La palabra "Islam", significa paz, obediencia o sumisión en el idioma árabe y en el sentido religioso, quiere decir la sumisión de la humanidad a la voluntad de Dios. El Islam es una religión y los musulmanes son los que profesan esa religión. El islamismo es otra cosa. Podríamos comparar los términos sionismo y judío con islamismo y musulmán.
El Islam, como el Cristianismo y el Judaísmo, son religiones, pero el origen del Islam es muy diferente al del Cristianismo. Mientras los discípulos de Jesús, el Cristo, fueron una minoría perseguida dentro de un Estado legal y socialmente organizado -el romano-, el Islam se gestó en guerras tribales lideradas por Mahoma que lo convirtieron, además de religión, en un movimiento para la creación de un Estado y la redacción de una ley que organizó una sociedad. Mahoma, además de profeta, fue un guerrero y hombre de Estado que levantó un imperio.
Sobre esas bases históricas, el islamismo se convierte en una ideología política para tomar el poder y entronizarlo en un Estado integrista y fundamentalista. Integrista, porque su Constitución estaría basada en la Sharia, en la que también se basarían estrictamente la educación y la interpretación de las leyes y de la cultura. Fundamentalista, porque no predica la tolerancia ni el secularismo sino que se enquista en costumbres de otras épocas que no responden a la esencia fundamental religiosa sino al ejercicio del poder: la desigualdad y sometimiento de la mujer, el padre como autoridad indiscutible de la familia, el concepto tribal frente a lo "ajeno", el estudio estrictamente regimentado y censurado, la obediencia ciega a los mullahs, ayatolas o califas, no solo en asuntos religiosos sino en todos los aspectos de la vida, etc.
Por tanto, para el islamismo, los que se apartan de estas normas son "infieles" y merecen el desprecio y hasta la muerte. En esta perspectiva se basa la "Yihad Islámica".
Esta realidad no justifica el odio ni la venganza como respuesta, pero impone mecanismos de defensa para proteger nuestra cultura, nuestra libertad religiosa y nuestra independencia. El inmigrante puede aportar a la riqueza cultural de un país con sus costumbres y sus creencias, pero debe respetar a quien lo ha recibido y no pretender cambiar la estructura social del país que lo acoge. Sobre todo, respetar las leyes establecidas en el país donde desea rehacer su futuro. Si no, ¿a qué va? ¿Acaso a construir lo mismo que abandona? Lamentablemente, muchos pretenden que sea el país anfitrión el que se adapte a sus ambiciones, caprichos y costumbres. Muchos pretenden tener "derechos" sobre aquello que ellos no han construido y a lo cual no han aportado nada. Lejos de acogerse a las normas de quien les abre la puerta, pretenden entrar a empujones para disponer a su gusto de lo que no es suyo.
El buen inmigrante, pide permiso para entrar y sólo después que ha aportado a la sociedad que lo acoge con su esfuerzo, se convierte en ciudadano para poder compartir con los demás los derechos políticos que se ha ganado y que desde ese momento debe defender hombro con hombro con los otros miembros de la sociedad que los ha adoptado.
Last edit: 9 years 9 months ago by Gerardo E. Martínez-Solanas.
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