Trump, Sanders y el fin del excepcionalismo
- Carlos Alberto Montaner
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Trump, Sanders y el fin del excepcionalismo
14 Feb 2016 15:30
Será como Godzilla contra King Kong. Lo que hace unos meses parecía imposible, hoy tiene algunas probabilidades de ocurrir: que acaben enfrentándose Donald Trump y Bernie Sanders en una batalla electoral por la Casa Blanca.
Pudiera ser. La composición política de Estados Unidos cada día que pasa se asemeja más a Europa. Donald Trump recuerda a Jean-Marie Le Pen, el político francés cuasifascista fundador del Frente Nacional, partido del que luego resultaría expulsado.
Trump no tiene, como Le Pen, una densa biografía política y militar, sino una larga y fundamentalmente exitosa experiencia como empresario; pero coinciden en la visión nacionalista, el rechazo a los inmigrantes y el culto por la intimidación del adversario. Son, como en los boleros, dos almas gemelas.
Cuentan, además, con las mismas fuentes de admiración. Los partidarios de Trump y de Le Pen forman parte de cierta clase trabajadora de rompe y rasga, poco educada, que disfruta del lenguaje directo y sin filtro, capaz de llamarle pan al pan, y a la vagina o al pene cualquier grosería que se les ocurra.
Bernie Sanders, por otra parte, no es un déspota comunista que llegaría al poder para crear una dictadura. Es otra cosa. No es Stalin ni Fidel Castro. “Que no panda el cúnico”, como decía el Chapulín Colorado. Es una especie de Olaf Palme nacido en Brooklyn. Declara ser un socialista. ¿Qué significa esa palabra en su caso?
Es un redistribucionista, un populista que subirá notablemente los impuestos federales para dedicar los fondos a “obra social”, convencido de que las necesidades de ciertas personas deben ser convertidas en obligaciones de todas las personas, sin advertir que esa traslación de la responsabilidad individual suele crispar y confundir al conjunto de la sociedad.
Es una lástima que Sanders, cuando estudió en la Universidad de Chicago, no hubiera acudido a las clases de Gary Becker, entonces profesor de esa institución. Le dieron el Premio Nobel de economía, entre otras razones, por describir los daños imprevistos que se derivaban de las buenas intenciones del welfare.
¿Cuánto aumentaría Sanders los tributos, si consigue (que lo dudo) vencer la resistencia del Congreso? Combinados con los estatales, más otras cargas fiscales, como explicó Josh Barro en The New York Times, y luego matizó Tim Worstall en Forbes, alcanzaría el 73% de los ingresos. Ese porcentaje desborda la Curva de Laffer y, por lo tanto, recaudará mucho menos de lo previsto.
Será un fracaso y acabará empobreciéndolos a todos, como sucedió en Suecia hasta que en 1992-1994 comenzaron a rectificar el Estado de Bienestar. Algo que describe espléndidamente el economista Mauricio Rojas en The rise and fall of the Swedish model, excomunista chileno que vivió en ese país varias décadas, comprendió que se había equivocado, tuvo la decencia y el valor de rectificar, y llegó a ser parlamentario por el Partido Liberal.
En cualquier caso, la presencia de personas como Trump y Sanders en el panorama político de Estados Unidos liquida totalmente la noción del excepcionalismo norteamericano, suscrita por tantos pensadores e ideólogos persuadidos de que el país tiene una responsabilidad moral que cumplir con la humanidad.
Termina la discutida proposición, un tanto mesiánica, de que Estados Unidos es una nación única, la primera república moderna, diferente a las demás, escogida por Dios para servir de modelo y para defender el republicanismo, la libertad, el individualismo, la igualdad y la democracia, para derrotar paladinamente a fascistas, nazis y comunistas, y hoy, para enfrentarse al islamismo asesino del nuevo califato.
Es una lástima. Lincoln al final de su breve Discurso de Gettysburg afirma que “los americanos tienen la tarea de que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la Tierra”. Es otra versión del excepcionalismo. A Ronald Reagan le gustaba jugar con esas ideas y con la metáfora que sigue: el país es “la luz del mundo, una ciudad asentada sobre un monte que no se puede esconder”. Se lo atribuyen a Jesús en El Sermón de la Montaña.
Nada de eso. Es una nación como todas. Con sus Trump y sus Sanders. Como todas.
Pudiera ser. La composición política de Estados Unidos cada día que pasa se asemeja más a Europa. Donald Trump recuerda a Jean-Marie Le Pen, el político francés cuasifascista fundador del Frente Nacional, partido del que luego resultaría expulsado.
