Alguien que desea una intervención occidental en la guerra de Siria luego de siete años de horror lanzó un ataque con armas químicas en el enclave rebelde de Douma con los resultados pavorosos que hemos visto en los noticiarios. Si el crimen se perpetró por órdenes del régimen de Bashar al-Assad, cabría decir que a éste lo anima un impulso suicida, ya que esa acción le proporciona más argumentos a Occidente, y a Estados Unidos en particular, para contemplar seriamente su remoción. Si de ésta sale indemne, el tirano de Siria tiene más suerte que aquel que acierta con una lotería millonaria.
En el momento en que esto escribo, a media tarde del 11 de abril, una acción militar en Siria, de parte de Estados Unidos con la participación de Francia y Gran Bretaña, parece tan segura que sólo es cuestionable el momento y la intensidad de la acción. A las advertencias de los rusos de que ellos pueden responder a esa acción, el presidente Trump se ha mostrado desafiante, prometiendo —desde su cuenta de Twitter— que los misiles (convencionales se entiende) “nuevos e inteligentes” caerán indefectiblemente sobre Siria.
La situación interna del Presidente —que parece complicarse según se ahonda y expande la investigación sobre el papel de Rusia en las elecciones presidenciales de 2016 y su posible colusión con la campaña de Trump— lo lleva a dos reacciones previsibles: plantarle cara a los rusos y encontrar una causa externa —y noble al mismo tiempo— que distraiga la atención y enaltezca su imagen. El episodio del ataque químico en Siria no podría haberse producido más oportunamente.
¿Hay peligro de un enfrentamiento entre rusos y americanos en Siria? Yo creo que nunca ha sido mayor desde octubre de 1962, con la diferencia de que la posible utilización de armas nucleares fue un potente disuasivo entonces para ambas partes. En esta ocasión, se da por descontado que nadie apretará el botón nuclear y, en consecuencia, las posibilidades de hostilidades de baja intensidad entre las dos superpotencias es mucho más probable. Creo, sin embargo, que Estados Unidos y sus aliados tomarán precauciones para no agredir directamente a los rusos y que estos, a su vez, van a guardar cierta distancia. A pesar de sus bravuconadas, las últimas noticias reportaban que los barcos de guerra rusos habían salido de su base naval en el puerto sirio de Tartus. ¿Salen para hacerle frente a la Sexta Flota o para ponerse a buen recaudo? Me inclino a creer en lo segundo.
Assad —si ha sido el responsable de este último crimen contra su propio pueblo— ha cruzado la línea roja del presidente Trump (que no es la violeta ni la amarilla del presidente Obama), de manera que, a menos que se produzca un imprevisto, este país se verá envuelto en una acción de guerra en el Mediterráneo oriental en los próximos días. Esta acción podría arrastrar a Irán y, con mayor probabilidad, al grupo terrorista libanés Jezbolá, lo cual arrastraría también a Israel y a otros actores, convirtiéndose de suyo en un conflicto regional.
Tal conflicto no sería calamitoso si sirviera para estabilizar la zona y extenderles las ventaja de la democracia a los sirios, con el posible retorno de muchos refugiados y la deseable reducción de la ola migratoria que tanto ha afectado a Europa en los últimos años. Pero si se tratara sólo de un ruidoso regaño, resultaría frustrante y desmoralizador.
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