¿Judeocristiano yo?

  • Abelardo Pérez García
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¿Judeocristiano yo?

16 Nov 2013 15:27
#7998
En una observación que hice sobre una carta dirigida a Su Santidad Francisco expliqué por qué yo no me consideraba “pertenecer” exclusivamente a la “civilización judeocristiana”. Los misterios de la técnica hicieron que parecía que yo incluía esas consideraciones en la carta o que abría en ella un debate sobre este tema. Lejos de mí tal propósito. Sólo quería explicar a los amigos de Democracia Participativa las razones que personalmente me llevaban a rechazar esa filiación.

Gerardo, entre otras consideraciones, contestó lo siguiente:
[…] (“la civilización mal llamada occidental”) es judeocristiana, porque así se califica a la civilización que aglutina el pensamiento judío y cristiano (que tiene algunas influencias del Oriente) con las fuentes "occidentales" que provienen de la cultura griega y romana. Aunque la influencia del budismo, el hinduismo, el confucianismo y el taoísmo, entre otras, es notable en Asia, el pensamiento judeocristiano, con sus apéndices greco-romanos, ha penetrado en esas regiones tanto como en el resto del mundo. Pero de todos modos, esta carta no es tema para este tipo de discusión, por lo que invito a Abelardo a que publique su visión de la civilización actual en el FORO PARTICIPATIVO

Si no conociera la extensión de la cultura del amigo Gerardo me diría que se trataba de una más de esas numerosas afirmaciones sorprendentes que se leen en algunos de los tantos foros que por el mundo hay. Pero para los que no conocen el origen de la sólida amistad que nos une a Gerardo y a mí, a pesar de un sinnúmero de diferencias filosóficas, contaré cómo nos conocimos: Sería por el año 1997 cuando leyendo las barbaridades que se escribían en un foro sobre la sociedad y la cultura cubana, me encontré con un artículo firmado por GMS en el cual, para empezar no había ni un solo error de castellano, ni una sola falta de ortografía pero en cambio abundaban en él las ideas claras y expuestas con inteligencia. “Esto no le salió así de chiripa”, me dije. Uno o dos días más tarde me encontré con otro artículo firmado por él y lo abrí. Era igual de claro, inteligente y preciso; escrito en un castellano magnífico y entonces decidí escribirle diciéndole que era un placer leer, entre tanta bobería y disparates, artículos como los suyos. Nos presentamos y decidimos que cuando pasara por Miami nos reuniríamos. Así conocí también a su encantadora esposa Raquel y no hay año en que al pasar por la Capital del exilio cubano no nos reunamos y pasemos un magnífico día juntos.
Pero hoy me quedé patitieso al ver que mi amigo consideraba que el pensamiento grecorromano era un apéndice del judeocristiano. Me pareció que era como si dijéramos que la música clásica, desde digamos Telemann hasta Boulez, es un apéndice del bel canto . Entonces decidí aceptar su invitación y abrir en el foro de DP un tema sobre nuestra pertenencia o no a la “civilización” judeocristiana.

Hay que saber que el término “judeocristiano” es muy reciente. Nos viene de Ferdinando Baur, un teólogo alemán, protestante, liberal y hegeliano del Siglo XIX, que estudió a fondo las relaciones entre el judaísmo y el cristianismo primitivo. Este cristianismo primitivo del Siglo I presentaba dos tendencias: la de Pedro, considerada muy hebraica y la de Pablo, más “pagana” (ver Epístola a los Corintios). Baur concluye muy dialécticamente que el cristianismo naciente logró realizar la fusión de las dos tendencias aunque dominaba la de Pablo. Este estudio se prosiguió durante todo el XIX y buena parte del XX en Francia como en Alemania y, entre las dos guerras, el debate sobre lo que el cristianismo debía o no a los hebreos interesó a casi todos los pensadores de renombre de la época como Bergson y Maritain, para no citar más que a dos bien conocidos.

