Hay momentos en los que no se puede ser Charlie Hebdo
- Miguel Saludes
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Hay momentos en los que no se puede ser Charlie Hebdo
28 Feb 2023 00:57
El lunes 6 de febrero las noticias sobre la guerra en Ucrania, los entresijos económicos que intranquilizan al mundo, epidemias que se esparcen por el planeta y otros problemas que ocupan atención y espacio informativo, quedaron opacados por el terremoto que estremeció a zonas de Turquía y Siria. Las primeras imágenes daban la idea de una catástrofe humanitaria que el paso de los días terminaría por confirmar. La cifra de muertes, que ya en el primer momento se cuantificaban en 6 mil, quedaba multiplicada en ocho al finalizar el límite crítico para encontrar sobrevivientes. En medio de esta tragedia se produjo un hecho deplorable que apenas ha sido comentado en los principales medios de prensa del mundo libre occidental. Tal vez, en opinión con toda seguridad, el sitio que lo produjo ha sido la causa de ese silencio tan cómplice como irresponsable. Se trata de una caricatura publicada en la revista francesa Charlie Hebdo en alusión al destructivo sismo en las zonas fronterizas turco sirias.
El dibujo, sin firma visible, presenta una imagen ruinosa de escombros, edificios a punto de caer y un auto volcado. En la parte superior, en letras blancas con fondo negro, un letrero que no deja lugar a cuestionamientos sobre el tema al que hace alusión la viñeta: Sismo en Turquía. Al pie de la publicación escribe la expresión “No fueron necesarios los tanques”, que algunos llaman “ironía” humorística, pero que a mi modo de entender es una cruel y repugnante declaración que desató la polémica a niveles diplomáticos. Entre las respuestas dignas surgidas al calor de esta anécdota destacó el trabajo del caricaturista griego Dimitris Handzoppulos en el periódico Kathimerini con la frase “Todos somos turcos”, en referencia al enunciado que se hizo viral en las redes a raíz de los sucesos sangrientos del 2015, cuando doce integrantes de la publicación francesa fueron ultimados por radicales islamistas.
Aunque no es la primera vez que la revista provoca debates, y no solo por sus posturas críticas hacia el islam, (en el 2016 compararon con un plato de lasaña a las víctimas del seísmo que dejó cerca de 300 muertos en Italia) es cierto que el foco de atención de sus publicaciones apunta de manera especial a esa zona del planeta, últimamente con especificidad en Turquía e Irán. En días recientes la televisión española difundió en su espacio noticioso de RTVE 1 la celebración de un concurso internacional de caricaturas patrocinado por Charlie Hebdo, dedicadas al régimen teocrático iraní. Algunos de los trabajos escogidos para ilustrar la noticia suponen una exhibición solidaria hacia los derechos de las mujeres de la nación islámica en el rechazo a las normas religiosas que imponen el velo, con el trasfondo de las protestas provocadas por la muerte de una joven iraní por ese motivo. Pero más allá del apoyo al tema de las libertades de expresión, algunas de las caricaturas exponían estampas que expresan una total falta de respeto hacia aquellos creyentes musulmanes para los que el seguimiento de sus tradiciones y la práctica de su fe no les convierten en enemigos de la cultura occidental. Destacan dos dibujos en la serie. Uno donde los trazos que conforman la palabra Dios en árabe, que aparece en el centro de la bandera iraní, fueron sustituidos por el esbozo de una mujer que exhibe su vulva a piernas abiertas. La segunda, y la más llamativa porque ocupa portada y contraportada de la revista, representa una fila de clérigos musulmanes entrando al útero de una mujer desnuda y el texto “Mullah, retornen por donde vinieron”.
