Las muertes de Pulse contra el pulso de las armas

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Las muertes de Pulse contra el pulso de las armas

19 Jun 2016 20:19
#9434
MIAMI, Estados Unidos.- La masacre de Orlando abre de nuevo el debate sobre el acceso a las armas, un tema que resulta espinoso en Estados Unidos debido a quienes defienden el derecho constitucional a vender, comprar y portar armamento y los que se oponen a un privilegio del que se sacan gruesos beneficios por su comercialización.

Los que viven de este comercio y sus clientes, acuden al argumento “patriótico” de querer garantizar tranquilidad, democracia y libertades bajo el amparo legal para poseer armas. La pasividad de la actual administración, según ellos, es la causa del fallo. Los de este grupo convergen en propugnar mayores facilidades para la distribución de armamentos de manera que los ciudadanos honestos puedan prevenir sucesos como los ocurridos en Orlando, Sandy Hook, San Bernardino o tantos lugares. La cuestión es si una masiva proliferación de ciudadanos armados resultaría efectiva para frenar estos hechos.

La respuesta está en los mismos actos de terror cometidos, no solo en Estados Unidos. Precisamente casi el mismo día de los sucesos de Orlando, en París un joven asesinaba en nombre del Islam a un matrimonio de oficiales de policía en su propia casa. Eso en medio de un dispositivo de seguridad desplegado para garantizar seguridad en la sede de la Euro Copa. A semejanza del episodio de Orlando, el implicado también había estado fichado por eventuales muestras de cercanía hacia el radicalismo musulmán.

Las explicaciones para lo ocurrido en la discoteca Pulse abarcan el yihadismo, el odio de género, la intolerancia respaldada por cuestiones religiosas, sociales y hasta ideológicas. Pero el centro de todo gira en torno a los medios utilizados por el asesino para perpetrar su siniestro plan: una pistola y un fusil de asalto AR 15, cuyo costo oscila entre 800 y 2000 dólares, pero que puede adquirirse hasta por 500 dólares en Internet. Mucho más barato y sencillo que comprar un auto de uso de esos que llaman “trasportation”, un juguete del año o un Smartphone.

Los mecanismos existentes garantizan la libertad de los compradores para hacerse de un potencial instrumento homicida. De hecho el individuo relacionado con esta acción ya había sido investigado por presuntas expresiones proislamistas, amistad con un combatiente de ISIS muerto durante un acto suicida en Siria y acusaciones de abuso por su anterior pareja. Ninguno de estos antecedentes sirvió para que las alertas saltaran por la compra del fusil en cuestión.

Y es que ni siquiera la estancia de Omar Mateen en una lista de vigilancia por terrorismo hubiera sido suficiente para evitar la adquisición del arma. Según el testimonio que diera en septiembre Christopher Piehota, director del Centro de Monitoreo de Terroristas del FBI, a una subcomisión de la Cámara de Representantes, “ser sospechoso o un terrorista conocido no es una categoría que impida comprar armas. Una persona no necesita someterse a una revisión de antecedentes si compra armas de vendedores sin licencia, como alguien que las venda en una feria de armas de fuego o en internet. No está claro exactamente cuántas armas se venden de esa manera.”

Los que sostienen la tesis sobre la importancia de la posesión generalizada de armas para evitar masacres pretenden ignorar que, en los sitios donde se han producido, estuvieron presentes personas armadas –incluso agentes policiales– anuladas por lo imprevisto y por la letalidad de un artefacto que puede eliminar decenas de vidas en segundos. Incluso las del propio oficial preparado para estos eventos. Y es que un ciudadano decente, cumplidor de las leyes, aunque porte armas con las licencias pertinentes, difícilmente podrá responder de inmediato ante un ataque de esas magnitudes, precisamente porque en su mente no anidan planes asesinos. Todo lo contrario del que va preparado y consciente para acusar el daño.

