importar que era la segunda potencia del mundo.
Ya Cuba no produce ni papas, ni azúcar, ni los productores del campo están estimulados para hacerlo. Su población envejece a ritmos de alarma social. El suicidio y el alcoholismo invaden la dinámica entre los más jóvenes. Y lo peor, el desencanto en el pueblo, lo ha convertido en un pueblo sin esperanzas.
¡ Qué importa que Raúl Castro cante loas nostálgicas de continuidad marxista y colectivismo totalitario, si el mundo y Cuba lo que claman es por libertad, modernidad, desarrollo y humanismo social !
Hacia allá vamos…

EMPODERAMIENTO no es el recibir remesas de dinero, ropa, o zapatos; si así fuera, al dar limosna a un limosnero estaríamos empoderando al mismo; todos sabemos que no es así, El dar ropa y zapatos ofrece un bienestar temporero a la persona que lo recibe pero no impulsa a cambiar la posición en que vive por otra situación positiva.

El empoderamiento que necesita el pueblo cubano es aquel que le permita ejercer control sobre sus vidas basado en el derecho de todo individuo al libre acceso a la Reunión, Opinión y Comunicación. Esos tres derechos recononcidos por los articulos 19 y 20 de la Declaración de Derechos Humanos son los que debemos exigir para empoderar al pueblo cubano y pueda decidir por si mismo y utilizar su capacidad para incrementar su desarrollo económico

El empoderamiento del pueblo cubano tienen que venir a través de un proceso político que garantize los derechos humanos y justicia social así como el desarrollo económico que fortalezca la capacidad de los ciudadanos de controlar su propia vida y pasar de la dependencia a la interpendencia pasando por la independencia; pasar de ser un ciudadano pasivo a convertirse en actor activo de la sociedad teniendo auto estima y poder para dirigir su vida.

Estos debates que plantean soluciones al caso cubano desde la perspectiva del embargo comercial de los Estados Unidos a Cuba me recuerdan un fragmento del best seller de Ken Follet, titulado en español "Un Mundo sin Fin", una novela histórica que se desarrolla en el s.XIV, en la cual se narra el proceso por el cual un gran puente de madera sobre un río caudaloso ha perdido el apoyo de varias de sus vigas de soporte, podridas por efecto del agua y del tiempo.

Los contratistas encargados de la reparación toman el camino fácil y refuerzan con soportes de acero las vigas de sosten del puente. Esta reparación aparentemente resuelve el problema y el puente tambaleante se estabiliza. Hasta que llega la feria anual y miles de personas y sus carretas cargadas de productos atraviesan el puente procedentes de diversas localidades. Los refuerzos de acero no resisten el peso y el puente se desploma causando una enorme tragedia. Con este ejemplo lo que quiero señalar es que muchas soluciones son simples parches para salir del paso que, en determinados casos, pueden provocar grandes tragedias.

En su respuesta a Alberto, Marta señala de forma admirablemente concisa el meollo del problema cubano: los derechos humanos. El problema con este planteamiento es que hay muchos que opinan (como he podido comprobar año tras año en múltiples debates en diversos foros) que el enfoque sobre la aplicación o la violación de los derechos y libertades del ser humano es una cuestión subjetiva y su apreciación es relativa. El argumento de quienes defienden a los regímenes mas señalados por la reiteración de sus violaciones consiste en afirmar que "en todas partes se violan los derechos humanos" y, por lo tanto, que aquellos se preocupen por sus problemas en casa y los dejen a ellos tranquilos. Ese es un argumento utilizado con frecuencia por el gobierno cubano y sus testaferros, que además agregan que los derechos humanos están supeditados a cuestiones culturales y que los derechos económicos, sociales y culturales se anteponen a los civiles y políticos.

Por eso es necesario aclarar al enarbolar el estandarte de los derechos humanos que los derechos civiles y políticos son derechos naturales que no implican un gasto presupuestario para imponer su respeto, mientras que los derechos económicos, sociales y culturales exigen una actividad política y un presupuesto. Luego estos últimos dependen de la capacidad del gobierno para generar un mecanismo de bienestar para su población, mientras que los primeros son independientes de las decisiones políticas y de la capacidad de los gobernantes para lograr ese bienestar, y que, por lo tanto, no están sujetos a decisiones administrativas.

En cuanto al otro argumento, es cierto que en todas partes suceden violaciones de los derechos humanos. En toda sociedad hay buenos y malos, benefactores y abusadores. La diferencia fundamental que convierte a un país en violador flagrante de los derechos humanos son sus leyes restrictivas de esos derechos.

Por lo tanto, al analizar la decisión del gobierno de Estados Unidos o la de cualquier otro gobierno que pretenda establecer relaciones "normales" con el régimen de los hermanos Castro (o con cualquier otra dictadura), hay que preguntarse si de alguna manera la negociación es condicional al respeto universal debido a los derechos humanos, en particular a los derechos civiles y políticos.

