La Estrategia de la Maldad

  • Gerardo E. Martínez-Solanas
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La Estrategia de la Maldad

18 Jan 2013 18:54
#7692
La “Guerra contra el terrorismo” es un eufemismo por su ambigüedad y la imprecisión de sus motivos y objetivos. Es una manera de decir las cosas para encubrir la incapacidad de elaborar una estrategia eficaz capaz de resolver el problema y de tomar decisiones que se consideran impopulares o, peor aún, “políticamente incorrectas”.

¿A quién se le hace la guerra? ¿Al “terrorismo”? Y, ¿quién es “el” terrorismo? Es alguien indefinido; una especie de fantasma que sirve para justificar la incapacidad de los gobernantes y también sirve de pretexto para elaborar medidas y tomar decisiones que responden más bien a intereses creados y que, de otra manera, serían difíciles de explicar. Empero, el terrorismo es un hecho. Un hecho que tiene múltiples formas de manifestarse, muy diversos motivos y una enorme variedad de protagonismo.

Según la Academia Española (RAE) “terrorismo” es una “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”. El problema es que al proclamar que hacemos “la guerra al terrorismo”, no estamos identificando a quién le hacemos la guerra ni tampoco su alcance y características. Esta frase deja en la penumbra todo el proceso de tomar decisiones para enfrentar cada desafío que esta guerra nos presenta. Terrorista puede ser cualquier loco asesino empujado por cualquier obsesión; o un “soldado” de la Mafia, la Cosa Nostra o la Camorra; o un mal encaminado nacionalista de la ETA vasca o del IRA irlandés; o un narcoguerrillero de las FARC colombianas; o un narcotraficante del Cartel de Sinaloa; en fin, que hay muchas clases de terroristas, pero cuando hablamos de la “guerra contra el terrorismo” no nos estamos refiriendo a los ejemplos mencionados u otros semejantes. Sencillamente, estos son focos localizados que desestabilizan a un país y exigen una acción policial o militar interna de mantenimiento del orden. Aunque algunos de estos casos son graves y exigen la colaboración internacional, no pueden agruparse como un problema global digno de ser calificado como “guerra contra el terrorismo”. Además, son problemas que requieren estrategias y soluciones muy diversas, según sus circunstancias sociales y culturales.

La guerra mundial que hoy enfrenta la civilización se extiende por todo el planeta. No es una guerra convencional, como fueron las dos Guerras Mundiales del siglo XX, ni el rosario de guerras y guerrillas que convirtieron a la llamada Guerra Fría en una verdadera III Guerra Mundial, a menudo bien caliente. Se trata de una “guerra asimétrica” que se está desarrollando en todos los continentes, desatada por extremistas “religiosos” que tienen por objetivo cambiar radicalmente nuestra civilización para someter forzosamente a toda la humanidad a una dictadura mundial disfrazada de religión.

Por lo tanto, es indispensable aclarar que no sostenemos una “guerra contra el terrorismo” sino una guerra contra el islamismo extremista. Los que defendemos nuestra civilización NO hemos declarado esta guerra. Son los extremistas islámicos quienes nos han declarado una guerra santa o “yihad”. Como en todas las guerras de religiones a lo largo de la historia, son “santas” en tanto satisfagan las ambiciones de fama y de poder de líderes mesiánicos y sus ambiciosos discípulos fanáticos. Estos caudillos y la turba de seguidores que los entronizan se disfrazan con la aureola religiosa para campear por sus respetos.

Lamentablemente, muchos de sus seguidores llegan a creer firmemente en una misión emancipadora que justifica sus desmanes en la búsqueda de un orden superior que ampara sus aspiraciones. Un orden superior que debe imponerse a cualquier costo y sin consideración alguna por el derecho ajeno, que por ser humano es para ellos de un mezquino orden inferior. Este es el fundamento de esa absurda filosofía que confunde lo que sería una legítima “guerra santa” para defender derechos y libertades, para defender la fe y la libertad religiosa, con una “yihad” de conquista, odio y exterminio para imponer un régimen totalitario con barniz religioso.

