Levantamiento del embargo: un avance hacia la libertad
- Miguel Saludes
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Levantamiento del embargo: un avance hacia la libertad
09 Aug 2015 16:09
El discurso pronunciado por Hillary Clinton en la Universidad Internacional de la Florida el pasado 31 de julio ha sido calificado como un hecho inédito de la historia política del estado sureño. Algo que hace veinte años era impensable tuviera lugar nada menos que en Miami, considerada como la capital de exilio cubano, en opinión de varios de los participantes en el evento.
La aspirante demócrata a la presidencia de Estados Unidos escogió el recinto universitario para declarar su apoyo a la estrategia de Barak Obama respecto a Cuba y al giro dado por la actual administración que ha logrado el restablecimiento de relaciones con La Habana a nivel de embajadas. Un cambio importante que aunque no despeja por completo la tensa atmósfera de los nexos entre ambos países, sí deja abierta las puertas para nuevos pasos en la normalización plena de sus relaciones. El próximo sería precisamente el levantamiento del embargo económico mantenido durante más de medio siglo por la potencia del Norte contra la vecina isla. Y este sería el compromiso expreso de Clinton en caso de ser electa a la presidencia.
Numerosos aplausos dieron una respuesta positiva a los planteamientos de Clinton, quien fue interrumpida en numerosas ocasiones cuando se refería a puntos sensibles del tema cubano, contenido central de su elocución de apenas 25 minutos. Sin dejar de referirse a los casos evidentes de violaciones de derechos humanos, la represión contra las libertades individuales políticas y de expresión, la violencia sufrida por los grupos opositores, las Damas de Blanco o la muerte de Oswaldo Payá y Harold Cepero sobre la que se pide una exhaustiva investigación, la ex secretaria de Estado manifestó una razón que es incuestionable: una larga política fracasada que no acaba de rendir sus frutos y la prioridad de lo que resulta ahora la tarea más importante que es apoyar el cambio en la isla.
Claro que los tiempos son otros a pesar de que se mantenga el régimen dominado por la impronta de Fidel Castro durante todos estos años. El paso de tres generaciones y el influjo de una oleada nueva de emigración, en su mayoría carente fundamentos sólidos para ser catalogada de política, ha llevado al escenario del exilio una realidad cambiante hacia una diáspora cubana que no apuesta por las viejas reglas de juego. Tampoco los hijos y nietos de aquellos que una vez conformaron el “exilio histórico” creen en la factibilidad de esas posturas, y para completar el cuadro cambiante contribuye una parte de ese exilio militante que comprendió desde hace tiempo que la apuesta por el contacto ofrece mucho más resultados que la del aislamiento y la línea dura. Tácticas que más que perjudicar han ayudado al gobierno de La Habana que las supo usar siempre como pretexto para su propaganda contra el enemigo poderoso que quiere destruir los logros de una revolución socialista por el pueblo y para el pueblo.
Hillary Clinton lo expresó claro en sus palabras: ha llegado el momento de acabar no solo con el viejo pretexto y las justificaciones para un fracaso en el que Estados Unidos ha tenido muy poco que ver. También de terminar con las excusas en la que otros países se escudan con la política del Goliat norteño que quiere destruir al débil y tenaz David antillano. Las relaciones directas y un levantamiento de las sanciones norteamericanas dejan el camino expedito para que se visualice correctamente donde está el problema y su solución.
Clinton negó que la apertura de las embajadas fuese un regalo o una concesión hacia el régimen cubano. Se trata de un avance hacia la libertad de los cubanos como pueblo. Un avance que ocurre, ella lo sabe bien, a pesar de las reticencias de quienes en la otra orilla no quieren saber de contactos ni flexibilizaciones que rompan su esquema rígido. Se trata de un apoyo al pueblo, haciendo aquello que los del otro lado no quieren que se haga en aras de ampliar las posibilidades de la gente sencilla que nunca se ha sentido ni amenazada ni enemiga de Estados Unidos.
Pero desde esta lado la visión muchas veces coincide con aquella viciada de enfrentamiento que a lo largo de años se ha retroalimentado desde ambas partes. Pareciera que desde el otro extremo, el de las libertades y la democracia, se analiza el paso del cambio producido por Obama como un acto sin sentido. Un ejemplo de ello es una reseña del diario The Miami Herald en su línea editorial afirmando que “Cuba no se ha ganado el fin del embargo”. La frase de alguna manera hace recordar aquella memorable crítica lanzada por Monseñor Pedro Meurice durante la misa del Papa Juan Pablo II en Santiago de Cuba. Entonces el prelado cubano señaló que en la Isla se había confundido Patria con un partido político. Un fenómeno que se repite desde el exterior cuando se funden conceptos nación y dictadura, y se defienden acciones aplicadas contra la segunda que en realidad perjudica a los integrantes de la primera; la gente común que recibe el doble castigo de quienes les oprimen y el de aquellos que pretenden liberarles de la opresión.
