La agresividad islámica contra la cristiandad y su teatro de operaciones en Europa

La agresividad islámica contra la cristiandad y su teatro de operaciones en Europa

5 years 1 month ago
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Se ha propagado la idea de que cualquier mención negativa sobre el Islam o, sobre todo, en referencia a su política anti cristiana y a su agresiva actitud contra los fundamentos éticos y religiosos de la civilización moderna, obedece a un propósito de incitar al odio y de suprimir con esos pretextos la libertad de religión que caracteriza a nuestras sociedades.

Todo lo contrario, el odio es provocado por los agresores y también por los que pasivamente se niegan a aceptar una ética que promueve la libertad de conciencia y de culto para imponer en países ajenos sus costumbres, sus leyes y sus tradiciones, con el pretexto de que se les debe respeto pero sin reconocer la obligación de aceptar las costumbres, leyes y tradiciones de quienes los acogen y les brindan abrigo.

La agresividad islámica es proverbial en la historia. Se extendió por el mundo conocido a partir del siglo VII, conquistando a sangre y fuego todo el Oriente Medio, el Africa Septentrional, España, partes de Francia y los Balcanes, hasta llegar a Viena en el siglo XV, mientras se extendían por el Asia central y meridional, llegando tan lejos como lo que hoy conocemos como Bangladesh, Birmania, Malasia, Indonesia y Filipinas, abrumando por la fuerza regiones enteras donde predominaba el budismo, el hinduismo y también importantes enclaves cristianos que los habían precedido por varios siglos.

Hoy día todavía son mayoría entre los nativos de Albania, Kosovo y Bosnia y no sólo mantienen un firme y autoritario dominio sobre más de la mitad de Africa y el Oriente Medio, sino que los millones de cristianos establecidos por incontables generaciones en Siria, Líbano, Iraq y algunos países de Africa se ven perseguidos y asesinados hasta el punto de que más del 90% han huido espantados de esas regiones.

Pero no se conforman con lo que tienen como derecho de conquista armada, sino que contemplamos en este siglo una verdadera migración masiva hacia la Europa cristiana sin propósito alguno de asimilarse amablemente a los países que les brindan acogida y asilo sino con la exigencia de imponer sus estilos de vida y obligar a los gobiernos a adaptarse a sus demandas y a regalarles una onerosa asistencia pública que pudieron ir a buscar a países islámicos que cuentan con enormes recursos, como Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Pakistán y Turquía, entre otros. Cabe preguntarse por qué no buscan asilo y refugio en esos países hermanos.

Esta situación de relaciones irregulares del mundo islámico en su irrupción en el mundo cristiano, sería tolerable y hasta enriquecedora de una sociedad más abarcadora, si no fuera por las consecuencias de agresiva inestabilidad que esa inmigración masiva está provocando.

Se calcula que sólo en Francia, un país de poco más de 67 millones de habitantes, viven en estos momentos más 6 millones de musulmanes, un aumento abrumador desde 1950, cuando apenas eran 300,000. En 2018 sumaban cerca de 27 millones en los 28 países que conforman actualmente la Unión Europea, un aumento de 8 millones desde 2010, representando el impresionante promedio de un millón de inmigrantes musulmanes por año.

Esta realidad por sí sola causa una peligrosa inestabilidad en cualquier país o región que se vea afectada por semejante invasión de inmigrantes, pero lo peor es que la situación es grave porque las agresiones contra el mundo cristiano no se limitan a los Estados dominados por el Islam sino que se extienden al mundo cristiano en múltiples países de Africa y Europa. Por citar el impacto en uno solo de esos países, sólo en las pasadas semanas se han producido en la laica y multicultural Francia una docena de profanaciones y violentas agresiones a templos católicos que tienen en alerta a la policía del país galo en muchas ciudades, tales como Nimes, Dijon, Lavaur, Lyon o París, todas las cuales han sido testigos de diversos actos de violencia anticristiana y, sobre todo, anticatólica. En el resto del continente, según la documentación que obra en poder del Observatorio Europeo de Intolerancia y Discriminación contra los cristianos en Europa, durante 2018 se produjeron 500 brutales ataques contra los templos cristianos.

