Los secretos sucios de las elites

Es una trama obscena. Y Panamá es sólo la punta del iceberg. Hay otras 89 jurisdicciones secretas a lo largo del mundo que, según el último informe de Tax Justice Network, esconden entre $24 y $36 trillones de dólares en fortunas opacas. Tri-llo-nes. Por los que sus propietarios –élites financieras, delincuentes de altura y otros defraudadores– jamás tributan impuestos, amparándose en el anonimato de los paraísos fiscales.

Y amparándose asimismo en la laxitud de las leyes nacionales y transnacionales, y de quienes deberían perseguir este tipo de delitos. Aquí no hay santos ni tontos. Lo que hay son ladrones de guante blanco que quedan impunes.

Además de obscena es una trama ruin, porque los protagonistas claves del entramado financiero son precisamente en quienes los ciudadanos de a pie suelen depositar su confianza: bancos y abogados. Los primeros son los auténticos arquitectos del sistema en la sombra. Los segundos ejercen como facilitadores de sus clientes, cuyas cuentas anónimas se gestionan a través de la “banca privada”.

Tal modus operandi se confirma con el caso de los “Papeles de Panamá”. El ahora infame despacho legal Mossack-Fonseca operó conjuntamente con 500 bancos internacionales para registrar 214,488 compañías pantalla en paraísos fiscales, la mitad de ellas en las Islas Vírgenes Británicas. Pero entre bancos, firmas subsidiarias de abogados, contadores, agentes y otros intermediarios, Mossack-Fonseca lidió con un total de 14,000 mediadores.

Y todo ese montaje –que en realidad sólo representa un 5% del mercado global de capitales ocultos– da un indicio de la magnitud de la industria de la evasión fiscal y el lavado de dinero. Industria que ha crecido exponencialmente desde los años setenta en que apenas había una docena de paraísos fiscales, frente a los 90 actuales.

Si los dueños de esos cerca de $36 trillones en cuentas secretas (que son el 0.1% de la población mundial) hubieran pagado sus impuestos, el erario de las naciones habría ido aumentando en más de $200 billones anuales. Que buena falta harían para combatir la pobreza, las epidemias y otras plagas de la humanidad. Pero ¿para qué se va a preocupar la cleptocracia global de esas minucias, si a ellos les sobra la riqueza?

Parece un argumento simple o una queja vana, propia de alguien ingenuo. Pues bendita ingenuidad. Gracias a ella, y a la honestidad que siempre lleva implícita, ha podido una institución como Tax Justice Network calcular el monto de la evasión fiscal en el mundo y ha elaborado un plan para frenarla: un impuesto trasnacional a las fortunas anónimas repartidas por el planeta. El Anonymous Wealth Tax (AWT) sería en principio de 0.5% anual, que “generaría una recaudación tributaria de unos $60 billones anuales”, explica James Henry, autor del plan de Tax Justice Network. Y añade: “No es perfecto, es un primer paso, pero requeriría cooperación internacional”.

Esa y otras medidas de transparencia –como crear un registro con los verdaderos beneficiarios, o imponer sanciones a los paraísos fiscales y a los bancos gestores– deberían aprobarse en las reuniones anuales del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que se inician precisamente hoy. Coincidiendo además con la fecha en la que los simples mortales tenemos que pagar los impuestos. ¡Qué ironía!

Nunca hay que perder la esperanza, pero mejor acompañarla con una gran dosis de escepticismo, porque ya en 2009 el G-20 declaró a bombo y platillo “el fin del secreto bancario”. Y en 2011 lo volvió a reiterar la OCDE. Todo ha quedado en papel mojado. Los piratas del siglo XXI siguen escondiendo y lavando su cash en las nuevas “islas del tesoro”.

Servidora se topó con algunos de ellos, clientes de Mossack-Fonseca, mientras investigaba cuentas secretas en paraísos fiscales de Fujimori, Montesinos y otros corruptos, a través del banco español BBVA. Fue en el año 2002 cuando era reportera del diario El País. La investigación se publicó en parte. Y me di cuenta de que estaba sentada sobre un volcán.

Muchos trataron de apagarlo. El juez Baltasar Garzón suspendió misteriosamente la investigación, en contra de la opinión del fiscal anticorrupción David Martínez Madero (que luego murió de repente en el aeropuerto de Milán, a los 47 años).

Por eso hoy me siento reivindicada de que aquello (incluidas las presiones e intimidación) no fue en vano. Gracias a la integridad del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) se está destapando uno de esos agujeros negros de capital. El volcán ha entrado en erupción.