Las voces contrarias al cese del embargo reciben el apoyo de los políticos republicanos de origen cubano americano asentados en la Florida. Pero cada vez resulta evidente el aumento de quienes se oponen al aislamiento y propugnan una nueva manera de resolver la situación de los que viven bajo un sistema totalitario en la Isla. En todos estos años, lejos de algunos tibios intentos de administraciones norteamericanas, casi siempre boicoteados por la negativa del castrismo a perder la ventaja otorgada por la enemistad con el enemigo más poderoso del mundo, nada se consiguió. Ni siquiera aquellos que repetidas veces en campañas electorales prometieron la invasión que nunca llegó (gracias a Dios) o que contentaron al electorado cubano americano con un ¡Viva Cuba libre! y dejaron engavetada en el escritorio una ley poco práctica que al final tuvo que firmar Clinton acorralado por la crisis del derribo de las avionetas. El demócrata escogió al final el menor de los males en la herencia legada por Helms Burton, una fórmula de poco crédito que ha rendido un magro servicio a la causa pro democracia en Cuba, favoreciendo a la propaganda de la dictadura cubana.
Ahora Clinton pondera las acciones logradas por administración Obama y las defiende anunciando que en caso de llegar a la presidencia ella hará todavía más por incrementar el acercamiento y acabar con el embargo. Tiene muchas razones para ese empeño. Sueña con ver a los cubanos de la Isla venir a Miami a caminar sus calles y constatar otra realidad. El intercambio de estudiantes, mejores comunicaciones, más celulares, computadoras, internet. Anoche recordaba esos deseos expuestos por la aspirante demócrata. Un joven cubano desde esta orilla lograba conectarse con sus antiguos amigos de la infancia que viven en el poblado de Cojímar. Con ellos habló durante casi dos horas. Una conexión que hizo posible la reciente red Wi-Fi a la que ahora se accede también desde la calle principal de la conocida Villa Panamericana.
Es cierto que el aislamiento no es el que rendirá mejores frutos. No lo ha hecho nunca y por ello quizás no lo pidieron para sus pueblos exiliados de Polonia, Nicaragua, ni ahora Venezuela. ¿Por qué tendríamos que hacerlo entonces los cubanos?
La aspirante demócrata a la presidencia de Estados Unidos escogió el recinto universitario para declarar su apoyo a la estrategia de Barak Obama respecto a Cuba y al giro dado por la actual administración que ha logrado el restablecimiento de relaciones con La Habana a nivel de embajadas. Un cambio importante que aunque no despeja por completo la tensa atmósfera de los nexos entre ambos países, sí deja abierta las puertas para nuevos pasos en la normalización plena de sus relaciones. El próximo sería precisamente el levantamiento del embargo económico mantenido durante más de medio siglo por la potencia del Norte contra la vecina isla. Y este sería el compromiso expreso de Clinton en caso de ser electa a la presidencia.
Numerosos aplausos dieron una respuesta positiva a los planteamientos de Clinton, quien fue interrumpida en numerosas ocasiones cuando se refería a puntos sensibles del tema cubano, contenido central de su elocución de apenas 25 minutos. Sin dejar de referirse a los casos evidentes de violaciones de derechos humanos, la represión contra las libertades individuales políticas y de expresión, la violencia sufrida por los grupos opositores, las Damas de Blanco o la muerte de Oswaldo Payá y Harold Cepero sobre la que se pide una exhaustiva investigación, la ex secretaria de Estado manifestó una razón que es incuestionable: una larga política fracasada que no acaba de rendir sus frutos y la prioridad de lo que resulta ahora la tarea más importante que es apoyar el cambio en la isla.
Claro que los tiempos son otros a pesar de que se mantenga el régimen dominado por la impronta de Fidel Castro durante todos estos años. El paso de tres generaciones y el influjo de una oleada nueva de emigración, en su mayoría carente fundamentos sólidos para ser catalogada de política, ha llevado al escenario del exilio una realidad cambiante hacia una diáspora cubana que no apuesta por las viejas reglas de juego. Tampoco los hijos y nietos de aquellos que una vez conformaron el “exilio histórico” creen en la factibilidad de esas posturas, y para completar el cuadro cambiante contribuye una parte de ese exilio militante que comprendió desde hace tiempo que la apuesta por el contacto ofrece mucho más resultados que la del aislamiento y la línea dura. Tácticas que más que perjudicar han ayudado al gobierno de La Habana que las supo usar siempre como pretexto para su propaganda contra el enemigo poderoso que quiere destruir los logros de una revolución socialista por el pueblo y para el pueblo.