Estemos muy conscientes de que este condicionamiento no es una injerencia en los asuntos internos de otro Estado sino la responsabilidad universal establecida por diversos tratados mundiales y regionales por el que todo país tiene la obligación de respaldar y defender esos derechos y libertades en cualquier parte del mundo donde las autoridades los conculquen mediante leyes abusadoras y violatorias.

No cabe duda de que el puente que sostiene el embargo tiene sus cimientos podridos después de tantos años de ineficacia. Es necesaria otra política frente a la realidad cubana de más de medio siglo sin democracia ni derechos. El peligro consiste en proceder a reparaciones que sean sólo un parche que provoque una mayor tragedia ulterior. Cualquier solución que no repare los cimientos fundamentales del derecho y la libertad es inválida e ilegítima.

El poder que corresponde a cada ser humano, como lo implica Marta en su breve argumento, es el que le concede su libertad. Y sin un respeto absoluto y garantizado por las leyes a los derechos civiles y políticos no hay libertad. A este respecto, los cubanos pueden citar dos pensamientos precisos de su apóstol independentista, José Martí:

• "Los derechos se toman no se piden, se arrancan no se mendigan"
• "Sólo la opresión debe temer el ejercicio pleno de las libertades"

Me parece excelente la columna de Alberto Müller sobre el empoderamiento del pueblo cubano, entre otras cosas porque, aun respaldando al nuevo camino emprendido el pasado 17 de diciembre resalta la importancia de “entender” la frustración de muchos con respecto a ese camino que eligió el presidente Obama para acelerar ese empoderamiento. Es, como dice Müller, “entendible” el dolor de muchos –entre los que el mismo se incluye, porque lo sufrió en carne propia (que no es mi caso como no sea por la mas indirecta y tenue de las vías)- ante el llamado a la realidad que implica la nueva “real-politic” de los Estados Unidos hacia Cuba.

También me parece muy feliz la referencia de Gerardo Martínez Solanas al puente de la novela de Follet asimilándolo a la política de los EEUU hacia Cuba en vigor durante mas de cincuenta años, aunque yo no me contentaría con reparar el nuevo puente, sino que construiría uno nuevo en algún otro lugar del caudaloso rio, y mi impresión es que hacia allá vamos.
Y la única garantía en cuanto a la solidez de los cimientos de ese nuevo puente estará dada, en mi modesta opinión, por la medida en que esos cimientos incorporen y reflejen lo que quieren los cerca de once millones de cubanos que viven en la isla. (Y les aclaro que, al decir lo que acabo de decir, NO estoy excluyendo de plano la participación de los cubanos que no vivimos en la isla en el diseño de su futuro: creo que el aporte y la participación de los cubanos exiliados o expatriados será fundamental para el futuro de Cuba).

También me parece admirable el último párrafo del comentario de Marta Menor, pues resume lo que yo mismo desearía ver en la Cuba del futuro. Pero, y como yo le doy preeminencia en estos asuntos a la voluntad libremente expresada del pueblo cubano, yo eliminaría el verbo “tiene” del primer renglón de ese excelente último párrafo. Yo no tengo idea de que es lo que quieren los once millones de cubanos con vistas al futuro, pero si se que así como nosotros entendemos la frustración y el dolor de quienes rechazan la nueva política hacia Cuba, no podemos, desde la distancia, saber ni entender lo que quieren esos once millones de cubanos en la isla. Y “tenemos” que acercarnos a entender que es lo que quieren. No alcanza con pretender que ya lo sabemos simplemente por lo que dicen algunos de ellos, aunque lo digan ante el Congreso de los Estados Unidos.

Tiene mucha razón José Manuel al insistir aquí, como en otros de sus aportes, que debemos respetar los deseos de la mayoría de los cubanos, sobre todo de los que residen en la Isla, los cuales viven y sufren dentro de una realidad que seguramente desean mejorar.

Ese derecho a decidir lo que quieren para su patria queda enmarcado en la condición sine qua non de que toda negociación debe dar primacía al respeto debido a los derechos y libertades de los cubanos.

Apostaría todo lo que tengo a que una inmensa mayoría de los cubanos quieren que les respeten sus derechos como condición fundamental para una existencia normal en su país. Puede que haya una minoría de masoquistas que prefieran la esclavitud con un trozo de pan a una libertad con responsabilidades. Pero esos no son los que edifican un país.

Efectivamente, cuando los horcones del puente están podridos es mejor construir otro puente que ponerle parches al que está vencido. Ese nuevo puente en el caso cubano debe asentarse sobre los firmes cimientos del derecho y la libertad.

Es importante insistir en este debate y me tomo la libertad de hacerlo porque considero que tenemos que propagar un mensaje firme de reconocimiento y respeto a los derechos humanos, que no sólo se conculcan en Cuba sino que el virus del totalitarismo cubano está contagiando seriamente a muchos de los países de la región.