Trump no tiene, como Le Pen, una densa biografía política y militar, sino una larga y fundamentalmente exitosa experiencia como empresario; pero coinciden en la visión nacionalista, el rechazo a los inmigrantes y el culto por la intimidación del adversario. Son, como en los boleros, dos almas gemelas.
Cuentan, además, con las mismas fuentes de admiración. Los partidarios de Trump y de Le Pen forman parte de cierta clase trabajadora de rompe y rasga, poco educada, que disfruta del lenguaje directo y sin filtro, capaz de llamarle pan al pan, y a la vagina o al pene cualquier grosería que se les ocurra.
Bernie Sanders, por otra parte, no es un déspota comunista que llegaría al poder para crear una dictadura. Es otra cosa. No es Stalin ni Fidel Castro. “Que no panda el cúnico”, como decía el Chapulín Colorado. Es una especie de Olaf Palme nacido en Brooklyn. Declara ser un socialista. ¿Qué significa esa palabra en su caso?
Es un redistribucionista, un populista que subirá notablemente los impuestos federales para dedicar los fondos a “obra social”, convencido de que las necesidades de ciertas personas deben ser convertidas en obligaciones de todas las personas, sin advertir que esa traslación de la responsabilidad individual suele crispar y confundir al conjunto de la sociedad.
Es una lástima que Sanders, cuando estudió en la Universidad de Chicago, no hubiera acudido a las clases de Gary Becker, entonces profesor de esa institución. Le dieron el Premio Nobel de economía, entre otras razones, por describir los daños imprevistos que se derivaban de las buenas intenciones del welfare.
¿Cuánto aumentaría Sanders los tributos, si consigue (que lo dudo) vencer la resistencia del Congreso? Combinados con los estatales, más otras cargas fiscales, como explicó Josh Barro en The New York Times, y luego matizó Tim Worstall en Forbes, alcanzaría el 73% de los ingresos. Ese porcentaje desborda la Curva de Laffer y, por lo tanto, recaudará mucho menos de lo previsto.
Será un fracaso y acabará empobreciéndolos a todos, como sucedió en Suecia hasta que en 1992-1994 comenzaron a rectificar el Estado de Bienestar. Algo que describe espléndidamente el economista Mauricio Rojas en The rise and fall of the Swedish model, excomunista chileno que vivió en ese país varias décadas, comprendió que se había equivocado, tuvo la decencia y el valor de rectificar, y llegó a ser parlamentario por el Partido Liberal.
En cualquier caso, la presencia de personas como Trump y Sanders en el panorama político de Estados Unidos liquida totalmente la noción del excepcionalismo norteamericano, suscrita por tantos pensadores e ideólogos persuadidos de que el país tiene una responsabilidad moral que cumplir con la humanidad.
Termina la discutida proposición, un tanto mesiánica, de que Estados Unidos es una nación única, la primera república moderna, diferente a las demás, escogida por Dios para servir de modelo y para defender el republicanismo, la libertad, el individualismo, la igualdad y la democracia, para derrotar paladinamente a fascistas, nazis y comunistas, y hoy, para enfrentarse al islamismo asesino del nuevo califato.
Es una lástima. Lincoln al final de su breve Discurso de Gettysburg afirma que “los americanos tienen la tarea de que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la Tierra”. Es otra versión del excepcionalismo. A Ronald Reagan le gustaba jugar con esas ideas y con la metáfora que sigue: el país es “la luz del mundo, una ciudad asentada sobre un monte que no se puede esconder”. Se lo atribuyen a Jesús en El Sermón de la Montaña.
Nada de eso. Es una nación como todas. Con sus Trump y sus Sanders. Como todas.
Reply to Carlos Alberto Montaner
- Abelardo Pérez García
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Re: Trump, Sanders y el fin del excepcionalismo
22 Feb 2016 09:03
Me da la impresión que el excelente artículo de Carlos Alberto Montaner va a sacar algunas ronchas en Mayami.
Decir que EEUU es una nación como todas será visto por muchos como un disparate o, peor aun, como un sacrilegio.
No hay año en que al pasar por la capital del exilio cubano no oiga decir a amigos y familiares:
“éste es el primer país del mundo”; “aquí vivimos en la mayor democracia del mundo”; “los europeos nos tienen envidia y por eso nos critican tanto”; “en vez de querer que los ayuden, los europeos deberían trabajar como aquí; aquí se trabaja mucho y por eso somos los mejores”; “cuando ocurre una catástrofe en el mundo, los que ayudan son los americanos”; “todo el mundo quisiera venir a vivir aquí”; “éste es EL país de la libertad y somos sus defensores en el mundo” “tenemos el mejor sistema del mundo pues la Constitución no la hizo un grupo de gente elegida Dios sabe cómo sino We the people” … y un sinfín de fórmulas semejantes.