Occidente, y Francia en particular, se caracteriza cada vez más por una actitud hipócrita que pretende dar lecciones a otras culturas y naciones, cuando en casa propia se hacen cada vez más evidentes la pérdida de valores e irrespeto a derechos. Olvidan, u omiten recordar, por ejemplo, que fue Occidente el propiciador de este escenario que hoy prima en el mundo musulmán, como ocurre en el caso de Irán, donde el gobierno democrático del primer ministro Mohammad Mossadegh fue derrocado por un golpe de estado en 1953. La nacionalización de la industria petrolera emprendida por aquel gobierno determinó su caída, orquestada entre Gran Bretaña y Estados Unidos. La salida del gobernante ajeno a disposiciones religiosas de estricto cumplimiento y cercano al modo de vida occidental, dio paso a la restauración del último shah de Irán, Mohammad Reza Pahlevi, removido del poder en 1979 por la revolución liderada por el ayatolá Jomeini, que impondría el régimen teocrático que perdura hasta el presente. Habría que recordar que la entrada triunfal del clérigo revolucionario se produjo en vuelo directo a Teherán desde París, donde Jomeini había encontrado refugio y bastión para hacer un exilio activo desde donde dirigió la rebelión que terminó con el poder de su antagonista. La imagen represiva y autoritaria de Pahlevi, admirador del mundo occidental, se había hecho incómoda para sus amigos. Francia no le concedió el asilo político y le denegó la entrada al país en su huida. Tampoco se lo dieron los gobiernos que antes habían sido sus aliados. El presidente Carter terminaría por negociar con Torrijos una salida para que el Rey de Reyes saliera de Estados Unidos hacia la isla panameña de Contadora, como vía de aliviar la crisis de los rehenes norteamericanos, un trance que en buena parte generó el régimen iraní para intentar negociar la extradición de su archi enemigo. De aquellos días quedan en la memoria las imágenes divulgadas por los telediarios internacionales mostrando la euforia de jóvenes universitarias iraníes que pedían el restablecimiento del hiyab como un símbolo identitario frente a las corrosivas costumbres occidentales que el depuesto emperador había personificado con su gobierno. Todos aquellos polvos dieron forma a estos lodos que hoy sobre abundan. Ocurre lo mismo en otros escenarios parecidos, como el de los talibanes afganos. Pero la historia que se cuenta solo se remite al instante actual, evitando el relato que permita explicar de alguna manera el origen de las cosas.
En el caso de Turquía hay algo más que el asunto religioso. Las posturas de Erdogan en relación con sus socios de Europa y de la OTAN sobre Rusia, la guerra de Ucrania o el pulso que mantiene para frenar la entrada de Finlandia y Suecia al tratado militar atlántico (una actitud que los ciudadanos de esos países deberían agradecer al gobernante turco), pesan mucho más que sus maneras autocráticas de gobernar, en aparente contradicción con las reglas democráticas que la comunidad europea propone pero que se encuentran en crisis ante el descredito en que las colocan manipulación, censura y parcialización a la hora de practicarlas. Una de ellas precisamente es la libertad de expresión e información. Lo que ocurre con Charlie Hebdo no es una excepción. Se aprecia en gran medida en los principales medios noticiosos de la Unión y en no pocos fuera de ella. Una situación que hace poner distancia y reconsiderar cualquier gesto de asociación solidaria, como aquella que generó la emblemática frase Yo también soy…
El dibujo, sin firma visible, presenta una imagen ruinosa de escombros, edificios a punto de caer y un auto volcado. En la parte superior, en letras blancas con fondo negro, un letrero que no deja lugar a cuestionamientos sobre el tema al que hace alusión la viñeta: Sismo en Turquía. Al pie de la publicación escribe la expresión “No fueron necesarios los tanques”, que algunos llaman “ironía” humorística, pero que a mi modo de entender es una cruel y repugnante declaración que desató la polémica a niveles diplomáticos. Entre las respuestas dignas surgidas al calor de esta anécdota destacó el trabajo del caricaturista griego Dimitris Handzoppulos en el periódico Kathimerini con la frase “Todos somos turcos”, en referencia al enunciado que se hizo viral en las redes a raíz de los sucesos sangrientos del 2015, cuando doce integrantes de la publicación francesa fueron ultimados por radicales islamistas.