En primer lugar, reitero que encuentro muy acertadas las observaciones del mensaje original de Alberto Müller sobre el fracaso de las medidas de embargo impuestas a Cuba por los Estados Unidos. Lo cual, sin embargo, no es aislamiento desde el exterior, puesto que Cuba comercia y ha comerciado con Estados Unidos por muchos años pese al embargo y lo ha hecho siempre con el resto del mundo sin restricción alguna desde el exterior. Las restricciones que sufrían y sufren los cubanos procedían y proceden de su propio gobierno.

Por otra parte, las remesas y otras ayudas que reciben los cubanos desde hace muchos años del exterior y que ahora gozarán de menos restricciones desde Estados Unidos, son una obra de caridad, una reacción humanitaria de compasión, una obligación que tenemos con amigos y familiares que han quedado atrás. Pero esa ayuda no los convierte en apoderados de la causa democrática.

Con muy escasas excepciones, esta ayuda resuelve el problema de amigos, conocidos y familiares pero no los dispone a realizar actividades cívicas para promover el proyecto democrático ni para defender los derechos humanos de los cubanos. Simplemente los hace dependientes de la generosidad externa y poco proclives a comprometer la relativa seguridad que les ofrece esa ayuda con actividades o manifestaciones que puedan provocar las represalias del gobierno. Mucho menos cuando la ayuda va dirigida a cuentapropistas para establecer sus magras iniciativas empresariales, porque su actividad empresarial depende de que acaten un claro sometimiento a las autoridades que les permiten esa actividad, la cual pueden cancelarla arbitrariamente por motivos políticos.

Este acercamiento parece más una claudicación del gobierno de Estados Unidos frente a la firme actitud del gobierno cubano. Raúl Castro se ha encargado de rechazar a voz en cuello cualquier injerencia (a su juicio) en los asuntos internos del país que tiene bajo su mando y de demostrar que no ha cedido ni piensa ceder ni un ápice en el control que ejerce sobre los cubanos. Ojalá viéramos algún indicio de que el dictador cubano está dispuesto a enmendar su política relativa a los derechos humanos o, al menos, a aceptar que los organismos internacionales comprometidos en esta labor realicen libremente sus investigaciones en la isla. Pero no hay ni la más mínima muestra de contrición, ni mucho menos de colaboración, de su parte.

Marta Menor habla claramente de esas condiciones indispensables para cualquier negociación. Son sencillamente el reconocimiento, el respeto y la aplicación de los documentos internacionalmente reconocidos de derechos humanos que han sido firmados y ratificados por el Estado cubano. Por eso, en mi primera intervención en este debate hice hincapié en que cualquier negociación con los Hermanos Castro no debe contentarse con poner algunos parches a su desastrosa gestión de 55 años en Cuba.

José Manuel Pallí es optimista y confía en que "hacia allá vamos". Tiene mucha razón en cuanto a que la solidez de los cimientos del puente que se está proyectando depende de "lo que quieren" los cubanos que viven en Cuba con el apoyo de los que viven en el exterior. El problema consiste en cómo podemos saber "lo que quieren" los cubanos de la isla mientras que las libertades de expresión y de reunión y asociación estén conculcadas. Por lo tanto, en cualquier negociación es indispensable exigirle al gobierno que modifique las leyes que las conculcan como condición sine qua non para llegar a un acuerdo. NO ES injerencismo por parte del mundo democrático plantear esa condición previa. Por el contrario, es una obligación.

Yo no se soy optimista, amigo Gerardo, aunque el optimismo, como tantas otras cosas, es siempre algo relativo...

Para mi, por ejemplo, optimista es alguien como Tom Cruise (perdòn, quiero decir Ted Cruz)...

Ahora, leyendo en el Nuevo Herald de hoy jueves 26 de marzo sobre la participaciòn masiva de cubanos (de la sociedad civil cubana en pleno, tanto la que le puede gustar a algunos como la que no le gusta a otros) en las actividades de la cumbre de Panama, de la coincidencia en esa cumbre de los presidentes de Cuba y de los EEUU, y del animo con el que acuden algunos de los libre-pensadores cubanos a dicha cumbre, reconozco que me siento un poco mas optimista, si!!!

Pero ese soy solamente yo, quizàs, porque para mi "libre pensador" no es necesariamente quien piensa como pienso yo, y "sociedad civil" no es solamente aquello que yo crea que es absolutamente independiente de las estructuras de poder de cualquier estado. Desde esa perspectiva, a mi me resulta mas fàcil, es cierto, ser optimista... Tienes mucha razòn.

Espero no haber caido en un ejercicio futil como el de quienes alguna vez critiqué en este mismo espacio en un escrito que tu, amigo Gerardo, llamaste diatriba, y que titulé "El (los) dueño(s) del diccionario"....