Y finalmente resucitó
- Miguel Saludes
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Y finalmente resucitó
09 Nov 2019 01:03
Hace varios años alguien me regaló un libro que atesoraba en la biblioteca personal que tenía en Cuba. Y al tercer año resucitó de Fernando Vizcaíno Casas era una novela de ficción cuyo argumento narrativo tenía como centro la resurrección de Francisco Franco al tercer año de su muerte, justo cuando España se encontraba en pleno proceso de transición democrática. Un absurdo, que en su momento movía a la risa casi se vuelve una realidad al paso de 44 años de la muerte del dictador.
De Franco conocí en la niñez por una gallega cuyo cuidado permitía a mi madre ir a trabajar. Regina formaba parte de esa masa de emigrantes españoles que llegó a la Isla huyendo de la violencia que desembocó en una guerra civil y sobre todo, de la miseria que imperaba en los campos de su natal tierra desde antes del conflicto. Era una típica aldeana que hasta casi su muerte conservó la imagen de mantón negro sobre los hombros y vestido ceñido con cinto, perennes zapatos negros y moño entrecano recogido en la nuca. Estampa viva de la gente pobre y ruda de los campos de su terruño natal. En otro aspecto Regina destacaba por su furibunda identidad franquista. Sus conversaciones giraban en torno a los recuerdos de la aldea y sobre todo sobre la figura del Caudillo a quien exaltaba sin comedimientos. Todo lo contrario cuando sus historias se referían a republicanos y comunistas, en especial sus diatribas contra Carrillo y la Pasionaria, a la que odiaba con fuerza. Escuchaba sus memorias sin darle visos de credibilidad, pues aunque bastante pequeño mis simpatías tempranas apuntaban no solo hacia el sistema revolucionario cubano, sino hacia cualquier evento relativo a la lucha contra dictaduras, opresiones y discriminaciones. Cuando de manera seria o burlona sus oyentes terminábamos por tildar a su ídolo de dictador sanguinario, solo por molestar a la gallega, aquella se enfurecía y mi madre tenía que ir a buscarla de nuevo para hacer las paces.
Pasados los años Regina murió a nuestra vera y sus restos quedaron mezclados en la bóveda familiar en el Cementerio de Colón, junto a todos los seres queridos que allí fueron a reposar. Franco había muerto hacía algunos años y desde hacía tiempo había dejado de ser tema en nuestros encuentros semanales. Incluso en vida del gobernante, cuyo fallecimiento fue honrado en Cuba con un duelo oficial de tres días. Un dato curioso que se une a la manera cuidadosa con que Fidel Castro trataba la problemática española evitando tocar la figura de su homólogo peninsular, mientras usaba duros epítetos contra los “curas falangistas” nacionales. Dicen que el dictador español se refería a su par de La Habana como el muchacho, hacia el que no ocultaba admiración. Las relaciones entre la España franquista y Cuba siempre fueron las mejores a pesar de las diferencias ideológicas. Una historia que parecía quedar en un cierre definitivo tras el anuncio escueto que proclamó a los españoles y al mundo que Franco había muerto.
Impredecible que tras poco más de cuatro décadas iba a ser testigo de la “resurrección” de Francisco Franco, si bien no de manera teológica como se narraba en la novela de Vizcaíno, sí como resultado de una extraña conjunción de política, reivindicaciones memorísticas y una decisión enfocada a un supuesto ajuste con el pasado histórico, de una manera que dudo traiga el fin que se reclama. Al menos para los que han apoyado este acto por el que los restos de Franco han sido exhumados del sitio que ocupaban en el Valle de los Caídos para ser inhumados en un nuevo destino, el que según no pocas versiones fue el que siempre quiso tener.
