Ultras son Ustedes
- Miguel Saludes
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Ultras son Ustedes
05 Aug 2024 07:35
Por estos días recordaba una vieja anécdota de aquellas que prodigaba el diario compartir laboral en La Empresa Nacional de Astilleros en Casablanca, en La Habana. Recuerdo una que llevaba el sello ocurrente del técnico Omar Varona, conocido entre sus compañeros de trabajo por el alias de Papaya. Corrían tiempos de vuelos espías de estrenados SR71 y las consecuentes protestas del gobierno cubano, que entre varias acciones lanzó aquellas concentraciones revolucionarias conocidas como Tribunas Abiertas, donde diversos oradores, no pocos de manera improvisada, pero con suficiente ardor revolucionario, descargaban discursos contra el vecino Imperio. Contaba el ya fallecido Papaya que, en uno de esos actos, en cierto poblado del interior, tomó la palabra un señor cargado de años y poca capacidad oratoria para lanzar una ardiente diatriba contra Washington cuyo contenido versaba de la siguiente manera: - "¡Dice el señor Reagan que nosotros somos comunistas, que violamos derechos humanos, que apoyamos guerras, que matamos a la gente de hambre! ¡Ellos que invaden países, que bombardean pueblos, que matan niños y hacen bloqueos! ¡Comunistas son ellos, coño!" - Todos reíamos con aquella historia que Omar contaba con su talante jodedor, sin entrar en consideraciones sobre si se trataba de un hecho real o era fruto de la imaginación del narrador. Pero desde hace un tiempo los acontecimientos de esta época convulsa me traen de vuelta aquella frase, cierta o ficticia, atribuida a la intervención disparatada con la que un iracundo campesino cubano cerró su arenga revolucionaria.
Hace pocas semanas el Parlamento Europeo celebró unas elecciones en las que el enemigo a vencer en las urnas era una combinación de fuerzas extremas de derecha e izquierda, encasillados todos bajo el apelativo ultra y que no son más que esos partidos, movimientos y agrupaciones políticas que no se dejan arrastrar por tradicionales y bien avenidos políticos coaligados en pactos donde coinciden socialistas, verdes y socialdemócratas, coincidentes todos en temas esenciales que los convierten en socios afines, en espacial cuando se trata de legislar. Medios informativos y organizaciones contribuyen a alimentar los ataques contra los etiquetados con el rótulo de fachas peligrosos . Tal encarnizamiento ofensivo despierta suspicacias y el cuestionamiento obligado sobre estos horripilantes grupos cuya imagen se dimensiona como el fantasma que amenaza con devolvernos a las cavernas de los totalitarismos antidemocráticos. ¿Son en verdad eso que se nos dice? Y si es cierto, entonces ¿cómo explicar ese auge popular que levanta el temor entre las democracias occidentales? Quizás la respuesta se encuentre en las mismas políticas europeas, acordes con la puesta en marcha de proyectos oscuros recogidos en agendas con plazo de cumplimiento y asunción impostergable que ponen en peligro la reticencia de estos “extremistas”, conservadores tildados de fascistas, comunistas de vieja escuela, nacionalistas y racistas, todos signados bajo el mismo sello ultra en el que no cesan de incluir nuevas definiciones. Nacional populista la más reciente.