Han declarado a la civilización actual una verdadera guerra mundial que tiene un carácter eminentemente terrorista (“asimétrico”) para penetrar por todos los rincones del planeta y desgastar la capacidad financiera, militar y política de los “infieles”, aprovechando que están tan encerrados en sus intereses nacionales que malogran la colaboración internacional. Los ataques terroristas esporádicos por toda Europa, en diversos puntos de EEUU, en Suramérica y el resto del mundo acaban convertidos en campañas militares, como en Iraq y Afganistán, o en la conquista de regiones enteras, como estamos contemplando en estos días en el Sahara y el Sahel africano.

Todo esto se realiza sin una cabeza visible. La ejecución de Ozama bin-Laden mediante un operativo de tropas especiales de EEUU no tuvo así mayores consecuencias. Era un líder importante y carismático, pero no la cabeza indispensable de la hidra yihadista. Esta tiene muchas cabezas y todas ellas son mortíferas.

En Africa se aprovecharon del nacionalismo separatista de los tuaregs del Sahara para penetrar y asentarse en Malí, un país relativamente débil, arrancarle dos tercios de su territorio y “emancipar” a los tuaregs en el territorio que ellos ahora llamaban “Azawad”. Pero ese pueblo nómada ha acabdo siendo esclavizado bajo la ley de la sharia. Al Qaeda funciona allí como un grupo salafista conocido como Movimiento por la Unicidad de la Yihad en Africa Occidental (MUYAO), que tiene su base en Gao y que organizó el atentado contra la planta de Gas en Argelia, mientras que en el resto de Azawad (la extensa región del nordeste, mayor que Francia, que le arrebataron a Malí) operan también brigadas de “Al Qaeda en el Magreb Islámico” (AQMI), que reciben suministros y pertrechos de Libia y de Argelia, donde grupos islámicos extremistas siguen funcionando sin dificultad desde las recientes revoluciones en ambos países.

Otros grupos extremistas identificados como “Grupo Salafista para la Predicación y el Combate”, “Aquellos que firman con su sangre” (brigada al-Muthalimin), el “Grupo Islámico Armado”, etc., etc., han creado una zona amorfa de influencia del extremismo islámico que abarca a todos los países limítrofes de Malí, incluyendo a Argelia, Mauritania, Níger, Burkina Faso y Senegal, y a otros más allá, como Libia, Nigeria, Senegal y el Sahara Occidental, abarcando así un territorio tan extenso como el de toda Europa occidental. En el norte de Nigeria, por ejemplo, se han producido en los últimos meses numerosas matanzas de cristianos, el sector mayoritario de la población.

¿Basta una fuerza de 2.500 franceses y 3.500 pobremente entrenadas tropas de varios países africanos para restablecer el orden en toda esta inmensa región del Sahel y el Sahara? ¿Optarán acaso por la paz quienes hoy aspiran al paraíso desatando una yihad, apaciguados por la buena voluntad de las fuerzas aliadas que se retiran mansamente de Afganistán e Iraq? ¿Triunfarán las débiles fuerzas democráticas que iniciaron la rebelión contra el dictador Assad en Siria y se han visto abandonadas por el resto del mundo? O ¿se entronizarán más bien en el Oriente Medio los extremistas y fundamentalistas que han ido penetrando la insurrección Siria con la ayuda abundante de los fanáticos islámicos, que desde el exterior se proponen implantar una tiranía seudoreligiosa aún más terrible?

La victoria final en esta guerra mundial dependerá de la respuesta que se dé a estas preguntas y a la obligación que todos tenemos de defender una civilización que aspira a esablecer los principios democráticos y el pleno respeto de los derechos humanos, y a vivir en un ambiente de tolerancia y fraternal colaboración en la búsqueda de un mundo mejor.
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