Afirmar pues que la composición política de EEUU se asemeja cada día más a Europa puede ser considerado por muchos como una verdadera decadencia.
Para mí estaría lejos de ser una decadencia, lo que pasa es que me parece totalmente falso.
Montaner escribe:
“Donald Trump recuerda a Jean-Marie Le Pen, el político francés cuasifascista fundador del Frente Nacional, partido del que luego resultaría expulsado”.
O Carlos Alberto no ha oído nunca a Trump (no me parece esto posible) o no ha oído nunca hablar a Jean-Marie Le Pen (lo más probable).
Me gustaría saber lo que le permite usar el prefijo “cuasi”. Todos los adversarios de J-M Le Pen lo tratan de fascista -en general sin saber lo que esto significa- con el propósito de descalificarlo y de insultarlo.
Yo, que no soy uno de sus seguidores y que jamás he votado por él, nunca lo he oído criticar el sistema parlamentario ni el régimen republicano.
Le Pen es un hombre de derechas sin lugar a dudas: está a favor de la preferencia nacional al conceder empleos, de la independencia monetaria (en contra del euro), de la independencia legislativa (respecto a las leyes de Bruselas) y en contra de la inmigración masiva que viene a Francia desde hace más de cuarenta años.
Lo acusan de ser racista pero nunca lo he oído proferir insultos racistas propiamente dichos además del hecho que en su partido hay magrebíes y africanos subsaharianos.
Dirigiéndose a jóvenes de origen magrebí les ha dicho: “Vuestros padres hicieron la guerra para tener una patria no para que vosotros vinierais a la nuestra”.
El epíteto de “racista” es uno de los preferidos de la izquierda en Francia para insultar y descalificar a adversarios políticos y los franceses, en general, tienen pánico a que los consideren racistas.
Por otra parte, J-M Le Pen es un hombre extremadamente culto, diplomado de estudios superiores de derecho, nunca le he oído decir grosería alguna y sabe manejar la lengua francesa con un arte y una sutileza notabilísimos.
También es un provocador que se burla, muchas veces con éxito, de la ignorancia de sus adversarios y afirma cosas políticamente incorrectas (pero que mucha gente piensa) en un lenguaje muy correcto.
Es este aspecto provocador de sus discursos el que ha hecho que su hija Marine (también abogado) se las haya arreglado para excluir a su padre del partido que fundó y lograr así en las últimas elecciones más votos (33%) que sus principales adversarios: "Los Republicanos" y "Partido Socialista".
Por otra parte, si el Frente Nacional (quizá cambie de nombre) ha logrado “robar” el voto de cierta clase obrera al Partido Comunista, no es ésta la base de su electorado como sugiere Carlos Alberto Montaner:
“Los partidarios de Trump y de Le Pen forman parte de cierta clase trabajadora de rompe y rasga, poco educada, que disfruta del lenguaje directo y sin filtro, capaz de llamarle pan al pan, y a la vagina o al pene cualquier grosería que se les ocurra”.
La base de su electorado es, además de alguna fracción de clases populares que se sienten abandonadas por los partidos tradicionales, una población instruida de la derecha clásica, de base católica y de sensibilidad política conservadora y tradicionalista.
No me atrevo a hablar del señor Sanders pues no sé lo que hará si es electo.
Si transformara a EEUU en una nueva Suecia eso sería un adelanto para el gran país norteamericano.
El empobrecimiento, muy relativo del país escandinavo, a finales de los años noventa y la renovación del sistema llevada a cabo por los mismos socialdemócratas se debió al peso de los retiros debido al aumento considerable de la esperanza de vida.
No he leído el libro del señor Rojas pero lo que sí me atrevo a afirmar es que no hay un sueco que esté dispuesto a cambiar su sistema de Estado de Bienestar por el sistema norteamericano.
Al que me presente uno, le regalo una caja de seis botellas de champán. Palabra.
Decir que EEUU es una nación como todas será visto por muchos como un disparate o, peor aun, como un sacrilegio.
