El bien y el mal en la perspectiva ética de un mundo racional y civilizado
- Gerardo E. Martínez-Solanas
-
Topic Author
- Offline
- Moderator
-
- Posts: 855
- Thanks: 86
El bien y el mal en la perspectiva ética de un mundo racional y civilizado
12 Nov 2025 23:33 - 13 Nov 2025 00:01
La propagación arrolladora del relativismo, impulsado por un materialismo ateo e intolerante está provocando un peligroso y lamentable desmoronamiento de las estructuras sociales y políticas en todo el planeta, sobre todo contribuyendo al desmantelamiento de los sistemas democráticos. El proceso está dando lugar a un aumento exponencial de la delincuencia, del odio que provoca guerras y sublevaciones y conduce a la pobreza, la miseria y la migración en masa, todo lo cual se enmarca en la envidia y la intolerancia de la lucha de clases enmascarada con un disfraz "progresista".
El problema reside en el generalizado rechazo de una moral estructurada que haga hincapié en las virtudes que son los pilares de la armonía social como sostén indispensable de sistemas políticos que respeten incondicionalmente los derechos humanos, la ley y el orden. Este rechazo es producto del relativismo y del materialismo que se están imponiendo en la sociedad de hoy.
Una sociedad virtuosa y, por lo tanto, armoniosa, no es posible en un ambiente de relativismo materialista ateo donde las decisiones humanas, movidas por la conveniencia o, peor aún, por la ambición, son el único fundamento de esos derechos que la ley y el orden deben respetar. Esto es así, sencillamente porque en ese ambiente tanto el bien como el mal pueden transitar por nuestras vidas sin recompensa ni castigo.
Es notable ver los éxitos y triunfos de los malvados, su enriquecimiento, su crueldad y su injusticia, los cuales transitan por esta vida gozando de todos sus caprichos y sus vicios a costa de los demás, en contraste con tantas personas buenas, virtuosas, solidarias y tolerantes que se ven abrumadas y aplastadas por esta sociedad indiferente y opresora donde todo es permisible según la conveniencia, los vicios y las ambiciones de quienes no reconocen más autoridad moral que la suya.
Estamos presenciando en nuestro mundo de hoy cómo la verdad y la justicia se ven arrastradas por el polvo del relativismo y cómo la mentira se afirma en el trono del poder y las ambiciones. En otras épocas, la historia contempló a un Nerón en un palacio disfrutando de placeres y vicios y a un Pablo hambriento y torturado en una mazmorra. Pero nuestro mundo de hoy no se queda atrás. Pensemos en las injusticias que ocurren con demasiada frecuencia en los tribunales a causa de falsos testimonios o de jueces parcializados por motivos políticos o ideológicos; así como en los muchos criminales que escapan del justo castigo que merecen sus delitos y crímenes. Recordemos las injusticias que tienen lugar en los negocios, o entre patronos y empleados, o entre compradores y vendedores. Y reconozcamos que en muchos países y regiones los débiles son víctimas de la crueldad y la represión de los fuertes. Y hasta hay pueblos decididos a exterminar a otros pueblos.
Mientras tanto, muchos que llevan una vida virtuosa y tantos que alcanzan un alto grado de santidad se enfrentan con lamentables reveses, ven quebrantada su salud, les roban sus posesiones y son hostigados, perseguidos, oprimidos y encarcelados tan sólo por pensar distinto y ser débiles ante quienes detentan el poder. Estas cosas ocurren a quienes no debieran ocurrir. Es una situación de suma injusticia y crueldad en el mundo de hoy.
Estas consideraciones nos hacen reconocer una verdad universal que el relativismo materialista ateo se empeña en desvirtuar. Es irrazonable pensar que los crueles, injustos, abusadores, delincuentes y criminales escapen de la justicia y su execrable existencia transcurra sin castigo ni consecuencias en una sociedad que los contempla con insensible indiferencia relativista, mientras que esos otros virtuosos, tolerantes y solidarios, incluso los que alcanzan un alto grado de santidad, deban sufrir a lo largo de sus vidas sin recibir recompensa alguna por su bondad y generosidad. Porque si no hay recompensa por lo bueno ni castigo por lo malo, ¿de qué sirve hacer el bien? ¿qué lógica nos puede animar al sacrificio, la tolerancia, la solidaridad ni a practicar otras virtudes? ¿No es lógico entonces reconocer que todo es permisible siempre que nos convenga y satisfaga y podamos lograrlo utilizando cualquier medio? ¿No sería ese un escenario de apocalíptico caos?
Por tanto, lo que sí es razonable es que nuestra actuación en la vida se rija por el convencimiento de que nada de lo que hagamos quedará sin recompensa ni castigo. Ese convencimiento de una autoridad superior a la de nuestros simples caprichos y ambiciones es el único fundamento razonable que puede impulsarnos a llevar una vida justa en una sociedad armoniosa, tolerante y solidaria. Este razonamiento nos lleva a la conclusión de que la existencia no termina al final de nuestra vida terrenal sino que tiene que haber una vida espiritual donde recibamos esa recompensa o nos sumemos en la ominosa oscuridad de una eterna e irredimible maldad.
