Las Leyes de Murphy y Latinoamérica: Un matrimonio inevitable
- Marcos Villasmil
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Las Leyes de Murphy y Latinoamérica: Un matrimonio inevitable
05 Nov 2024 20:03
Comencemos por recordar que las Leyes de Murphy son un conjunto de máximas o principios populares que establecen que, si algo puede salir mal, saldrá mal (esa es algo así como la Ley Fundamental). En otras palabras, son una forma humorística de reconocer que, en la vida, especialmente en situaciones complejas, las cosas tienden a complicarse más de lo esperado.
Aunque no existe un origen exacto, se atribuye la frase inicial a Edward A. Murphy Jr., un ingeniero estadounidense que durante una prueba de un cohete en la década de 1940 observó que un sensor había sido instalado al revés. Frustrado, al parecer exclamó: «Si hay más de una forma de hacer el trabajo, y alguna de ellas puede terminar en desastre… alguien lo hará así».
Mientras se popularizaba con el paso del tiempo, algunos ejemplos de leyes se han hecho leyenda:
La tostada siempre cae con la mermelada hacia abajo: Esta es una de las máximas más conocidas, que ilustra la tendencia de las cosas a salir mal en las situaciones más simples.
Si pierdes algo, lo encontrarás justo cuando lo hayas comprado de nuevo
La cola en la que te pones siempre es la más lenta: refleja la sensación de que algunas veces elegimos la peor opción.
¿Me va a decir el amigo lector que acaso no le han sucedido situaciones parecidas? Por ello son tan populares las dichosas leyes.
Aunque a menudo algunos las asocian con el pesimismo, también pueden servir como un recordatorio de que incluso en los momentos más difíciles, las cosas pueden mejorar. Seamos optimistas, siempre optimistas, qué remedio.
¿Cómo nos afectan las leyes a nosotros los latinoamericanos?
Históricamente, los latinoamericanos hemos perfeccionado el simple arte de hacer sin pensar (o pensar, pero equivocadamente). Sobre todo, en política. Somos reconocidos como unos auténticos maestros. Tenemos doscientos años de experiencia.
En América Latina las leyes de Murphy servirían para explicar, con una pizca de humor negro, los innumerables contratiempos y reveses que suelen acompañar la vida pública. Si la política de por sí es compleja, nosotros le aumentamos el volumen cual concierto de rock.
En sana lógica, los latinoamericanos deberíamos haber asumido, gracias a dichas leyes, que lo que ponemos tanto en papel (la necesidad de planificación, de transparencia, de flexibilidad en el análisis, de diálogo, etc.) deberíamos ¡por fin! llevarlo a la práctica.
En verdad, buena suerte. Sobre todo, hoy más que nunca, con los reyezuelos populistas, narcisos, incultos y de mal genio que hoy dominan la política desde Alaska a la Patagonia. Y son muchos los ámbitos de acción política – como las campañas electorales y sus debates – que dan aportes valiosos para la leyenda murphyana: ejemplo egregio el del candidato norteamericano que pasará a la historia, entre muchas razones, por haber dicho en un reciente debate que “los inmigrantes en Springfield, Ohio, se comen las mascotas de los vecinos”, o que “Caracas es hoy una ciudad más segura que cualquier ciudad norteamericana” (SIC). Donde quiera que se encuentre, el ingeniero Murphy debe haberse carcajeado sin parar.
Y es que cuando la Ley de Murphy se combina con la estupidez humana el resultado puede ser una serie de eventos desafortunados y cómicos a la vez.
Varios ejemplos históricos que recuerdan las Leyes de Murphy son la Primera Guerra Mundial, la guerra de Vietnam, Watergate, los Papeles de Panamá y el Brexit.
Una verdad ejemplificada repetidamente por Murphy: La política es un ámbito marcado por la incertidumbre. Los resultados de las elecciones, las negociaciones y las reformas prometidas son difíciles de predecir, lo que aumenta la probabilidad de que las cosas salgan mal. En este sentido, el ámbito legislativo necesita un espacio especial. América Latina es un auténtico cementerio de legislaciones que buscan arreglar todo... o sea, nada.
