El Coronavirus: Verdad, responsabilidad y solidaridad
- Dagoberto Valdés
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El Coronavirus: Verdad, responsabilidad y solidaridad
29 Mar 2020 15:58
Cuba está en medio de una pandemia que está conmoviendo y retando al mundo entero. El Coronavirus desafía a cada uno de nosotros, a nuestras familias y al Gobierno. Nadie puede ni debería quedar indiferente ante una amenaza real que ha cobrado ya miles de vidas alrededor del planeta.
Ante este desafío solo queda una actitud: la responsabilidad. Ser responsable es saber responder correctamente ante una realidad que nos interpela. Para poder responder eficazmente debemos tomar conciencia del problema, es decir, informarnos todo lo más que podamos, interiorizar esa información, comprender lo que significa y en lo que puede afectarnos a cada uno, a la familia y a la sociedad y discernir cuáles son las opciones, actitudes y acciones con las que debemos responder a la crisis.
Hasta el día de hoy, constato que todavía no hay la percepción de riesgo real y fatal que significa esta pandemia. Como en otros temas, pensamos que lo que ponen por la televisión es exagerado, cuando no mentira. Otros piensan que la información es real y actual pero que no nos tocará a nosotros. La reiterada propaganda de que en Cuba sí estamos preparados, de que todo en este país está bajo control minucioso, de que existen todos los recursos para la atención eficaz de los enfermos y contagiados, y de que se “están tomando todas las medidas que este momento aconseja”, provoca un efecto alienante en los ciudadanos y no ayudan a tomar esa conciencia y a responder con responsabilidad.
No se trata, para nada, de alarmismos, se trata de una alarma real y necesaria. No se trata de evitar el caos y la histeria, sino precisamente de evitar que se produzcan cuando la realidad supere nuestros cálculos. Que ojalá que nunca suceda, pero sucede. ¿Seremos los cubanos capaces de encontrar el punto medio entre irresponsabilidad y pánico, entre inconsciencia cívica y fomentar la serenidad responsable? Creo que sí, pero para ello existen, por lo menos, dos carencias muy significativas e impactantes, entre otras, estas son en mi opinión:
La falta de educación ética y cívica que hace de cada ciudadano un sujeto consciente y proactivo de su salud, seguridad y de las de los demás. Cada vez que llega una de las crisis cíclicas de este sistema constatamos esta carencia en las escuelas, en los trabajos, en las colas, en los hospitales. Tanto de parte de los ciudadanos que necesitan el servicio, como por parte de los que están para servir y no para regañar, que están para educar y no para amenazar, que están para informar y no para quejarse, que están para acompañar y no para maltratar. Una vez más la vida y lo que está por venir, nos alerta de la necesidad urgente de que tanto el Estado como, y sobre todo, la sociedad civil y las familias, pongamos todos nuestros esfuerzos en brindar formación ética y cívica. Cada cual desde donde está, cada cual con los recursos que tenga. Todos podemos transmitir valores como la veracidad, la responsabilidad y la solidaridad, tres pilares del enfrentamiento a las crisis.
El empecinamiento de las autoridades en responder a problemas nuevos y crecientes con actitudes y métodos viejos e insuficientes. Es ya de conciencia universal y de normativas internacionales el deber de los Estados de cuidar y proteger a sus ciudadanos. Es su primer deber. La persona del ciudadano está por encima y primero que toda ideología, que todo proceso político o interés económico. Precisamente la política, la economía, las instituciones y el Estado existen para servir al ciudadano, a todos los ciudadanos, sin excepción. En eso es que encuentran su primera y más importante legitimación. Lo decía José Martí en la Edad de Oro, en el artículo sobre el Padre Fray Bartolomé de las Casas, primer defensor insigne de los derechos humanos en la Isla de Cuba:
“Y si el rey en persona le arrugaba las cejas, como para cortarle el discurso, crecía unas cuantas pulgadas a la vista del rey, se le ponía ronca y fuerte la voz, le temblaba en el puño el sombrero, y al rey le decía, cara a cara, que el que manda a los hombres ha de cuidar de ellos, y si no los sabe cuidar, no los puede mandar, y que lo había de oír en paz, porque él no venía con manchas de oro en el vestido blanco, ni traía más defensa que la cruz.” (José Martí, La Edad de Oro, Revista III, O.C. Vol. 18 p. 444).
Por tanto, el Estado tiene el deber moral y político de cuidar, en primer lugar y con todos sus recursos y medios, con todas sus decisiones y sus controles, de la vida y el bienestar de sus ciudadanos. No se trata de hacer lo que en este momento se crea que se deba hacer y guardar para mañana nuevas medidas. Quien ejerce autoridad debe agotar todas las decisiones políticas que contribuyen a prevenir, a evitar, a cuidar, a sanar, a ordenar y promover la vida de los ciudadanos que son, en fin de cuentas, el soberano, a quien toda autoridad debe obedecer y servir.