No hay año en que al pasar por la capital del exilio cubano no oiga decir a amigos y familiares:
“éste es el primer país del mundo”; “aquí vivimos en la mayor democracia del mundo”; “los europeos nos tienen envidia y por eso nos critican tanto”; “en vez de querer que los ayuden, los europeos deberían trabajar como aquí; aquí se trabaja mucho y por eso somos los mejores”; “cuando ocurre una catástrofe en el mundo, los que ayudan son los americanos”; “todo el mundo quisiera venir a vivir aquí”; “éste es EL país de la libertad y somos sus defensores en el mundo” “tenemos el mejor sistema del mundo pues la Constitución no la hizo un grupo de gente elegida Dios sabe cómo sino We the people” … y un sinfín de fórmulas semejantes.
Afirmar pues que la composición política de EEUU se asemeja cada día más a Europa puede ser considerado por muchos como una verdadera decadencia.
Para mí estaría lejos de ser una decadencia, lo que pasa es que me parece totalmente falso.
Montaner escribe:
“Donald Trump recuerda a Jean-Marie Le Pen, el político francés cuasifascista fundador del Frente Nacional, partido del que luego resultaría expulsado”.
O Carlos Alberto no ha oído nunca a Trump (no me parece esto posible) o no ha oído nunca hablar a Jean-Marie Le Pen (lo más probable).
Me gustaría saber lo que le permite usar el prefijo “cuasi”. Todos los adversarios de J-M Le Pen lo tratan de fascista -en general sin saber lo que esto significa- con el propósito de descalificarlo y de insultarlo.
Yo, que no soy uno de sus seguidores y que jamás he votado por él, nunca lo he oído criticar el sistema parlamentario ni el régimen republicano.
Le Pen es un hombre de derechas sin lugar a dudas: está a favor de la preferencia nacional al conceder empleos, de la independencia monetaria (en contra del euro), de la independencia legislativa (respecto a las leyes de Bruselas) y en contra de la inmigración masiva que viene a Francia desde hace más de cuarenta años.
Lo acusan de ser racista pero nunca lo he oído proferir insultos racistas propiamente dichos además del hecho que en su partido hay magrebíes y africanos subsaharianos.
Dirigiéndose a jóvenes de origen magrebí les ha dicho: “Vuestros padres hicieron la guerra para tener una patria no para que vosotros vinierais a la nuestra”.
El epíteto de “racista” es uno de los preferidos de la izquierda en Francia para insultar y descalificar a adversarios políticos y los franceses, en general, tienen pánico a que los consideren racistas.
Por otra parte, J-M Le Pen es un hombre extremadamente culto, diplomado de estudios superiores de derecho, nunca le he oído decir grosería alguna y sabe manejar la lengua francesa con un arte y una sutileza notabilísimos.
También es un provocador que se burla, muchas veces con éxito, de la ignorancia de sus adversarios y afirma cosas políticamente incorrectas (pero que mucha gente piensa) en un lenguaje muy correcto.
Es este aspecto provocador de sus discursos el que ha hecho que su hija Marine (también abogado) se las haya arreglado para excluir a su padre del partido que fundó y lograr así en las últimas elecciones más votos (33%) que sus principales adversarios: "Los Republicanos" y "Partido Socialista".
Por otra parte, si el Frente Nacional (quizá cambie de nombre) ha logrado “robar” el voto de cierta clase obrera al Partido Comunista, no es ésta la base de su electorado como sugiere Carlos Alberto Montaner:
“Los partidarios de Trump y de Le Pen forman parte de cierta clase trabajadora de rompe y rasga, poco educada, que disfruta del lenguaje directo y sin filtro, capaz de llamarle pan al pan, y a la vagina o al pene cualquier grosería que se les ocurra”.
La base de su electorado es, además de alguna fracción de clases populares que se sienten abandonadas por los partidos tradicionales, una población instruida de la derecha clásica, de base católica y de sensibilidad política conservadora y tradicionalista.
No me atrevo a hablar del señor Sanders pues no sé lo que hará si es electo.
Si transformara a EEUU en una nueva Suecia eso sería un adelanto para el gran país norteamericano.
El empobrecimiento, muy relativo del país escandinavo, a finales de los años noventa y la renovación del sistema llevada a cabo por los mismos socialdemócratas se debió al peso de los retiros debido al aumento considerable de la esperanza de vida.
No he leído el libro del señor Rojas pero lo que sí me atrevo a afirmar es que no hay un sueco que esté dispuesto a cambiar su sistema de Estado de Bienestar por el sistema norteamericano.
Al que me presente uno, le regalo una caja de seis botellas de champán. Palabra.
Reply to Abelardo Pérez García
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