MAS QUE ALEGRIA, ES ALIVIO Y ESPERANZA
Después de la esperada muerte de Fidel Castro Ruz, una alegría espontánea se manifestó públicamente entre los cubanos exiliados y, a pesar de que algunos puritanos consideraron torpe e improcedente esas muestras de contentura por el fallecimiento de un ser humano, fue el resultado inevitable de los casi sesenta años de la dictadura que este individuo encarnó; sistema que, generación tras generación, ha producido odio y repudio en la ingente cantidad de seres humanos que han sufrido interminablemente los efectos del tan despiadado régimen.
En las líneas que siguen tratamos de explicar un poco que no es una alegría grotesca e insensible por la muerte de una persona. Y no es que nos disguste a muchos el fallecimiento del satrápico personaje, pero la sensación para nosotros no es de una alegría morbosa por la muerte del personaje, aunque al que nos referimos haya sido un ente despiadado, egocéntrico y mendaz, entre otros epítetos. Más que ese tipo de alegría, lo que sentimos es una especie de alivio, de esperanza que, aunque incierta, nos consuela al saber que del dictador desaparecido nunca jamás conoceremos de nuevas iniciativas, fatídicas unas y descabelladas otras, que marcaron nuestra juventud y adultez con angustia, impotencia, incertidumbre y desprecio inevitable hacia esa persona.
Obvio es que la dictadura continúa y el hermano designado tratará de preservar los mismos procedimientos y consignas, pero el saber a ciencia cierta, entre otras cosas, que esa voz jamás oiremos, causa alivio en las almas de los que, ya adultos, hemos desgranado nuestras vidas esperando el día en que la despreciable y traidora figura del falso profeta desapareciera de la faz de la tierra.
Alivio es también saber que ningún líder mundial, incluídos varios “demócratas” de nuestra América, durante decenios, en repugnantes actos de hipócrita e incomprensible pleitesía lo visitaban, adulaban y proferían -hasta en la reciente ceremonia funeral- alabanzas inmerecidas a un tirano que mató la esperanza y el progreso de millones de conciudadanos por casi seis décadas. Ya esos mandatarios no podrán humillarnos con injustificables alabanzas a quien ordenó o permitió fríamente miles de fusilamientos -casi todos injustificados- y miles de miles de presos políticos a cuyas miles de miles de madres, hermanas y esposas ocasionó innombrables sufrimientos. Heridas y silentes familias, muchas de las cuales aún callan debido al terror científico aplicado en la isla de Cuba desde el año 1959. ¡Hecho inconcebible!
En fin, el alivio, consuelo y esperanza que experimentamos es como un simbólico magnicidio moral a la figura fantasmal que tanto daño psíquico y material ha ocasionado a la nación y al alma de Cuba por tanto tiempo. El castigo final escapa a nuestras manos y pasa a las del Supremo Creador, cuya balanza es tan sabia, como justiciera y misericordiosa a la vez.
Continuemos los esfuerzos, cada cual a su manera, para que la dinastía inciada hace diez años sea interrumpida lo antes posible en un flagor libertario de democracía, justicia y hermandad.
Señor, salva a Cuba pues solos no podemos. Tú sí. Amén.
Efraín R. Infante
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