Preocupan a los globalistas de Bruselas varias corrientes y personalidades, pero en especial el foco lo concentran dos: La avalancha nacionalista que ha significado el Partido Alternativa por Alemania y la resistencia protagonizada por el húngaro Víktor Orbán y su partido Fidez. Agrupaciones que se han impuesto por los votos de sus seguidores y que en el caso de los alemanes se han multiplicado al punto de poner en crisis a los inamovibles políticos de derecha torcida, izquierdas rosa y verdes desteñidos. Para los halcones de guerra europeos el mandatario húngaro protagoniza un liderazgo incómodo. Por ello lo señalan de ultranacionalista, pro ruso, populista y antidemocrático. Estos que se presentan con el ropaje de defensores de la democracia y la paz, han hecho todo lo posible por desbancar un gobierno salido del voto mayoritario en las urnas. Lo hacen con ayuda de supuestos filántropos humanistas que en realidad funcionan al servicio de elites opresivas con ínfulas neocoloniales. Los mismos que piden a sus respectivos nacionales olvidarse de estados de bienestar, asentir a requerimientos de ajustes económicos en aras de sostener proyectos dudosos sobre clima, reducción poblacional, diversidad de géneros y el sostenimiento de escenarios bélicos que pueden conducir a una catástrofe universal. Para ese fin aprueban la militarización de sus economías, priorizando gastos militares y la vuelta del servicio militar obligatorio para sus ciudadanos. En su desenfreno casi llegan a recuperar aquel lema hitleriano pidiendo más cañones y menos mantequilla. Y es que mientras la casi totalidad de los gobiernos europeos apuestan todo a un conflicto propiciado en su vecindario, que ellos ayudaron a encender cuando se suponía eran los garantes de evitarlo, el contraste lo ofrece el “ultra” Orbán contrapuesto al frenesí belicista de esas derechas e izquierdas. No le falta razón al mandatario húngaro cuando afirma que su gobierno es el único que promueve la paz en Europa. “No iremos a la guerra y no moriremos por otros en suelo extranjero. Esta es la justicia de los húngaros y ahora nos toca a nosotros (...) convertir la justicia de los húngaros en la justicia de Europa". Una afirmación de Orbán que marca la diferencia con los pronunciamientos hechos por distinguidos pacifistas de otrora que en contraste se empeñan en sostener un conflicto al que contribuyen cada día de manera irresponsable, y del que no solo buscan evitar su fin, sino que entorpecen las gestiones de los que tratan de encontrar una salida negociada, como las que ha iniciado el presidente húngaro aprovechando el mandato rotatorio que ejerce su país en la Unión.
No es casual la sintonía de las principales voces de la política europea conjuradas en esta especie de Entente del Siglo XXI. Una de ellas, la del jardinero Josep Borrell (mote que se ganó con aquel paralelo comparativo que estableció entre el Jardín europeo y la Jungla que compone el resto del mundo) alertando sobre el ascenso de estas peligrosas posiciones extremistas que amenazan la unidad occidental nucleada alrededor de una absurda guerra en tierras ucranianas, en la locura de destruir a Rusia, defendiendo una política migratoria fuera de control o la imposición de un modelo de diversidad que en realidad no busca tanto el fin de las diferencias sino el aniquilamiento de las particularidades. En este contexto electoral no hay nada más preocupante que el altisonante y categórico discurso de la reinstalada presidenta comunitaria Úrsula Von der Leyen. Resalta el anuncio que hizo sobre la construcción de un bastión contra las extremos de derecha e izquierda. Un llamamiento que la integrante popular Von der Leyen lanzó a aquellos con los que ella dice entenderse muy bien y que no son otros que los socialistas y liberales dispuestos a formar barrera en una alianza contra los opuestos a sus designios. El cordón sanitario impuesto en Francia para frustrar la victoria electoral del partido de Le Pen, igual signado de ultra por oponerse a la guerra en Ucrania, en desacuerdo con las sanciones a Rusia y la desaforada arribazón incontrolada de emigrantes ilegales, así como opuesto a otros asuntos que afectan a la economía domestica de sus votantes, ha sido una puesta en práctica de esa posición pactada que busca frenar, o mejor liquidar, a quienes se erijan en opositores a los designios defendidos por el gobierno de Úrsula y su prosélitos. Ni siquiera logra escapar a la criticas la tibia Meloni, a la que el color del rotulado ultra se lo varían en dependencia de sus posturas. Rebajada a derechista tras aceptar la entrada masiva de emigrantes a costas italianas con la condición ser relocalizados en la empobrecida Albania (una solución que habla de la excelencia de la solidaridad europea y el desprecio que sienten hacia sus vecinos menos favorecidos) le han subido nuevamente la categoría a ultra por reclamar que la Unión Europea deje de ser una superestructura que asfixie a sus miembros.
