El Papa y la Pobreza
- Carlos Alberto Montaner
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El Papa y la Pobreza
27 Sep 2015 23:02
Los congresistas norteamericanos invitaron a almorzar al papa Francisco. Su Santidad prefirió irse a comer con un grupo de desamparados en una institución caritativa de la Iglesia.
Fue una selección predecible. La Iglesia católica valora extraordinariamente la relación con los pobres y, de alguna manera, ensalza la pobreza, la austeridad, y castiga el “consumismo”. Lo dijo San Basilio y lo suele repetir el papa: “El dinero es el estiércol del demonio”.
Así es desde que Jesús, que había nacido en una cueva, comenzó a predicar y eligió a sus apóstoles, una docena de personas de muy escasos recursos, algunos de ellos pescadores.
Cuando la Iglesia creció y se asentó, esta impronta se mantuvo durante varios siglos en la veneración por los eremitas que se apartaban del mundo y se refugiaban en el desierto para agradar a Dios mediante una vida de privaciones y soledad. Simeón alcanzó la santidad por pasar muchos años encaramado en una columna.
A mi juicio, la Iglesia insiste en un discurso contradictorio enquistado en unos orígenes al servicio de muchedumbres de pobres y enfermos, situación que tiene una escasa relación con el mundo contemporáneo.
Sin duda, durante milenios, la pobreza era el único horizonte posible de la mayor parte de la especie. Pero desde hace menos de 300 años ese panorama comenzó a cambiar a partir de la revolución industrial, de la ampliación y sofisticación de las redes comerciales y de la aparición de la idea del progreso como objetivo social.
No es verdad que el capitalismo excluye natural o deliberadamente a las personas. ¿Por qué habría de hacer algo tan estúpido? Lo que les interesa a los productores de bienes y servicios es que haya pleno empleo y todos puedan consumir. La lucha del capital es porque se expandan el perímetro del mercado y la intensidad del consumo. Es al revés: lo que constriñe la maquinaria económica es la improductividad y el no-consumismo.
Le bastaría al papa, o a cualquiera, asomarse al Índice de Desarrollo Humano que publica anualmente la ONU para advertir que los 25 países más desarrollados del planeta son democracias liberales en las que la producción y las transacciones económicas se llevan a cabo dentro de las normas del mercado y la propiedad privada.
No es verdad que el mercado es ciego y carece de virtudes. El mercado es la suma de las decisiones racionales de millones de personas que van modificando constantemente el panorama económico con sus acciones. Es una expresión natural de la libertad individual. Ese crecimiento u orden espontáneo del mercado va a depender de muchos factores incontrolables y, por lo tanto, impredecibles, pero generalmente beneficiosos.
Tampoco es cierto que la competencia es inhumana o expresa una actitud codiciosa. Se compite para satisfacer a los consumidores y en ese proceso se depuran y mejoran los productos y los servicios ofertados.
El papa y la Iglesia, para reducir la pobreza, tienen que descubrir, como Deng Xiaoping, que “enriquecerse es glorioso”, pero no por las ventajas que ello trae para quien lo logra, sino porque en ese proceso por alcanzar la gloria de la riqueza los emprendedores sacan de la miseria a numerosas personas. En China, 400 millones han abandonado sus penas económicas gracias a emprendedores tercamente empeñados en triunfar.
La experiencia nos ha enseñado que en las sociedades guiadas por el mercado y no por las decisiones o caprichos de los funcionarios y comisarios, la producción, la productividad y la complejidad de lo producido son mucho mayores y, por ende, los salarios son más altos y las clases medias resultan absolutamente dominantes. Ese es el “secreto” de las admiradas sociedades escandinavas y, en general, del primer mundo.
Hace muy bien la Iglesia en practicar la compasión con los necesitados –Caritas es una institución ejemplar–, pero esa actividad, como la sopa que se les daba a los mendigos en los conventos, alivia el hambre o las necesidades inmediatas (lo que no es poca cosa), pero no soluciona el problema de la pobreza y, con frecuencia, genera una penosa dependencia y una perversa dinámica asistencialista-clientelista.