En total, leo en Google que ha habido más de 190 constituciones en la región latinoamericana desde la independencia, un promedio de diez por país. El que más ha promulgado es Venezuela, con 25 (hay quienes dan otra cifra, pero bueno, el récord es nuestro). El que menos, Argentina, con solo tres. Colombia tuvo una de las constituciones más duraderas de toda América Latina, desde 1886 hasta su reemplazo en 1991. La más antigua vigente es la de México, de 1917.
Sólo entre 1978 y 2008 América Latina generó 15 constituciones nuevas y numerosas reformas constitucionales.
Los venezolanos somos estrellas mundiales en béisbol, en reinas de belleza y en promulgar constituciones. La de 1999 ya está en pico de zamuro.
Y si las Leyes de Murphy son expresiones claras de humor negro, a los venezolanos nos quedan perfectas. Tenemos chistes para todo y todos, por regiones (el humor zuliano, el gocho, el oriental…), y hasta hemos perfeccionado la técnica de echar chistes en velorios.
¿Y acaso, el dicho tan popular de “al mal tiempo buena cara” no es una variante criolla, un corolario, de la filosofía de Murphy?
En la política latinoamericana, pero muy especialmente en la nuestra, se ha perfeccionado la excusa y la mentira, a veces incluso juntas. En estos 25 años de “revolución” es ya un tic nervioso culpar del error o del problema en cuestión a otro. Desde países imperiales -EEUU- hasta humildes iguanas, la culpabilidad se ha universalizado.
Los venezolanos tenemos entonces nuestra adaptada Ley de Murphy: “todo saldrá siempre mal, pero la culpa será siempre de Otro”.
Dada la naturaleza, caótica, rocambolesca, azarosa y paradójica de la cultura política venezolana actual, algunas de las Leyes que se nos aplicarían a la perfección son: “nada es nunca tan malo que no pueda empeorar”, “el secreto del éxito es la sinceridad. Una vez que la puedas fingir, triunfarás”, “algo que puede ir mal, irá mal en el peor momento posible”, o “cuando las cosas hayan empeorado tanto que ya no es posible que salgan peor, se repetirá el ciclo”.
O el comentario de O´Toole: “Murphy era un optimista”.
Y la verdad es que, sintiéndolas en carne viva los venezolanos, creo que muchos vecinos latinoamericanos también podrían perfectamente asumirlas.
Aunque no existe un origen exacto, se atribuye la frase inicial a Edward A. Murphy Jr., un ingeniero estadounidense que durante una prueba de un cohete en la década de 1940 observó que un sensor había sido instalado al revés. Frustrado, al parecer exclamó: «Si hay más de una forma de hacer el trabajo, y alguna de ellas puede terminar en desastre… alguien lo hará así».
Mientras se popularizaba con el paso del tiempo, algunos ejemplos de leyes se han hecho leyenda:
La tostada siempre cae con la mermelada hacia abajo: Esta es una de las máximas más conocidas, que ilustra la tendencia de las cosas a salir mal en las situaciones más simples.
Si pierdes algo, lo encontrarás justo cuando lo hayas comprado de nuevo
La cola en la que te pones siempre es la más lenta: refleja la sensación de que algunas veces elegimos la peor opción.
¿Me va a decir el amigo lector que acaso no le han sucedido situaciones parecidas? Por ello son tan populares las dichosas leyes.
Aunque a menudo algunos las asocian con el pesimismo, también pueden servir como un recordatorio de que incluso en los momentos más difíciles, las cosas pueden mejorar. Seamos optimistas, siempre optimistas, qué remedio.
¿Cómo nos afectan las leyes a nosotros los latinoamericanos?
Históricamente, los latinoamericanos hemos perfeccionado el simple arte de hacer sin pensar (o pensar, pero equivocadamente). Sobre todo, en política. Somos reconocidos como unos auténticos maestros. Tenemos doscientos años de experiencia.
En América Latina las leyes de Murphy servirían para explicar, con una pizca de humor negro, los innumerables contratiempos y reveses que suelen acompañar la vida pública. Si la política de por sí es compleja, nosotros le aumentamos el volumen cual concierto de rock.
