Los Casinos, la Política y sus Realidades
- Gerardo E. Martínez-Solanas
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Los Casinos, la Política y sus Realidades
19 Oct 2011 21:35
La proliferación de los casinos, las máquinas de juego y los centros de apuestas es parte del debate político actual en el Estado de Florida, EEUU., donde grandes consorcios prometen una bonanza económica, mayor empleo y un gran aumento de los ingresos fiscales, así como una serie de beneficios que abarcan desde un auge del turismo hasta una abundancia de fondos para la educación.
Estos argumentos no difieren mucho de los que se utilizan en otros Estados o en otros países, donde vemos el fenómeno del avance paulatino de una cultura permisiva que predica esos supuestos beneficios para la sociedad sin considerar la contrapartida de miseria, tragedia y derrumbe moral que provoca la pérdida de las cuantiosas sumas que los jugadores, tanto ricos como pobres, pierden compulsivamente.
El juego es sano cuando existen limitaciones razonables y cuando causa placer porque el sujeto se divierte y mantiene control sobre su realidad cotidiana. No es razonable prohibirlo, pero es conveniente limitarlo a sistemas de lotería que no son tan ruinosos para el jugador compulsivo y a centros alejados de las zonas urbanas que obliguen al jugador a hacer un esfuerzo consciente para acceder a un casino o a otro medio de apuestas.
Desde 1929 se han debatido a diversos niveles y en numerosas localidades de EEUU las "ventajas" de la legalización del juego "para reactivar la economía". Estos argumentos son sumamente tentadores en periodos de crisis, sobre todo porque la industria del juego legal aporta decenas de millones de dólares a las campañas electorales. No obstante, abundantes estudios señalan que los aspectos menos edificantes de esta industria no sólo aumentan la delincuencia sino que fomentan la corrupción administrativa y están sombríamente involucrados con el proceso político.
La industria del juego legal aporta decenas de millones de dólares a las campañas electorales, lo cual influye en las decisiones políticas que suelen pasar por alto o incluso encubrir lamentables realidades. Estudios realizados en Estados Unidos demuestran que en las ciudades que han permitido casinos el índice de robo con violencia resultó hasta 88% mayor y el robo de vehículos aumentó hasta 60%. Earl Grinols, David Mustard y la economista Cynthia Hunt Dilley concluyeron en un estudio de 2000 titulado “Casinos, Crime and Community Costs” que en 1996 “los casinos fueron responsables del 7.7% de los delitos contra la propiedad de los condados con casinos” y los robos (sobre todo los de autos y los realizados a mano armada) se incrementaron 20% a pesar de que el costo del mantenimiento del orden aumentó $65 anuales por habitante después que los casinos abrieron.
El vicio del juego o ludopatía es un grave problema psicológico compulsivo que quebranta abrumadoramente la autoestima del afectado. Es además sumamente insidioso por los numerosos mecanismos de autojustificación. Las asociaciones de jugadores anónimos señalan que los afectados perciben que son personas débiles y frecuentemente "sin valor alguno". Peor aún, los que no buscan ayuda ni terapia distorsionan sus valores cívicos y sociales para satisfacer su vicio a cualquier precio, incluso el de delinquir.
Estudios psicológicos demuestran que la proliferación de salas de juego es un importantísimo factor de riesgo, sobre todo para los jóvenes, como fuente compulsiva de diversión y como medio de adquisición de dinero fácil en una ansiedad obsesiva de inmediatez. Además, el tratamiento es casi imposible cuando las oportunidades de reincidencia y recaída son accesibles y fáciles.
Los efectos del juego compulsivo llevan a la destrucción tanto financiera como personal o familiar y pueden ser más devastadores que la adicción al alcohol o las drogas, porque este desorden no tiene punto de saturación y las personas continúan su destructivo comportamiento mientras les dure el dinero o el crédito. A partir del gradual desastre financiero se precipitan una serie de acontecimientos que segregan al jugador de su grupo familiar, laboral y social, ya que miente y engaña para ocultar su grado de sometimiento al juego. Hasta cometen actos ilegales para financiar esta adicción, dado que, para conseguir la excitación deseada necesitan cantidades crecientes de dinero. La consecuencia es una mayor delincuencia y una seria desintegración social.
