La campaña para la Presidencia de Estados Unidos de Donald Trump tiene de todo, algo bueno, algo malo y algo muy feo.
Este millonario, encantador para unos y detestable para otros, irrumpió en la contienda republicana con la fuerza de un toro resuelto a ganarse la plaza por sus arriesgados paces y su bravura.
Sin lugar a dudas despertó una arena política adormilada por lo que se perfilaba como una contienda entre dos representantes de dinastías políticas, algo que no planteaba ningún cambio, los mismos con las mismas. ¡Qué aburrido y poco dinámico!
Por los republicanos, los Bush proponían a Jeb Bush, exgobernador de la Florida. Por los demócratas, Hillary Clinton, ex senadora, ex Secretaria de Estado y Primera Dama, tenía casi asegurada la denominación de su partido.
Ahora, para sorpresa de todos los que hace dos meses no daban un centavo por la candidatura de Trump, las cosas han cambiado aceleradamente y con seguridad cambiaran más aún. El discurso descarado, sin pelos en la boca, del millonario ha gustado al punto que hoy encabeza la intención de voto republicana.
Los demás candidatos republicanos, inclusive Bush, no han sabido cómo responder a su arrolladora presencia y descaro, y cada día pierden más terreno. Del lado demócrata también hay silencio porque la inseguridad que causa un candidato que monopoliza los medios como lo hace Trump es intimidante.
Es buena esta sacudida a la política estadounidense. El nuevo candidato ha imprimido vitalidad al proceso electoral. Hoy, todos, hasta los indiferentes a la política, observan el show que Trump hace de cada una de sus presentaciones.
Aplauden cuando insiste en que no recibirá dineros de grupos de intereses especiales, pues puede auto financiarse, de manera que no tendrá que pagar favores de campaña. Tampoco esquivará temas tabú, pues el discurso “políticamente correcto” le importa un bledo. Dice lo que nadie se atreve a decir, pero que, como estamos viendo, importan mucho a muchos. En su discurso, cuando Trump baja de tono y es explica calmadamente sus propuestas, se pueden encontrar algunas ideas (no muchas) interesantes para el país.
Lo malo, lo verdaderamente feo de este candidato, son esa envestidas, ese discurso incendiario que utiliza para hacerse notar y conquistar los medios sin tener en cuenta la estela de odio que dejan sus palabras. Odio que unas vez aflora es difícil de contener. Su agresividad contra los mexicanos, los indocumentados, las mujeres, entre otros temas, han alborotado muchos avisperos.
Aunque Trump, una vez que logra su objetivo de cautivar los medios y la atención del electorado, recula y modera su tono, explicando sus planteamientos de manera que parecen más sensatos, lo dicho originalmente queda en el ambiente y puede causar mucho mal.
Algo parecido ocurrió con el discurso boqui suelto de Hugo Chávez y ya sabemos a dónde ha llevado a Venezuela y, guardadas las proporciones, también ocurrió con la verborrea de Hitler que, aunque nadie lo pensó al comienzo, llevó a la II Guerra Mundial y al “holocausto” judío.
Las palabras son un arma peligrosa algo que sería bueno Donald Trump, precandidato a la presidencia del país más poderoso del mundo, tuviera en cuenta.