El Castrismo, entre Obama y Trump
- Pedro Corzo
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El Castrismo, entre Obama y Trump
23 Jun 2017 23:20
El cambio de política en proceso de implementación del gobierno del presidente Donald Trump hacia la dictadura castrista, ha generado numerosas expectativas y como era de esperar entre los cubanos se han exacerbado las pasiones, en particular, entre quienes respaldaron las medidas que favorecían al totalitarismo que dispuso el presidente Barack Obama.
Fue tan espectacular el impacto del restablecimiento de relaciones diplomáticas y el relajamiento de las restricciones a Cuba por el presidente Obama, que gobiernos y dirigentes políticos distantes del castrismo se aproximaron a ese régimen en la suposición, al parecer, que los cambios políticos y económicos en la isla serían inmediatos.
Más complejo e incomprensible fue que algunos opositores y disidentes de intramuros y extramuros pensaron que el cambio de Washington influiría favorablemente en los Castro, quienes en base a los mismos accederían a implementar cambios radicales en la finca que han explotado por más de 58 años.
Lamentablemente todos se equivocaron. El castrismo no hace concesiones sino es objeto de presiones. La maquinaria del poder está engrasada y ajustada para recibir y no para dar, de ahí que muchos de los que creyeron que la primavera de la libertad rompería con el deshielo, estén apoyando el cambio de vía del presidente Trump.
La ruptura de relaciones entre Estados Unidos y Cuba fue una decisión de la Casa Blanca, el restablecimiento de las embajadas fue también su iniciativa, y las subsiguientes concesiones económicas y políticas también fueron una medida del ejecutivo estadounidense, lo que permite apreciar una vez más que cada país actúa en base a sus intereses y a las interpretaciones que del contexto hagan sus dirigentes.
Barack Obama, decidió ignorar la cruda realidad de la isla, y trató a sus gobernantes como si hubiesen sido electos por el pueblo. No quiso ver ni escuchar las golpizas y arrestos que allí se producen, incluidas las que ocurrieron después de su discurso en La Habana. Su objetivo de cambiar la política con Cuba no tomaba en cuenta el escenario, en consecuencia la obcecación por imponer una nueva ruta, implicó concesiones que a la larga favorecían a la nomenclatura, en particular al aparato militar, y no al pueblo como proclamaba la declaración oficial.
El presidente Obama eligió desconocer que Cuba está regida por una dinastía, que ese gobierno viola sistemática y permanentemente los derechos humanos y que el pueblo está sumido en la pobreza por las restricciones y la ineficiencia económica de un sistema fracasado.
Washington y La Habana representan modelos ideológicos, políticos y sociales totalmente opuestos, sin que eso signifique que sus respectivos pueblos sean enemigos, como han sido sus líderes por décadas, a pesar que el régimen castrista instrumentó una política de estado contra la nación estadounidense y todo lo que esta representa. Mientras, en la isla se auspició el odio a Estados Unidos, la Casa Blanca se limitó a favorecer el derrocamiento del totalitarismo insular.
Los que creen que las dictaduras deben aislarse del mundo democrático, tal y como se hizo con Sudáfrica durante el régimen de apartheid, lo más probable es que apoyen las disposiciones de Donald Trump, todavía más, hay quienes opinan que las medidas debieron ser más severas porque el país está bajo el control de una dictadura militar, otros, los partidarios de las concesiones y los intercambios que no son tales, rechazaran las exigencias al totalitarismo y seguirán considerando responsables de los problemas de Cuba no a su gobierno, sino a quienes se le oponen o rechazan.
No obstante, más allá de las decisiones de los últimos dos mandatarios estadounidenses, corresponde a los cubanos comprometidos con el establecimiento en la isla de una sociedad democrática trabajar por ese objetivo con independencia de los que se haga en Washington, porque aunque son indiscutibles los beneficios que implican tener de aliado en la causa a Estados Unidos, la responsabilidad de acabar con la dinastía de los castro recae sobre los cubanos.
Fue tan espectacular el impacto del restablecimiento de relaciones diplomáticas y el relajamiento de las restricciones a Cuba por el presidente Obama, que gobiernos y dirigentes políticos distantes del castrismo se aproximaron a ese régimen en la suposición, al parecer, que los cambios políticos y económicos en la isla serían inmediatos.
Más complejo e incomprensible fue que algunos opositores y disidentes de intramuros y extramuros pensaron que el cambio de Washington influiría favorablemente en los Castro, quienes en base a los mismos accederían a implementar cambios radicales en la finca que han explotado por más de 58 años.
Lamentablemente todos se equivocaron. El castrismo no hace concesiones sino es objeto de presiones. La maquinaria del poder está engrasada y ajustada para recibir y no para dar, de ahí que muchos de los que creyeron que la primavera de la libertad rompería con el deshielo, estén apoyando el cambio de vía del presidente Trump.
La ruptura de relaciones entre Estados Unidos y Cuba fue una decisión de la Casa Blanca, el restablecimiento de las embajadas fue también su iniciativa, y las subsiguientes concesiones económicas y políticas también fueron una medida del ejecutivo estadounidense, lo que permite apreciar una vez más que cada país actúa en base a sus intereses y a las interpretaciones que del contexto hagan sus dirigentes.
Barack Obama, decidió ignorar la cruda realidad de la isla, y trató a sus gobernantes como si hubiesen sido electos por el pueblo. No quiso ver ni escuchar las golpizas y arrestos que allí se producen, incluidas las que ocurrieron después de su discurso en La Habana. Su objetivo de cambiar la política con Cuba no tomaba en cuenta el escenario, en consecuencia la obcecación por imponer una nueva ruta, implicó concesiones que a la larga favorecían a la nomenclatura, en particular al aparato militar, y no al pueblo como proclamaba la declaración oficial.
El presidente Obama eligió desconocer que Cuba está regida por una dinastía, que ese gobierno viola sistemática y permanentemente los derechos humanos y que el pueblo está sumido en la pobreza por las restricciones y la ineficiencia económica de un sistema fracasado.
Washington y La Habana representan modelos ideológicos, políticos y sociales totalmente opuestos, sin que eso signifique que sus respectivos pueblos sean enemigos, como han sido sus líderes por décadas, a pesar que el régimen castrista instrumentó una política de estado contra la nación estadounidense y todo lo que esta representa. Mientras, en la isla se auspició el odio a Estados Unidos, la Casa Blanca se limitó a favorecer el derrocamiento del totalitarismo insular.
Los que creen que las dictaduras deben aislarse del mundo democrático, tal y como se hizo con Sudáfrica durante el régimen de apartheid, lo más probable es que apoyen las disposiciones de Donald Trump, todavía más, hay quienes opinan que las medidas debieron ser más severas porque el país está bajo el control de una dictadura militar, otros, los partidarios de las concesiones y los intercambios que no son tales, rechazaran las exigencias al totalitarismo y seguirán considerando responsables de los problemas de Cuba no a su gobierno, sino a quienes se le oponen o rechazan.
No obstante, más allá de las decisiones de los últimos dos mandatarios estadounidenses, corresponde a los cubanos comprometidos con el establecimiento en la isla de una sociedad democrática trabajar por ese objetivo con independencia de los que se haga en Washington, porque aunque son indiscutibles los beneficios que implican tener de aliado en la causa a Estados Unidos, la responsabilidad de acabar con la dinastía de los castro recae sobre los cubanos.
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