¿Es tan difícil entender que la riqueza sólo se crea de manera permanente en empresas que generan beneficios, ahorran, invierten, crecen y pagan impuestos? ¿No es obvio que las personas instruidas y con buenos hábitos laborales benefician a las empresas y, simultáneamente, se benefician ellas de sus saberes y comportamientos? ¿No nos explica este comprobable fenómeno lo que hay que hacer para disminuir la pobreza?
Lo irónico es que la Iglesia Católica se nutre de las exitosas sociedades capitalistas mientras no deja de condenarlas. Sin los excedentes que ellas producen y entregan –en el pasado fue el diezmo– no sería posible sostener una estructura parcialmente improductiva como es la jerarquía eclesiástica.
No sé si el dinero es el estiércol del diablo, pero estoy seguro de que sin él ni siquiera existiría un papa instalado en un palacio del Vaticano.
www.firmaspress.com
© Firmas Press
Fue una selección predecible. La Iglesia católica valora extraordinariamente la relación con los pobres y, de alguna manera, ensalza la pobreza, la austeridad, y castiga el “consumismo”. Lo dijo San Basilio y lo suele repetir el papa: “El dinero es el estiércol del demonio”.
Así es desde que Jesús, que había nacido en una cueva, comenzó a predicar y eligió a sus apóstoles, una docena de personas de muy escasos recursos, algunos de ellos pescadores.
Cuando la Iglesia creció y se asentó, esta impronta se mantuvo durante varios siglos en la veneración por los eremitas que se apartaban del mundo y se refugiaban en el desierto para agradar a Dios mediante una vida de privaciones y soledad. Simeón alcanzó la santidad por pasar muchos años encaramado en una columna.
A mi juicio, la Iglesia insiste en un discurso contradictorio enquistado en unos orígenes al servicio de muchedumbres de pobres y enfermos, situación que tiene una escasa relación con el mundo contemporáneo.
Sin duda, durante milenios, la pobreza era el único horizonte posible de la mayor parte de la especie. Pero desde hace menos de 300 años ese panorama comenzó a cambiar a partir de la revolución industrial, de la ampliación y sofisticación de las redes comerciales y de la aparición de la idea del progreso como objetivo social.
No es verdad que el capitalismo excluye natural o deliberadamente a las personas. ¿Por qué habría de hacer algo tan estúpido? Lo que les interesa a los productores de bienes y servicios es que haya pleno empleo y todos puedan consumir. La lucha del capital es porque se expandan el perímetro del mercado y la intensidad del consumo. Es al revés: lo que constriñe la maquinaria económica es la improductividad y el no-consumismo.
Le bastaría al papa, o a cualquiera, asomarse al Índice de Desarrollo Humano que publica anualmente la ONU para advertir que los 25 países más desarrollados del planeta son democracias liberales en las que la producción y las transacciones económicas se llevan a cabo dentro de las normas del mercado y la propiedad privada.
No es verdad que el mercado es ciego y carece de virtudes. El mercado es la suma de las decisiones racionales de millones de personas que van modificando constantemente el panorama económico con sus acciones. Es una expresión natural de la libertad individual. Ese crecimiento u orden espontáneo del mercado va a depender de muchos factores incontrolables y, por lo tanto, impredecibles, pero generalmente beneficiosos.
Tampoco es cierto que la competencia es inhumana o expresa una actitud codiciosa. Se compite para satisfacer a los consumidores y en ese proceso se depuran y mejoran los productos y los servicios ofertados.
El papa y la Iglesia, para reducir la pobreza, tienen que descubrir, como Deng Xiaoping, que “enriquecerse es glorioso”, pero no por las ventajas que ello trae para quien lo logra, sino porque en ese proceso por alcanzar la gloria de la riqueza los emprendedores sacan de la miseria a numerosas personas. En China, 400 millones han abandonado sus penas económicas gracias a emprendedores tercamente empeñados en triunfar.
