MIAMI, Florida (Cubanet) -El eco de las descargas mortales en Charlie Hebdo no termina de apagarse en las pantallas. Imágenes crudas que no necesitan palabras. Basta el disparo a quemarropa hecho por el terrorista para rematar al policía herido frente a la redacción del semanario satírico. O aquella que congeló para la posteridad la escena de sangre y destrucción donde doce integrantes de la publicación francesa fueron ultimados.
Destacan grabaciones y palabras, tal vez pasadas por irrelevantes en su momento, que alguien recogió por casualidad. En un video divulgado en las redes aparecen los caricaturistas asesinados. Uno de ellos, George Wolinski, se refiere al goce de la libertad de expresión a través de un hecho anecdótico: en la Cuba de Castro la figura del dictador no puede ser caricaturizada, ni siquiera de manera positiva. El dibujante ilustraba con este ejemplo la ventaja de vivir en un país donde situaciones similares resultan inconcebibles, ajeno quizás a la realidad cercana del fanatismo religioso que no reconoce derechos ni fronteras y que estaba a punto de cobrar sus vidas.
La reacción ante la masacre ha sido masiva e inmediata. Millones de voces se alzan en todo el mundo haciendo patente rechazo ante este crimen. También para manifestar solidaridad con las victimas y el respaldo al derecho de la libre expresión. Con un sencillo letrero reivindicativo de su identidad con Charlie se refuta la justificación de los criminales que se presentan en la pose de vengadores contra los que mancillaron el honor del Profeta dibujándole en una viñeta. Según estos fieles guardianes su acción consistió en aplicar la sentencia dictada desde las alturas difusas del poder radical islámico y en los pulpitos religiosos de esa sociedad. Desde su amparo algunos clérigos se dedican a divulgar mensajes macabros que esparcen como semillas en el fértil terreno del yihadismo integrista.
Pero mientras la inmensa mayoría de las publicaciones, organizaciones e instituciones, las islámicas incluidas, condenan el asesinato contra periodistas que ejercían su profesión siguiendo las concepciones que se entienden en occidente, en esta misma acera algunos casi llegan a explicar el hecho atendiendo a razones de exceso a la hora de practicar ese derecho universal del que Francia ha sido cuna. Los de este grupo, aparentemente minoritario, afirman rotundamente que ellos no son Charlies. Para dar consistencia a su distanciamiento aluden hacia la mala praxis de la revista francesa, ampliamente reseñada en estos días. Un ejemplo ilustrativo en apoyo a quienes dicen ser ajenos al espíritu Charlie mostraba en los portales la irreverencia de uno de los dibujo de la redacción humorística, en este caso contra la religión católica. El cuadro en cuestión consiste en una representación casi pornográfica sobre la Divina Trinidad. Un punto de vista que puede encontrar el repudio por el irrespetuoso trato hacia una cuestión sagrada en materia de fe para quienes profesan el catolicismo. Pero jamás la respuesta de estos pudiera ser la de alentar y mucho menos perpetrar el asesinato contra el que manifiesta de esa manera su criterio anti religioso, criticable o razonable, según quien lo valore.
Que las libertades tienen un límite es indudable. La frontera queda marcada por el espacio ajeno, con igual merecimiento al disfrute de derechos y respetos. Lo que no admite justificación ni explicación alguna es que aquello que se considera una ofensa termine con un saldo de brutalidad en franco ajuste de cuenta en acciones como la ocurrida en París.
Por otra parte pretender silenciar con la muerte el criterio diferente y las opiniones diversas, por discordes y atrofiadas que estas suenen, significa a la larga el fin de esa libertad de la que nos ha dotado el mismo Creador que nos ha hecho a imagen y semejanza suya. Ser Charlie hoy significa sobre todo manifestar que todos los que aspiramos a esa igualdad o equivalencia defendemos un mismo principio aunque en ciertos aspectos mantengamos diferencias. Escudarse en críticas basadas en el respeto al otro o simplemente quedar en silencio, sea por complicidad o por miedo inconfesable, solo logra el efecto contrario de hacer más fuertes a los que intentan imponer el terror.
Se hace necesario hacer diferencia cuando en Europa proliferan las manifestaciones de carácter xenofóbicas y en particular contra los emigrantes de regiones donde el islamismo es una fe mayoritaria Ser Charlie no es análogo a ser anti musulmán; por ironías del destino el policía muerto en la acera parisina era de origen argelino y musulmán de religión. El sentimiento de identidad Charlie significa estar en contra de cualquier perversión del pensamiento. Es oponerse a la violencia de cualquier tipo aplicada de manera indiscriminada. Es combatir el abuso, la esclavitud, la discriminación, la intolerancia, el odio o la exclusión. Es en definitiva el rechazo manifiesto contra todo lo que resulte incompatible con la dignidad que corresponde a cada ser humano, independientemente de la fe y o la ideología que practique o profese.
El error no es de los dibujantes, escritores y creadores en general que expresan sus ideas libremente. Tampoco lo es Mahoma, Cristo o Martí. Se trata de quienes mediante la manipulación y para su propio beneficio, propagan enseñanzas y prácticas falsas aprovechando la ignorancia de aquellos a quienes utilizan para llevar a cabo sus proyectos y ambiciones. Frente a esto no es momento de ambivalencias. Ahora más que nunca es imprescindible ratificar que a pesar de todo, y de las diferencias, todos somos Charlie.
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