El Islamismo, una amenaza que no podemos ignorar
- Martín N. Añorga
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El Islamismo, una amenaza que no podemos ignorar
15 Jan 2012 21:40
Hace poco escuché a un predicador local que en su homilía de año nuevo mencionó reiteradamente la palabra “ojalá”. Seguramente que el mensajero bíblico desconoce los orígenes etimológicos de ese vocablo, y lo usa sin sospechar su verdadero significado. Ojalá es una palabra de origen árabe que literalmente significa “si Alá quisiere”. Aparece registrada por primera vez en nuestra lengua en el Diccionario Español-Latino de Nebrija en el año 1495. Proviene de le expresión “insh Alá”. ”Insh” es una partícula que denota posibilidad, deseo o voluntad sujetos a probabilidades, y Alá es el nombre de Dios en árabe.
Se hace claro que el Occidente ha asimilado una definida influencia islámica que en nuestro entorno hispanoamericano hemos asociado con los “moros”. Los musulmanes moros ocuparon la península ibérica por más de 700 años (711-1492) y dejaron huellas permanentes que todavía hoy se perciben en todo el territorio español. Es difícil determinar la cantidad de palabras en nuestro idioma que provienen de los árabes. Generalmente los vocablos que comienzan con la partícula “al” tienen ese origen, y mencionamos simples ejemplos: alcalde, alguacil, alambique, álgebra, ámbar, aldea, almohada, alfiler y ajedrez. La lista ocuparía un diccionario. Lo curioso es que la ocupación árabe en España, a pesar de su influencia religiosa, no eclipsó de manera total la adhesión de los españoles a su fe católica romana. Los intereses políticos, científicos y comerciales de los moros eran superiores al fanatismo religioso, y se conformaron con construir monumentales centros de adoración en la creencia de que su superioridad terminaría eliminando cualquier otro culto existente.
Es de tener en cuenta que los árabes en España realizaron grandes obras culturales, caracterizadas por su exquisita ornamentación. Merece particularmente destacarse la fortaleza de la Alhambra (palabra que significa “castillo rojo”). Los que han visitado además de Granada, por mencionar simplemente un par de ejemplos, las ciudades de Córdoba y Sevilla, se han percatado de la herencia dejada en la península ibérica por sus invasores.
Moro es un término que históricamente se ha utilizado en España para designar a los musulmanes. La palabra castellana moro procede del latín maurus, vocablo que a su vez procede del griego mauros (negro o moreno), con el que se designaban a los habitantes del antiguo reino de Mauritania y de otras provincias romanas adyacentes. Aún hoy en griego moderno mauros-mavri es el adjetivo masculino-femenino para negro. La expresión, que tiene cierta connotación despectiva, sigue usándose, aunque en menor escala, para identificar a los pobladores de las ciudades que comprenden todo el oeste de Africa al norte del Sahara: la actual Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez, e incluso Libia.
Definir al pueblo árabe de manera cabal es díficil pues existen diferencias sustanciales que impiden llegar a una posición unánime. Es muy común la tendencia de identificar a los musulmanes como árabes, pero debemos tener en cuenta que aunque casi el 90% de las personas que tienen el árabe como lengua materna profesan la religión del Islam, tan solo el 20% de los musulmanes son necesariamente árabes. La mayoría de los musulmanes son turcos, iraníes, pakistaníes, indios y habitantes del sudeste asiático. El país con el mayor número de musulmanes es Indonesia, seguido de Pakistán y la India, es decir, tres naciones no árabes.
El Islam es una religión abrahámica monoteísta que adora a Alá sin copartícipes. Se estima que hay en la actualidad más de 1,800 millones de musulmanes en el mundo. Esta religión se inició con la predicación de Mahoma en el año 622 en La Meca (en la actual Arabia Saudita). Inicialmente de acuerdo con el Corán, su libro sagrado, la religión invocaba el pacifismo como medio de ajustar las relaciones humanas a un nivel de confraternidad; pero al correr de los siglos el concepto de que los que no abrazan el islamismo son infieles a los que debe convencerse o destruirse, hizo que la política y la intransigencia religiosa se identificaran de tal manera que en estos tiempos el ideal islámico de conquistar el mundo justifica la práctica del más desalmado y fiero terrorismo.
“Nada puede torcer la voluntad de unos Estados Unidos verdaderamente unidos”, decía el presidente Barack Obama en el reciente décimo aniversario del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y a otras estructuras de la nación. “No somos perfectos -continuuó el presidente-, pero nuestra democracia es duradera, y esa democracia también nos da la oportunidad de perfeccionar nuestra unión”. Concluyó el mandatario afirmando que Estados Unidos "nunca estará en guerra contra el Islam ni contra ninguna otra religión”. No deja de ser contradictorio que respetemos una religión y tengamos que considerar como enemigos a los que la practican.