En resumen, debemos llegar a la conclusión de que negar esa vida futura y espiritual nos induce a abrir las puertas de par en par a toda indulgencia, indiferencia y crímenes que son consecuencia del relativismo. Si la muerte terminara con todo, la vida en este mundo sería una burla donde las personas que puedan proporcionarse los mayores placeres y satisfacer los más crueles caprichos sin consideración alguna por los medios que utilizan para lograrlo, serían entonces merecedoras de la mayor adulación, admiración y envidia. Es muy sencillo si razonamos con cordura hasta rebelarnos contra todo pensamiento de que una existencia elaborada en el pecado, la injusticia, la indiferencia y la crueldad termina sin consecuencia alguna para el malvado cuando lo alcanza la muerte y, por lo tanto, "todo terminó" y "pude hacer lo que quise a mi manera" sin pagar las consecuencias.
Toda esa cacofonía que proporcionan las ambigüedades del relativismo no puede ser fruto de un sano razonamiento porque apuntan a un caos irremediable y espantoso donde cada quien haga lo que quiera siempre que pueda. Por eso es necesario reconocer que debe haber una autoridad superior que rija los fundamentos de la moral (el conjunto de normas y costumbres de una sociedad sobre lo que es correcto o incorrecto) y la ética (la reflexión filosófica y teórica de las normas morales para entender por qué son y cómo aplicarlas). Debe haber un Dios sabio y justo al que puedan acceder los que, al menos, han tratado de aplicar esa moral y esa ética; ese mismo Dios que otros han ignorado en vida y al que rechacen por toda la eternidad esas almas malvadas, así privadas de su Gloria. En otras palabras, que la mera extinción de la vida terrenal no sería suficiente castigo para los malvados ni, mucho menos, una adecuada recompensa para los buenos y justos. Que debe existir una existencia futura que justifique la armonía y el orden y anule las tendencias que conducen al desorden y el caos en esta vida.
Si la vida humana consistiera sólo en el tiempo que transcurre entre el nacimiento y la muerte, sería una existencia truncada e inútil. Debe haber una vida futura donde un Dios sabio y justo haya establecido los parámetros definitivos de la recompensa o del castigo y haya dejado en la conciencia humana los elementos de justicia, ética y moral que estructuran una doctrina religiosa de tolerancia, generosidad y, en resumen, amor al prójimo.
Ningún ser justo puede tolerar la existencia de un sistema en el cual tanto mal quede sin castigo y tanto bien sin recompensa. No es lógico pensar que pueda ser de otro modo.
El problema reside en el generalizado rechazo de una moral estructurada que haga hincapié en las virtudes que son los pilares de la armonía social como sostén indispensable de sistemas políticos que respeten incondicionalmente los derechos humanos, la ley y el orden. Este rechazo es producto del relativismo y del materialismo que se están imponiendo en la sociedad de hoy.
Una sociedad virtuosa y, por lo tanto, armoniosa, no es posible en un ambiente de relativismo materialista ateo donde las decisiones humanas, movidas por la conveniencia o, peor aún, por la ambición, son el único fundamento de esos derechos que la ley y el orden deben respetar. Esto es así, sencillamente porque en ese ambiente tanto el bien como el mal pueden transitar por nuestras vidas sin recompensa ni castigo.
Es notable ver los éxitos y triunfos de los malvados, su enriquecimiento, su crueldad y su injusticia, los cuales transitan por esta vida gozando de todos sus caprichos y sus vicios a costa de los demás, en contraste con tantas personas buenas, virtuosas, solidarias y tolerantes que se ven abrumadas y aplastadas por esta sociedad indiferente y opresora donde todo es permisible según la conveniencia, los vicios y las ambiciones de quienes no reconocen más autoridad moral que la suya.
Estamos presenciando en nuestro mundo de hoy cómo la verdad y la justicia se ven arrastradas por el polvo del relativismo y cómo la mentira se afirma en el trono del poder y las ambiciones. En otras épocas, la historia contempló a un Nerón en un palacio disfrutando de placeres y vicios y a un Pablo hambriento y torturado en una mazmorra. Pero nuestro mundo de hoy no se queda atrás. Pensemos en las injusticias que ocurren con demasiada frecuencia en los tribunales a causa de falsos testimonios o de jueces parcializados por motivos políticos o ideológicos; así como en los muchos criminales que escapan del justo castigo que merecen sus delitos y crímenes. Recordemos las injusticias que tienen lugar en los negocios, o entre patronos y empleados, o entre compradores y vendedores. Y reconozcamos que en muchos países y regiones los débiles son víctimas de la crueldad y la represión de los fuertes. Y hasta hay pueblos decididos a exterminar a otros pueblos.