Pero no quedan las cosas en el lado de turbio de los calificativos, arreglos políticos y coaliciones pactadas. Se ponen en práctica prohibiciones al más puro estilo totalitario. Veto de grupos señalados de extrema, como proponen en Francia , expulsión de parlamentarios por protestar contra la censura, medida aplicada a la eurodiputada rumana Diana Șoșoacă , clausurar publicaciones acusadas de extremistas o poner en marcha planes dirigidos supuestamente contra la desinformación que funcionan a manera de leyes mordaza, algo que ya sucede en Alemania y España argumentando la defensa democrática. Todo para contrarrestar la amenaza extremista que debe ser aplastada por cualquier vía, sea con medidas represivas o apelando incluso al terror. Es el caso de los intentos para impedir la celebración del congreso de Alternativa por Alemania , que congregó a miles de manifestantes violentos traídos desde diferentes ciudades y regiones alemanas con la complicidad de entidades oficiales, según denuncian testigos. Agresión que se suma a otras menos divulgadas, pero igual de alarmantes que han resultado en la quema de autos de parlamentarios de Alternativa, amenazas personales y otras acciones que ponen en evidencia quienes son los verdaderos gestores del peligro que se cierne sobre Europa y el resto del mundo. Quedó demostrado el pasado 15 de mayo con el intento de asesinato perpetrado contra el presidente eslovaco Robert Fico , víctima de cuatro disparos hechos por cierto indignado opuesto a las posiciones “ultras” del mandatario remiso a continuar la guerra en Ucrania, contrario a las sanciones contra Rusia y poco amigable de las agendas verdes y de género patrocinadas desde Bruselas. Un atentado que por fortuna falló pero que dejó abierta muchas incógnitas. Desde la poca atención que el mundo mediático ha hecho en el seguimiento de este grave suceso, a la pobre actuación de la seguridad personal del presidente (un detalle que se repetirá en otros escenarios posteriores) así como el manipulador blanqueo del magnicida al que en algunos medios describieron como un intelectual, poeta y patriota que actuó movido por el comportamiento pro ruso y anti ucraniano de su objetivo.
El cinismo de los pseudo demócratas no tiene límites. Sus exponentes acuden a medidas desesperadas, como está ocurriendo en Europa y justifican sus actos desde una especie de infalibilidad de la que se creen dotados para gobernar. La misma actitud que ha propiciado el terreno fértil para el asentamiento de dictaduras extremas, populismos devenidos en regímenes totalitarios o simplemente gobiernos absolutistas aupados por ideas nacionalistas e independentistas. Y la culpa se la anotan a la irresponsabilidad de los pueblos. Es la retórica que al respecto desarrolla un escrito publicado por Newsweek el pasado 28 de junio bajo la firma de Luz Araceli González Uresti, profesora investigadora de Relaciones Internacionales de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Monterrey. La profesora González analiza el acenso de los radicalismos populistas y de derecha en tiempos actuales de crisis desde las afirmaciones hechas por Henry Kissinger sobre la victoria electoral de Salvador Allende en Chile. “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Un pronunciamiento que se convertiría en sentencia legitimadora de golpes de estado, invasiones y la intromisión a través de grupos pagados por entidades que escriben el guion a seguir con el fin de encarrilar situaciones poco favorables a los intereses de los que dictan las políticas a seguir. Herramienta esta última que se ha convertido en la más utilizada mediante revoluciones de colores, chantajes económicos y dispensas para la integración en formaciones supranacionales. Es el modelo que dio resultado en el Maidán y que quiso repetirse en Georgia cuando su gobierno aprobó una ley de control sobre el financiamiento extranjero a organizaciones internas.
¿Realmente la culpa es de los pueblos? Aquellas “salidas irresponsables” a las que se refiriera Kissinger y que costaron millones de vidas, se debieron al auge del comunismo en el ambiente de la Guerra Fría, impulsado por la puja de los bloques contrapuestos, pero también por corrupciones generalizadas, explotación desmesurada de recursos nacionales en usufructo de intereses foráneos, el empobrecimiento de grandes masas de población y otras situaciones sociales que causaron profundos descontentos. Muy parecido a lo que ocurre en el presente con movimientos en ascenso, entre los que puede haber extremistas y populistas, apoyados por mayorías que han dejado de confiar en propuestas democráticas e igualdad de derechos que no se cumplen, acosados por oligarquías que pretenden erigirse en gobierno global con potestades para decidir la manera en que los demás deben comer, pensar, vivir, creer e incluso morir. Un totalitarismo más terrorífico si se quiere, que aquellos que se dicen superados y donde en comparación estos resultan peores, por hipócritas. Sus antecesores al menos eran sinceros cuando enunciaban sus principios y metas. Y si partidos como el Nacional Socialista alemán llegaron al poder a través de las urnas, se debió precisamente al grado de empobrecimiento y humillación que trajo como resultado una guerra provocada por ambiciones y el afán de dominio imperial de los poderes establecidos. Y es que no se trata de la equivocación de los pueblos, sino del engaño de aquellos que los dirigen y que se presentan como benefactores y guías, cuando en verdad en su mayoría son unos embusteros que buscan su bienestar personal a costa de la miseria, el expolio y la servidumbre de los que gobiernan. Su manera soberbia de descalificar a los que se les enfrentan o simplemente se resisten a entrar en su redil, me hizo evocar aquella frase lanzada por un orador, real o ficticio, en cierto acto político en un remoto poblado cubano, y que muy bien puede ajustarse a estos que pretenden asustar al prójimo con la amenaza de extremas que les están estropeando sus planes a las que llaman ultras, cuando en verdad los ultras son ellos.
