Los irresponsables actúan y los inocentes pagan

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Los irresponsables actúan y los inocentes pagan

23 Jul 2014 15:41
#8284
–Dígame, ¿por qué murieron mi esposa y mi hijo?

–Vea, fue por casualidad. Ellos pasaban justo cuando la bomba explotó.

–¿Por cualidad? ¿Dice Usted que por casualidad…?

El fragmento anterior proviene del diálogo entre dos personajes del filme español Utopía dirigido por María Ripoll. Es la eterna pregunta que se hacen los que pierden seres queridos en esos actos absurdos donde el odio y la irracionalidad de algunos humanos -– desgraciadamente no pocos– se traduce en bombas, asaltos, guerras y atentados criminales. Pero el hecho de que gente ajena e inocente quede atrapada en conflictos que ellos no armaron, con la huella terrible que deja la ausencia irreparable de familiares y amigos, tiene que ver con algo más que pura casualidad. Se tratade la responsabilidad de los irresponsables, culpables del horror.

Dos noticias conmueven al mundo por estos días. La primera el derribo de un avión de Malasyan Airlines tras sufrir el impacto de un misil lanzado por manos anónimas al este de Ucrania. El acto provocó la muerte de casi 300 personas que viajaban en la aeronave despezada en pleno vuelo.

Oscuro episodio donde las acusaciones se cruzan y la explicación se pierde en la trama de un conflicto amasado por irresponsables intereses geopolíticos que atizaron un incendio del que ahora vemos algunas de sus nefastas consecuencias.

No es el único ni el primer caso. Ahora se recuerdan otros que quedaron para los records y la memoria. El vuelo de Libyan Airlines derribado en febrero de 1973 con sus 114 pasajeros tras ingresar en el espacio aéreo controlado por Israel en la Península del Sinaí. En agosto de 1983 la tragedia tomó por sorpresa al vuelo 007 de Korean Air Lines. Interceptado por un caza ruso sobre una zona vedada del espacio aéreo soviético en Sajalín, resultó pulverizado con los 269 pasajeros y tripulantes que viajaban a bordo. El 3 de julio de 1988 la historia macabra se repite en el vuelo 655 de Iran Air en ruta Teherán Dubái. Confundido con un jet de guerra cuando aún volaba en espacio aéreo iraní el Airbus A330 cayó sobre el Golfo Pérsico alcanzado por un disparo del crucero norteamericano Vincennes. El error costó 290 vidas.

En el caso del vuelo H17 existen muchas interrogantes por resolver. Una de ellas es la razón de que el avión sobrevolara, independientemente de la altura a que lo hiciera, una zona en conflicto en la que aviones militares han sido derribados por misiles lanzados desde tierra. “Sabemos de dónde provino el misil, sabemos cuándo fue disparado y ocurrió exactamente al tiempo en que el avión fue destruido”. El monitoreo de los sistemas defensivos que permitió el seguimiento detallado descrito por el secretario de Estado norteamericano John Kerry pone de manifiesto la vigilancia establecida sobre aquella región, un signo ilustrativo de la peligrosa atmósfera que pende sobre su ambiente. Una realidad que otras compañías aéreas habían valorado, tomando las medidas correspondientes. La primera evitar el corredor por más que el cambio significara aumento en el tiempo de vuelo y mayor gasto de combustible. Es lo que mínimo que corresponde hacer a quienes tienen que velar por la seguridad de sus viajeros. Lo contrario supone el riesgo asumido en pos de la ganancia inescrupulosa.

Pero la violencia tiene otros focos activos en estos días. Uno de sus puntos neurálgicos se encuentra en Gaza, donde la muerte ha cobrado el doble de víctimas que las causadas por el misil homicida de Ucrania. Seiscientas personas en apenas una semana de bombardeos, respuesta israelí a los lanzamientos de cohetes desde el territorio palestino. Según reportes de Televisión española el 75 por ciento de los fallecidos corresponde a civiles. De ellos el 20 por ciento niños. En este caso la irresponsabilidad proviene de quienes utilizan estrategias militares discutibles para solucionar unviejo conflicto regional. Los disparos hacia Israel desde zonas pobladas, trazado de túneles bajo viviendas habitadas y almacenamiento de armamento en escuelas y sitios públicos, significa el menosprecio hacia personas inocentes puestas a merced de las consecuencias que puedan traer dichas acciones. No existe causa, por justa que sea, que justifique la manipulación criminal de la población. Tampoco la aplicación de un castigo desmedido que supone la mayor carga de sufrimiento sobre la parte más débil del conflicto.

De las víctimas mortales en Gaza apenas resaltan historias personales o destacadas. El rostro del dolor se generaliza en el anonimato de los que han sucumbido entre la metralla y los escombros. Solo queda la cifra de vidas truncadas en niños y jóvenes que no verán el futuro o la imagen de sus padres con el rostro desfigurado por el llanto y la impotencia. No ocurre igual en el vuelo de Malasya donde la tragedia tiene rostros y nombres propios. Uno de ellos el del equipo de investigadores del SIDA (casi la mitad de los fallecidos) que iban a un congreso en Melbourne. Entre los científicos desaparecidos destaca Joep Lange, virólogo clínico holandés que trabajaba desde los años noventa para llevar gratuitamente a los países más pobres, especialmente en África, los fármacos que han hecho menos mortal la temida infección.

“De repente, ella ya no existe. Por culpa de un disparo en un país extranjero donde está teniendo lugar una guerra”. La frase no está tomada del texto de una novela o el guión de una película de ficción. Corresponde a la carta enviada al presidente ruso por un padre holandés que perdió a su única hija de 17 años en el fatídico vuelo. La misiva, triste y hermosa a la vez, no se pierde en el reclamo de venganzas ni en palabras de odio. El alegato acusatorio discurre una breve repuesta a lo absurdo del espanto. Un conmovedor reproche que debe ser respondido por todos los responsables de tanta irresponsabilidad y barbarie, haciendo evidente que en este grupo donde radica el problema y no en la fatal casualidad
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