La experiencia nos ha enseñado que en las sociedades guiadas por el mercado y no por las decisiones o caprichos de los funcionarios y comisarios, la producción, la productividad y la complejidad de lo producido son mucho mayores y, por ende, los salarios son más altos y las clases medias resultan absolutamente dominantes. Ese es el “secreto” de las admiradas sociedades escandinavas y, en general, del primer mundo.
Hace muy bien la Iglesia en practicar la compasión con los necesitados –Caritas es una institución ejemplar–, pero esa actividad, como la sopa que se les daba a los mendigos en los conventos, alivia el hambre o las necesidades inmediatas (lo que no es poca cosa), pero no soluciona el problema de la pobreza y, con frecuencia, genera una penosa dependencia y una perversa dinámica asistencialista-clientelista.
¿Es tan difícil entender que la riqueza sólo se crea de manera permanente en empresas que generan beneficios, ahorran, invierten, crecen y pagan impuestos? ¿No es obvio que las personas instruidas y con buenos hábitos laborales benefician a las empresas y, simultáneamente, se benefician ellas de sus saberes y comportamientos? ¿No nos explica este comprobable fenómeno lo que hay que hacer para disminuir la pobreza?
Lo irónico es que la Iglesia Católica se nutre de las exitosas sociedades capitalistas mientras no deja de condenarlas. Sin los excedentes que ellas producen y entregan –en el pasado fue el diezmo– no sería posible sostener una estructura parcialmente improductiva como es la jerarquía eclesiástica.
No sé si el dinero es el estiércol del diablo, pero estoy seguro de que sin él ni siquiera existiría un papa instalado en un palacio del Vaticano.
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Reply to Carlos Alberto Montaner
- José Manuel Palli
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Re: El Papa y la Pobreza
02 Oct 2015 22:17
Dale con los 25 paises, mi querido Carlos Alberto... Que hay que leer tal ìndice, o estudiar a tal o mas cual economista premiado con el Nobel... En una columna te quejas de la iglesia porque siempre ha estado del lado de los poderosos, en otra por que siempre -desde que Cristo la instituyò- ha estado al lado de los pobres...
Que el ser humano es una criatura tan rabiosamente peligrosa que hay que sujetarla con leyes e instituciones para que no destroce a mordidas a sus congéneres, cuando el "buenudo" -asi lo llama un querido amigo argentino, que profesa tu misma fe neoconservadora- de Francisco nos presenta una visión enaltecedora de ese mismo ser humano, diametralmente opuesta a la tuya.
Que el bien común -eje central de la prédica de Francisco- no existe porque uno de tantos economistas premiados con el Nobel lo "demostrò" con el argumento de que ningun politico o funcionario publico toma decisiones relativas al gasto publico guiado por el bien comun, sino por la corupcion y los intereses particulares de su partido; si eso "demuestra" que el bien comun no existe, supongo que el hecho de que el mundo lleve años en un continuo estado de guerra (fria, caliente o tibia) "demuestra" que la paz no existe... Marche otro Premio Nobel (me auto-postulo).
Yo comprendo que el Papa te debe recordar a San Martin de Porres, porque viene barriendo con su escoba todos los argumentos que tu pensamiento "liberal" noveau (realmente crees que es el liberalismo clásico lo que defiendes?) ofrece a traves de su catalogo de productos para consumo masivo, pero que las masas no se tragan... El Papa no es un "buenudo"; es, sin dudas, "el hombre mas peligroso del mundo", como lo llaman en "Fucked News"...
Aun en compañia de esos 25 paises y de tus muchos "fieles", que los tienes, me imagino que te debés sentir como un eremita despues del paso de Francisco por estos pagos, aclamado y vitoreado por multitudes (aunque quizás veas a ese gentío como "perfectos idiotas norteamericanos").
Tienes todo el derecho a ser un hombre de poca fé, mi buen amigo; pero tienes mucha inteligencia y te sé capaz de hacer mucho mejores argumentos que el remanido de la lista de los 25 paises... Y agarrarse de San Basilio -Capadocia, circa que, siglo séptimo (?)- me parece patético, dicho esto con todo el respeto y el afecto que sabes que te tengo.
