Jeb, un adulto en el circo
- Rosa Townsend
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Jeb, un adulto en el circo
05 Nov 2015 16:30
Más allá del último chisme o altibajo de un candidato en los sondeos, en las primarias republicanas subyace una dinámica clave para entenderlas: la masa dominante de su electorado está perdiendo la cordura política. Buscan revolución o muerte. Y todo indica que si siguen empeñados en nominar a uno de los rebeldes advenedizos con piquito de oro (tienen varios) conseguirán suicidarse. Hillary se los merendará en las generales.
Tradicionalmente el Partido Demócrata ha sido el de los rebeldes y el Republicano el de las bases disciplinadas. Ahora es al revés. Reciente prueba de ello es la victoria de los alzados ultraconservadores del Congreso que, siendo minoría, han derrocado a poderosos republicanos moderados como Boehner y McCarthy. El éxito de ese “golpe” ha enardecido aún más a las bases insurrectas en su cruzada por destronar al establishment.
Gracias a esta gesta de populismo rabioso y mediocre, de extravagancia contra sensatez, gozan de un momento de gloria aspirantes como el histriónico Trump, el durmiente Carson, la áspera Fiorina o el vengador Cruz… Ninguno de ellos, según la lógica convencional, reúne las cualidades imprescindibles para ser presidente. Pero nada hay de lógico ni de convencional en las primarias republicanas. Si lo hubiera el candidato que encabezaría las encuestas sería Jeb Bush, que aunque le haya faltado “chispa” en los debates le sobra preparación, calidad humana y visión. (Conste que nunca he sido republicana ni demócrata sino independiente y que no tengo conexión con Jeb).
El ex gobernador de Florida no ha ascendido al nivel que debería por tres razones. Primera porque ha hecho una campaña IN-VI-SI-BLE en los medios de comunicación, mientras que Trump y otros acaparaban las noticias. Un error demoledor en esta era de superficialidad en que la gente se guía sólo por los sound bites en sus pantallas, y por tanto son fácilmente influenciables. Como decía el gran Oscar Wilde: “Hay sólo una cosa peor a que hablen mal de ti, que no hablen”.
Segunda razón, porque al ser invisible ha permitido que Trump y otros le definan negativamente antes de definirse él. No ha sabido explotar sus virtudes, al extremo de dejar que sus adversarios las conviertan en defectos. Un ejemplo: este lunes un artículo de CNN subrayaba que “la mayor crítica a Bush es que es demasiado educado”. ¿Que prefieren entonces un presidente maleducado? Algunos sí, a juzgar por los aplausos de los rebeldes republicanos a quienes más gritan o encubren sus fallos con ataques demagógicos.
Es un electorado que se jacta de buscar pureza en Washington pero después aclama el circo de sangre y banalidades.
Y la tercera razón está bastante fuera del control de Bush: por una parte arrastra la carga de su apellido dinástico (van a por él por aquello del schadenfreude, el perverso placer del infortunio ajeno). Y por otra parte debido a la frivolidad de votantes que anteponen el estilo a la sustancia.
Una muestra de esto último fue el intercambio con Marco Rubio en el tercer debate. La pregunta de Jeb era apropiada, porque al senador le pagamos $174,000 al año (además de gastos) para que vaya a su trabajo, no para que falte. Pero Rubio, que es muy vivo, le dio la vuelta aduciendo que también lo hizo Obama, entre otros. Increíblemente le aplaudieron, absolviéndolo por sus cualidades de interpretación.
Rubio hizo bien en comparar su récord en el Senado con el de Obama, porque se parece mucho al presidente. Al igual que él es joven, elocuente, audaz y sin apenas experiencia. Y sabe seducir a la prensa: la liberal le apoya para ayudar a Hillary, que supuestamente le derrotaría; y la conservadora porque busca una alternativa a Trump, y Rubio es un suplente en lista de espera.