Hace pocas semanas el Parlamento Europeo celebró unas elecciones en las que el enemigo a vencer en las urnas era una combinación de fuerzas extremas de derecha e izquierda, encasillados todos bajo el apelativo ultra y que no son más que esos partidos, movimientos y agrupaciones políticas que no se dejan arrastrar por tradicionales y bien avenidos políticos coaligados en pactos donde coinciden socialistas, verdes y socialdemócratas, coincidentes todos en temas esenciales que los convierten en socios afines, en espacial cuando se trata de legislar. Medios informativos y organizaciones contribuyen a alimentar los ataques contra los etiquetados con el rótulo de fachas peligrosos . Tal encarnizamiento ofensivo despierta suspicacias y el cuestionamiento obligado sobre estos horripilantes grupos cuya imagen se dimensiona como el fantasma que amenaza con devolvernos a las cavernas de los totalitarismos antidemocráticos. ¿Son en verdad eso que se nos dice? Y si es cierto, entonces ¿cómo explicar ese auge popular que levanta el temor entre las democracias occidentales? Quizás la respuesta se encuentre en las mismas políticas europeas, acordes con la puesta en marcha de proyectos oscuros recogidos en agendas con plazo de cumplimiento y asunción impostergable que ponen en peligro la reticencia de estos “extremistas”, conservadores tildados de fascistas, comunistas de vieja escuela, nacionalistas y racistas, todos signados bajo el mismo sello ultra en el que no cesan de incluir nuevas definiciones. Nacional populista la más reciente.
Preocupan a los globalistas de Bruselas varias corrientes y personalidades, pero en especial el foco lo concentran dos: La avalancha nacionalista que ha significado el Partido Alternativa por Alemania y la resistencia protagonizada por el húngaro Víktor Orbán y su partido Fidez. Agrupaciones que se han impuesto por los votos de sus seguidores y que en el caso de los alemanes se han multiplicado al punto de poner en crisis a los inamovibles políticos de derecha torcida, izquierdas rosa y verdes desteñidos. Para los halcones de guerra europeos el mandatario húngaro protagoniza un liderazgo incómodo. Por ello lo señalan de ultranacionalista, pro ruso, populista y antidemocrático. Estos que se presentan con el ropaje de defensores de la democracia y la paz, han hecho todo lo posible por desbancar un gobierno salido del voto mayoritario en las urnas. Lo hacen con ayuda de supuestos filántropos humanistas que en realidad funcionan al servicio de elites opresivas con ínfulas neocoloniales. Los mismos que piden a sus respectivos nacionales olvidarse de estados de bienestar, asentir a requerimientos de ajustes económicos en aras de sostener proyectos dudosos sobre clima, reducción poblacional, diversidad de géneros y el sostenimiento de escenarios bélicos que pueden conducir a una catástrofe universal. Para ese fin aprueban la militarización de sus economías, priorizando gastos militares y la vuelta del servicio militar obligatorio para sus ciudadanos. En su desenfreno casi llegan a recuperar aquel lema hitleriano pidiendo más cañones y menos mantequilla. Y es que mientras la casi totalidad de los gobiernos europeos apuestan todo a un conflicto propiciado en su vecindario, que ellos ayudaron a encender cuando se suponía eran los garantes de evitarlo, el contraste lo ofrece el “ultra” Orbán contrapuesto al frenesí belicista de esas derechas e izquierdas. No le falta razón al mandatario húngaro cuando afirma que su gobierno es el único que promueve la paz en Europa. “No iremos a la guerra y no moriremos por otros en suelo extranjero. Esta es la justicia de los húngaros y ahora nos toca a nosotros (...) convertir la justicia de los húngaros en la justicia de Europa". Una afirmación de Orbán que marca la diferencia con los pronunciamientos hechos por distinguidos pacifistas de otrora que en contraste se empeñan en sostener un conflicto al que contribuyen cada día de manera irresponsable, y del que no solo buscan evitar su fin, sino que entorpecen las gestiones de los que tratan de encontrar una salida negociada, como las que ha iniciado el presidente húngaro aprovechando el mandato rotatorio que ejerce su país en la Unión.
