Despacito ... hacia el autoritarismo
- Rosa Townsend
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Despacito ... hacia el autoritarismo
31 Aug 2017 21:14
¿Quién ha dicho que Trump carece de estrategia? La está implantando poco a poco, disfrazada de su estilo caótico de gobierno, que es precisamente la parte clave de la estrategia: aturdirnos en una vorágine de controversias –una o dos diarias– para que pase inadvertido lo que de verdad está cocinando. Hasta que el menú esté listo para servirse.
Lleva muchos ingredientes, pero el principal es el que históricamente han usado los manipuladores desde tiempos de Filipo II de Macedonia (padre de Alejandro Magno) que fue pionero en la táctica del “divide y vencerás”. Donald, que aspira a ser magno (great), posee gran destreza en el siniestro arte del divisionismo –incitando al odio racial y atacando a “insumisos”, incluidos republicanos–; pero su objetivo, su plato fuerte, es la erosión de los pilares de la democracia: la separación de los tres poderes y el respeto a las instituciones independientes, ya sean jueces, prensa o agencias de inteligencia.
Trump difama a los periodistas y a los demás los amedrenta, para luego colocar a una camarilla de leales en puestos de poder cruciales (particularmente tribunales de justicia y servicios de seguridad), siguiendo las reglas de oro del manual de autócratas. “Esta insidiosa estrategia dificulta que la sociedad pueda discernir cuándo y cómo se está produciendo una ruptura en el sistema democrático”, señalan las politólogas Andrea Kendall-Taylor y Erica Frantz en un análisis de Foreign Affairs sobre los “nuevos dictadores”, el “populismo como ruta hacia la autocracia” y sobre “cómo desmantelar las democracias”.
La fórmula de Trump es perfecta para ir anclando su plan autoritario-populista. Primero porque puede hacerlo, valiéndose de los inmensos poderes presidenciales (tales como perdonar al racista convicto Arpaio, u ordenar la militarización de la policía y la politización de funcionarios civiles). Segundo porque le dejan, quienes únicamente podrían frenarle, que son sus correligionarios republicanos, especialmente en el Congreso, convertidos en hijos del maltrato trumpista. Y tercero porque su hábil despliegue de armas de “confusión” masiva –inculcando cinismo e indiferencia en la sociedad– está rindiéndole suficientes frutos.
Este último ingrediente es esencial. Sin él, sin la indiferencia popular o el cinismo de su base de votantes, sería imposible socavar los cimientos de la democracia. Pero si Trump logra que la gente no crea en nada, quizá logre que sólo crean en él. Y si con la incitación al odio racial consigue aglutinar a sus seguidores, en breve tendrá un ejército para movilizar cuando y contra qué o quién sea necesario (milicianos para hacer masivos actos de repudio, ¿les suena la idea?). Suponiendo que no los tenga, como se ha visto recientemente. Ya varios trumpistas avisan de disturbios si la investigación sobre Rusia concluye con encausamientos.
Pero para un autócrata wannabe los disturbios no representan un problema sino una oportunidad, entre otras cosas para limitar derechos civiles. Trump no reprimiría las revueltas; por el contrario, trataría de explotarlas, avivarlas, darles publicidad y luego manipular la verdad, como de costumbre. Fake reality. Que la industria trumpi-miliciana de las fake news estaría encantada de amplificar con sus megáfonos en Fox News, Infowars, etc.
Y es que a diferencia de los estados policiales como Cuba o Corea del Norte, que mantienen el poder a base de represión y vigilancia, en las democracias modernas los populistas usan la polarización en vez de la persecución para gradualmente implantar (sin necesidad de dar golpe de estado) un régimen iliberal de corte autocrático, al estilo Putín, Erdogan o Duterte, todos ellos admirados por Trump.
Además, para transformar las democracias modernas en estados autoritarios no es necesario tanto perseguir a los inocentes como proteger a los culpables. Tal es el caso que acabamos de ver con el perdón presidencial al sheriff Arpaio, convicto por discriminación contra hispanos. Y que muy probablemente Trump pueda utilizar para perdonar preventivamente a posibles encausados de la investigación sobre Rusia, incluida su propia familia.
Sería un escándalo que acabaría con su presidencia, pero no por ello un escenario imposible dados los instintos autócratas de Trump. Numerosos expertos juristas coinciden en que el perdón a Arpaio es un “ensayo” para futuros perdones al entorno de leales al presidente. Y de paso un mensaje para que no colaboren con el fiscal especial Robert Mueller.
“Es difícil contrarrestar el retroceso de la democracia cuando está alimentado por el populismo, porque es sutil y gradual”, afirman las politólogas Kendall-Taylor y Frantz. Y al ser sutil y gradual no hay un hecho concreto que detone un movimiento de resistencia opositora. Provoca una resistencia fragmentada y por tanto la erosión lenta de la democracia”.
Desmantelando la democracia en tránsito al autoritarismo sin que nos demos cuenta. Despacito, como la canción de Luis Fonsi. Sólo que aquí el ritmo es sombrío.