La responsabilidad de todo Gobierno es cuidar, educar, alertar sin crear pánico ni con tranquilizadores de falsa prudencia. Esto es también responsabilidad de cada ciudadano y de los activistas, grupos y medios independientes de la sociedad civil. No lo digo yo solo, lo aprendí del que “primero nos enseñó en pensar”, el Padre Félix Varela, al que Martí llamó “santo cubano” y “patriota entero”. A los que le atribuían una actitud imprudente por alertar a sus compatriotas y criticar la situación en que vivían, el Padre Varela responde con su acostumbrada claridad:
“Cuando la patria peligra y la indolencia sensible de unos, y la execrable perfidia de otros hace que el pueblo duerma, y vaya aproximándose a pasos gigantescos a un precipicio, ¿es imprudencia levantar la voz, y advertir el peligro? Esa podrá ser la prudencia de los débiles. Mi corazón la desconoce. Quiero descender al sepulcro sin que la memoria de mi vida me presente un solo instante en que yo haya tenido esa prudencia parricida. Los que ahora la echan de menos, quiera Dios que algún día lloren sus efectos funestísimos. Si la casa de un amigo empezase a arder, cuando él reposa tranquilo, ¿sería prudencia y amistad, no excitarle del sueño, no advertirle del peligro, bajo pretexto de no asustarle, de no causar un trastorno en su familia, de no exponerle a las pérdidas inevitables que ocasiona una pronta salida?” (F. Varela. El Habanero, “Carta del editor de este papel a un amigo”. O.C. Vol. II p. 239).
Considero que estas dos referencias de los padres fundadores acerca de la actitud, la obligación y la responsabilidad de las autoridades ante el peligro inminente de su pueblo, es suficiente para contribuir a aumentar nuestra conciencia de los momentos que estamos viviendo.
Solo con información veraz, responsabilidad y solidaridad, entre otras realidades y actitudes, podremos superar esta pandemia que, sin ninguna duda, puede desembocar en un desastre nacional. Consolarnos con que en otros países esta crisis es peor, no impedirá que Cuba esté libre de esos mismos peligros.
Confío en el carácter y la capacidad de los cubanos, especialmente en su talante solidario, para juntos poder salir de este trance crítico con serenidad, eficacia y transformaciones necesarias para poder superar esta emergencia y, por fin, hacer los cambios que prevengan y eviten volver a caer en las carencias y los voluntarismos personales y estructurales en que hemos reincidido a lo largo de décadas.
No debemos jugar con candela. No debemos estirar más la liga.
Contribuyamos todos, autoridades y ciudadanos.
Ante este desafío solo queda una actitud: la responsabilidad. Ser responsable es saber responder correctamente ante una realidad que nos interpela. Para poder responder eficazmente debemos tomar conciencia del problema, es decir, informarnos todo lo más que podamos, interiorizar esa información, comprender lo que significa y en lo que puede afectarnos a cada uno, a la familia y a la sociedad y discernir cuáles son las opciones, actitudes y acciones con las que debemos responder a la crisis.
Hasta el día de hoy, constato que todavía no hay la percepción de riesgo real y fatal que significa esta pandemia. Como en otros temas, pensamos que lo que ponen por la televisión es exagerado, cuando no mentira. Otros piensan que la información es real y actual pero que no nos tocará a nosotros. La reiterada propaganda de que en Cuba sí estamos preparados, de que todo en este país está bajo control minucioso, de que existen todos los recursos para la atención eficaz de los enfermos y contagiados, y de que se “están tomando todas las medidas que este momento aconseja”, provoca un efecto alienante en los ciudadanos y no ayudan a tomar esa conciencia y a responder con responsabilidad.
No se trata, para nada, de alarmismos, se trata de una alarma real y necesaria. No se trata de evitar el caos y la histeria, sino precisamente de evitar que se produzcan cuando la realidad supere nuestros cálculos. Que ojalá que nunca suceda, pero sucede. ¿Seremos los cubanos capaces de encontrar el punto medio entre irresponsabilidad y pánico, entre inconsciencia cívica y fomentar la serenidad responsable? Creo que sí, pero para ello existen, por lo menos, dos carencias muy significativas e impactantes, entre otras, estas son en mi opinión:
La falta de educación ética y cívica que hace de cada ciudadano un sujeto consciente y proactivo de su salud, seguridad y de las de los demás. Cada vez que llega una de las crisis cíclicas de este sistema constatamos esta carencia en las escuelas, en los trabajos, en las colas, en los hospitales. Tanto de parte de los ciudadanos que necesitan el servicio, como por parte de los que están para servir y no para regañar, que están para educar y no para amenazar, que están para informar y no para quejarse, que están para acompañar y no para maltratar. Una vez más la vida y lo que está por venir, nos alerta de la necesidad urgente de que tanto el Estado como, y sobre todo, la sociedad civil y las familias, pongamos todos nuestros esfuerzos en brindar formación ética y cívica. Cada cual desde donde está, cada cual con los recursos que tenga. Todos podemos transmitir valores como la veracidad, la responsabilidad y la solidaridad, tres pilares del enfrentamiento a las crisis.