El surgimiento del comunismo ateo en Rusia y del paganismo nazi en Alemania lograron casi crear un frente común entre cristianos y judíos a pesar de todas las diferencias y recelos. Es inútil recordar que durante siglos la Iglesia Católica consideró a los judíos como al pueblo deicida y los numerosos “pogromos” en la Europa medieval dan cuenta del odio a los judíos. Después del Concilio Vaticano II y de la actitud de los Papas posteriores, la situación parece haberse mejorado aunque, a mi parecer, subsiste todavía el peso de “Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen” y el de “Caiga sobre nosotros su sangre”.
No es sin embargo en este sentido que entendemos aquí “judeocristiano” sino como conjunto de moral y de tradiciones de ambas religiones que supuestamente, según algunos, han dado origen a la civilización europea, siendo luego la de América una extensión geográfica de aquella.

Hasta hace unos veinticinco o treinta años, en los institutos de Europa, los alumnos aprendían que el origen de la cultura occidental – léase europea- se hallaba en tres capitales: Atenas, Roma y Jerusalén. La primera representaba lo que le debíamos a la Filosofía, a la Ciencia y a las Artes, la segunda era el origen del Derecho y de la Justicia y la tercera representaba la Religión o más bien las religiones: Judaísmo y Cristianismo.

No es necesario recordar a los pensadores griegos desde Parménides hasta Sócrates pasando por Pitágoras y Arquitas, luego a Platón, a Aristóteles, a los estoicos del Pórtico y los epicúreos hasta, bastante más tarde, al genial Plotino, tan…”hindú”.
¿Podemos pasar por alto a Arquímedes, cuyo “principio” se sigue estudiando en todos los colegios del mundo? ¿A Euclides cuya geometría se sigue estudiando y sigue siendo válida en un espacio “euclidiano”?
¿Quién no se apasionó por la guerra de Troya que provocó la hermosa Helena cuando se fugó con Paris? ¿Y por las hazañas de Aquiles? ¿O por las aventuras de Ulises antes de que pudiese regresar a su Ítaca natal donde lo esperaba la fiel Penélope? ¿No decimos aún acerca de una aventura extraordinaria que es “homérica”?
¿Podemos olvidar las tragedias griegas que inspiran todavía a dramaturgos y artistas de nuestra época?¿A Aristófanes? ¿A Sófocles? ¿No es Antígona nuestra referencia de la rebelión contra la autoridad injusta?
¿Hay que mencionar la escultura y la arquitectura? El ansia del “abrazo imposible de la Venus de Milo”, la maravilla que es el Partenón…

El Imperio Romano llevó su civilización (y muchas veces su idioma) a otros pueblos y con ella parte de la Grecia antigua que había heredado. En gran número de países europeos las leyes son una emanación del Código Romano, el pagano Cicerón es un legislador y un “moralista” excepcional y si un Calígula o un Nerón nos llenan de horror, el entrañable Marco Aurelio nos encanta con su pensamiento.
Por toda Europa (Europa es también el nombre de la princesa que Zeus raptó y a quien los hijos de Agenor buscaron infructuosamente por todo el mundo conocido entonces) desde Turquía hasta España, desde Sicilia hasta el Mar del Norte los monumentos, anfiteatros, obras de ingeniería como puentes y acueductos romanos nos impresionan todavía hoy y podemos imaginar la admiración de los habitantes de aquellas épocas.

Más tarde una nueva religión venida de Palestina se impuso en el continente. Muchos quieren hacer creer que se impuso con dulzura y santo proselitismo después de la conversión del emperador Constantino pero la actitud de Teodosio, el Grande, para citar un ejemplo, nos prueba que no siempre fue así.
Se destruyeron numerosísimos templos y sitios ceremoniales antiguos, los paganos que no quisieron convertirse fueron perseguidos y/o degradados o desconsiderados. Hasta finales del siglo XVIII, por lo menos, tenemos un sinfín de ejemplos de la ferocidad con la que el cristianismo, catolicismo y protestantismo reunidos, persiguió a todo aquel que fuera sospechoso de “herejía” o de algún pensamiento que pudiera poner en peligro la interpretación literal de la Biblia. No condeno. Hay que saber que muchos de aquellos perseguidores actuaban de buena fe, convencidos como estaban de que defendían la “Verdad” que Dios les había revelado y que les habían enseñado desde niños.
Pero de esto yo no supe casi nada hasta que fui un muchachón. Así que les ruego a los lectores de este artículo que me perdonen que hable de mí pero no veo cómo puedo evitar hacerlo dada la importancia de las experiencias vividas en la formación de mi pensamiento.