Tras muchos años de silencio y desconocimiento por desinterés, el acto de refrescar la memoria ha logrado no solo que las miradas se vuelvan a ese pasado oscuro del franquismo, sino que busquen un punto más allá, en los límites que significaron su definitiva entronización en el panorama político español. Las colas kilométricas, mostradas y descritas en noticiarios de la propia televisión pública española - más tarde tratada de matizar- dejaron ver infinidad de personas de todas las edades, muchos de ellos jóvenes que tal vez nunca se habían interesado en el asunto y menos pensado visitar la sepultura del dictador. Un homenaje sin duda a su memoria. Con la apertura de la losa mortuoria también quedaron abiertas páginas cuyo desempolvado trae al presente horrores que enlutaron aquellas jornadas republicanas y que llegaron al paroxismo en pleno desarrollo de la guerra civil, seguidas más tarde por la represión de la dictadura triunfante. Ahora, a tantos años, vuelven a mi recuerdo las narraciones de aquella galleguita que se hizo parte de la familia, comprobando la veracidad de algunos datos execrables descritos por ella. Aunque algo había leído al respecto, ahora los archivos transparentan nuevas historias. Se establecen paralelos entre los 70 mil fusilados por la República frente a los 50 mil que se apuntan al franquismo. Los datos de represión dictatorial contrastan con el de centenares de religiosos, monjes, sacerdotes, religiosas y seminaristas torturados y asesinados solo por negarse a renegar de su fe. Por citar uno el de la monja Apolonia Lizárraga y Ochoa de Zabalegui descuartizada y echada a comer a los cerdos. Las ejecuciones sumarias y “paseos” de prisioneros ya no son actos exclusivos del falangismo.
Resulta llamativo en este contexto recuperativo de memorias históricas que mientras unos celebren el cierre de la tumba del dictador en Cuelgamuros, como la eliminación de un signo inadmisible de enaltecimiento a la dictadura en una democracia, otros no se escondan para ofrecer homenajes frente a estatuas que eternizan el recuerdo de otros victimarios igualmente implacables, aunque republicanos, cuyos actos sangrientos están constatados en esas mismas páginas de la historia. Folios que en esos casos son pasados con sumo sigilo por los mismos que abogan para que la rememoración del pasado se lleve hasta los últimos detalles.
Al final los que han concretado este episodio lograron dos aspectos favorables para Franco: sacarlo de una sepultura que él nunca señaló como preferida para ponerlo junto a su esposa. Algo que ni al mismo Lenin le han concedido a pesar de saberse que la voluntad del líder revolucionario soviético fue la de que sus restos reposaran junto a los de su madre en un sencillo cementerio. Otro detalle de este evento es que con el levantamiento del cadáver se reabre una historia que por fuerza va a ser releída y valorada en todas sus dimensiones, dejando al descubierto situaciones que habían querido enterrar con la transición los protagonistas de aquel pasado latente, renunciando mutuamente a juzgar el grado de responsabilidad y participación que ambas partes habían tenido en los sucesos. Eso cuando todavía Julián Grimau era un nombre familiar en las noticias y la persona de Santiago Carrillo resaltaba entre los artífices de la democratización en España.
¿Acaba el problema con la “salida” de Franco de la tumba, como dicen los que apoyan esta solución? No parece. Recientemente en un programa de televisión española se apreciaba rencor renovado en algunas intervenciones de panelistas e invitados al programa A partir de Hoy. Para el conductor Máximo Huerta resultaba inaceptable que los familiares de Franco hubieran portado sus restos en hombro. Al perecer tendrían que haberlo hecho atando al ataúd una cuerda y halarla como hacen los niños con un carrito. Eso para que el acto no se apreciara como homenaje al difunto. Para Nuria Riscart ahora el objetivo a eliminar es la enorme cruz que corona el monumento fúnebre del Valle, porque según esta profesora de la Universidad de Barcelona, aquella representa al nacionalcatolicismo franquista. Igual señalamiento a las expresiones de Riscart sobre lo que ella llama de manera desdeñosa “el inmovilismo de la transición”, para referirse a un hecho que fue modélico para cualquier sociedad en trance de la dictadura hacia una democracia como la que han construido los españoles.