No es casual la sintonía de las principales voces de la política europea conjuradas en esta especie de Entente del Siglo XXI. Una de ellas, la del jardinero Josep Borrell (mote que se ganó con aquel paralelo comparativo que estableció entre el Jardín europeo y la Jungla que compone el resto del mundo) alertando sobre el ascenso de estas peligrosas posiciones extremistas que amenazan la unidad occidental nucleada alrededor de una absurda guerra en tierras ucranianas, en la locura de destruir a Rusia, defendiendo una política migratoria fuera de control o la imposición de un modelo de diversidad que en realidad no busca tanto el fin de las diferencias sino el aniquilamiento de las particularidades. En este contexto electoral no hay nada más preocupante que el altisonante y categórico discurso de la reinstalada presidenta comunitaria Úrsula Von der Leyen. Resalta el anuncio que hizo sobre la construcción de un bastión contra las extremos de derecha e izquierda. Un llamamiento que la integrante popular Von der Leyen lanzó a aquellos con los que ella dice entenderse muy bien y que no son otros que los socialistas y liberales dispuestos a formar barrera en una alianza contra los opuestos a sus designios. El cordón sanitario impuesto en Francia para frustrar la victoria electoral del partido de Le Pen, igual signado de ultra por oponerse a la guerra en Ucrania, en desacuerdo con las sanciones a Rusia y la desaforada arribazón incontrolada de emigrantes ilegales, así como opuesto a otros asuntos que afectan a la economía domestica de sus votantes, ha sido una puesta en práctica de esa posición pactada que busca frenar, o mejor liquidar, a quienes se erijan en opositores a los designios defendidos por el gobierno de Úrsula y su prosélitos. Ni siquiera logra escapar a la criticas la tibia Meloni, a la que el color del rotulado ultra se lo varían en dependencia de sus posturas. Rebajada a derechista tras aceptar la entrada masiva de emigrantes a costas italianas con la condición ser relocalizados en la empobrecida Albania (una solución que habla de la excelencia de la solidaridad europea y el desprecio que sienten hacia sus vecinos menos favorecidos) le han subido nuevamente la categoría a ultra por reclamar que la Unión Europea deje de ser una superestructura que asfixie a sus miembros.
Pero no quedan las cosas en el lado de turbio de los calificativos, arreglos políticos y coaliciones pactadas. Se ponen en práctica prohibiciones al más puro estilo totalitario. Veto de grupos señalados de extrema, como proponen en Francia , expulsión de parlamentarios por protestar contra la censura, medida aplicada a la eurodiputada rumana Diana Șoșoacă , clausurar publicaciones acusadas de extremistas o poner en marcha planes dirigidos supuestamente contra la desinformación que funcionan a manera de leyes mordaza, algo que ya sucede en Alemania y España argumentando la defensa democrática. Todo para contrarrestar la amenaza extremista que debe ser aplastada por cualquier vía, sea con medidas represivas o apelando incluso al terror. Es el caso de los intentos para impedir la celebración del congreso de Alternativa por Alemania , que congregó a miles de manifestantes violentos traídos desde diferentes ciudades y regiones alemanas con la complicidad de entidades oficiales, según denuncian testigos. Agresión que se suma a otras menos divulgadas, pero igual de alarmantes que han resultado en la quema de autos de parlamentarios de Alternativa, amenazas personales y otras acciones que ponen en evidencia quienes son los verdaderos gestores del peligro que se cierne sobre Europa y el resto del mundo. Quedó demostrado el pasado 15 de mayo con el intento de asesinato perpetrado contra el presidente eslovaco Robert Fico , víctima de cuatro disparos hechos por cierto indignado opuesto a las posiciones “ultras” del mandatario remiso a continuar la guerra en Ucrania, contrario a las sanciones contra Rusia y poco amigable de las agendas verdes y de género patrocinadas desde Bruselas. Un atentado que por fortuna falló pero que dejó abierta muchas incógnitas. Desde la poca atención que el mundo mediático ha hecho en el seguimiento de este grave suceso, a la pobre actuación de la seguridad personal del presidente (un detalle que se repetirá en otros escenarios posteriores) así como el manipulador blanqueo del magnicida al que en algunos medios describieron como un intelectual, poeta y patriota que actuó movido por el comportamiento pro ruso y anti ucraniano de su objetivo.
