Empatía en tiempos del Virus Chino

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Empatía en tiempos del Virus Chino

4 years 2 months ago
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Una amiga me dice que le ha gustado la definición que he hecho de las “superheroínas” –las jefes de Gobierno que están combatiendo el virus chino con firmeza y amabilidad, con arrojo e innovación- como “realistas empáticas”. Me pide que me extienda en ese sustantivo tan de moda, la “empatía”. Se me ocurre entonces que, en principio, la mejor manera de hacerlo es con una anécdota (no importa si es cierta o no):

Un ejemplo brillante de lo que significa la personalidad empática lo dio una mujer inglesa, de la época victoriana, quien tuvo la posibilidad de conversar, por separado y con pocos días de diferencia, con los dos estadistas más prominentes de entonces: William Gladstone (liberal) y Benjamin Disraeli (conservador). Cuando se le preguntó la impresión que le habían causado ambos políticos, ella respondió: “Cuando salí del comedor tras sentarme al lado del señor Gladstone y oírlo, pensé que era el hombre más inteligente de Inglaterra. Pero después de sentarme junto al señor Disraeli, y conversar con él, pensé que yo era la persona más inteligente de Inglaterra.”

William Gladstone y Benjamin Disraeli


Ser empático implica ser consciente y considerado respecto de los sentimientos ajenos; sentir genuina curiosidad por sus pensamientos y pareceres, incluso intentar reconfortarlo y animarlo. Además, y muy importante, significa tener voluntad y capacidad de aceptar a las otras personas como son, apreciar y compartir sus sentimientos. Sin empatía no se puede ser inteligente socialmente y no se pueden enriquecer las relaciones interpersonales y profesionales. Y es que, según Daniel Goleman, la empatía se basa en la autoconciencia emocional y es una habilidad fundamental de los seres humanos.

¿Y cuál es su relación con la simpatía? Permítanme en este momento referirme a mis compatriotas (y por rebote, a algunos de los vecinos del Caribe).

Pudiera pensarse que los venezolanos –en conjunto, como pueblo, y en buena parte de sus individualidades- hemos sido siempre considerados simpáticos. A fin de cuentas, la mayoría de la población es costeña, caribeña, y eso nos hace parte de una cultura y de una visión del mundo que si bien nos han llevado a enfrentar muchas contrariedades y accidentes, siempre hemos tratado de ponerle “al mal tiempo buena cara.” De allí viene nuestra peculiar manera de interpretar jocosamente la realidad, con un ingenio y unos chistes a prueba de seriedades contundentes, y con expresiones sociales que si bien celebran la competencia y la rivalidad, lo hacen sin violencia ni animosidad (la pelota -el béisbol-, las bolas criollas y el dominó son buenos ejemplos).

El mismo venezolano que le abre la puerta de su casa, de su nevera (esto último cuando se podía, claro) y de sus sueños a cualquier desconocido, especialmente si su pasaporte indica que es “gallego”, “gringo”, «portu» o “musiú” (esta palabra engloba a buena parte del resto del planeta no hispano parlante), es el que te hace su compadre sin que medien demasiadas congruencias y conocimientos entre él y el honrado con tal honor; el mismo que no necesita de muchas excusas o razones para ponerte en contacto con la persona que te va a resolver un problema, acelerar una gestión o movilizar fuerzas anónimas que superen el espeso bosque burocrático que ha caracterizado casi siempre a la institucionalidad criolla.

Que nadie ponga en duda entonces cuán simpáticos podemos ser los hijos de la hace tiempo llamada Tierra de Gracia. Pero, la pregunta pertinente es: ¿somos empáticos?

Los venezolanos –y nuestros vecinos caribeños- poseemos rasgos que dificultan cualquier actitud empática, por ejemplo, la crónica impuntualidad –forma egregia de irrespeto- o una variada capacidad de interrumpir –por cierto, muchas veces sin darnos cuenta de ello- a quien esté desarrollando un argumento, expresando una opinión o respondiendo una pregunta; en ese momento nuestra sordera puede competir con la de Beethoven.

Veamos este ejemplo:

“-¿Qué hubo pana, cómo está la vaina? ¿Cómo está tu señora?

-Bueno, la verdad es que está hospitalizada. Estoy bastante…

-¡Chévere, a ver cuándo nos vemos!”.

Ser empático requiere establecer formas de conexión que conduzcan a la cooperación y trabajo en común. Para Karl Albrecht la empatía es un estado de sentimiento positivo hacia otra persona que conduce a formas de compenetración y cooperación. Su sentimiento opuesto es la antipatía.

Una expresión muy común de comportamiento tóxico, destructor de toda posibilidad de conexión positiva, es el “asesinato de ideas” (obviamente, ajenas). Expresiones como: “eso aquí no funciona”, “cuesta demasiado”, “eso es muy complicado, la gente no está acostumbrada”, “no tenemos tiempo”, “aquí somos diferentes” (o, como dijera un secretario general del partido Acción Democrática, “no somos suizos”), “nunca lo hemos hecho”, “no entra en el presupuesto”, “mejor malo conocido…”, “buena idea pero…”, “mejor esperamos al año que viene”.

La empatía exige una inversión emocional a largo plazo, no una aplicación episódica de encanto o de simpatía. Ser empático no significa desplegar siempre buen humor, y no depende por cierto del afecto hacia ciertas personas. No basta tampoco con evitar la antipatía; ello sólo lleva a la apatía. Generar empatía implica un compromiso activo y consciente, tanto cognitivo como emocional. Al ser empático usted es estratégico en un sentido positivo; una de las leyes fundamentales de toda estrategia es ponerse en el lugar del otro.

Para ser empático en el día a día, hay que utilizar tres modalidades específicas de comportamiento, lo que Karl Albrecht llama las “Tres A”: Atención, Aprecio y Afirmación.

Atención: debemos salir de nuestras burbujas mentales y sintonizar con los otros como personas únicas. Todos queremos que nos presten atención, que nos tomen en serio.

Aprecio: Hay que aceptar a los otros por lo que son, como son.

Afirmación: Los seres humanos necesitamos, aspiramos y buscamos que nos afirmen en al menos tres niveles: la amabilidad, la capacidad y la dignidad. Todos necesitamos saber que merecemos afecto, así como respeto porque somos capaces, y reconocimiento como personas dignas.

Ser empático es ir más allá de la llamada Regla de Oro: “actúa con los demás como te gustaría que actuaran contigo.” George Bernard Shaw afirmaba socarronamente que este no era un buen consejo, destacando más bien: “no actúes con los demás como te gustaría que ellos actuasen contigo; quizá no tengan los mismos gustos.” Más bien hay que esforzarse por averiguar cómo desearían los otros que nosotros actuásemos con ellos (Regla de Platino).

En estos tiempos del coronavirus todos debemos hacer un esfuerzo –especialmente el liderazgo- por expresar dos de las capacidades que nos definen como seres humanos: comunicación y empatía. Y unirlas a dos expresiones necesarias para enfrentar la crisis: altruismo y solidaridad. En palabras de Màrius Carol: “Al final, el liderazgo en estos tiempos consiste, más que nunca, en mirar a la gente a los ojos y en hablarle como un adulto. Y en actuar a tiempo”.

Ser sinceramente empáticos quiere decir que intentemos descubrir las necesidades particulares de los individuos particulares en las situaciones particulares, y los atendamos como personas, como sujetos, no como objetos o cosas y, de ser necesario, les ofrezcamos toda la ayuda que nos sea posible dar. En suma, que los respetemos, no que los humillemos, engañemos o ignoremos.

O sea, que actuemos como nuestras admiradas superheroínas.

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