Mientras tanto, muchos que llevan una vida virtuosa y tantos que alcanzan un alto grado de santidad se enfrentan con lamentables reveses, ven quebrantada su salud, les roban sus posesiones y son hostigados, perseguidos, oprimidos y encarcelados tan sólo por pensar distinto y ser débiles ante quienes detentan el poder. Estas cosas ocurren a quienes no debieran ocurrir. Es una situación de suma injusticia y crueldad en el mundo de hoy.
Estas consideraciones nos hacen reconocer una verdad universal que el relativismo materialista ateo se empeña en desvirtuar. Es irrazonable pensar que los crueles, injustos, abusadores, delincuentes y criminales escapen de la justicia y su execrable existencia transcurra sin castigo ni consecuencias en una sociedad que los contempla con insensible indiferencia relativista, mientras que esos otros virtuosos, tolerantes y solidarios, incluso los que alcanzan un alto grado de santidad, deban sufrir a lo largo de sus vidas sin recibir recompensa alguna por su bondad y generosidad. Porque si no hay recompensa por lo bueno ni castigo por lo malo, ¿de qué sirve hacer el bien? ¿qué lógica nos puede animar al sacrificio, la tolerancia, la solidaridad ni a practicar otras virtudes? ¿No es lógico entonces reconocer que todo es permisible siempre que nos convenga y satisfaga y podamos lograrlo utilizando cualquier medio? ¿No sería ese un escenario de apocalíptico caos?
Por tanto, lo que sí es razonable es que nuestra actuación en la vida se rija por el convencimiento de que nada de lo que hagamos quedará sin recompensa ni castigo. Ese convencimiento de una autoridad superior a la de nuestros simples caprichos y ambiciones es el único fundamento razonable que puede impulsarnos a llevar una vida justa en una sociedad armoniosa, tolerante y solidaria. Este razonamiento nos lleva a la conclusión de que la existencia no termina al final de nuestra vida terrenal sino que tiene que haber una vida espiritual donde recibamos esa recompensa o nos sumemos en la ominosa oscuridad de una eterna e irredimible maldad.
En resumen, debemos llegar a la conclusión de que negar esa vida futura y espiritual nos induce a abrir las puertas de par en par a toda indulgencia, indiferencia y crímenes que son consecuencia del relativismo. Si la muerte terminara con todo, la vida en este mundo sería una burla donde las personas que puedan proporcionarse los mayores placeres y satisfacer los más crueles caprichos sin consideración alguna por los medios que utilizan para lograrlo, serían entonces merecedoras de la mayor adulación, admiración y envidia. Es muy sencillo si razonamos con cordura hasta rebelarnos contra todo pensamiento de que una existencia elaborada en el pecado, la injusticia, la indiferencia y la crueldad termina sin consecuencia alguna para el malvado cuando lo alcanza la muerte y, por lo tanto, "todo terminó" y "pude hacer lo que quise a mi manera" sin pagar las consecuencias.
Toda esa cacofonía que proporcionan las ambigüedades del relativismo no puede ser fruto de un sano razonamiento porque apuntan a un caos irremediable y espantoso donde cada quien haga lo que quiera siempre que pueda. Por eso es necesario reconocer que debe haber una autoridad superior que rija los fundamentos de la moral (el conjunto de normas y costumbres de una sociedad sobre lo que es correcto o incorrecto) y la ética (la reflexión filosófica y teórica de las normas morales para entender por qué son y cómo aplicarlas). Debe haber un Dios sabio y justo al que puedan acceder los que, al menos, han tratado de aplicar esa moral y esa ética; ese mismo Dios que otros han ignorado en vida y al que rechacen por toda la eternidad esas almas malvadas, así privadas de su Gloria. En otras palabras, que la mera extinción de la vida terrenal no sería suficiente castigo para los malvados ni, mucho menos, una adecuada recompensa para los buenos y justos. Que debe existir una existencia futura que justifique la armonía y el orden y anule las tendencias que conducen al desorden y el caos en esta vida.
Si la vida humana consistiera sólo en el tiempo que transcurre entre el nacimiento y la muerte, sería una existencia truncada e inútil. Debe haber una vida futura donde un Dios sabio y justo haya establecido los parámetros definitivos de la recompensa o del castigo y haya dejado en la conciencia humana los elementos de justicia, ética y moral que estructuran una doctrina religiosa de tolerancia, generosidad y, en resumen, amor al prójimo.
Ningún ser justo puede tolerar la existencia de un sistema en el cual tanto mal quede sin castigo y tanto bien sin recompensa. No es lógico pensar que pueda ser de otro modo.
Last edit: 13 Nov 2025 00:01 by Gerardo E. Martínez-Solanas.
Reply to Gerardo E. Martínez-Solanas
Moderators: Miguel Saludes, Abelardo Pérez García, Oílda del Castillo, Ricardo Puerta, Antonio Llaca, Efraín Infante, Pedro S. Campos, Héctor Caraballo
Time to create page: 0.192 seconds