De niño, en mi colegio católico en Cuba, me enseñaron la llamada Historia Sagrada, aprendí por ejemplo, que Dios había echado a nuestros primeros padres Adán y Eva del paraíso donde vivían por desobedientes que fueron. Bajo la instigación del demonio, metamorfoseado en serpiente, se comieron una fruta que Dios les había prohibido que se comieran. Ése fue el pecado original y por esa razón teníamos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, sufrir y morir. En algún momento se me ocurrió la idea que aquel lugar no debía ser tan paradisiaco si los demonios se paseaban por allí engañando a la gente y si, para Dios, las criaturas humanas hechas a su imagen y semejanza contaban menos que la fruta de un cierto árbol que allá crecía, pero algo me decía que si no quería que me echaran a cajas destempladas de aquel buen colegio, era mejor que me callara la boca.
Luego aprendí que Dios tenía un pueblo preferido, el pueblo hebreo, que estaba esclavo en Egipto. Moisés, un hebreo salvado de las aguas del Nilo, se granjeó la amistad de Faraón hasta que un Día se encontró con una zarza que ardía sin consumirse, la cual le dijo algo maravilloso: [Ehyeh Asher Ehyeh ] que se ha traducido por “Soy el que Es” o aun “Soy el que Será” y le dio su nombre impronunciable. Moisés fue a ver a Faraón y le pidió, en nombre del que ES, la libertad de los esclavos hebreos; aquel último se negó y transformó su bastón en serpiente para impresionar a Moisés pero el bastón de Moisés también se convirtió en otra serpiente que se comió a la de Faraón.
Si yo hubiera sido éste último, le hubiera dado “illico” la libertad a los esclavos pero Faraón era testarudo. Entonces el Dios de los hebreos abatió sobre el país siete horribles plagas; la última fue la muerte de todos los primogénitos varones del país. Ahora sí que Faraón dejó salir a los hebreos pero pronto se arrepintió y ordenó a sus generales que los persiguieran. En eso los hebreos ya habían llegado a orillas del Mar Rojo, siguiendo un trayecto que probaba que no sabían mucha geografía, y se dieron cuenta de que el ejército egipcio los estaba persiguiendo. Moisés extendió su cayado sobre el mar y las aguas se abrieron para permitir que los hebreos cruzaran a pie enjuto.
Cuando el último hebreo llegó al otro lado, ya todo el ejército de Faraón estaba también tratando de cruzar por el mismo lugar por donde habían pasado los primeros, pero entonces Moisés volvió a alzar su cayado y las aguas se cerraron ahogando a todos los soldados egipcios.
Hay que recordar que el Dios de los hebreos es el implacable Señor Dios de los ejércitos, que castiga en los hijos la iniquidad de los padres hasta la cuarta generación.
Todo aquello para nosotros era tan verdad como que el Titán de Bronce había cruzado Camagüey en veintiún días o que el Apóstol de nuestra independencia había muerto en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895.

Esto que precede no es más que un ejemplo. Me enseñaron, y tenía que creer, muchas otras historias:
El diluvio universal y el arca de Noé, las vidas de Abraham, de Isaac y de Jacob, la destrucción de Sodoma y de Gomorra, la historia de Jonás quien mucho antes que Geppetto estuvo en el vientre de una ballena, la del humilde Job, la de Sansón quien mató a muchos filisteos al derrumbar con su prodigiosa fuerza el templo donde lo habían atado luego de la traición de la innoble Dalila, la historia de Daniel, de Judith que decapitó a Holofernes en la cama, de David y Goliath, de Salomón, de la casta Susana, de Elías y Eliseo, y tantas más sin contar las profecías innumerables de los libros del Antiguo Testamento.

Por suerte estaba también la figura de Nuestro Señor Jesucristo con su mensaje de humildad: “Sed como niños”, de fraternidad: “Amaos los unos a los otros y también a vuestros enemigos”, de responsabilidad: “Aquél que se halle sin pecado, que lance la primera piedra”, pero que sobre todo enseñaba el desprendimiento y aun el desprecio de los bienes materiales: “Mirad las flores, ningún rey se ha vestido jamás con tal suntuosidad. Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia y todas las demás cosas se os darán por añadidura” “Más fácil será pasar a un camello por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos”.

