El fracaso de la inversión extranjera y la exportación en Cuba

Malmierca declara a Granma que “en materia de inversión extranjera se observan modestos avances en cuanto a la concreción de nuevos negocios, tanto dentro como fuera de la Zona Especial de Desarrollo Mariel, así como reinversiones en varios de los proyectos existentes”, y no me queda más remedio que darle toda la razón. Que de un modo u otro, reconocer, como hace él, un fracaso de la política de captación de inversiones extranjeras en Cuba es un hecho objetivo y, en contra de lo que muchos pueden pensar, obedece a razones de las que él no tiene culpa alguna.

El régimen castrista, que siempre ha confiado su existencia política a la propaganda y la venta de presuntos éxitos, acaba de inaugurar a bombo y platillo la edición 35ª de la Feria Internacional de La Habana, un foro que intenta atraer a inversores y compradores extranjeros a la precaria economía que los comunistas han construido durante 58 años.

Y ni corto ni perezoso, Malmierca informa que desde el pasado año, los negocios de capital extranjero han llegado a sectores estratégicos de la economía, como las energías renovables, el turismo, la construcción, la minería y la prospección petrolera, unido al bancario financiero y las industrias, especialmente la ligera, la alimentaria y la azucarera, y lo han hecho, por un monto total de capital comprometido superior a los 2.000 millones de dólares. Si todo esto fuera cierto, nos alegraríamos, sin duda. Creerlo requiere mucho más que una prueba de fe.

No parece que eso sea lo ocurrido. En todo caso, qué representan 2.000 millones de dólares para una economía con un PIB superior a los 85.000 millones. Porcentajes del entorno del 2% del PIB para la inversión extranjera supone quedarse muy por debajo de los resultados obtenidos en otros países de la región, por mucho que las autoridades señalen una vez más, de manera incansable, que la culpa es del bloqueo y el “perverso objetivo de EEUU de aislar a Cuba”, un relato que cada vez cuesta más creer, cuando sabemos que, por ejemplo, a la Feria de La Habana han venido más de 70 países, entre ellos España, uno de los que cuentan con mayor peso relativo, y una cifra total superior a los 3.400 expositores, que indica lo evidente: Cuba puede comerciar con quién quiera, sin traba alguna, tan solo por su eficacia, atractivo y competitividad.

La realidad, sin embargo, es que el sector exterior de la economía cubana no levanta cabeza, y que la estrategia raulista de poner en valor los conglomerados estatales pertenecientes a los distintos sectores de la economía, no está dando el resultado deseado.

La inversión extranjera no contempla a Cuba como un mercado promisorio. Varias razones lo justifican.

Primero, la falta de credibilidad de la economía, cuyos indicadores no reflejan la realidad de los datos. Ahí está el hecho que aún no se hayan publicado las cuentas nacionales de 2016, cuando ya casi estamos cerrando 2017. No existe información fiable y creíble que oriente las decisiones de los inversores que protegen sus capitales, como no podría ser de otro modo.

Después viene el problema jurídico. Por mucho que la ley de inversiones no haga referencia a ello, la constitución vigente de 1992 establece la confiscación sin compensaciones como una práctica del régimen en el que la propiedad privada está secuestrada para los cubanos. Un tema especialmente complicado, cuya solución pasa por la reforma constitucional, obviamente.

Tercero la capacidad para competir y exportar en sectores que nunca han estado abiertos al comercio mundial y sus reglas de competitividad. De aquellos polvos llegan los lodos actuales, en los que Cuba, como dice Malmierca, se enfrenta a limitaciones financieras coyunturales, provocadas, fundamentalmente, por la disminución de los precios en el mercado internacional de los bienes exportables. Grave problema éste, que solo se puede resolver con una adecuada distribución de las exportaciones y no por la concentración en unas actividades concretas. A veces no hay tiempo material de reacción, y las quiebras se producen. Además, concentrar el comercio en un grupo de socios comerciales preferentes “ideológicos” trae consigo otro problema; cuando estos socios entran en crisis, detrás van sus compras, y una vez más, sin querer, paga la economía cubana. Y finalmente, siempre está lo que llaman el “recrudecimiento del bloqueo”, que nadie se cree.

Argumentos poco fundados que ponen de manifiesto una sola cosa que ya sabíamos: Cuba carece de una política de exportación y captación de capital extranjero sensata y racional, y los pasos titubeantes que está dando sólo pueden conducir, a corto plazo al desastre, como pronto veremos con el petróleo de Venezuela y a medio y largo plazo, a una crisis estructural de liquidez que acabe trasladándose a la vida cotidiana de los cubanos, en forma de un nuevo empobrecimiento.

Sin liquidez, sin capacidad de endeudamiento porque las generosas condonaciones de deudas ya han tocado fondo; sin acceso a los mercados de capitales internacionales donde las agencias de calificación ni siquiera ofrecen los ratings de Cuba, que son inexistentes; sin reconocer las reglas del juego de la economía mundial y la necesidad que Cuba deje de ser una anomalía económica en el concierto de las naciones, lo poco que puede hacer Malmierca y las autoridades por la exportación, ya lo conocemos. Seguir esperando que escampe y rememorando de vez en cuando algún discurso de Fidel Castro. Esto último no es difícil, pero exportar con inteligencia sí. Y en eso, hay que poner mucha atención, y dejarse de ferias, certámenes, inauguraciones, discursos y juegos florales. Lo que hay que hacer es ponerse a trabajar. La cosa no está para juegos.

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