Hillary Clinton lo expresó claro en sus palabras: ha llegado el momento de acabar no solo con el viejo pretexto y las justificaciones para un fracaso en el que Estados Unidos ha tenido muy poco que ver. También de terminar con las excusas en la que otros países se escudan con la política del Goliat norteño que quiere destruir al débil y tenaz David antillano. Las relaciones directas y un levantamiento de las sanciones norteamericanas dejan el camino expedito para que se visualice correctamente donde está el problema y su solución.
Clinton negó que la apertura de las embajadas fuese un regalo o una concesión hacia el régimen cubano. Se trata de un avance hacia la libertad de los cubanos como pueblo. Un avance que ocurre, ella lo sabe bien, a pesar de las reticencias de quienes en la otra orilla no quieren saber de contactos ni flexibilizaciones que rompan su esquema rígido. Se trata de un apoyo al pueblo, haciendo aquello que los del otro lado no quieren que se haga en aras de ampliar las posibilidades de la gente sencilla que nunca se ha sentido ni amenazada ni enemiga de Estados Unidos.
Pero desde esta lado la visión muchas veces coincide con aquella viciada de enfrentamiento que a lo largo de años se ha retroalimentado desde ambas partes. Pareciera que desde el otro extremo, el de las libertades y la democracia, se analiza el paso del cambio producido por Obama como un acto sin sentido. Un ejemplo de ello es una reseña del diario The Miami Herald en su línea editorial afirmando que “Cuba no se ha ganado el fin del embargo”. La frase de alguna manera hace recordar aquella memorable crítica lanzada por Monseñor Pedro Meurice durante la misa del Papa Juan Pablo II en Santiago de Cuba. Entonces el prelado cubano señaló que en la Isla se había confundido Patria con un partido político. Un fenómeno que se repite desde el exterior cuando se funden conceptos nación y dictadura, y se defienden acciones aplicadas contra la segunda que en realidad perjudica a los integrantes de la primera; la gente común que recibe el doble castigo de quienes les oprimen y el de aquellos que pretenden liberarles de la opresión.
Las voces contrarias al cese del embargo reciben el apoyo de los políticos republicanos de origen cubano americano asentados en la Florida. Pero cada vez resulta evidente el aumento de quienes se oponen al aislamiento y propugnan una nueva manera de resolver la situación de los que viven bajo un sistema totalitario en la Isla. En todos estos años, lejos de algunos tibios intentos de administraciones norteamericanas, casi siempre boicoteados por la negativa del castrismo a perder la ventaja otorgada por la enemistad con el enemigo más poderoso del mundo, nada se consiguió. Ni siquiera aquellos que repetidas veces en campañas electorales prometieron la invasión que nunca llegó (gracias a Dios) o que contentaron al electorado cubano americano con un ¡Viva Cuba libre! y dejaron engavetada en el escritorio una ley poco práctica que al final tuvo que firmar Clinton acorralado por la crisis del derribo de las avionetas. El demócrata escogió al final el menor de los males en la herencia legada por Helms Burton, una fórmula de poco crédito que ha rendido un magro servicio a la causa pro democracia en Cuba, favoreciendo a la propaganda de la dictadura cubana.
Ahora Clinton pondera las acciones logradas por administración Obama y las defiende anunciando que en caso de llegar a la presidencia ella hará todavía más por incrementar el acercamiento y acabar con el embargo. Tiene muchas razones para ese empeño. Sueña con ver a los cubanos de la Isla venir a Miami a caminar sus calles y constatar otra realidad. El intercambio de estudiantes, mejores comunicaciones, más celulares, computadoras, internet. Anoche recordaba esos deseos expuestos por la aspirante demócrata. Un joven cubano desde esta orilla lograba conectarse con sus antiguos amigos de la infancia que viven en el poblado de Cojímar. Con ellos habló durante casi dos horas. Una conexión que hizo posible la reciente red Wi-Fi a la que ahora se accede también desde la calle principal de la conocida Villa Panamericana.
Es cierto que el aislamiento no es el que rendirá mejores frutos. No lo ha hecho nunca y por ello quizás no lo pidieron para sus pueblos exiliados de Polonia, Nicaragua, ni ahora Venezuela. ¿Por qué tendríamos que hacerlo entonces los cubanos?
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