Mirando estas cosas solo me queda desear que el espiral de la historia no haga repetir en España un pasado funesto. El traslado de los huesos del dictador se produce en un escenario enrarecido por el incremento de nacionalismos, radicalismos, exaltación de símbolos que se suponían superados y otras formas de fracturación social. Situaciones que de cierta manera reproducen aquellos días en que el franquismo estaba en ciernes. En lo personal el acto ha trasladado mi memoria a una niñez lejana en la que la buena Regina se hizo de un lugar especial en nuestra casa con sus cuentos de aldea, su fobia republicana y su amor infinito hacia el Generalísimo
De Franco conocí en la niñez por una gallega cuyo cuidado permitía a mi madre ir a trabajar. Regina formaba parte de esa masa de emigrantes españoles que llegó a la Isla huyendo de la violencia que desembocó en una guerra civil y sobre todo, de la miseria que imperaba en los campos de su natal tierra desde antes del conflicto. Era una típica aldeana que hasta casi su muerte conservó la imagen de mantón negro sobre los hombros y vestido ceñido con cinto, perennes zapatos negros y moño entrecano recogido en la nuca. Estampa viva de la gente pobre y ruda de los campos de su terruño natal. En otro aspecto Regina destacaba por su furibunda identidad franquista. Sus conversaciones giraban en torno a los recuerdos de la aldea y sobre todo sobre la figura del Caudillo a quien exaltaba sin comedimientos. Todo lo contrario cuando sus historias se referían a republicanos y comunistas, en especial sus diatribas contra Carrillo y la Pasionaria, a la que odiaba con fuerza. Escuchaba sus memorias sin darle visos de credibilidad, pues aunque bastante pequeño mis simpatías tempranas apuntaban no solo hacia el sistema revolucionario cubano, sino hacia cualquier evento relativo a la lucha contra dictaduras, opresiones y discriminaciones. Cuando de manera seria o burlona sus oyentes terminábamos por tildar a su ídolo de dictador sanguinario, solo por molestar a la gallega, aquella se enfurecía y mi madre tenía que ir a buscarla de nuevo para hacer las paces.
Pasados los años Regina murió a nuestra vera y sus restos quedaron mezclados en la bóveda familiar en el Cementerio de Colón, junto a todos los seres queridos que allí fueron a reposar. Franco había muerto hacía algunos años y desde hacía tiempo había dejado de ser tema en nuestros encuentros semanales. Incluso en vida del gobernante, cuyo fallecimiento fue honrado en Cuba con un duelo oficial de tres días. Un dato curioso que se une a la manera cuidadosa con que Fidel Castro trataba la problemática española evitando tocar la figura de su homólogo peninsular, mientras usaba duros epítetos contra los “curas falangistas” nacionales. Dicen que el dictador español se refería a su par de La Habana como el muchacho, hacia el que no ocultaba admiración. Las relaciones entre la España franquista y Cuba siempre fueron las mejores a pesar de las diferencias ideológicas. Una historia que parecía quedar en un cierre definitivo tras el anuncio escueto que proclamó a los españoles y al mundo que Franco había muerto.
Impredecible que tras poco más de cuatro décadas iba a ser testigo de la “resurrección” de Francisco Franco, si bien no de manera teológica como se narraba en la novela de Vizcaíno, sí como resultado de una extraña conjunción de política, reivindicaciones memorísticas y una decisión enfocada a un supuesto ajuste con el pasado histórico, de una manera que dudo traiga el fin que se reclama. Al menos para los que han apoyado este acto por el que los restos de Franco han sido exhumados del sitio que ocupaban en el Valle de los Caídos para ser inhumados en un nuevo destino, el que según no pocas versiones fue el que siempre quiso tener.