Tal trasfondo explica el falso argumento con fines publicitarios que intentaron hacer del choque Jeb-Marco. Pura guerra sicológica de quienes sueñan con escribir el obituario político de Jeb, quien finalmente lejos de morder el anzuelo nada aprisa para salir a flote. El tiempo dirá. Y los votantes republicanos deberán decidir si después de esta etapa de flirteo recuperan la cordura a la hora de casarse en 2016.
Tradicionalmente el Partido Demócrata ha sido el de los rebeldes y el Republicano el de las bases disciplinadas. Ahora es al revés. Reciente prueba de ello es la victoria de los alzados ultraconservadores del Congreso que, siendo minoría, han derrocado a poderosos republicanos moderados como Boehner y McCarthy. El éxito de ese “golpe” ha enardecido aún más a las bases insurrectas en su cruzada por destronar al establishment.
Gracias a esta gesta de populismo rabioso y mediocre, de extravagancia contra sensatez, gozan de un momento de gloria aspirantes como el histriónico Trump, el durmiente Carson, la áspera Fiorina o el vengador Cruz… Ninguno de ellos, según la lógica convencional, reúne las cualidades imprescindibles para ser presidente. Pero nada hay de lógico ni de convencional en las primarias republicanas. Si lo hubiera el candidato que encabezaría las encuestas sería Jeb Bush, que aunque le haya faltado “chispa” en los debates le sobra preparación, calidad humana y visión. (Conste que nunca he sido republicana ni demócrata sino independiente y que no tengo conexión con Jeb).
El ex gobernador de Florida no ha ascendido al nivel que debería por tres razones. Primera porque ha hecho una campaña IN-VI-SI-BLE en los medios de comunicación, mientras que Trump y otros acaparaban las noticias. Un error demoledor en esta era de superficialidad en que la gente se guía sólo por los sound bites en sus pantallas, y por tanto son fácilmente influenciables. Como decía el gran Oscar Wilde: “Hay sólo una cosa peor a que hablen mal de ti, que no hablen”.
Segunda razón, porque al ser invisible ha permitido que Trump y otros le definan negativamente antes de definirse él. No ha sabido explotar sus virtudes, al extremo de dejar que sus adversarios las conviertan en defectos. Un ejemplo: este lunes un artículo de CNN subrayaba que “la mayor crítica a Bush es que es demasiado educado”. ¿Que prefieren entonces un presidente maleducado? Algunos sí, a juzgar por los aplausos de los rebeldes republicanos a quienes más gritan o encubren sus fallos con ataques demagógicos.
Es un electorado que se jacta de buscar pureza en Washington pero después aclama el circo de sangre y banalidades.
Y la tercera razón está bastante fuera del control de Bush: por una parte arrastra la carga de su apellido dinástico (van a por él por aquello del schadenfreude, el perverso placer del infortunio ajeno). Y por otra parte debido a la frivolidad de votantes que anteponen el estilo a la sustancia.
Una muestra de esto último fue el intercambio con Marco Rubio en el tercer debate. La pregunta de Jeb era apropiada, porque al senador le pagamos $174,000 al año (además de gastos) para que vaya a su trabajo, no para que falte. Pero Rubio, que es muy vivo, le dio la vuelta aduciendo que también lo hizo Obama, entre otros. Increíblemente le aplaudieron, absolviéndolo por sus cualidades de interpretación.
Rubio hizo bien en comparar su récord en el Senado con el de Obama, porque se parece mucho al presidente. Al igual que él es joven, elocuente, audaz y sin apenas experiencia. Y sabe seducir a la prensa: la liberal le apoya para ayudar a Hillary, que supuestamente le derrotaría; y la conservadora porque busca una alternativa a Trump, y Rubio es un suplente en lista de espera.
Tal trasfondo explica el falso argumento con fines publicitarios que intentaron hacer del choque Jeb-Marco. Pura guerra sicológica de quienes sueñan con escribir el obituario político de Jeb, quien finalmente lejos de morder el anzuelo nada aprisa para salir a flote. El tiempo dirá. Y los votantes republicanos deberán decidir si después de esta etapa de flirteo recuperan la cordura a la hora de casarse en 2016.
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