Que no hacen falta armas para causar la muerte también es cierto. Vale una olla cargada de clavos y tornillos, un arma blanca y hasta una simple pistola. Pero es indiscutible que el efecto causado por la cadencia mortal automática, capaz de disparar 30 veces en menos de un minuto, lleva ventaja. La pregunta que se impone es para qué un ciudadano común necesita mantener un arsenal militar desde la justificación de garantizar defensas y libertades, sea en el ámbito personal o social.

Nunca podré olvidar mi primer contacto visual con la realidad de la existencia de armas sofisticadas en las calles norteamericanas. Fue durante un día de trabajo en que un compañero me mostró un trofeo que portaba en su auto con el mayor sentimiento de orgullo. Se trataba de una Uzi con todos sus accesorios, balas incluidas. Las dudas saltan sobre la necesidad de tener un arma de asalto que bien podría mostrar sus atributos en una discusión como las que de manera habitual generan muertes, sea en la disputa por un parqueo, la entrada a una tienda en Viernes Negro, discrepancias de un alumno con sus profesores, un asunto de celos o la asignación distributiva en un negocio de cáterin.

El nuevo episodio luctuoso ocurre en tiempo electoral. El candidato republicano Donald Trump mueve sentimientos antiinmigrantes para identificar el problema. Resulta que quienes asumen el papel de soldados del Islam mayoritariamente son ciudadanos (norteamericanos, franceses, belgas) nacidos en occidente en segunda y tercera generación. Por tanto la retórica queda trunca y no es precisamente las posturas permisivas de quienes se niegan a poner barreras a una emigración legal desde países en guerra, afectados por represión y violencia, incluso contra los propios creyentes de la fe islámica.

El discurso de mano dura encuentra oídos fértiles entre quienes se quedan en una visión estrecha entre su aversión al partido demócrata (a veces inexplicable sobre todo cuando se trata de emigrantes) o los que, sin ser islamistas, expresan rechazos antisemitas, homofóbicos o ideológicos, entre tantos. Por visualizar una de esos rechazos, y para mostrar que el concepto no viene sólo de afuera, apunto a un breve relato sobre el recientemente fallecido Muhammad Alí, aparecido en un artículo periodístico que rememoraba pasajes de la vida del boxeador.

Alí, norteamericano de una pureza de cepa mayor que la de Trump tomando en cuenta sus raíces asentadas en la triste saga esclavista, se decantó por el islamismo debido a rechazos hacia la sociedad en la que nació. Durante junio de 1978 realizó una visita a la Unión Soviética de Brezhnev. El artículo en cuestión revive la asombrada y complacida expresión del campeón al reconocer las bondades de un sistema en el que pudo sentir el aprecio de sus anfitriones, el cariño de los ciudadanos, así como la ausencia de ciertas imperfecciones sociales en las calles moscovitas. “Pensé que vería un país cerrado con un montón de gente lúgubre, encerrada en sus pensamientos como robots y agentes de los servicios secretos pinchando mi habitación. He visto un país con cien pueblos que viven juntos en armonía. Ni armas, ni delincuencia, ni prostitutas y ni un solo homosexual”, dijo.

Las ideas extremistas pueden venir de cualquier parte, surgir espontáneamente en el mismo lugar, teniendo como caldo de cultivo cualquier evento social, a veces impredecible. El rechazo, la marginación social, la exclusión y la pobreza pueden ser factores, aunque no los únicos. A veces la enfermedad extremista viene desde el radicalismo más atroz sustentado en la intolerancia política o religiosa, el fanatismo y la ignorancia. Pretender combatir con fusiles a quienes también pueden armarse impunemente para atacar los valores de la democracia y la libertad resulta un punto poco defendible y hasta ambiguo, teniendo en cuenta que quienes buscan las armas para alistarse en la trinchera del mal llevan ventaja amplia sobre quienes se arman desde el sano propósito de prevenir la maldad con un arte que les resulta ajeno.
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