Mi buena dosis tuve pues de “judeocristianismo”, hasta tal punto que oía con horror decir a mi abuela materna que ella era “católica a su manera” y que a los diecisiete años, después de un grave desengaño sentimental, consideré seriamente hacerme franciscano o capuchino pero mi padre y mi abuelo materno, que eran en aquel entonces librepensadores, con muchas razones, argumentos persuasivos y hasta con amenazas, me disuadieron.
Ahora me digo, con el tiempo y la distancia, que a lo mejor hubiera terminado de profesor de Apologética o de Angelología en alguna universidad pontificia.

Pero el destino (y no es el momento de abrir un debate sobre la Libertad) quiso que a los diecinueve años yo estuviese solito en París y que me encontrara con gente que marcó mi pensamiento y mi vida para siempre. Uno de estos personajes fue sir Edward, un inglés de la pequeña nobleza, extremadamente culto y abuelo de una joven francesa, estudiante de matemáticas, con quien a lo mejor me hubiera casado si un terrible accidente no le hubiera costado la vida en marzo de 1963. Este inglés de unos setenta años me tomó cariño y con sus luminosas conversaciones y observaciones me “cortó muchas cabezas” como hace la diosa hindú Durga.
Una de las primeras sorpresas que me reservó sir Edward fue la manera en que él (y luego vi que también muchos europeos) veía a los angloamericanos. Cuando me preguntó mi edad, le dije que en mayo iba a cumplir veinte años y pronuncié “tueni”. Me rectificó en seguida y me dijo que si yo no quería pasar en Inglaterra por una persona bien vulgar y poco instruida no debía pronunciar “tueni” sino “twenty” y me contó que la primera vez que de joven oyó hablar a un angloamericano tuvo la impresión de oír algo “impuro”.
Fui con él a numerosos museos y un día en el parque del Luxemburgo, en París, delante de la fuente Médicis me explicó la inmensa y hermosa escultura de Polifemo aplastando a Acis con una roca a causa de los celos que sentía el cíclope ya que el monstruo estaba enamorado de Galatea, amante de Acis. La presencia de la fuente se explicaba porque la ninfa transformó la sangre del pastor en río para poder venir a bañarse en él.
Unos días más tarde en su casa, cerca del metro “Porte de Vanves” me hizo escuchar algunos trozos de la ópera que Jean - Baptiste Lully escribió sobre el mismo tema de Acis y Galatea. Más tarde descubrí el fabuloso poema que Luis de Góngora escribió basándose en este mito pero ya entonces, cada día veía más y mejor la importancia de la antigüedad clásica en las culturas europeas y un día sir Edward me dijo: “Un europeo es un pagano que ha sido helenizado, romanizado y bautizado”. No sé si citó a alguien, si me lo dijo no me acuerdo pero a pesar de que fue aquél uno de esos dicharachos en forma de jarana que tanto gustan a los anglosajones, cada día que pasa, desde hace más de cincuenta y dos años que vivo en este viejo continente, me parece más cierto.
Le debo también a sir Edward el descubrimiento del “Humanismo”, con él descubrí a Tomás Moro de quien era un ferviente lector, igual que era un apasionado de Erasmo. Si de joven hacia los años veinte la utopía comunista lo había seducido, ya hacía rato que había cambiado de idea : me prestó el libro de Bertrand Russell (a quien conocía personalmente) titulado “Teoría y práctica del bolchevismo” y que era una crítica feroz y sin concesión del sistema soviético que el gran pensador británico vio con sus propios ojos.
Mas el libro que más importancia tuvo en mí de todos los que me prestó y uno de los que modificó más profundamente las ideas de la educación católica que recibí en Cuba fue la “Historia de la guerra de la ciencia con la teología en la cristiandad” (History of the warfare of Science with Theology in Christendom) del profesor norteamericano Andrew Dickson White, uno de los fundadores de la universidad Cornell.