Aunque no es la primera vez que la revista provoca debates, y no solo por sus posturas críticas hacia el islam, (en el 2016 compararon con un plato de lasaña a las víctimas del seísmo que dejó cerca de 300 muertos en Italia) es cierto que el foco de atención de sus publicaciones apunta de manera especial a esa zona del planeta, últimamente con especificidad en Turquía e Irán. En días recientes la televisión española difundió en su espacio noticioso de RTVE 1 la celebración de un concurso internacional de caricaturas patrocinado por Charlie Hebdo, dedicadas al régimen teocrático iraní. Algunos de los trabajos escogidos para ilustrar la noticia suponen una exhibición solidaria hacia los derechos de las mujeres de la nación islámica en el rechazo a las normas religiosas que imponen el velo, con el trasfondo de las protestas provocadas por la muerte de una joven iraní por ese motivo. Pero más allá del apoyo al tema de las libertades de expresión, algunas de las caricaturas exponían estampas que expresan una total falta de respeto hacia aquellos creyentes musulmanes para los que el seguimiento de sus tradiciones y la práctica de su fe no les convierten en enemigos de la cultura occidental. Destacan dos dibujos en la serie. Uno donde los trazos que conforman la palabra Dios en árabe, que aparece en el centro de la bandera iraní, fueron sustituidos por el esbozo de una mujer que exhibe su vulva a piernas abiertas. La segunda, y la más llamativa porque ocupa portada y contraportada de la revista, representa una fila de clérigos musulmanes entrando al útero de una mujer desnuda y el texto “Mullah, retornen por donde vinieron”.
Occidente, y Francia en particular, se caracteriza cada vez más por una actitud hipócrita que pretende dar lecciones a otras culturas y naciones, cuando en casa propia se hacen cada vez más evidentes la pérdida de valores e irrespeto a derechos. Olvidan, u omiten recordar, por ejemplo, que fue Occidente el propiciador de este escenario que hoy prima en el mundo musulmán, como ocurre en el caso de Irán, donde el gobierno democrático del primer ministro Mohammad Mossadegh fue derrocado por un golpe de estado en 1953. La nacionalización de la industria petrolera emprendida por aquel gobierno determinó su caída, orquestada entre Gran Bretaña y Estados Unidos. La salida del gobernante ajeno a disposiciones religiosas de estricto cumplimiento y cercano al modo de vida occidental, dio paso a la restauración del último shah de Irán, Mohammad Reza Pahlevi, removido del poder en 1979 por la revolución liderada por el ayatolá Jomeini, que impondría el régimen teocrático que perdura hasta el presente. Habría que recordar que la entrada triunfal del clérigo revolucionario se produjo en vuelo directo a Teherán desde París, donde Jomeini había encontrado refugio y bastión para hacer un exilio activo desde donde dirigió la rebelión que terminó con el poder de su antagonista. La imagen represiva y autoritaria de Pahlevi, admirador del mundo occidental, se había hecho incómoda para sus amigos. Francia no le concedió el asilo político y le denegó la entrada al país en su huida. Tampoco se lo dieron los gobiernos que antes habían sido sus aliados. El presidente Carter terminaría por negociar con Torrijos una salida para que el Rey de Reyes saliera de Estados Unidos hacia la isla panameña de Contadora, como vía de aliviar la crisis de los rehenes norteamericanos, un trance que en buena parte generó el régimen iraní para intentar negociar la extradición de su archi enemigo. De aquellos días quedan en la memoria las imágenes divulgadas por los telediarios internacionales mostrando la euforia de jóvenes universitarias iraníes que pedían el restablecimiento del hiyab como un símbolo identitario frente a las corrosivas costumbres occidentales que el depuesto emperador había personificado con su gobierno. Todos aquellos polvos dieron forma a estos lodos que hoy sobre abundan. Ocurre lo mismo en otros escenarios parecidos, como el de los talibanes afganos. Pero la historia que se cuenta solo se remite al instante actual, evitando el relato que permita explicar de alguna manera el origen de las cosas.
En el caso de Turquía hay algo más que el asunto religioso. Las posturas de Erdogan en relación con sus socios de Europa y de la OTAN sobre Rusia, la guerra de Ucrania o el pulso que mantiene para frenar la entrada de Finlandia y Suecia al tratado militar atlántico (una actitud que los ciudadanos de esos países deberían agradecer al gobernante turco), pesan mucho más que sus maneras autocráticas de gobernar, en aparente contradicción con las reglas democráticas que la comunidad europea propone pero que se encuentran en crisis ante el descredito en que las colocan manipulación, censura y parcialización a la hora de practicarlas. Una de ellas precisamente es la libertad de expresión e información. Lo que ocurre con Charlie Hebdo no es una excepción. Se aprecia en gran medida en los principales medios noticiosos de la Unión y en no pocos fuera de ella. Una situación que hace poner distancia y reconsiderar cualquier gesto de asociación solidaria, como aquella que generó la emblemática frase Yo también soy…
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