Que el ser humano es una criatura tan rabiosamente peligrosa que hay que sujetarla con leyes e instituciones para que no destroce a mordidas a sus congéneres, cuando el "buenudo" -asi lo llama un querido amigo argentino, que profesa tu misma fe neoconservadora- de Francisco nos presenta una visión enaltecedora de ese mismo ser humano, diametralmente opuesta a la tuya.
Que el bien común -eje central de la prédica de Francisco- no existe porque uno de tantos economistas premiados con el Nobel lo "demostrò" con el argumento de que ningun politico o funcionario publico toma decisiones relativas al gasto publico guiado por el bien comun, sino por la corupcion y los intereses particulares de su partido; si eso "demuestra" que el bien comun no existe, supongo que el hecho de que el mundo lleve años en un continuo estado de guerra (fria, caliente o tibia) "demuestra" que la paz no existe... Marche otro Premio Nobel (me auto-postulo).
Yo comprendo que el Papa te debe recordar a San Martin de Porres, porque viene barriendo con su escoba todos los argumentos que tu pensamiento "liberal" noveau (realmente crees que es el liberalismo clásico lo que defiendes?) ofrece a traves de su catalogo de productos para consumo masivo, pero que las masas no se tragan... El Papa no es un "buenudo"; es, sin dudas, "el hombre mas peligroso del mundo", como lo llaman en "Fucked News"...
Aun en compañia de esos 25 paises y de tus muchos "fieles", que los tienes, me imagino que te debés sentir como un eremita despues del paso de Francisco por estos pagos, aclamado y vitoreado por multitudes (aunque quizás veas a ese gentío como "perfectos idiotas norteamericanos").
Tienes todo el derecho a ser un hombre de poca fé, mi buen amigo; pero tienes mucha inteligencia y te sé capaz de hacer mucho mejores argumentos que el remanido de la lista de los 25 paises... Y agarrarse de San Basilio -Capadocia, circa que, siglo séptimo (?)- me parece patético, dicho esto con todo el respeto y el afecto que sabes que te tengo.
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- Carlos Saladrigas, Jr.
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Re: El Papa y la Pobreza
06 Oct 2015 22:50
Montaner arremete contra el mensajero y se olvida de la fuente del mensaje —Jesús—quien claramente expresó su opción preferencial por los pobres —no por la pobreza— y advirtió sobre el potencial corruptivo del dinero. Solo basta leer unos cuantos pasajes:
▪ “Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. Marcos 10:25
▪ “No os hagáis tesoros en la tierra… sino haceos tesoros en el cielo… Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Mateo 6:19
▪ “No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Lucas 12.22
▪ “Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo…” Mateo 19:21
Estas palabras, dichas hoy, serían más que suficiente para que Jesús se ganara la acusación de marxista, o al menos de tonto iluso. Irónicamente, Jesús vivió en una economía de mercado donde no había un estado regulatorio y mucho menos paternalista. El conoció de cerca las virtudes y defectos de los mercados.
Lo que se le escapa a Montaner es que ni el Papa, ni Jesús, condenan la riqueza, ni hacen virtud de la pobreza. El énfasis es en el ser humano, y por ende, en la sociedad que formamos. El hombre, y su dignidad intrínseca, están por encima de las economías y los sistemas políticos, y con su libertad y su trabajo, crea riquezas, pero también es responsable ante su creador por el uso de la misma.
De hecho, en la parábola de los talentos (Mateo 25:14) Jesús deja claro que no todo el mundo recibe los mismos dones (desigualdad) pero recompensa al que con los dones recibidos toma riesgos y los pone a producir (por el bien común). El castigo lo reserva para el conservador que los entierra para no perderlos. El énfasis no está en la igualdad de los dones sino en su uso. En la manera que recibimos, seremos juzgados.
Estas enseñanzas evangélicas forman la doctrina social de la Iglesia, que no es estática, sino evolutiva. La Iglesia no es experta en economía, pero no hay enemistad entre la religión y la ciencia. La Iglesia es experta en moral y ética, y este Papa está determinado a recordarnos que los mercados son amorales y que las sociedades pueden y deben insertar sus valores en los sistemas económicos.
