Muros inútiles

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Muros inútiles

8 years 9 months ago
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MIAMI, Estados Unidos – Mientras en Estados Unidos la precampaña por la candidatura republicana a las próximas elecciones presidenciales enfoca como uno de sus puntos fuertes el problema migratorio, los países de la Unión Europea enfrentan una de las peores crisis en esta materia desde la Segunda Guerra Mundial. Oleadas imparables de refugiados irrumpen en la Comunidad desde diferentes frentes. Los pronósticos no auguran un próximo final a este raudal humano que no consigue frenar las medidas de contención puestas en marcha y que se espera sobrepase la cantidad de 800 mil personas.

En Norteamérica se habla de soluciones a una situación que lleva años sin resolverse en con doce millones de inmigrantes indocumentados provenientes en su mayoría de las fronteras al sur del Río Bravo. Precisamente la propuesta que más resuena en estos días, defendida por la polémica figura de Donald Trump, es la construcción de un gigantesco muro en los límites con México. No es la única. Otro de los compañeros de Trump en la carrera hacia la Casa Blanca ha puesto similares miras arquitectónicas en la frontera con Canadá.

Una propuesta milenaria que dejó el legado de una maravilla histórica en la colosal muralla china, muestra que el problema es viejo y que contra el mismo poco pueden los bastiones, por altos, largos y fuertes que sean. Al final terminan siendo inútiles. Una conclusión que aparentemente cuesta aceptar porque la erección de barreras se hace moda en estos días. Argentina propone una con su vecino Paraguay. México se torna en una gran compuerta contra los emigrantes del sur. Algo similar hacen naciones centroamericanas. Israel proyecta poner cercas entre su territorio y el belicoso vecino sirio en un límite que antes solo bastaba imponer con la presencia militar. Ni el río Jordán quedaría libre del proyecto. Estonia, Egipto y otros tantos países presentan similares recursos para impedir el paso a los que vienen del otro lado de sus fronteras.

No obstante los acontecimientos que suceden a diario en el viejo continente disparan una alerta para quienes confían en que la puesta de obstáculos artificiales bastará para contener a los que escapan de las miserias que lastran buena parte del planeta, buscando pronta solución a su problemática en los oasis de riqueza que concentran unos pocos países. Estados Unidos, Alemania, Suecia y Gran Bretaña son el paradigma de abundancia a los que se dirigen desesperados los que huyen de los horrores de violencia, pobreza y hambrunas en el Tercer Mundo.

Las imágenes de Aylan, un niño sirio ahogado a la orilla de la meta de salvación buscada por sus padres, sigue circulando en las páginas noticiosas del mundo. La tragedia de este pequeño y su familia es una de las tantas que conmueven sentimientos y provocan respuestas solidarias. Ciertamente existen muchas otras peores que, o bien se olvidan, o nunca salen en las noticias. A los centenares de niños muertos o mutilados por la metralla en la propia Siria, en Irak, Gaza y en tantas zonas en conflicto del mundo se suma la escalofriante cantidad de los que perecen en el Mediterráneo, cuando las pésimas embarcaciones que siguen la ruta del Norte zozobran sobrecargadas por el peso de un tráfico inhumano.

De nada ha servido el muro natural que supone el peligroso cruce de un mar que muchos nunca han visto, pero que se atreven a surcar con la esperanza de llegar al otro lado en busca de una vida promisoria, sin miedos ni calamidades. Miles de emigrantes continúan asumiendo el riesgo a pesar del rastro de muerte sobre las olas que dejan sus predecesores. Sea por Italia, Grecia o España, el flujo mortal continúa su precaria marcha sin que nada pueda detenerles.

Mucho menos han podido conseguir los esfuerzos para frenar la avalancha de los que logran alcanzar tierra firme. De poco han servido los cordones militares en Grecia o Macedonia, donde el despliegue de fuerza choca contra una realidad difícil de disuadir. Se trata de gente inocente, desesperada y pacífica que solo quiere escapar del infierno que dejan a sus espaldas. Hungría trata infructuosamente de poner un límite alambrado en el último escalón de acceso a la puerta donde teóricamente acabaron las fronteras. Inútil esfuerzo. Los que ven a pocos pasos la meta se las ingenian con mantas y otros artilugios para burlar por encima o por debajo el filo de las cuchillas. Otros simplemente las rompen desafiando el despliegue militar que se queda inerme ante la disyuntiva de reprimir a personas que buscan el amparo de esas armas.

No faltan detalles a tener en cuenta en esta desenfrenada carrera por la vida. Uno de ellos es la determinación de los refugiados a pasar de largo por esas tierras que se abren seguras, pero como los casos de Hungría, Austria o Italia significan para ellos solo un sitio de paso donde incluso rechazan recibir abrigo protector por miedo a perder la oportunidad de llegar al término que se han propuesto: los promisorios y ricos territorios del Norte alemán o escandinavo. Para otros el objetivo se pierde en el túnel que une Calais con Inglaterra. Y es que a diferencia de aquellos refugiados que escapaban de la furia nazi sin parar a distinguir entre lugares de acogida más que la salvación que estos les brindaban, los de nuestros tiempos resultan un poco más selectivos. Algunos medios recogen la singularidad en testimonios como el de Abdul Majet quien se negó a dejarse tomar las huellas por las autoridades húngaras. “Queremos hacer las huellas en Alemania para ser refugiados en Alemania, no en Hungría”.

Pero más allá de motivos de fuerza que justifican con creces la estampida humana o de reparos a la hora de escoger refugios, existen las realidades que provocan el desastre. No es poniendo mala cara a los refugiados o interponiendo muros para preservar la supuesta bonanza y tranquilidad de las naciones ricas como se podrá evitar un problema que amenaza con seguir en aumento progresivo. Parece que a los niños les ha quedado no solo el papel de víctimas para dar un toque de especial atención en las conciencias de la Humanidad. Mientras Aylan ponía la nota escalofriante a los sucesos, la voz de otro niño, también sirio, exponía ante las cámaras la crudeza de su realidad. En perfecto inglés proclamaba que ellos no quieren irse de su país pero cuatro años de guerra son motivo suficiente para hacerlo. Su llamado para que se ayude a poner punto final a esta situación supone un serio desafío al que deben atender los gobiernos preocupados por preservar la tranquilidad de sus prósperas y democráticas naciones. Un reto que comprende otras asignaturas pendientes además del drama de la guerra y que requiere una respuesta no dilatoria de la comunidad internacional. Se trata de la acción urgente por llevar el desarrollo económico, social y tecnológico a un mundo mayoritariamente desfavorecido. La mejor y más lúcida barrera contra el mal de las explosiones migratorias de quienes quieren una vida llevadera que no pueden realizar o siquiera vislumbrar, en sus entornos natales.

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