Es notable que tanto la policía como la jerarquía católica francesa guarden un extraño silencio ante la violencia y el peligro de estas agresiones, pese a que sólo en las últimas dos semanas han sido profanadas una docena de templos en muy distintos puntos de Francia, víctimas del vandalismo anticristiano.

En Nimes (departamento del Gard), cerca de la frontera con España, la iglesia Notre-Dame des Enfants (Nuestra Señora de los Niños), ha sido profanada de manera particularmente odiosa: unos desconocidos pintaron una cruz con excrementos humanos, saquearon el altar mayor y el sagrario y robaron las hostias, que fueron descubiertas más tarde entre montones de basura.

Asimismo, la iglesia de Notre-Dame en Dijon (departamento Côte-d’Or), en el este del país, sufrió el saqueo del altar mayor y las hostias fueron extraídas también del tabernáculo, esparcidas por el suelo y pisoteadas.

En Lavaur, en el departamento meridional del Tarn, la iglesia del pueblo fue asaltada por unos jóvenes, que según las autoridades, se encontraban en aparente estado de embriaguez. El brazo de una representación de Cristo crucificado fue «torcido» para hacerlo parecer que hacía un gesto obsceno.

En la periferia de París, en el departamento de Yvelines, varias iglesias han sufrido degradaciones de diversa importancia, en Maisons-Laffitte, en Houilles, además del reciente incendio de la iglesia de Saint-Sulpice, no lejos de la de Saint-Germain-des-Prés, dos emblemáticos monumentos nacionales. Sencillamente, los vándalos desean dar a sus actos una clara dimensión anticristiana, pero, además, durante los últimos meses, bandas antisemitas han profanado también cementerios judíos.
La última de estas agresiones es quizás la más terrible, no sólo por su carácter anticatólico sino por el inmenso daño causado a un importantísimo patrimonio de la humanidad. En horas tempranas del martes 16 de abril, el mundo contempló consternado y horrorizado a la gloriosa catedral de Notre Dame de París envuelta en llamas. Los lamentos de que se hacían eco muchos medios destacaban la pérdida de "una joya de la humanidad" o de un "monumento lleno de historia y obras de arte", pero el verdadero significado de tan trágico suceso es la persecución religiosa que representa. Por parte del gobierno francés, el mundo escuchó explicaciones calificando de "accidental" la causa del arrasador incendio, extrañando a los que se preguntaban cómo podían afirmarlo sin haber hecho todavía investigación alguna, cuando la intensidad de la conflagración evidenciaba algún tipo de combustible acelerante. Esto explicaría la rapidez y la violencia cómo se extendió el fuego desde sus inicios que, según investigación preliminar hoy miércoles, se originó en la parte superior de los andamios colocados para restaurar el tejado de la catedral.

Por añadidura, se ocultó que muchos de los obreros que trabajaban en la obra de reparación y restauración que se estaba realizando eran inmigrantes musulmanes. Aunque no podemos culparlos hasta que se investiguen los hechos, la coincidencia con todos los hechos anteriores es causa de justa alarma. No obstante, tampoco es correcto emitir juicios apresurados como el de Rémy Heitz, fiscal de París, quien afirmó con absoluta seguridad cuando apenas el incendio estaba siendo extinguido que "Nada apunta a que fuera provocado", y añadió que: "La pista accidental es la principal". Ojalá lo fuera para bien de las relaciones humanas. Por el contrario, Philippe Karsenty, vicealcalde de Neuilly-sur-Seine (un sector del área metropolitana de París) se había lamentado poco antes diciendo que: "Oirán la historia políticamente correcta que les dirá que probablemente fue un accidente".

Sólo nos queda confiar que las autoridades francesas investiguen a fondo lo sucedido y no procedan posteriormente a maquillar u ocultar la verdad.
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