El cinismo de los pseudo demócratas no tiene límites. Sus exponentes acuden a medidas desesperadas, como está ocurriendo en Europa y justifican sus actos desde una especie de infalibilidad de la que se creen dotados para gobernar. La misma actitud que ha propiciado el terreno fértil para el asentamiento de dictaduras extremas, populismos devenidos en regímenes totalitarios o simplemente gobiernos absolutistas aupados por ideas nacionalistas e independentistas. Y la culpa se la anotan a la irresponsabilidad de los pueblos. Es la retórica que al respecto desarrolla un escrito publicado por Newsweek el pasado 28 de junio bajo la firma de Luz Araceli González Uresti, profesora investigadora de Relaciones Internacionales de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Monterrey. La profesora González analiza el acenso de los radicalismos populistas y de derecha en tiempos actuales de crisis desde las afirmaciones hechas por Henry Kissinger sobre la victoria electoral de Salvador Allende en Chile. “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Un pronunciamiento que se convertiría en sentencia legitimadora de golpes de estado, invasiones y la intromisión a través de grupos pagados por entidades que escriben el guion a seguir con el fin de encarrilar situaciones poco favorables a los intereses de los que dictan las políticas a seguir. Herramienta esta última que se ha convertido en la más utilizada mediante revoluciones de colores, chantajes económicos y dispensas para la integración en formaciones supranacionales. Es el modelo que dio resultado en el Maidán y que quiso repetirse en Georgia cuando su gobierno aprobó una ley de control sobre el financiamiento extranjero a organizaciones internas.
¿Realmente la culpa es de los pueblos? Aquellas “salidas irresponsables” a las que se refiriera Kissinger y que costaron millones de vidas, se debieron al auge del comunismo en el ambiente de la Guerra Fría, impulsado por la puja de los bloques contrapuestos, pero también por corrupciones generalizadas, explotación desmesurada de recursos nacionales en usufructo de intereses foráneos, el empobrecimiento de grandes masas de población y otras situaciones sociales que causaron profundos descontentos. Muy parecido a lo que ocurre en el presente con movimientos en ascenso, entre los que puede haber extremistas y populistas, apoyados por mayorías que han dejado de confiar en propuestas democráticas e igualdad de derechos que no se cumplen, acosados por oligarquías que pretenden erigirse en gobierno global con potestades para decidir la manera en que los demás deben comer, pensar, vivir, creer e incluso morir. Un totalitarismo más terrorífico si se quiere, que aquellos que se dicen superados y donde en comparación estos resultan peores, por hipócritas. Sus antecesores al menos eran sinceros cuando enunciaban sus principios y metas. Y si partidos como el Nacional Socialista alemán llegaron al poder a través de las urnas, se debió precisamente al grado de empobrecimiento y humillación que trajo como resultado una guerra provocada por ambiciones y el afán de dominio imperial de los poderes establecidos. Y es que no se trata de la equivocación de los pueblos, sino del engaño de aquellos que los dirigen y que se presentan como benefactores y guías, cuando en verdad en su mayoría son unos embusteros que buscan su bienestar personal a costa de la miseria, el expolio y la servidumbre de los que gobiernan. Su manera soberbia de descalificar a los que se les enfrentan o simplemente se resisten a entrar en su redil, me hizo evocar aquella frase lanzada por un orador, real o ficticio, en cierto acto político en un remoto poblado cubano, y que muy bien puede ajustarse a estos que pretenden asustar al prójimo con la amenaza de extremas que les están estropeando sus planes a las que llaman ultras, cuando en verdad los ultras son ellos.
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