Tras muchos años de silencio y desconocimiento por desinterés, el acto de refrescar la memoria ha logrado no solo que las miradas se vuelvan a ese pasado oscuro del franquismo, sino que busquen un punto más allá, en los límites que significaron su definitiva entronización en el panorama político español. Las colas kilométricas, mostradas y descritas en noticiarios de la propia televisión pública española - más tarde tratada de matizar- dejaron ver infinidad de personas de todas las edades, muchos de ellos jóvenes que tal vez nunca se habían interesado en el asunto y menos pensado visitar la sepultura del dictador. Un homenaje sin duda a su memoria. Con la apertura de la losa mortuoria también quedaron abiertas páginas cuyo desempolvado trae al presente horrores que enlutaron aquellas jornadas republicanas y que llegaron al paroxismo en pleno desarrollo de la guerra civil, seguidas más tarde por la represión de la dictadura triunfante. Ahora, a tantos años, vuelven a mi recuerdo las narraciones de aquella galleguita que se hizo parte de la familia, comprobando la veracidad de algunos datos execrables descritos por ella. Aunque algo había leído al respecto, ahora los archivos transparentan nuevas historias. Se establecen paralelos entre los 70 mil fusilados por la República frente a los 50 mil que se apuntan al franquismo. Los datos de represión dictatorial contrastan con el de centenares de religiosos, monjes, sacerdotes, religiosas y seminaristas torturados y asesinados solo por negarse a renegar de su fe. Por citar uno el de la monja Apolonia Lizárraga y Ochoa de Zabalegui descuartizada y echada a comer a los cerdos. Las ejecuciones sumarias y “paseos” de prisioneros ya no son actos exclusivos del falangismo.
Resulta llamativo en este contexto recuperativo de memorias históricas que mientras unos celebren el cierre de la tumba del dictador en Cuelgamuros, como la eliminación de un signo inadmisible de enaltecimiento a la dictadura en una democracia, otros no se escondan para ofrecer homenajes frente a estatuas que eternizan el recuerdo de otros victimarios igualmente implacables, aunque republicanos, cuyos actos sangrientos están constatados en esas mismas páginas de la historia. Folios que en esos casos son pasados con sumo sigilo por los mismos que abogan para que la rememoración del pasado se lleve hasta los últimos detalles.
Al final los que han concretado este episodio lograron dos aspectos favorables para Franco: sacarlo de una sepultura que él nunca señaló como preferida para ponerlo junto a su esposa. Algo que ni al mismo Lenin le han concedido a pesar de saberse que la voluntad del líder revolucionario soviético fue la de que sus restos reposaran junto a los de su madre en un sencillo cementerio. Otro detalle de este evento es que con el levantamiento del cadáver se reabre una historia que por fuerza va a ser releída y valorada en todas sus dimensiones, dejando al descubierto situaciones que habían querido enterrar con la transición los protagonistas de aquel pasado latente, renunciando mutuamente a juzgar el grado de responsabilidad y participación que ambas partes habían tenido en los sucesos. Eso cuando todavía Julián Grimau era un nombre familiar en las noticias y la persona de Santiago Carrillo resaltaba entre los artífices de la democratización en España.
¿Acaba el problema con la “salida” de Franco de la tumba, como dicen los que apoyan esta solución? No parece. Recientemente en un programa de televisión española se apreciaba rencor renovado en algunas intervenciones de panelistas e invitados al programa A partir de Hoy. Para el conductor Máximo Huerta resultaba inaceptable que los familiares de Franco hubieran portado sus restos en hombro. Al perecer tendrían que haberlo hecho atando al ataúd una cuerda y halarla como hacen los niños con un carrito. Eso para que el acto no se apreciara como homenaje al difunto. Para Nuria Riscart ahora el objetivo a eliminar es la enorme cruz que corona el monumento fúnebre del Valle, porque según esta profesora de la Universidad de Barcelona, aquella representa al nacionalcatolicismo franquista. Igual señalamiento a las expresiones de Riscart sobre lo que ella llama de manera desdeñosa “el inmovilismo de la transición”, para referirse a un hecho que fue modélico para cualquier sociedad en trance de la dictadura hacia una democracia como la que han construido los españoles.
Mirando estas cosas solo me queda desear que el espiral de la historia no haga repetir en España un pasado funesto. El traslado de los huesos del dictador se produce en un escenario enrarecido por el incremento de nacionalismos, radicalismos, exaltación de símbolos que se suponían superados y otras formas de fracturación social. Situaciones que de cierta manera reproducen aquellos días en que el franquismo estaba en ciernes. En lo personal el acto ha trasladado mi memoria a una niñez lejana en la que la buena Regina se hizo de un lugar especial en nuestra casa con sus cuentos de aldea, su fobia republicana y su amor infinito hacia el Generalísimo
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