A partir de entonces los pilares de la educación que había recibido en mi país natal empezaron a tambalearse: los “buenos” no habían sido siempre buenos y los “malos” no siempre eran malos.
Muchos de los escritores que nunca había podido leer porque estaban en el “Índice de libros prohibidos” eran sencillamente geniales: así descubrí entusiasmado a Voltaire y a Diderot entre otros muchos.
Los dramaturgos franceses del XVII como Racine se habían inspirado en Fedra, en La Tebaida, en Andrómaca; Corneille en Andrómeda y en Medea. Los grandes pintores habían hecho magníficos descendimientos de cruz y representado escenas bíblicas, es cierto, pero también preciosos “nacimientos de Venus” como Botticelli entre otros muchos también y hasta en la Muy Católica España, Velázquez nos da “La Fragua de Vulcano” y “La Venus del espejo”
En mi arte preferido, la música, si bien es verdad que en Europa, como en todas las demás civilizaciones, tiene un origen religioso; cuando ésta llega a su mayoría de edad vamos a decir en el siglo XVII, se libera y la influencia profana y pagana irrumpe como un ras de mar.
En el XVIII, ya sin complejos al lado del sublime “Mesías” de Handel y de su “Israel en Egipto” nos encontramos de nuevo con el tema de Polifemo, Acis y Galatea o con el tema de la maga “Alcina”. No olvidemos tampoco al sublime Gluck con su “Orfeo” o con “Eco y Narciso”.
En el siglo XX pululan las obras basadas en mitos griegos o paganos, citemos en guisa de ejemplo al magnífico “Daphnis et Chloé” de Ravel.

Se podrían llenar centenares de páginas para mostrar el origen grecorromano de la civilización y cultura europea, y por consiguiente occidental, sin por eso negar la raíz judeocristiana que naturalmente es muy importante pero que está lejos de ser la única y dado que el cristianismo primitivo integró casi todas las fiestas y tradiciones paganas del continente, hay en nuestro cristianismo un buen porcentaje de paganismo.

Habría mucho más que decir pero ya esto va siendo un poco largo y aunque creo que corro el riesgo de ser calificado de hereje, es mejor que les pase el teclado a mis adversarios pero siempre amigos.
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Re: Re:¿Judeocristiano yo?

19 Nov 2013 04:11
#8001
Amigo Abelardo:

Se cuenta que un bombazo en el teatro de La Habana donde se representaba Aida hizo que el gran Enrico Caruso huyera vestido de Radamés y fuera conducido al precinto por un policía bajo el cargo de travestismo y ofensa a la moral. Con tal precedente y que en Cuba se consideraba afeminado andar con calzas apretadas y de “paleros y brujos” andar con huesos y mucho menos con una calavera en la mano, cualquiera sabe lo que le había ocurrido al pobre Hamlet con sus dudas y ambivalencias. No es lo mismo la nórdica Dinamarca que el rumboso trópico antillano.

Pero como vivimos felizmente en un mundo que se dice moderno y desprejuiciado, me decido a meter la cuchareta en este debate con un dubitativo “sí….,pero no.” (¿Sic et Non, diría Pedro Abelardo?)

Y no es que permanezca peligrosamente trepado en la cerca por aquello de “Humpty Dumpty sat on a wall, Humpty Dumpty had a great fall…” sino que , siendo por convicción “moderado” y por experiencia partidario de conciliar criterios, me niego a validar fácilmente los planteamientos que se me presentan como “ absolutos, definitivos, incuestionables.” Sin aristas, sin matices. Como dijo Ortega y Gasset, “nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión.” Paso pues a tratar de explicarme:

Para afirmar que nuestra cultura no es de origen Greco-Romano tendríamos que alterar la Historia, olvidar la Tradición y el negar el Espíritu de la Cultura del Mundo Occidental. Sería como quemar de nuevo la Biblioteca de Alejandría.

1.-El Imperio Romano, el gran difusor de costumbres e ideas en el Mediterráneo, reconocía en la cultura griega su referencia par excellence. Entonces es un hecho de que más de media Europa estuvo por cuatro siglos bajo esta influencia socio-cultural.

2.-Las obras de Aristóteles, recuperadas por el árabe Averroes, quien las conoció a través de las versiones sirias, árabes y judías, fueron objeto de estudio y aceptación por San Alberto Magno y San Agustín de Hipona , sirviendo de base a Santo Tomás de Aquino para su Summa Theologiae. Es decir, toda la escolástica Medieval.

