La Doctrina Social de la Iglesia moderna (DSI) “ha sido articulada por medio de una tradición de documentos papales, conciliares y episcopales que exploran y expresan las exigencias de nuestra fe en lo que refiere a amar a Dios y a nuestro prójimo”. Cuando leemos directamente estos documentos podemos entender mejor la profundidad y la riqueza que los mismos encierra.
Sin embargo, muchos católicos han olvidado que la Doctrina Social de la Iglesia nos enseña cómo podemos construir una sociedad solidaria, justa y vivir una vida de santidad ante los desafíos del mundo del siglo XXI. Un mundo con concentraciones de poderes, en lo económico, lo tecnológico y lo militar, sin paralelo y sin precedentes, que actúa a todo lo largo y ancho del planeta; Lo que mucho vemos como un renacimiento de un “desorden establecido” , como al que Emmanuel Mounier - el gran pensador Francés del siglo pasado - se refería en sus tiempos, aunque realmente el “desorden” de hoy es bien distinto y diferente tanto en cantidad como en calidad.
Vivimos hoy en una época donde la proclamación universal de los derechos fundamentales de la persona humana de 1948, se ve contradicha por una dolorosa realidad de violaciones y de una ineficaz defensa de las exigencias imprescindibles de la dignidad humana. Por eso, para los católicos, la iglesia tiene que estar “consciente de que su misión, esencialmente religiosa, incluye la defensa y la promoción de los derechos fundamentales del hombre”, afirmaba Juan Pablo II. Es por eso que la Iglesia Católica vio en su momento el movimiento hacia la identificación, la proclamación y la defensa de los derechos de la persona humana, como uno de los esfuerzos más en el cual el laicado tiene que responder y participar activamente.
La historia de la última mitad del siglo pasado y las dos primeras décadas del presente está llena de gobiernos y regímenes, que han justificado las violaciones a los derechos civiles y políticos de la persona humana con el pretexto de las supuestas garantías que ofrecen a los derechos económicos, sociales y culturales. De igual forma, otros han justificado las violaciones existentes a los derechos económicos, sociales y culturales, amparándose en la supuesta vigencia que ofrecen para los derechos civiles y políticos. Todo esto como si existiera diferencia alguna entre matar a una persona a golpes o matarla de hambre. Como si alguna de las dos formas no fuera una franca violación al derecho fundamental del respeto a la integridad de la persona humana, del respeto a la vida.
A los católicos nos toca hoy más que nunca, creer en y querer una sociedad justa, donde todos y cada uno de los derechos humanos sean para todos y en todas partes. Tenemos que concientizar y proclamar que los principios permanentes de la Doctrina Social de la Iglesia constituyen los verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica que necesitamos y que está fundamentada en el principio del respeto a la dignidad de la persona humana, precedente de cualquier otro principio y fin último de la sociedad.
A finales del 2021, el papa Francisco, en audiencia con miembros de la “Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice”, con motivo de la celebración de su congreso, afirmó: “Retomemos la Doctrina Social, hagamos que se conozca: ¡es un tesoro de la tradición de la Iglesia”. En su discurso el Papa Francisco puntualizo la importancia de dialogar “en un momento en que las incertidumbres y la precariedad que marcan la existencia de tantas personas y comunidades se ven agravadas por un sistema económico que sigue desechando vidas en nombre del dios dinero”.