El Islam, como suele suceder con todos los movimientos religiosos, ha sufrido sus divisiones, Hay dos grupos mayoritarios, los chiitas, que solamente aceptan a los descendientes de Alí, el yerno de Mahoma, como legítimos gobernantes, y los sunitas, quienes reclaman que los descendientes de los omeyas (nombre que se da a los supuestos descendientes del jefe árabe de ese nombre, fundadores del califato de Damasco) son los verdaderos califas.
Existe la tesis de que hoy día los chiitas son los que encarnan la violencia islámica alrededor del mundo, en tanto que los sunitas siguen manteniendo el concepto de la paz como instrumento conciliador. Sin embargo, ese concepto es demasiado simplista. En el seno del supuesto islamismo pacífico existe un silencio asombroso, casi cómplice, en relación con los criminales actos violentos de los fanáticos religiosos. Ejemplo de esto lo hallamos en la prensa islámica, y señalamos a su más influyente medio, Aljazeera, que aunque proclama mantener independencia de criterio, trata de forma preferente las informaciones en respaldo de los actos del terrorismo.
Debido a que es inconstitucional para el Censo reunir estadísticas religiosas se hace difícil determinar con exactitud cuántos musulmanes viven en los Estados Unidos, aunque la cantidad generalmente aceptada oscila alrededor de los 8 millones, añadido el hecho de que se estima que en el país existen unas 2,500 mezquitas. Es evidente que no todos los musulmanes son necesariamente islámicos terroristas; pero para muchos se trata de una fuerza a la que en cualquier momento se le puede aplicar un dispositivo que la haría explosiva.
En junio del año 1991, Siraj Washaj, negro convertido al Islam y que es una de las figuras más respetadas de la comunidad islámica norteamericana, tuvo el privilegio de ser el primer musulmán que dirigió la oración diaria en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. En aquella oportunidad Wahaj recitó versículos del Corán y los comentó.
Poco más de un año después Wahaj dijo en una presentación en Nueva Jersey que “si los musulmanes tuviesen mayor cohesión política podrían apoderarse de los Estados Unidos”.
No podemos, pese a la opinión pacifista y conciliatoria del presidente, ignorar que el islamismo es una amenaza latente para América. Y no se trata de estar preparados para enfrentarla. Hay que combatirla desde ahora, de manera frontal y valiente para salvar el futuro de nuestras próximas generaciones
“Creedme -ha isistido Washaj, un líder islámico con ascendencia y control sobre sus congéneres, -si seis u ocho millones de musulmanes de América se uniesen podríamos reemplazar al gobierno de los Estados Unidos por un califato y el país sería nuestro”.
Esta expresión debiera ser considerada una amenaza contra la estabilidad de los Estados Unidos por las autoridades pertinentes. Ignorarla o tenerla como una simpleza pudiera perjudicarnos de insospechada manera.
Se hace claro que el Occidente ha asimilado una definida influencia islámica que en nuestro entorno hispanoamericano hemos asociado con los “moros”. Los musulmanes moros ocuparon la península ibérica por más de 700 años (711-1492) y dejaron huellas permanentes que todavía hoy se perciben en todo el territorio español. Es difícil determinar la cantidad de palabras en nuestro idioma que provienen de los árabes. Generalmente los vocablos que comienzan con la partícula “al” tienen ese origen, y mencionamos simples ejemplos: alcalde, alguacil, alambique, álgebra, ámbar, aldea, almohada, alfiler y ajedrez. La lista ocuparía un diccionario. Lo curioso es que la ocupación árabe en España, a pesar de su influencia religiosa, no eclipsó de manera total la adhesión de los españoles a su fe católica romana. Los intereses políticos, científicos y comerciales de los moros eran superiores al fanatismo religioso, y se conformaron con construir monumentales centros de adoración en la creencia de que su superioridad terminaría eliminando cualquier otro culto existente.
Es de tener en cuenta que los árabes en España realizaron grandes obras culturales, caracterizadas por su exquisita ornamentación. Merece particularmente destacarse la fortaleza de la Alhambra (palabra que significa “castillo rojo”). Los que han visitado además de Granada, por mencionar simplemente un par de ejemplos, las ciudades de Córdoba y Sevilla, se han percatado de la herencia dejada en la península ibérica por sus invasores.
Moro es un término que históricamente se ha utilizado en España para designar a los musulmanes. La palabra castellana moro procede del latín maurus, vocablo que a su vez procede del griego mauros (negro o moreno), con el que se designaban a los habitantes del antiguo reino de Mauritania y de otras provincias romanas adyacentes. Aún hoy en griego moderno mauros-mavri es el adjetivo masculino-femenino para negro. La expresión, que tiene cierta connotación despectiva, sigue usándose, aunque en menor escala, para identificar a los pobladores de las ciudades que comprenden todo el oeste de Africa al norte del Sahara: la actual Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez, e incluso Libia.