El empecinamiento de las autoridades en responder a problemas nuevos y crecientes con actitudes y métodos viejos e insuficientes. Es ya de conciencia universal y de normativas internacionales el deber de los Estados de cuidar y proteger a sus ciudadanos. Es su primer deber. La persona del ciudadano está por encima y primero que toda ideología, que todo proceso político o interés económico. Precisamente la política, la economía, las instituciones y el Estado existen para servir al ciudadano, a todos los ciudadanos, sin excepción. En eso es que encuentran su primera y más importante legitimación. Lo decía José Martí en la Edad de Oro, en el artículo sobre el Padre Fray Bartolomé de las Casas, primer defensor insigne de los derechos humanos en la Isla de Cuba:
“Y si el rey en persona le arrugaba las cejas, como para cortarle el discurso, crecía unas cuantas pulgadas a la vista del rey, se le ponía ronca y fuerte la voz, le temblaba en el puño el sombrero, y al rey le decía, cara a cara, que el que manda a los hombres ha de cuidar de ellos, y si no los sabe cuidar, no los puede mandar, y que lo había de oír en paz, porque él no venía con manchas de oro en el vestido blanco, ni traía más defensa que la cruz.” (José Martí, La Edad de Oro, Revista III, O.C. Vol. 18 p. 444).
Por tanto, el Estado tiene el deber moral y político de cuidar, en primer lugar y con todos sus recursos y medios, con todas sus decisiones y sus controles, de la vida y el bienestar de sus ciudadanos. No se trata de hacer lo que en este momento se crea que se deba hacer y guardar para mañana nuevas medidas. Quien ejerce autoridad debe agotar todas las decisiones políticas que contribuyen a prevenir, a evitar, a cuidar, a sanar, a ordenar y promover la vida de los ciudadanos que son, en fin de cuentas, el soberano, a quien toda autoridad debe obedecer y servir.
La responsabilidad de todo Gobierno es cuidar, educar, alertar sin crear pánico ni con tranquilizadores de falsa prudencia. Esto es también responsabilidad de cada ciudadano y de los activistas, grupos y medios independientes de la sociedad civil. No lo digo yo solo, lo aprendí del que “primero nos enseñó en pensar”, el Padre Félix Varela, al que Martí llamó “santo cubano” y “patriota entero”. A los que le atribuían una actitud imprudente por alertar a sus compatriotas y criticar la situación en que vivían, el Padre Varela responde con su acostumbrada claridad:
“Cuando la patria peligra y la indolencia sensible de unos, y la execrable perfidia de otros hace que el pueblo duerma, y vaya aproximándose a pasos gigantescos a un precipicio, ¿es imprudencia levantar la voz, y advertir el peligro? Esa podrá ser la prudencia de los débiles. Mi corazón la desconoce. Quiero descender al sepulcro sin que la memoria de mi vida me presente un solo instante en que yo haya tenido esa prudencia parricida. Los que ahora la echan de menos, quiera Dios que algún día lloren sus efectos funestísimos. Si la casa de un amigo empezase a arder, cuando él reposa tranquilo, ¿sería prudencia y amistad, no excitarle del sueño, no advertirle del peligro, bajo pretexto de no asustarle, de no causar un trastorno en su familia, de no exponerle a las pérdidas inevitables que ocasiona una pronta salida?” (F. Varela. El Habanero, “Carta del editor de este papel a un amigo”. O.C. Vol. II p. 239).
Considero que estas dos referencias de los padres fundadores acerca de la actitud, la obligación y la responsabilidad de las autoridades ante el peligro inminente de su pueblo, es suficiente para contribuir a aumentar nuestra conciencia de los momentos que estamos viviendo.
Solo con información veraz, responsabilidad y solidaridad, entre otras realidades y actitudes, podremos superar esta pandemia que, sin ninguna duda, puede desembocar en un desastre nacional. Consolarnos con que en otros países esta crisis es peor, no impedirá que Cuba esté libre de esos mismos peligros.
Confío en el carácter y la capacidad de los cubanos, especialmente en su talante solidario, para juntos poder salir de este trance crítico con serenidad, eficacia y transformaciones necesarias para poder superar esta emergencia y, por fin, hacer los cambios que prevengan y eviten volver a caer en las carencias y los voluntarismos personales y estructurales en que hemos reincidido a lo largo de décadas.
No debemos jugar con candela. No debemos estirar más la liga.
Contribuyamos todos, autoridades y ciudadanos.
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