Ene. 26.– Aun a riesgo de caer en el manido tópico “2018 es crucial para América Latina” –todos los años lo son–, es necesario recordar que, en los próximos doce meses, se celebrarán siete relevos presidenciales que pueden afectar de manera relevante al futuro político –y económico– de la región.
Por orden cronológico serán Costa Rica (4 de febrero y 1 de abril); Paraguay (22 de abril); Colombia (27 de mayo y 17 de junio, con legislativas el 11 de marzo); Brasil (7 y 28 de octubre) y México (1 de julio) las naciones democráticas en las que, junto a la toma de posesión de Sebastián Piñera en Chile (11 de marzo), se procederá a relevos presidenciales. A ellos hay que sumar el paripé –en su acepción de simulación o acto hipócrita– organizado por el castrismo para perpetuarse en Cuba, y la incertidumbre respecto al futuro de una autocracia venezolana que aspira a seguir el modelo de la dictadura caribeña en que se inspira. La última vuelta de tuerca del chavismo es la convocatoria realizada por la ilegítima Asamblea Constituyente de elecciones presidenciales para el 30 de abril, en plena crisis humanitaria y con la práctica totalidad de la oposición inhabilitada por el régimen.
Aun siendo claras las diferentes coyunturas que afectan a las cinco naciones democráticas que celebrarán elecciones presidenciales, en todas ellas aparecen candidaturas populistas que bajo el sesgo de la crítica al sistema de partidos y de la democracia liberal pretenden, en realidad, desmantelar la democracia beneficiándose de una frustración ciudadana que se termina manifestando en las urnas como voto antisistema. Es evidente que cuestiones como el fracaso a la hora de combatir la corrupción en Brasil, la dificultad para presentar buenos resultados en la durísima batalla emprendida contra la inseguridad y el narcotráfico en México, o el más que dudoso balance de la negociación gubernamental con las bandas terroristas en Colombia, han llevado a millones de ciudadanos a desconfiar de dirigentes a los que habían elegido con la esperanza de que pudieran solventar tan graves problemas. Pero ello no puede hacer perder de vista las consecuencias que tendría no sólo para las tres naciones mencionadas, sino para la región y el resto del planeta, que opciones populistas de extrema izquierda se vieran beneficiadas por la desafección de los ciudadanos hacia la democracia, sus instituciones y la política en general.
En un contexto histórico y geográfico en el que el populismo suele aprovechar sus victorias electorales para cambiar las reglas del juego y desmantelar el Estado de derecho –valgan como ejemplos, entre otros, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, El Salvador o Ecuador–, el resultado de estos comicios debería preocupar y atraer la atención de los países del mundo occidental, y de manera especialmente destacada a sus vecinos latinoamericanos, a España y a Estados Unidos, los más afectados por los desequilibrios de todo orden que la victoria del populismo pudiera deparar.
Mención aparte, pero no por ello menos importante, merecen los potenciales relevos en las dictaduras cubana y venezolana ...
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