La mujer no pertenece a nadie; solo se pertenece a sí misma. Esa fue una de las más importantes ideas que logró arraigo durante el siglo XX en las culturas occidentales y en algunos países de Oriente.
Hasta hace apenas algo más de un siglo, la idea de una mujer libre y dueña de sí misma no existía. Era casi inimaginable. Sin embargo, fue tomando forma en el mundo cristiano y en algunos países asiáticos, como China y Japón, donde, luego de la II Guerra Mundial, algunas costumbres milenarias que sometían la mujer al hombre, que disponía de ellas como una de su propiedad, fueron desterradas ante el empuje de nuevas ideas.
La igualdad de sexos es, sin lugar a dudas, una de las normas más civilizadoras lograda por la humanidad y una que con ahínco hombres y mujeres debemos defender.
Pero en muchos países, especialmente en aquellos mayormente musulmanes, la mujer sigue siendo considerada como propiedad del hombre, el cual la gobierna y dispone de ella, sus bienes y sus hijos a su manera y complacencia.
El concepto de que la mujer no pertenece a ningún hombre, ya sea este su padre, hermano, hijo o tío, y que solo ella es dueña de su cuerpo, su mente y sus propiedades, no se entiende ni es aceptado en gran parte del mundo islámico. Allí se la obliga a cubrir su cuerpo, aun su cara, se le escoge marido y se la casa sin su consentimiento, aun siendo niña, peor, se les niega el derecho a educarse. Cualquier falta o desobediencia es fuertemente castigada e, inclusive, le puede costar la vida. En algunos países como Arabia Saudita, hasta se le prohíbe manejar, convirtiéndola en dependiente de los hombres hasta para su transporte.
Este brutal concepto hacia las mujeres es uno de los más serios problemas que enfrentan los países que están recibiendo inmigrantes musulmanes. Es inmenso el desconcierto de muchos de los hombres recién llegados cuando tienen su primer encuentro con mujeres que muestran su piel y su pelo y los tratan como sus iguales. Para ellos, estas mujeres, con sus minifaldas, maquillaje y costumbres liberadas, son inaceptables.
Para un musulmán del África o del Medio Oriente, que jamás ha visto a una mujer con minifalda, que se atreva a mirarlo a los ojos o a sonreírle, es una sinvergüenza, que debe ser castigada, o violada, porque se lo ha buscado. De hecho, las violaciones se han incrementado en los países huéspedes, como Noruega, Holanda, Alemania y Bélgica.
Por esta razón, esos países han establecido como requisito para los inmigrantes musulmanes clases de educación sexual y comportamiento. Ellos deben entender que el respeto a la mujer es la ley y debe ser acatada, no importa cuál sea su religión o costumbre. Al que maltrate o tome una mujer sin su consentimiento, así sea su propia mujer, se le aplicará toda la fuerza de la ley.
Pero ¿qué pasará cuando los inmigrantes se nieguen a acoger las costumbres de sus huéspedes y pretendan imponer las suyas, cuando ya no sean una minoría y adquieran poder político? Algo que ya se vislumbra en algunas ciudades de Francia, donde más de 30 por ciento son musulmanes. Algo para meditar.