En siete meses ha logrado Trump ser el presidente de los Estados Des-Unidos de América. Azuzar una guerra civil fría. De la que sólo nos libraremos si el pueblo despierta y si se rompe la barrera de silencio y cobardía imperantes en los estamentos sociales, empezando por un sector de la prensa. Mientras exista libertad de expresión.
Lleva muchos ingredientes, pero el principal es el que históricamente han usado los manipuladores desde tiempos de Filipo II de Macedonia (padre de Alejandro Magno) que fue pionero en la táctica del “divide y vencerás”. Donald, que aspira a ser magno (great), posee gran destreza en el siniestro arte del divisionismo –incitando al odio racial y atacando a “insumisos”, incluidos republicanos–; pero su objetivo, su plato fuerte, es la erosión de los pilares de la democracia: la separación de los tres poderes y el respeto a las instituciones independientes, ya sean jueces, prensa o agencias de inteligencia.
Trump difama a los periodistas y a los demás los amedrenta, para luego colocar a una camarilla de leales en puestos de poder cruciales (particularmente tribunales de justicia y servicios de seguridad), siguiendo las reglas de oro del manual de autócratas. “Esta insidiosa estrategia dificulta que la sociedad pueda discernir cuándo y cómo se está produciendo una ruptura en el sistema democrático”, señalan las politólogas Andrea Kendall-Taylor y Erica Frantz en un análisis de Foreign Affairs sobre los “nuevos dictadores”, el “populismo como ruta hacia la autocracia” y sobre “cómo desmantelar las democracias”.
La fórmula de Trump es perfecta para ir anclando su plan autoritario-populista. Primero porque puede hacerlo, valiéndose de los inmensos poderes presidenciales (tales como perdonar al racista convicto Arpaio, u ordenar la militarización de la policía y la politización de funcionarios civiles). Segundo porque le dejan, quienes únicamente podrían frenarle, que son sus correligionarios republicanos, especialmente en el Congreso, convertidos en hijos del maltrato trumpista. Y tercero porque su hábil despliegue de armas de “confusión” masiva –inculcando cinismo e indiferencia en la sociedad– está rindiéndole suficientes frutos.
Este último ingrediente es esencial. Sin él, sin la indiferencia popular o el cinismo de su base de votantes, sería imposible socavar los cimientos de la democracia. Pero si Trump logra que la gente no crea en nada, quizá logre que sólo crean en él. Y si con la incitación al odio racial consigue aglutinar a sus seguidores, en breve tendrá un ejército para movilizar cuando y contra qué o quién sea necesario (milicianos para hacer masivos actos de repudio, ¿les suena la idea?). Suponiendo que no los tenga, como se ha visto recientemente. Ya varios trumpistas avisan de disturbios si la investigación sobre Rusia concluye con encausamientos.
Pero para un autócrata wannabe los disturbios no representan un problema sino una oportunidad, entre otras cosas para limitar derechos civiles. Trump no reprimiría las revueltas; por el contrario, trataría de explotarlas, avivarlas, darles publicidad y luego manipular la verdad, como de costumbre. Fake reality. Que la industria trumpi-miliciana de las fake news estaría encantada de amplificar con sus megáfonos en Fox News, Infowars, etc.
Y es que a diferencia de los estados policiales como Cuba o Corea del Norte, que mantienen el poder a base de represión y vigilancia, en las democracias modernas los populistas usan la polarización en vez de la persecución para gradualmente implantar (sin necesidad de dar golpe de estado) un régimen iliberal de corte autocrático, al estilo Putín, Erdogan o Duterte, todos ellos admirados por Trump.
Además, para transformar las democracias modernas en estados autoritarios no es necesario tanto perseguir a los inocentes como proteger a los culpables. Tal es el caso que acabamos de ver con el perdón presidencial al sheriff Arpaio, convicto por discriminación contra hispanos. Y que muy probablemente Trump pueda utilizar para perdonar preventivamente a posibles encausados de la investigación sobre Rusia, incluida su propia familia.
Sería un escándalo que acabaría con su presidencia, pero no por ello un escenario imposible dados los instintos autócratas de Trump. Numerosos expertos juristas coinciden en que el perdón a Arpaio es un “ensayo” para futuros perdones al entorno de leales al presidente. Y de paso un mensaje para que no colaboren con el fiscal especial Robert Mueller.
“Es difícil contrarrestar el retroceso de la democracia cuando está alimentado por el populismo, porque es sutil y gradual”, afirman las politólogas Kendall-Taylor y Frantz. Y al ser sutil y gradual no hay un hecho concreto que detone un movimiento de resistencia opositora. Provoca una resistencia fragmentada y por tanto la erosión lenta de la democracia”.
Desmantelando la democracia en tránsito al autoritarismo sin que nos demos cuenta. Despacito, como la canción de Luis Fonsi. Sólo que aquí el ritmo es sombrío.
En siete meses ha logrado Trump ser el presidente de los Estados Des-Unidos de América. Azuzar una guerra civil fría. De la que sólo nos libraremos si el pueblo despierta y si se rompe la barrera de silencio y cobardía imperantes en los estamentos sociales, empezando por un sector de la prensa. Mientras exista libertad de expresión.
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