Definir al pueblo árabe de manera cabal es díficil pues existen diferencias sustanciales que impiden llegar a una posición unánime. Es muy común la tendencia de identificar a los musulmanes como árabes, pero debemos tener en cuenta que aunque casi el 90% de las personas que tienen el árabe como lengua materna profesan la religión del Islam, tan solo el 20% de los musulmanes son necesariamente árabes. La mayoría de los musulmanes son turcos, iraníes, pakistaníes, indios y habitantes del sudeste asiático. El país con el mayor número de musulmanes es Indonesia, seguido de Pakistán y la India, es decir, tres naciones no árabes.
El Islam es una religión abrahámica monoteísta que adora a Alá sin copartícipes. Se estima que hay en la actualidad más de 1,800 millones de musulmanes en el mundo. Esta religión se inició con la predicación de Mahoma en el año 622 en La Meca (en la actual Arabia Saudita). Inicialmente de acuerdo con el Corán, su libro sagrado, la religión invocaba el pacifismo como medio de ajustar las relaciones humanas a un nivel de confraternidad; pero al correr de los siglos el concepto de que los que no abrazan el islamismo son infieles a los que debe convencerse o destruirse, hizo que la política y la intransigencia religiosa se identificaran de tal manera que en estos tiempos el ideal islámico de conquistar el mundo justifica la práctica del más desalmado y fiero terrorismo.
“Nada puede torcer la voluntad de unos Estados Unidos verdaderamente unidos”, decía el presidente Barack Obama en el reciente décimo aniversario del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y a otras estructuras de la nación. “No somos perfectos -continuuó el presidente-, pero nuestra democracia es duradera, y esa democracia también nos da la oportunidad de perfeccionar nuestra unión”. Concluyó el mandatario afirmando que Estados Unidos "nunca estará en guerra contra el Islam ni contra ninguna otra religión”. No deja de ser contradictorio que respetemos una religión y tengamos que considerar como enemigos a los que la practican.
El Islam, como suele suceder con todos los movimientos religiosos, ha sufrido sus divisiones, Hay dos grupos mayoritarios, los chiitas, que solamente aceptan a los descendientes de Alí, el yerno de Mahoma, como legítimos gobernantes, y los sunitas, quienes reclaman que los descendientes de los omeyas (nombre que se da a los supuestos descendientes del jefe árabe de ese nombre, fundadores del califato de Damasco) son los verdaderos califas.
Existe la tesis de que hoy día los chiitas son los que encarnan la violencia islámica alrededor del mundo, en tanto que los sunitas siguen manteniendo el concepto de la paz como instrumento conciliador. Sin embargo, ese concepto es demasiado simplista. En el seno del supuesto islamismo pacífico existe un silencio asombroso, casi cómplice, en relación con los criminales actos violentos de los fanáticos religiosos. Ejemplo de esto lo hallamos en la prensa islámica, y señalamos a su más influyente medio, Aljazeera, que aunque proclama mantener independencia de criterio, trata de forma preferente las informaciones en respaldo de los actos del terrorismo.
Debido a que es inconstitucional para el Censo reunir estadísticas religiosas se hace difícil determinar con exactitud cuántos musulmanes viven en los Estados Unidos, aunque la cantidad generalmente aceptada oscila alrededor de los 8 millones, añadido el hecho de que se estima que en el país existen unas 2,500 mezquitas. Es evidente que no todos los musulmanes son necesariamente islámicos terroristas; pero para muchos se trata de una fuerza a la que en cualquier momento se le puede aplicar un dispositivo que la haría explosiva.
En junio del año 1991, Siraj Washaj, negro convertido al Islam y que es una de las figuras más respetadas de la comunidad islámica norteamericana, tuvo el privilegio de ser el primer musulmán que dirigió la oración diaria en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. En aquella oportunidad Wahaj recitó versículos del Corán y los comentó.
Poco más de un año después Wahaj dijo en una presentación en Nueva Jersey que “si los musulmanes tuviesen mayor cohesión política podrían apoderarse de los Estados Unidos”.
No podemos, pese a la opinión pacifista y conciliatoria del presidente, ignorar que el islamismo es una amenaza latente para América. Y no se trata de estar preparados para enfrentarla. Hay que combatirla desde ahora, de manera frontal y valiente para salvar el futuro de nuestras próximas generaciones
“Creedme -ha isistido Washaj, un líder islámico con ascendencia y control sobre sus congéneres, -si seis u ocho millones de musulmanes de América se uniesen podríamos reemplazar al gobierno de los Estados Unidos por un califato y el país sería nuestro”.
Esta expresión debiera ser considerada una amenaza contra la estabilidad de los Estados Unidos por las autoridades pertinentes. Ignorarla o tenerla como una simpleza pudiera perjudicarnos de insospechada manera.
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