Francisco ha puesto la atención en la doctrina social de la Iglesia por su relevancia ante la coyuntura en que nos encontramos, donde los sistemas de mercado que tanto progreso económico han producido; que han sacado a millones de la pobreza; producido las clases medias más fuertes de la historia; los avances tecnológicos más complejos; y las mejores condiciones de vida para muchas sociedades, están cancaneando, erosionando sus propios logros y redundando en desigualdades extremas. El Papa deja claro que el problema fundamental que acosa al mundo moderno no es la producción de la riqueza, sino su distribución.
El Papa nos advierte que en este correr económico, el hombre se está denigrando a un diente en la rueda del consumo, o a un mero insumo en la producción, y que los mercados han invadido esferas de la sociedad donde no pertenecen. Francisco ha ido al meollo del problema —los mercados, dejados a su albedrío, no necesariamente procuran el bien común. La aseveración de Montaner que la suma de decisiones económicas individuales siempre redundan en el bien común, carece de fundamento.
Véase La Tragedia de los Comunes de Hardin, “donde varios individuos, motivados solo por el interés personal y actuando independiente pero racionalmente, terminan por destruir un recurso compartido limitado (el común) aunque a ninguno de ellos, ya sea como individuos o en conjunto, les convenga que tal destrucción suceda”.
Los mercados poseen una tendencia natural hacia la concentración de la riqueza, acumulando poder económico y político. Solo la sociedad, a través del estado, la moral, la verdadera competencia, precios adecuadamente determinados, y la democracia como sistema político, que busca lo opuesto —la dispersión del poder— pueden contrarrestar esta tendencia y tener como objetivo primordial la búsqueda del bien común. No sorprende que Montaner encuentre que los países más ricos del planeta son democracias con economías de mercado. Ambos sistemas son simbióticos. Cuando una sociedad permite que el dinero contamine la democracia, se pierde el freno de los excesos del mercado, y se corroe la propia democracia.
Francisco y la Iglesia entienden que aquellos problemas sociales que tienen solución en los mercados encuentran en ellos la más eficiente solución. Pero también nos advierten que no todos los problemas tienen solución en los mercados, lo que nos conlleva al segundo problema contemporáneo, la invasión de los mercados en esferas sociales donde no pertenecen.
Son hoy pocas las cosas que no tienen precio. El mecanismo por el cual los mercados distribuyen recursos son los precios de los bienes, determinados por las partes en libertad. La Iglesia nos recuerda que en muchas transacciones económicas ni existe paridad de conocimiento entre comprador y vendedor, ni existe, necesariamente, plena libertad. Un inmigrante que acepta condiciones laborales explotadoras, y un pobre que vende un riñón para alimentar a sus hijos, no fijan sus precios, ni consuman su transacción en libertad.
Francisco nos recuerda que hay bienes en la vida que no tienen precio y que no se deben distribuir a través de los mercados. Hay bienes comunes que han de distribuirse igualitariamente, y que no se prestan a un sistema de “pago por uso”. La dignidad humana trasciende la economía, y la sociedad es responsable por mantenerla sacrosanta.
▪ “Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. Marcos 10:25
▪ “No os hagáis tesoros en la tierra… sino haceos tesoros en el cielo… Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Mateo 6:19
▪ “No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Lucas 12.22
▪ “Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo…” Mateo 19:21
Estas palabras, dichas hoy, serían más que suficiente para que Jesús se ganara la acusación de marxista, o al menos de tonto iluso. Irónicamente, Jesús vivió en una economía de mercado donde no había un estado regulatorio y mucho menos paternalista. El conoció de cerca las virtudes y defectos de los mercados.
Lo que se le escapa a Montaner es que ni el Papa, ni Jesús, condenan la riqueza, ni hacen virtud de la pobreza. El énfasis es en el ser humano, y por ende, en la sociedad que formamos. El hombre, y su dignidad intrínseca, están por encima de las economías y los sistemas políticos, y con su libertad y su trabajo, crea riquezas, pero también es responsable ante su creador por el uso de la misma.