3-En el mismo siglo II del Cristianismo tenemos las muy influyentes Meditaciones de Marco Aurelio, escritas en griego helenístico, donde trata de la condición humana, la vida, la muerte, el universo, la creación, la moralidad, la fortuna, los valores en los que las personas deben inspirarse. En resumen: de todo lo humano y lo divino.

4.-El Renacimiento fue una vuelta a los valores de la cultura grecolatina y a la contemplación libre de la naturaleza tras siglos de predominio de un tipo de mentalidad más rígida y dogmática establecida en la Europa medieval.

Sin embargo:

Precisamente el Renacimiento marca la transformación a través de una asimilación mutua, en un imbricamiento total de lo greco-latino con lo judeo-cristiano. Nada será igual a partir de entonces. Por cierto que el término judeo-cristiano ya aparece antes de 1644 en A Briefe (sic) Narration of Some Church Courses escrito por William Rathband.

1.-Recordemos que los bizantinos fueron considerados como una cultura distinta por parte de los occidentales, a pesar de su origen común, debido a su ruptura con el Patriarcado Romano tras el Cisma de Oriente. El Cristianismo fue el único árbitro cultural en Europa durante más de 1000 años(¡casi nada!)

1.- Oswald Spengler en La decadencia de Occidente distingue claramente al mundo occidental del mundo helénico. Spengler proclamó que la cultura Occidental se encontraba en su etapa final, es decir, la decadencia, pensamiento muy común entre los filósofos europeos de la primera mitad del siglo XX.

2.- Arnold J. Toynbee conceptualiza a Occidente como una civilización cristiana con su época de esplendor en la Edad Media.

3.-La concepción toynbeana de un Occidente más o menos cerrado y unido por una tradición cultural cristiana y europea, fue reasumida por Samuel Huntington en su tesis del "choque de civilizaciones" y las influencias recíprocas que ejercen entre sí las diversas civilizaciones.

4.-Es interesante notar que durante los debates de la redacción del Proyecto de Constitución Europea (que finalmente no entró en vigor), uno de los asuntos más discutido fue si convenía introducir en el texto del Tratado una cita expresa que pusiera o no al mismo nivel las raíces clásicas y las raíces cristianas del continente.

Así pues:

Me atrevo a proponer el concepto de que a partir de un origen Greco-Romano, la Cultura Occidental fue profunda y definitivamente modificada por el judeo-cristianismo, especialmente después de la influencia ganada por el cristianismo en todos los ámbitos tras el Concilio de Nicea. Así pues, ya no fue ni lo uno ni lo otro.

¿Así de fácil?...I don’t know
  • Gerardo E. Martínez-Solanas
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Re: Re:¿Judeocristiano yo?

19 Nov 2013 19:33
#8002
Muy de acuerdo con nuestro amigo Porto.

Sería absurdo negar el hecho de que la civilización judeocristiana tiene una profunda influencia de la cultura greco-romana. En el aporte titulado " Derechos humanos y ley natural " me refería marginalmente a los fundamentos de la filosofía griega en el desarrollo de la doctrina cristiana y de la civilización fundada en lo que en los primeros siglos se identificaba como "la cristiandad".

Pero no cabe duda que la doctrina de Jesús de Nazaret y la interpretación propagada por sus seguidores imprimieron un cambio radical a los aspectos éticos de la cultura greco-romana hasta transformarla a través de los siglos en todo un estilo de vida como base de una cultura que se propagó a los cuatro confines del mundo.

Por lo tanto, vivimos en una civilización fundada sobre el pensamiento judeocristiano, el cual, a su vez, tiene importantes raíces en la cultura greco-romana.

Esto no quiere decir que la civilización moderna, que ha quedado totalmente globalizada, sea ortodoxa. Además de esas raíces greco-romanas, hay muchas costumbres y muchas interpretaciones de la moral y de asuntos tan complejos como el bien y el mal, en las que podemos identificar la influencia de grandes religiones y filosofías que no se identifican necesariamente con la visión judeocristiana.

No obstante, esas otras influencias no pueden sustraerse ni aislarse de la civilización en la que viven, en la cual predominan los principios judeocristianos con todos sus matices políticos, económicos, culturales, jurídicos, etc.
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