Lo más repugnante de las campañas que vemos propagarse a favor de la proliferación del juego en el ámbito urbano, es el argumento de que beneficiará la educación, como si el dinero que es producto de la miseria de tantos fuera un factor educativo ejemplar.
Otra opinión
El juego es sano cuando existen limitaciones razonables y cuando causa placer porque el sujeto se divierte y mantiene control sobre su realidad cotidiana. No es razonable prohibirlo, pero es conveniente limitarlo a sistemas de lotería que no son tan ruinosos para el jugador compulsivo y a centros alejados de las zonas urbanas que obliguen al jugador a hacer un esfuerzo consciente para acceder a un casino o a otro medio de apuestas.
Desde 1929 se han debatido a diversos niveles y en numerosas localidades de EEUU las "ventajas" de la legalización del juego "para reactivar la economía". Estos argumentos son sumamente tentadores en periodos de crisis, sobre todo porque la industria del juego legal aporta decenas de millones de dólares a las campañas electorales. No obstante, abundantes estudios señalan que los aspectos menos edificantes de esta industria no sólo aumentan la delincuencia sino que fomentan la corrupción administrativa y están sombríamente involucrados con el proceso político.
La industria del juego legal aporta decenas de millones de dólares a las campañas electorales, lo cual influye en las decisiones políticas que suelen pasar por alto o incluso encubrir lamentables realidades. Estudios realizados en Estados Unidos demuestran que en las ciudades que han permitido casinos el índice de robo con violencia resultó hasta 88% mayor y el robo de vehículos aumentó hasta 60%. Earl Grinols, David Mustard y la economista Cynthia Hunt Dilley concluyeron en un estudio de 2000 titulado “Casinos, Crime and Community Costs” que en 1996 “los casinos fueron responsables del 7.7% de los delitos contra la propiedad de los condados con casinos” y los robos (sobre todo los de autos y los realizados a mano armada) se incrementaron 20% a pesar de que el costo del mantenimiento del orden aumentó $65 anuales por habitante después que los casinos abrieron.
El vicio del juego o ludopatía es un grave problema psicológico compulsivo que quebranta abrumadoramente la autoestima del afectado. Es además sumamente insidioso por los numerosos mecanismos de autojustificación. Las asociaciones de jugadores anónimos señalan que los afectados perciben que son personas débiles y frecuentemente "sin valor alguno". Peor aún, los que no buscan ayuda ni terapia distorsionan sus valores cívicos y sociales para satisfacer su vicio a cualquier precio, incluso el de delinquir.
Estudios psicológicos demuestran que la proliferación de salas de juego es un importantísimo factor de riesgo, sobre todo para los jóvenes, como fuente compulsiva de diversión y como medio de adquisición de dinero fácil en una ansiedad obsesiva de inmediatez. Además, el tratamiento es casi imposible cuando las oportunidades de reincidencia y recaída son accesibles y fáciles.
Los efectos del juego compulsivo llevan a la destrucción tanto financiera como personal o familiar y pueden ser más devastadores que la adicción al alcohol o las drogas, porque este desorden no tiene punto de saturación y las personas continúan su destructivo comportamiento mientras les dure el dinero o el crédito. A partir del gradual desastre financiero se precipitan una serie de acontecimientos que segregan al jugador de su grupo familiar, laboral y social, ya que miente y engaña para ocultar su grado de sometimiento al juego. Hasta cometen actos ilegales para financiar esta adicción, dado que, para conseguir la excitación deseada necesitan cantidades crecientes de dinero. La consecuencia es una mayor delincuencia y una seria desintegración social.
Lo más repugnante de las campañas que vemos propagarse a favor de la proliferación del juego en el ámbito urbano, es el argumento de que beneficiará la educación, como si el dinero que es producto de la miseria de tantos fuera un factor educativo ejemplar.
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