De hecho, en la parábola de los talentos (Mateo 25:14) Jesús deja claro que no todo el mundo recibe los mismos dones (desigualdad) pero recompensa al que con los dones recibidos toma riesgos y los pone a producir (por el bien común). El castigo lo reserva para el conservador que los entierra para no perderlos. El énfasis no está en la igualdad de los dones sino en su uso. En la manera que recibimos, seremos juzgados.
Estas enseñanzas evangélicas forman la doctrina social de la Iglesia, que no es estática, sino evolutiva. La Iglesia no es experta en economía, pero no hay enemistad entre la religión y la ciencia. La Iglesia es experta en moral y ética, y este Papa está determinado a recordarnos que los mercados son amorales y que las sociedades pueden y deben insertar sus valores en los sistemas económicos.
Francisco ha puesto la atención en la doctrina social de la Iglesia por su relevancia ante la coyuntura en que nos encontramos, donde los sistemas de mercado que tanto progreso económico han producido; que han sacado a millones de la pobreza; producido las clases medias más fuertes de la historia; los avances tecnológicos más complejos; y las mejores condiciones de vida para muchas sociedades, están cancaneando, erosionando sus propios logros y redundando en desigualdades extremas. El Papa deja claro que el problema fundamental que acosa al mundo moderno no es la producción de la riqueza, sino su distribución.
El Papa nos advierte que en este correr económico, el hombre se está denigrando a un diente en la rueda del consumo, o a un mero insumo en la producción, y que los mercados han invadido esferas de la sociedad donde no pertenecen. Francisco ha ido al meollo del problema —los mercados, dejados a su albedrío, no necesariamente procuran el bien común. La aseveración de Montaner que la suma de decisiones económicas individuales siempre redundan en el bien común, carece de fundamento.
Véase La Tragedia de los Comunes de Hardin, “donde varios individuos, motivados solo por el interés personal y actuando independiente pero racionalmente, terminan por destruir un recurso compartido limitado (el común) aunque a ninguno de ellos, ya sea como individuos o en conjunto, les convenga que tal destrucción suceda”.
Los mercados poseen una tendencia natural hacia la concentración de la riqueza, acumulando poder económico y político. Solo la sociedad, a través del estado, la moral, la verdadera competencia, precios adecuadamente determinados, y la democracia como sistema político, que busca lo opuesto —la dispersión del poder— pueden contrarrestar esta tendencia y tener como objetivo primordial la búsqueda del bien común. No sorprende que Montaner encuentre que los países más ricos del planeta son democracias con economías de mercado. Ambos sistemas son simbióticos. Cuando una sociedad permite que el dinero contamine la democracia, se pierde el freno de los excesos del mercado, y se corroe la propia democracia.
Francisco y la Iglesia entienden que aquellos problemas sociales que tienen solución en los mercados encuentran en ellos la más eficiente solución. Pero también nos advierten que no todos los problemas tienen solución en los mercados, lo que nos conlleva al segundo problema contemporáneo, la invasión de los mercados en esferas sociales donde no pertenecen.
Son hoy pocas las cosas que no tienen precio. El mecanismo por el cual los mercados distribuyen recursos son los precios de los bienes, determinados por las partes en libertad. La Iglesia nos recuerda que en muchas transacciones económicas ni existe paridad de conocimiento entre comprador y vendedor, ni existe, necesariamente, plena libertad. Un inmigrante que acepta condiciones laborales explotadoras, y un pobre que vende un riñón para alimentar a sus hijos, no fijan sus precios, ni consuman su transacción en libertad.
Francisco nos recuerda que hay bienes en la vida que no tienen precio y que no se deben distribuir a través de los mercados. Hay bienes comunes que han de distribuirse igualitariamente, y que no se prestan a un sistema de “pago por uso”. La dignidad humana trasciende la economía, y la sociedad es responsable por mantenerla sacrosanta.
Reply to Carlos Saladrigas, Jr.
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