En sana lógica, los latinoamericanos deberíamos haber asumido, gracias a dichas leyes, que lo que ponemos tanto en papel (la necesidad de planificación, de transparencia, de flexibilidad en el análisis, de diálogo, etc.) deberíamos ¡por fin! llevarlo a la práctica.
En verdad, buena suerte. Sobre todo, hoy más que nunca, con los reyezuelos populistas, narcisos, incultos y de mal genio que hoy dominan la política desde Alaska a la Patagonia. Y son muchos los ámbitos de acción política – como las campañas electorales y sus debates – que dan aportes valiosos para la leyenda murphyana: ejemplo egregio el del candidato norteamericano que pasará a la historia, entre muchas razones, por haber dicho en un reciente debate que “los inmigrantes en Springfield, Ohio, se comen las mascotas de los vecinos”, o que “Caracas es hoy una ciudad más segura que cualquier ciudad norteamericana” (SIC). Donde quiera que se encuentre, el ingeniero Murphy debe haberse carcajeado sin parar.
Y es que cuando la Ley de Murphy se combina con la estupidez humana el resultado puede ser una serie de eventos desafortunados y cómicos a la vez.
Varios ejemplos históricos que recuerdan las Leyes de Murphy son la Primera Guerra Mundial, la guerra de Vietnam, Watergate, los Papeles de Panamá y el Brexit.
Una verdad ejemplificada repetidamente por Murphy: La política es un ámbito marcado por la incertidumbre. Los resultados de las elecciones, las negociaciones y las reformas prometidas son difíciles de predecir, lo que aumenta la probabilidad de que las cosas salgan mal. En este sentido, el ámbito legislativo necesita un espacio especial. América Latina es un auténtico cementerio de legislaciones que buscan arreglar todo... o sea, nada.
En total, leo en Google que ha habido más de 190 constituciones en la región latinoamericana desde la independencia, un promedio de diez por país. El que más ha promulgado es Venezuela, con 25 (hay quienes dan otra cifra, pero bueno, el récord es nuestro). El que menos, Argentina, con solo tres. Colombia tuvo una de las constituciones más duraderas de toda América Latina, desde 1886 hasta su reemplazo en 1991. La más antigua vigente es la de México, de 1917.
Sólo entre 1978 y 2008 América Latina generó 15 constituciones nuevas y numerosas reformas constitucionales.
Los venezolanos somos estrellas mundiales en béisbol, en reinas de belleza y en promulgar constituciones. La de 1999 ya está en pico de zamuro.
Y si las Leyes de Murphy son expresiones claras de humor negro, a los venezolanos nos quedan perfectas. Tenemos chistes para todo y todos, por regiones (el humor zuliano, el gocho, el oriental…), y hasta hemos perfeccionado la técnica de echar chistes en velorios.
¿Y acaso, el dicho tan popular de “al mal tiempo buena cara” no es una variante criolla, un corolario, de la filosofía de Murphy?
En la política latinoamericana, pero muy especialmente en la nuestra, se ha perfeccionado la excusa y la mentira, a veces incluso juntas. En estos 25 años de “revolución” es ya un tic nervioso culpar del error o del problema en cuestión a otro. Desde países imperiales -EEUU- hasta humildes iguanas, la culpabilidad se ha universalizado.
Los venezolanos tenemos entonces nuestra adaptada Ley de Murphy: “todo saldrá siempre mal, pero la culpa será siempre de Otro”.
Dada la naturaleza, caótica, rocambolesca, azarosa y paradójica de la cultura política venezolana actual, algunas de las Leyes que se nos aplicarían a la perfección son: “nada es nunca tan malo que no pueda empeorar”, “el secreto del éxito es la sinceridad. Una vez que la puedas fingir, triunfarás”, “algo que puede ir mal, irá mal en el peor momento posible”, o “cuando las cosas hayan empeorado tanto que ya no es posible que salgan peor, se repetirá el ciclo”.
O el comentario de O´Toole: “Murphy era un optimista”.
Y la verdad es que, sintiéndolas en carne viva los venezolanos, creo que muchos vecinos latinoamericanos también podrían perfectamente asumirlas.
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